Durante largos años en esta aldea estuvimos sometidos a los insultos y exabruptos proferidos desde los micrófonos presidenciales que lograron convencernos de que los venezolanos veníamos divididos en dos: traidores y patriotas, y por lo tanto pareados en todas las posibilidades del sistema binario del pensamiento, que resulta muy práctico para alinear circunstancias y personas, y creer así que se tiene un conocimiento del mundo y sus alrededores. Con esa modalidad se construye una suerte de guía que permite rápidas clasificaciones y calificaciones de los demás, e incluso de uno mismo. No solo es práctico sino tranquilizante, nos endosa la seguridad de saber quiénes son los buenos y los malos, y separar el grano de la paja. Por supuesto, los criterios de separación no son únicos ni universales, de modo que lo primero es delimitar el catálogo con el que vamos a operar, lo que puede llegar a enconadas diferencias y agrias discusiones.
Toda esta introducción tiene por objetivo aterrizar en un fenómeno que vengo observando y es que, apagados los micrófonos presidenciales o, en todo caso, activados en un modo bastante más silencioso, somos nosotros los que hemos venido a demostrar que dividir entre dos es la operación algebraica más simple y más sabrosa. Sobran los ejemplos y propongo visitar algunos, luego cada quien puede hacer su propia colección.
Uno de los favoritos en las redes sociales es el juego de adentro/afuera
Esta es una modalidad bastante reciente por razones obvias. Como ahora un número inédito de venezolanos se ha marchado para instalarse en otro país, asistimos a la frecuente comparación de los que viven aquí con los que viven allá, que no se mira como un fenómeno migratorio de los tantos que ocurren en la historia, sino como una condición, me atrevo a decir, moral. Para unos los que se fueron son dignos de admiración porque son capaces de tomar riesgos y emprender nuevas aventuras, y también de agradecimiento porque gracias al envío de remesas sobreviven sus familiares; para otros son unos ingratos que abandonaron a la madre patria cuando estaba enferma.
Los que se quedaron, en cambio, son apreciados como los resistentes y resilientes que siguen luchando por su país in situ y no se entregan; pero también, para algunos, son los incapaces y lerdos que no tuvieron más camino que quedarse a suplicar su bolsita CLAP o su vacuna china, y aceptar la ignominia del carnet de la patria. Esta división va acompañada de consecuencias para todos. A lo mejor algunos de los que se fueron se sienten frustrados porque no lograron el éxito que se supone deberían alcanzar en un lugar más afortunado, y otros que se quedaron pueden verse a sí mismos como los fracasados que no tuvieron el valor para irse ni la fuerza para cambiar las cosas, y ahora deben aceptar su destino.
Aunque también puede ocurrir que de los que se quedaron algunos hayan logrado un buen modo de vida, y no solamente vinculado con el enchufe y la corrupción. Si usted vive fuera de Venezuela y no le alcanza para mandarle las remesas a su mamá, sino muy de vez en cuando, o nunca, quedará entre los egoístas que olvidan de donde salieron o los fracasados que no logran levantar un sueldo decente. Y si usted vive dentro de Venezuela, aunque no reciba remesas de sus desagradecidos familiares, está en la obligación de besar las manos de quienes las mandan porque de esa manera mueven la economía del bodegón, y además dejan más espacio libre en la cola de la gasolina. En fin, que no hay manera de ganar en este juego de dividir entre dos: éxito o fracaso; traición o lealtad.
Veamos otras modalidades: izquierda/derecha, decente/indecente (para algunos casi lo mismo)
La división binaria de la política dicta que aquellos que apoyaron la revolución son corruptos y muy ricos; los que no la apoyaron, y sobre todo la enfrentaron, son incorruptos y generalmente pobres. Por supuesto, para comprobarlo cabe recurrir a la casuística (fulano y mengano, enchufados, corruptos y millonarios; zutano y perencejo, desprovistos de toda ayuda y luchando a brazo partido para subsistir), y añadirle una dosis de sabiduría vs ignorancia. Los doctos, conocedores e inteligentes son los enemigos de la revolución, en contraposición a los revolucionarios ignaros, ágrafos y brutos. En cuanto a la división izquierda/derecha, visto desde la izquierda caben en la “derecha” algunas personas inteligentes, educadas y hasta buenas, siempre y cuando sean decentes; en la izquierda se encuentran también algunos casos de indecencia, pero pocos. Hay una izquierda democrática, en contraposición de una izquierda no democrática, pero por ahora no se ha escuchado hablar de una derecha democrática, que de acuerdo con las leyes binarias y simétricas debería existir (visto desde la derecha, léase al revés el párrafo anterior).
El resultado de repartir estas barajitas acostumbra a terminar en alguna lista, para que la nómina de buenos y malos sea más fácil de conocer y manejar. De este modo, y este es el punto que quiero subrayar, se construye un perfil moral dependiendo del polo político de quien lo enuncia. En este juego de espejos, todos, o casi todos, hemos participado alguna vez, pero ya es tiempo de abandonar esta “batalla cultural”, que sigue la dirección del divisionismo y no es otra cosa sino la consecuencia del resentimiento que nos queda después de una guerra perdida. Porque, ¿quién ganó aquí? Más allá de las remesas, la diáspora ensombreció al país, y si el país hubiera seguido un buen rumbo no habrían hecho falta las remesas.
La izquierda democrática (o en todo caso la que llegó al poder por vía democrática y abandonó la técnica del coup) perdió una oportunidad histórica. Si Venezuela en 1998 tenía disparidades sociales inaceptables, hoy, en 2022 las ha profundizado a cotas desconocidas. Ya sé que los “verdaderos” izquierdistas dirán que lo ocurrido no es obra de la izquierda, porque la izquierda democrática no comete esas atrocidades, y que los verdaderos errores provienen de la derecha, y así sucesivamente. El mundo dividido entre dos es un permanente y fastidioso prejuicio.