Debatir sobre la Constitución en Venezuela es como convocar una cumbre mundial de las hidrológicas en el Sahara. En un país más aficionado a analizar que a respetar el marco jurídico, la recurrente imagen vuelve a saltar con motivo de la discusión sobre la continuidad del Gobierno interino. Profundas exposiciones, en medio del largo y árido desierto.
¿La prórroga del Gobierno interino es un asunto que atañe a la Carta Magna? En parte, sí. En principio, porque se entiende que la oposición tiene como objetivo la restitución de la plena vigencia de la Constitución y que, para tal fin, echa mano de los instrumentos que estipula el propio texto fundamental. Aquí sí de verdad: dentro de la Constitución, todo. Fuera de la Constitución, nada.
El argumento constitucional también tiene un valor importante para el exterior, así lo reflejan el último fallo dictado por la Corte Suprema de Reino Unido sobre el oro depositado en el Banco de Inglaterra, el reconocimiento internacional -con el subsiguiente aislamiento del régimen chavista- y el respaldo de Estados Unidos, que parece andar en piloto automático luego del cambio de administración y a la espera de las elecciones de medio término, con el voto latino de la Florida en la mira.
Ahora, ¿la supervivencia del Gobierno interino se circunscribe única y exclusivamente al contenido de la Carta Magna? Por supuesto que no. Muy por el contrario, es un tema absolutamente político, pero en ese terreno la discusión ha sido muy pobre, vacía, sin propuestas ni opciones claras para salir de la postración y reactivar la lucha democrática.
El Diccionario de la Real Academia Española registra dos acepciones de la palabra invocar: 1) Acogerse a una ley, costumbre o razón. 2) Llamar en solicitud de ayuda de manera formal o ritual. Desde hace bastante tiempo la oposición invoca los artículos de la Constitución más por lo segundo que por lo primero, esperando que el trío 233, 333 y 350 asuman forma corpórea y, cual Santísima Trinidad, se manifiesten para materializar el milagro.
El norte de la oposición no es mantener el Gobierno interino. Cuando se instaló esta figura, se entendía que era un medio para alcanzar un fin: La transición a la democracia. En sus albores, aquella herramienta unificaba a las principales fuerzas opositoras, presentaba un liderazgo emergente, ofrecía una hoja de ruta -qué tan viable o no, es otra discusión-, y conectaba con las aspiraciones de la gente. ¿Hoy sigue siendo lo mismo?
La respuesta no está en la Constitución. No basta con sacar el librito del bolsillo y sacudirlo ante las cámaras, esperando que de allí caigan las soluciones a los problemas y desafíos que enfrenta la oposición. Esa compleja empresa demanda el esfuerzo de los actores políticos, que deben recomponer la unidad, atenuar sus diferencias, construir consensos, diseñar una estrategia realizable y reavivar la llama en la sociedad.
¿Y ahora?
Al alumno que deja la tarea para última hora se le reprocha su falta de responsabilidad, interés y compromiso. A pocos minutos de que expirara el plazo legal, el Parlamento electo en 2015 autorizó una nueva extensión del Gobierno interino. La tardanza confirma las divisiones y tensiones que cruzan a la oposición.
¿Todos levantaron la mano compartiendo los mismos niveles de responsabilidad, interés y compromiso? Unos creen sinceramente en la importancia del Gobierno interino para la lucha. Otros, en cambio, parece que se limitan a correr la arruga ante su propia incapacidad de elaborar un proyecto alternativo. En fin, que el Gobierno interino se les convirtió en una trampa de la cual no saben salir. Aprueban, pero no cumplen y así se extiende el conflicto interno.
Las voces más críticas jamás presentaron una iniciativa sólida. La propuesta del fideicomiso para la protección de los activos prácticamente no pasó del título. Llama la atención que Julio Borges no haya difundido un texto, avalado por los economistas y expertos legales de su partido, para abrir un debate a fondo sobre la idea.
La misma indefinición acompaña los exhortos a la unidad. Borges repitió el discurso acerca de “la necesidad de crear una instancia unitaria entre partidos políticos y sociedad civil”. Pero, ¿cuándo y cómo se construye esa plataforma?, ¿cuáles son las medidas a ejecutar?, ¿y con qué sociedad civil?, ¿la Fedecámaras que se inscribió en el Frente Amplio y que se subió al carro del Gobierno interino, es la misma de hoy?
Henrique Capriles Radonski también ha exhibido una gran capacidad para identificar las fallas y debilidades del Gobierno interino. Lamentablemente, no ha hecho gala de esa misma asertividad y precisión para brindar una orientación distinta. Aunque las diferencias realmente son de fondo, la ausencia de propuestas bien fundamentadas hace creer a la mayoría que todo se limita a una batalla de egos por la candidatura presidencial.
Los defensores del Gobierno interino pueden celebrar que salvaron -nuevamente- un match point. Pero sería terrible que este 2022 no sea más que un 2021 parte 2 -o 2020 parte 3-. Más que como jefe del Parlamento 2015 o Presidente encargado, Juan Guaidó debe actuar como líder, fijando una ruta y acciones concretas para avanzar. Pasar del verbo a la acción. Eso no depende de la Constitución sino de la capacidad política, muy necesaria para atravesar este Sahara.