En la aldea
08 diciembre 2024

“Carlos Oteyza es capaz de despertar conciencias dentro y fuera de Venezuela”.

Carlos Oteyza también resiste

Rómulo Betancourt aplicaba un curioso sintagma: propaganda agitativa. Eso, la propaganda agitativa, en este artículo pasa por valorar una filmografía centrada en la mal llamada Cuarta República y, específicamente, versa sobre el trabajo del testarudo cineasta Carlos Oteyza, quien además es historiador. Ha aprovechado el inmenso caudal del archivo audiovisual que Bolívar Films acumuló -y conserva en la empresa hermana, Cine Archivo B.F.- durante años de dictadura y democracia para construir una cartografía amena y realista del pasado reciente venezolano. Ver sus documentales es la mejor manera de contrarrestar la propaganda oficial. “RR, Rómulo resiste” es el más reciente obús de Oteyza.

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Sebastián de la Nuez | 20 febrero 2022

Su filmografía documental es valiosísima para instruir, educar y dar valor a lo que hicieron en el pasado reciente las figuras de la política, el deporte y las artes que le señalaron un rumbo a Venezuela, rumbo que en algún momento se desvió y terminó en esto. Sus audiovisuales deben ser compartidos, discutidos; deben ser material obligado entre estudiantes de bachillerato; deben ser visionados en foros entre vecinos de las comunidades de cualquier clase social. Merecen viralizarse.

La película RR, Rómulo resiste se estructura sobre dos planos: los hitos del quinquenio del presidente Rómulo Betancourt (1959-1964), de una parte, y la peripecia íntima de la familia Oteyza, reflejo de un estrato en ascenso dentro de un país que ofrecía oportunidades amplias al emprendimiento. Nunca lo había hecho antes en sus documentales, este director y productor, un ejercicio testimonial a la semisombra de los hechos políticos y sociales. Le pregunto a qué obedece, si es una deuda personal o una forma de aterrizar en la clase media en ascenso aquellos hitos que implican, sobre todo, a las grandes mayorías empobrecidas. No sabe la respuesta a ciencia cierta, puede que sea un compendio de todo eso: lo cierto es que asume este rol de contarse a sí mismo en tanto su memoria, que es la memoria de una Caracas resplandeciente aun dentro del cinturón de miseria que por entonces florecía, opera como una promesa del país posible. Sin duda conecta con el espectador que vivió esa época.

“Hay secuencias en ‘RR, Rómulo resiste’ -Sabana Grande de noche, los juegos en el colegio San Ignacio, las avenidas limpias de una capital que parece estrenar traje de novia-”

Según Carlos Oteyza, este tipo de productos resulta difícil de vender en la plataforma Netflix, por ejemplo, porque es una temática muy focalizada; por eso ha optado por dejar libre el vídeo en Cinesa Channel en YouTube. En Cinesa Channel están, también y de manera gratuita, otras producciones que ha hecho, cada una de ellas una semblanza, una historia, los vestigios de un país esforzado -con sus grandes lunares- que intentaba consolidar su democracia.  

RR, Rómulo resiste tiene interés porque los temas que toca hablan tanto de los años seseta como de los de ahora. Es como un juego a dos bandas: Oteyza echa el cuento tomando muy en cuenta el presente. En este caso, se evidencia el abierto antagonismo Castro-Betancourt, dos maneras de hacer política, de ver el mundo y de otear las posibilidades del futuro. Oteyza sabe lo que hace cuando enfrenta desde el montaje -y un montaje es fundamental para dar sentido a lo que el director quiere decir- a Rómulo y Fidel, el primero construyendo y extendiendo lazos internacionales, el segundo insultándolo porque el venezolano no va a financiar su revolución. Castro llama a Betancourt, véanse las ironías de una lengua viperina desde la perspectiva histórica, «miserable», «sanguinario tirano» y «vendepatria» por haber recibido la visita del presidente John F. Kennedy y por haber ido él más tarde a Washington a devolvérsela. El poder de clarificación y convencimiento de estos documentales quizás no haya sido bien evaluado; sería una muestra de inteligencia y de asertividad que Juan Guaidó, Henrique Capriles Radonski, Leopoldo López o María Corina Machado en algún momento de sus declaraciones o arengas dijeran: «Por cierto, en este documental sobre el quinquenio de Rómulo Betancourt se ve bien a las claras cuál era la actitud del castrismo, que todavía a estas alturas está en el poder, hacia Venezuela y sus líderes, desde un principio. Aconsejo verlo».

