En la aldea
30 abril 2024

Del bolero considerado como una de las bellas artes

“Lo opuesto al amor no es el odio, sino el distanciamiento afectivo”. El autor escribe, ¿o canta? el bolero y su relación con la poesía. Se pasea por autores latinoamericanos y comparte fragmentos con melodías propias que para algunos seguramente traerán más de un recuerdo. Su arraigo en el imaginario colectivo del Continente siempre traerá vivencias de amores perdidos, encuentros inesperados, y sentimientos encontrados; en letras con la pasión que solo en el género del bolero han podio trascender.

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Miguel Ángel De Lima | 30 enero 2022

A Moisés De Lima, músico, presente en mi recuerdo.

Por supuesto que la deuda que este escrito contrae con De Quincey se limita exclusivamente a su título, ya que no pretendo aproximarme a este asunto con la ironía que caracterizó al ingenioso británico. Pude haber optado por Del valor literario del bolero, o tal vez por El bolero, más allá del modernismo, pero ninguno tiene la pegada de la paráfrasis del célebre texto del “escritor de escritores”, como bien lo bautizara Jorge Luis Borges. Una vez aclarado el punto, avancemos a nuestro planteamiento central: ¿Realmente tiene el bolero, como género principal de la canción popular latinoamericana, el vuelo para ser considerado una de las “bellas artes”? Personalmente estaría contento con un escueto “sí”, agregando el previsible “ciertas condiciones aplican”, pero sé que esta prudente coletilla no me salvaría de la inmediata mirada de reojo de muchos puristas de la creación, y que tampoco me lo perdonarían los militantes de la sedicente “alta cultura”. Así que se impone una justificación de mi aserto, el motivo de mis palabras. Antes de detallar mi posición, debo indicar que me centraré en las letras de las canciones del género, dejando a un lado su música -frecuentemente exquisita- o los grandes intérpretes que han marcado la historia con impresionantes y memorables actuaciones.

Oficialmente, la andanza del bolero comienza en Santiago de Cuba en 1883, con Tristezas, escrito por el sastre cubano José Pepe Sánchez (1856-1918), de letra del todo prescindible, más allá de su carácter pionero en un terreno que ha demostrado su fertilidad muy por encima de esta semilla primigenia:

Tristeza me dan tus quejas mujer / profundo dolor que dudes de mí / no hay prueba de amor que deje entrever / cuánto sufro y padezco por ti.

La suerte es adversa conmigo / no deja ensanchar mi pasión / un beso me diste un día / lo guardo en mi corazón.

Como dato importante de temporalidad, nótese su cercanía con el modernismo, al que antecede, cuya partida de nacimiento data de 1888, con la publicación del poemario Azul rubeniano. Pero el bolero, como género musical, tuvo y mantiene la sabiduría de haber prolongado su vigencia mucho más allá que la del modernismo como movimiento literario, al agotarse este último en sus cultismos y en sus ripios preciosistas, necesariamente decadentes después del brillo del inmortal nicaragüense.

“Era nuestra tarea presentar la estrecha cercanía del bolero con la poesía, más allá de los innumerables intentos fallidos de muchos autores por lograr trascender la estética del bar y la rockola”

El bolero ya se venía escuchando, sin letra, desde mediados del siglo XIX, con controvertidas raíces españolas (algunos hablan de un supuesto volero gitano, por ser típico de sus bailes, movimientos que imitan el vuelo de las aves), elementos de la contradanza del siglo XVIII, y de la habanera de inicios del XIX (con su propia historia a partir de la aparición de El amor en el baile, la primera habanera, en 1842). Otros suman elementos del vals, del son y del danzón. Posteriormente, ya entrado el siglo XX, el bolero funcionó como verdadera aspiradora de otros géneros, absorbiendo contenidos y melodías de diversas fuentes, abriendo el paso al bolero son, al bolero ranchero, al bolero mambo, al bolero urbano y al filin, sin olvidar el abundante trasiego de tangos al mundo del bolero, sin ningún reparo.

Más allá del dato de Tristezas, como el primer bolero con letra para ser cantada, es 1911 el año señalado para el primer bolero de resonancia mundial, Quiéreme mucho de Gonzalo Roig: Quiéreme mucho, dulce amor mío / que amante siempre te adoraré (…) / Cuando se quiere de veras / como te quiero yo a ti / es imposible mi cielo / tan separados vivir.

