Todo en este libro tiene una personalidad singular. Hay, por ejemplo, unos párrafos sobre su autora,Andrea Abreu, y otros sobre su editora,Sabina Urraca, quien además escribe un prólogo donde dice cosas como esta sobre la novela que editó: “Si tuviera que definir el libro delante de un público, no sabría cómo hacerlo sin llorar un poco, la verdad”.
Dice también que “Panza de burro es una novela febril. Contamina”. Y no miente ni exagera.
La novela de Andrea Abreu no te suelta. Su tono, su estilo, sus personajes, la música de sus palabras se quedan contigo. Cierras el libro y ahí están. Lo terminas de leer y ahí siguen. Hay una magia, un embrujo en esta historia en apariencia tan sencilla como el pequeño gran mundo de dos niñas que viven en una isla, en un contexto rural, paradójicamente lejos del mar que las rodea, calle arriba y calle abajo, queriéndose con pasión y odio, con ganas arrebatadas de morirse juntas, de envejecer juntas, en pleno tránsito hacia la adolescencia.
Y si acaso se te ha cruzado la idea de escribir, también te ocurre lo que le pasó a Sabina: sentirás envidia, vas a querer haber escrito “Panza de burro”, con ese asombroso talento para llevar al papel una oralidad desbordada y divertida.
La historia es así: Tenemos a Isolda y a la narradora. Ambas deben estar alrededor de los 12 años, aunque Isolda es una niña más desenvuelta, extrovertida, con una luz propia que la hace destacar, capaz de conversar con soltura con las viejas del pueblo, de desafiar a su abuela, de salirse con la suya, de ser reconocida por los muchachos mayores que fuman marihuana en las cercanías del cyber, de ir ella sola a que le recen el maldeojo, de meterse el dedo en la garganta para vomitar. Y su amiga la admira. Y la envidia.
“Ella pensaba que la vida solo era una vez y que había que probar un fisquito siempre que se pudiese. Y un fisquito de anís, miniña? Un fisquito namás. Un fisquito namás. Un fisquito namás, decía”.
Andrea Abreu nació -1995- en un pueblo nublado en el norte de Tenerife, España. Y su novela -la primera que publica- transcurre en ese espacio del campo canario, a la luz de un techo de nubes bajas -a eso le llaman “panza de burro”-, entre abuelas, tías, padres y madres que se desloman trabajando y que se entienden todos en un código oral chispeante, cerrado, con sus propias normas y su propia música. Y ese tono, ese código, es el de la narradora y los personajes: el habla canaria. Mejor dicho, el habla de un rincón de las Canarias.
He dicho tono y música varias veces: no hay otra manera de apuntar a uno de los dos grandes aciertos de esta novela, el que te encandila desde las primeras líneas y te conquista de forma irremediable. El otro es la ternura.
Es una ternura que no empalaga porque es la de la autora que nos lleva de la mano -o nos agarra por el cuello- a las escenas de ese verano de 2000 en el que no habrá playa sino maneras de llenar el ocio, en el que entraremos a la intimidad, a las cabezas de estas niñas que sueñan despiertas, que juegan con barbis que se tumban encima de los ken, que han hecho ya sus primeros descubrimientos sobre la sexualidad, que quieren descubrir y descubrirse, que se exponen a riesgos cotidianos, que sienten curiosidad por el mundo más allá de sus calles de siempre, que son cómplices, que se quieren, que se buscan y se empujan, que se exploran. Y esa misma ternura de la autora, con su desparpajo y naturalidad, hace que las cosas fluyan sin juicios morales, sin cuestionamientos: esto es lo que es y sabes que tú, lector-lectora, también pasaste por ahí alguna vez.
“Panza de burro” fue publicada en junio de 2020 por Editorial Barrett. Comenzó a tomar forma en un taller de escritura dictado por Sabina Urraca en el que Andrea, entonces una periodista de tiempos complicados exprimida por un diario, participaba como alumna. Con esta novela Andrea ha quedado ya bajo los focos, ganó un poco de celebridad y algunos premios. La consideran una voz disruptiva de la literatura canaria, artífice de una especie de reivindicación de la narrativa isleña. Y seguramente lo es. Pero también va más allá: este no es un relato costumbrista ni una colección de aventuras juveniles porque lo que ocurre, las tramas y las subtramas, son universales y contemporáneas. Que no se equivoque nadie.
La única salvedad que puedo hacer sobre “Panza de burro” es que para disfrutar al máximo la lectura necesitas conectar con la ternura y con la música del texto. Pero si no lo haces -y disculpa el diagnóstico- es que hay algo muerto dentro de ti.