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Un documental anterior de Oteyza, El pueblo soy yo: Venezuela en populismo, no está en Cinesa Channel de YouTube y es una lástima porque tal vez sea el mejor de su filmografía hasta ahora. Es muy recomendable tenerlo a mano en universidades y compartirlo. No está en Cinesa Channel por la sencilla razón de que no le pertenece a Oteyza sino que es propiedad de la productora ligada al ensayista mexicano Enrique Krauze (Oteyza fue solo el director), quien por cierto hace una lectura clave del régimen chavista. El pueblo soy yo: Venezuela en populismo es una denuncia bien documentada que en Madrid despertó la conciencia de muchos españoles -hasta entonces medio despistados- en 2018, cuando fue exhibido este film en salas comerciales. Destaca el tratamiento cinematográfico de los rostros: los primeros planos de sus personajes de las barriadas son un catálogo del arrepentimiento, del horror, de la desolación y uno entiende que la mirada del venezolano en la calle, en las colas, frente a la calzada desbordada de deshechos, debería ser atendida también como prueba de la Emergencia Humanitaria Compleja ante instancias internacionales. Constituyen esos rostros un rosario del desahucio, de la precariedad, del abandono: atestiguan la desgracia provocada por el chavismo.

No hay gestos de mayor soledad que los de la secuencia final, jóvenes y viejos. La película remacha una idea que es oportuna advertencia en la Europa de estos días: esto que le ha sucedido a Venezuela no es una casualidad cósmica sino algo que puede suceder en cualquier sociedad, si los ciudadanos no saben escoger, si se olvidan de los fundamentos de la democracia y se dejan guiar tan solo por su indignación ante los desmanes de los políticos. Una frase de Krauze como sujeto entrevistado, al comienzo, resulta definitiva: ¿por qué le sucedió esto al pueblo de Venezuela? «Porque en cierto momento desesperó de la democracia y entregó todo el poder a un solo hombre». Krauze y los otros trece entrevistados a lo largo de hora y media llevan el peso argumental, el contenido, digamos, conceptualmente masticado.

“Te hacen volver a pensar en las posibilidades de un país que intuyes ahora soterrado, herido, acorralado, hostigado y empobrecido pero a fin de cuentas vivo y creativo”

Una trilogía de mediometrajes de Oteyza muy importante es El Reventón, llevando una secuencia acerca del devenir petrolero del país: arranca en 1914 y termina con la ascensión de Hugo Chávez al poder, cuando anunciaba en campaña electoral que a PDVSA había que someterla al Estado y no permitir que siguiera realenga por ahí. No lo dijo con esas exactas palabras, pero ahí está recogido en el tercer episodio. En un conversatorio en Casa de América, Madrid, en enero de 2017, Oteyza anotaba una constante: el desasimiento frente a la industria petrolera por parte de la población, lo ajeno que le resulta el tema al venezolano de a pie así como ese ritornelo de los diferentes sectores pidiendo cada uno su cuota de la renta.

Pedro Palma, economista que también hacía parte del coloquio (aparece en estos documentales, así como en el de Rómulo resiste), aportó cifras en Casa de América que demostraban la brecha histórica entre precios altos y sana inversión, de lo cual se deduce el escaso criterio para «sembrar el petróleo» que ha sido recurrente tanto en gobiernos democráticos como durante el chavismo. «Jamás [los gobiernos] mostraron ánimo por el ahorro y modestia ante las subidas del precio del barril. Por supuesto, todo eso se agravó con el chavismo, que hizo de PDVSA una gran caja chica para financiar el gasto social, no inversión». Citó Palma la «soberbia y estupidez de Hugo Chávez» cuando en alguna cadena dijo que el petróleo bajaría de precio en el año 3000.

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A propósito de RR, Rómulo resiste es conveniente hacer hincapié en la estela pedagógica que dejó el líder en varios sentidos. Un elemento es el que da título al audiovisual y que tiene su núcleo tras el atentado de Los Próceres en 1962, cuando una bomba le quemó las manos. Salió esa misma noche por televisión, desde Miraflores, porque él era el timonel del barco y un barco no se puede quedar sin timonel. Poco después fue cuando dijo aquella frase, «soy un presidente que ni renuncia ni lo renuncian».