En este punto es oportuno iniciar el análisis del valor literario de las letras de algunos de los mejores boleros -con la ineludible subjetividad de por medio-, labor ya adelantada en diversas latitudes, como se aprecia en Monsiváis en México (El harem ilusorio, 1998), en nuestro cercano Castillo Zapata (Fenomenología del bolero, 1992) o, en un esfuerzo de mayor aliento, en Jaramillo Agudelo, en Colombia, a través de su muy sabrosa Poesía en la canción popular latinoamericana (Pre Textos, Valencia, 2008), donde suma tangos y rancheras al bolero, en su indagación por encontrar “verdadera” poesía en las letras de estas canciones. El poeta colombiano señala, de entrada, “el desprecio -casi nunca admitido- que en nombre de la Poesía y de la Cultura se ejerce contra la canción”. Incluso Vásquez Montalbán incurre en ese prejuicio, al denigrar de la canción latinoamericana cuando defiende el valor de la española, permitiéndose apenas un mezquino “elogio”, si se me permite el oxímoron, cuando afirma que “esa canción sentimental cumplió su papel evasivo y bailable en los noviazgos de las clases populares y en algunos casos alcanzó ciertos niveles de belleza expresiva (Noche triste, Amar y vivir, Yo te diré)”. Yo compartiré aquí cumbres del género cuyo valor poético es notable e incluso sobresaliente, más allá de los problemas que con frecuencia presentan estas letras: “El sentimentalismo, la cursilería, el lugar común, la simplicidad” (de nuevo apoyándome en Jaramillo), a los que agregaría un machismo elemental -aspecto en el que coincide con las rancheras- y cierto modernismo decadente en sus obras más tempranas. Me decantaré por trabajar solamente con alguna serie inicial, dada la desmesura en la producción “bolerística” a lo largo del pasado siglo, que torna imposible una mirada exhaustiva a un sinnúmero de canciones en tan breve espacio.

“El bolero, como género musical, tuvo y mantiene la sabiduría de haber prolongado su vigencia mucho más allá que la del modernismo como movimiento literario”

Como era previsible, no hay una relación constante entre el valor literario del bolero y la profundidad de su huella en la cultura popular. Esto es, hay piezas de indudable calidad poética que no calaron en el sentimiento de los escuchas y hay otras de letras justificadamente merecedoras del olvido, incrustadas en el fondo de la memoria de nuestros pueblos. Pero qué suerte: también ha habido la amalgama del alto vuelo literario con excelente musicalización y la consecuente adición de esa obra al patrimonio musical y cultural latinoamericano.

Comencemos de forma quizás sorpresiva con Amor se escribe con llanto, del cantautor colombiano Álvaro Dalmar (Álvaro Chaparro Bermúdez, Bogotá, 1917-1999), toda una leyenda en Colombia:

Amor que llegaste riendo / amor que te vas llorando / ayer de dicha cantando / hoy sin ilusiones / con mis tristezas, muriendo.

Habría que ser muy mezquino, muy falto de sensibilidad o simple víctima del prejuicio, para no reconocer aquí una clara resonancia del mismísimo Juan de Yepes Álvarez. Sí, del inmortal San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual:

Y todos cuantos vagan / de ti me van mil gracias refiriendo / y todos más me llagan / y déjame muriendo / un no sé qué que quedan balbuciendo.

Antes de que se me eche al foso de los leones, debo aclarar que obras del Doctor Místico han sido musicalizadas y vertidas a especies tan disímiles como el rock o el flamenco. ¿Por qué no podría el eco de su obra haber llegado hasta un poeta neogranadino de inicios del siglo XX, con estudios de filosofía y letras en Harvard? De hecho, no parece casualidad como cierra Dalmar la que ha sido escogida como la “mejor canción romántica colombiana de todos los tiempos”:

Tu querer fue un cariño como de santo / tibia luz en las noches de mi extravío / te adoré, y a pesar de quererte tanto / hoy me has enseñado / que amor se escribe con llanto.

No sobra decir que la mejor versión de esta pequeña masterpiece es la de nuestro bolerista de América, el muy prematuramente fallecido Felipe Pirela, quien también hizo una excelente grabación de Espumas, del médico y compositor también colombiano, Jorge Villamil, bolero compuesto en 1962:

Amores que se fueron / amores peregrinos / amores que se fueron / dejando en tu alma / negros torbellinos (…)

Espumas que se van/ bellas rosas viajeras / se alejan en danzantes / y pequeños copos / formando el paisaje / ya nunca volverán (…) Espejos tembladores / de aguas fugitivas (…)

Continuemos con Ódiame, en realidad un poema de Federico Barreto (Tacna, 1886-1929), intitulado El último ruego (1903), musicalizado por Rafael Otero López:

Ódiame, por piedad yo te lo pido / ódiame sin medida ni clemencia / odio quiero yo, más que indiferencia / el rencor hiere menos que el olvido.

Yo quedaré, si me odias, convencido / de que me amaste ayer con insistencia / pues estoy cierto de que en la existencia / tan solo se odia lo que se ha querido.

“El bolero ya se venía escuchando, sin letra, desde mediados del siglo XIX”

¡Pues henos aquí delante de un apretado compendio de psicología kleiniana! La que nos sugiere, dentro de la así llamada teoría de las relaciones objetales, que lo opuesto al amor no es el odio, sino el distanciamiento afectivo. ¡Exactamente la misma propuesta de Barreto! Pero hay un histórico detalle: nuestro poeta lo planteó en la yunga costera del Perú tres décadas antes de la aparición de Amor, odio y reparación por parte de Melanie Klein, figura estelar de la historia del psicoanálisis.

Otro tanto podría decirse de Te odio, del cubano Félix Caignet (1892-1976):

Mis noches son tristes / me ciegan los celos / quisiera matarte y besarte a la vez / el odio es cariño, no me cabe duda / porque te odio y te quiero a la vez.

Por la misma senda se desplazaron algunas de las más de 700 obras del “músico poeta”, Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, o simplemente “Don Agustín”, porque ninguna reflexión mínimamente seria sobre el mundo del bolero estaría completa sin un pasaje por la obra de Agustín Lara. En esta oportunidad, en su faceta de versado en los códigos de los bajos fondos, donde malvivió en los años de su juventud:

Por qué te hizo el destino pecadora, si no sabes vender el corazón / por qué pretende odiarte quien te adora / por qué vuelve a quererte quien te odió…  (Pecadora)

Sin embargo, en materia de odio sobresale con voz propia el maestro mexicano Luis Demetrio -el mismo de ¿Quién será?, La Puerta o Si Dios me quita la vida-, quien se atreve al exceso de Voy:

Voy a mojarme los labios con agua bendita / para lavar los besos que una vez me diera / tu boca maldita.

Voy a ponerme en los ojos / un hierro candente / pues mil veces prefiero estar ciega / que volver a verte.

El mismo Demetrio insiste en Bravo:

Te odio tanto / que yo misma me espanto / de mi forma de odiar.

Si nos desplazamos a la envidia, tenemos una joya en el bolero homónimo de Gregorio García Segura:

Cuando digo tu nombre / tengo envidia de mi voz.

Envidia / tengo envidia del pañuelo / que una vez secó tu llanto / porque yo te quiero tanto / que mi envidia es solo amor.

Se deben mencionar composiciones que no destacan tanto por la excepcional calidad de sus letras, sino por el dramatismo de su origen; es el caso de Te quiero, dijiste (“Muñequita linda”), cuya historia es poco conocida. Se trata de uno de los tantos éxitos de la mexicana María Grever (María Joaquina de la Portilla, 1885-1941), alumna de Debussy, quien manejó a través de su veta creativa el profundo duelo que la aquejaba por la muerte en sus brazos de su hija de seis meses:

Muñequita linda / de cabellos de oro / de dientes de perlas / labios de rubí

Dime si me quieres / como yo te adoro / si de mí te acuerdas / como yo de ti

Y a veces escucho / un eco divino / que envuelto en la brisa / parece decir

Sí, te quiero mucho / mucho, mucho, mucho / tanto como entonces / siempre hasta morir.

Así que esta canción, inscrita con fuerza en el cancionero infantil latinoamericano, no es una “bonita pieza” para niños, sino el canto lastimero de una madre en recuerdo de su hijita ausente.