Ese sería un primer elemento, el tener la meta clara.

“Esta tarea de despertar conciencias dentro de Venezuela es urgente. Si no, mañana llegaremos a luchar allá sin que una estaca siquiera se haya afianzado en la masa”

Rómulo Betancourt en 1931

Una vez finalizado su mandato en 1964 y traspasada la presidencia a su compañero Raúl Leoni, prefirió pasar a la reserva y marchar a Berna. Jamás volvió a postularse, cosa en la que sí se empeñó hasta la saciedad su excontrincante Rafael Caldera.

Ese sería un segundo elemento, la idea de alternabilidad emparentada con el concepto de democracia partidista.

Un tercer elemento es la comunicación, de allí la necesidad de dar aquella señal en TV el mismo día en que le hicieron el más grave atentado de su vida. Betancourt siempre le había dado importancia a los medios de comunicación como portadores de ideas que convencen a la gente. Desde los años ‘30, en particular, se refería a la prensa escrita -eso hoy en día puede extrapolarse a medios audiovisuales y digitales- como una herramienta de convencimiento. Seguramente le haya debido tal conciencia a la tradición bolchevique y acaso leyera o tuviese conocimiento desde muy temprano de lo que Lenin propone en Qué hacer, donde dedica un capítulo al plan para un periódico político central destinado a cubrir toda Rusia, y esto fue tan temprano como 1902.

Hay varios artículos en los archivos de La Gran Aldea, todos excelentes (por ejemplo Rómulo Betancourt, el presidente distante; Rómulo Betancourt y el realismo político; De Rómulo Betancourt el gran constructor a Hugo Chávez el destructor), hablando de aspectos del nativo de Guatire; esto es así porque su trayectoria y su figura siguen siendo referencia en el día a día: sale ganando cada vez que se le compara con lo que ha venido después, crece y alumbra como una luz cenital mientras el país oscurece de mediocridad política. Sin embargo, falta algo en ellos. La historiadora Mirela Quero de Trinca, en su estudio preliminar de la Antología Política de Betancourt, dice que fue «un impulsor y vehemente defensor de la prensa partidista, que además de servir de vehículo orientador de la militancia y difusor de la doctrina del partido, era un medio eficaz para la propaganda agitativa y para la comunicación entre los militantes» [en el Estudio preliminar. El tercer exilio de Rómulo Betancourt. Volumen Sexto de la Antología Política. Fundación Rómulo Betancourt. Caracas, 2004. Pg. 18].

“Su trayectoria y su figura siguen siendo referencia en el día a día: [Rómulo Betancourt] sale ganando cada vez que se le compara con lo que ha venido después, crece y alumbra como una luz cenital mientras el país oscurece de mediocridad política”

Lo de agitativa es término usado por el propio caudillo.

En su memorándum sobre la situación política, sumamente deprimente para las tesis democráticas en ese momento, septiembre de 1955, Betancourt dedica un punto al papel de la propaganda, ligado al de la prensa. Habla allí de tirajes especiales de Venezuela democrática e Informaciones venezolanas, así como de realizar el «viejo proyecto» de editar el pasquín Resistencia en el exterior y hacer que las ediciones entren clandestinamente al territorio nacional [Pg. 103 de la misma obra citada más arriba]. Mucho antes, tan pronto como mayo de 1931, en carta dirigida a Valmore Rodríguez desde el exilio, hace énfasis en la necesidad de crear un periódico. Dice que le ha escrito a Josefina Juliac para que asegure al menos 20 dólares (sí, veinte dólares) para financiar la edición de mil ejemplares. No habla de línea editorial, sino política: «La línea política del periódico la ajustaremos a nuestro Plan, definiéndonos de una vez, francamente y para siempre, anticaudillistas, antiimperialistas, hombres adscritos a una ideología con una fe y una filiación que defender». Finaliza con esto: «Esta tarea de despertar conciencias dentro de Venezuela es urgente. Si no, mañana llegaremos a luchar allá sin que una estaca siquiera se haya afianzado en la masa».