Dentro de sus tantas facetas, hay una variante “radical” del bolero, llamado el bolero despecho o bolero cantina, forma que tomó el género en los países andinos, donde, al decir del escritor ecuatoriano Abdón Ubidia: aquel hombre, en la cantina, frente a la botella de aguardiente, escucha en la rockola una voz que le cuenta que un hombre, en una cantina, frente a una botella de aguardiente… Dentro de esta clase, sobresale el pasillo Sombras, musicalizado por el maestro ecuatoriano Carlos Brito Benavides en 1936, cuya letra es el poema Cuando tú te hayas ido, de la mexicana Rosario Sansores (1889-1972):

Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras / cuando tú te hayas ido con mi dolor a solas / evocaré este idilio con sus azules horas / cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras.

Y en la penumbra vaga de la pequeña alcoba / donde una tibia tarde me acariciaste toda / te buscarán mis brazos, te buscará mi boca / y aspiraré en el aire aquel olor a rosa.

En la penumbra vaga de esta vereda triste / testigo silencioso de todas nuestras cosas / yo te daré mis besos y buscaré tu boca / cuando tú te hayas ido te perderé en las sombras.

Unos 20 poemas de Sansores pasaron a ser canciones en Ecuador, donde su obra fue muy admirada. Inexplicablemente, tal vez nuestro mayor especialista, el comunicador Rodulfo González, no incluye a Sansores en su enjundiosa obra Grandes compositores y compositoras del bolero (2017).

“¿Realmente tiene el bolero, como género principal de la canción popular latinoamericana, el vuelo para ser considerado una de las ‘bellas artes’?”

Más allá de la altura adonde pueda llegar en su vertiente más lírica, el género también destaca por su potencia al graficar situaciones afectivas concretas, como las que se producen en ciertos locales nocturnos de grandes conglomerados urbanos, cuando algún cliente establece lazos afectivos con la trabajadora sexual de turno, inexorablemente conflictivos, por las características del vínculo creado. Aquí brilla con luz propia Luces de Nueva York (“Vuelve al cabaret”) (1957), del boricua Roberto “Tito” Mendoza:

Fue en un cabaret/  donde te encontré bailando / vendiendo tu amor / al mejor postor / soñando (…) y pasado ya algún tiempo / pagaste mi lindo gesto/ con calumnias y traición

Vuelve al cabaret / no me importa ya tu suerte / ya no quiero más / volverte a encontrar / ni verte

Vuelve ahí cabaretera / vuelve a ser lo que antes eras / en aquel pobre mulgón / ahí quemaron tus alas / mariposa equivocada / las luces de Nueva York.

No obstante, el indudable campeón en este rubro particular del bolero urbano es, por las razones ya dichas, el Maestro Agustín Lara. Así, en Aventurera:

Vende caro tu amor, aventurera / dale el precio del dolor, a tu pasado / aquel, que de tu boca la miel quiera / que pague con brillantes tu pecado.

O en Pervertida:

A ti consagro toda mi existencia / la flor de la maldad y la inocencia / es para ti, mujer toda mi vida / te quiero, aunque te llamen pervertida.

Lo mismo en Te vendes:

Te vendes / quien pudiera comprarte / quién pudiera pagarte / un minuto de amor.

La vida, la caprichosa vida / convirtió en un mercado / tu frágil corazón.

Sin embargo, no es nuestra meta realizar un sesudo estudio antropológico sobre los vínculos más que claros entre esta veta del bolero urbano y la dinámica sentimental en los ambientes “nocturnos”. Era nuestra tarea presentar la estrecha cercanía del bolero con la poesía, más allá de los innumerables intentos fallidos de muchos autores por lograr trascender la estética del bar y la rockola. Para nuestro disfrute, hay quienes sí lo han logrado, como apreciamos en varias de las letras de los autores ya mencionados, y en la obra de tantos otros como la mexicana Consuelo Velásquez; el maravilloso trío de Puerto Rico (Rafael Hernández, Pedro Flores y Benito de Jesús), y el cubano Osvaldo Farrés. El pionero del bolero en Venezuela, don Lorenzo Herrera, destacó más por su talento melódico que por el vuelo de sus letras.

Independientemente del autor, siempre habrá un puente entre bolero y literatura que nos invita a cruzarlo. No importa que seamos, al decir de Mario Clavell, un sueño imposible que busca la noche / dos gotas de llanto en una canción.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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