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No cabe duda: como en el caso de lo que buscaba Betancourt con su prensa partidista, Carlos Oteyza es capaz de despertar conciencias dentro y fuera de Venezuela, donde la diáspora puede ver hoy también, sin la intermediación del papel y solo contando con acceso a internet, varios de las producciones que hacen crónica de los valores de la democracia puntofijista o no puntofijista. Por eso, frente al chavismo, muestran o están en capacidad de mostrar eso que podríamos llamar, siguiendo al piache de la pipa, capacidad agitativa.

Pedro Palma, esta vez como entrevistado en Rómulo resiste, dice que Betancourt dejó al país convicción en la democracia. Nada más y tampoco nada menos sino eso. Ese adicional cuarto elemento daría hoy una esperanza, ¿no?, al menos una lucecita tenue al final del túnel.

“Las ideas elementales de democracia, desarrollo y convivencia son las que valen para siempre”

Los documentales de Oteyza rescatan o refuerzan esa convicción. En otro dedicado a Carlos Andrés Pérez -tan denostado y odiado en su momento, el buque Sierra Nevada en los titulares y más tarde los notables cayéndole como hienas por la partida secreta- que se titula CAP: 2 intentos, el presidente que más certeramente advirtió sobre la amenaza que significaba Hugo Chávez sale bien librado en el balance, el espectador concluye que él también, sobre todo él, estaba impregnado de aquella convicción en la democracia que compartía con Betancourt. Incluso gente que se le oponía aparece en el film y expone sus razones y cómo ve las cosas después de varias décadas… y sí, esos adversarios salen igualmente bien librados. Tal vez porque eran eso, adversarios y no enemigos a quienes debe aplastarse. También está liberado este largometraje en Cinesa Channel. Todos estos documentales muestran realidades fundamentales de la era democrática 1958-1998 y lo hacen sin nostalgias lastimeras… y, en cualquier caso, ¿cuál es el problema con la nostalgia? No hay porqué temerle o denigrar de ella. Hay secuencias en RR, Rómulo resiste -Sabana Grande de noche, los juegos en el colegio San Ignacio, las avenidas limpias de una capital que parece estrenar traje de novia- que te hacen volver a pensar en las posibilidades de un país que intuyes ahora soterrado, herido, acorralado, hostigado y empobrecido pero a fin de cuentas vivo y creativo. Esa energía -no la del hombre que sí camina, el que va de frente y da la cara, sino la de todo un país- debe estar escondida en alguna parte esperando su momento. Y da para pensar en algo: que las ideas elementales de democracia, desarrollo y convivencia son las que valen para siempre, no la basura ideológica. Si mal no recuerdo es la escritora Elisa Lerner quien dice, entrevistada en RR, Rómulo resiste y tratando de explicar las guerrillas y las asonadas de 1962, refiriéndose al pueblo venezolano: «Es como una borrachera histórica que nos hace díscolos, nos enceguece».

Debe de tener razón, vistas las cosas a la distancia; pero tal vez, solo tal vez, uno desearía que el pueblo venezolano volviese a emborracharse y ejerciera a plenitud eso que parece haber perdido, aparentemente, en los últimos años: capacidad agitativa. Aquel empuje de otras décadas.

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Un mozalbete de unos 10 o 12 años ve televisión un día de los años sesenta, tranquilamente arrellanado en la sala de su casa -la quinta Siboney, pongamos por caso- cuando aparece en pantalla un señor que acaba de sobrevivir a un bombazo, un señor de anteojos muy serio que tiene las manos absurdamente abultadas por los vendajes. Habla con voz atiplada y dice no sé qué cosa sobre que nadie lo renuncia ni que a él se le ocurrirá jamás renunciar a nada (o algo parecido). El chico en la quinta Siboney que nos imaginamos manipula, mientras ve la tele, una camarita Kodak Instamatic que recién le han regalado sus padres. Mira al de los vendajes a través del visor pero no va a disparar porque la cámara no tiene el cubo del flash colocado. El chico, que se llama Carlos, no lo sabe en ese momento pero lo sabrá más tarde: que la Kodak y el de los vendajes serán su profesión.

*La fotografía fue cedida por el Departamento de Prensa de Cinesa a Sebastián de la Nuez, y del autor al editor de La Gran Aldea.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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