En la aldea
10 octubre 2024

Hay mucho por decir

En este nuevo viraje de la realidad nacional, “parece que el espectáculo se prioriza por encima de la atención médica o la dotación de los bomberos”. Un collage de recuerdos de las protestas de 2017, de la escasez de 2018, de los “bachaqueros”, de la represión soterrada donde hasta “un tuit era motivo para ir preso”. Pero hoy, la “burbuja” que sigue siendo Caracas, a pesar del padecimiento diario por las fluctuaciones eléctricas y la escasez generalizada de agua; contrasta con muchas ciudades, grandes y pequeñas del interior del país, donde aunque se reproduzcan pequeños nichos de “disfrute”, a la vuelta de cualquier esquina la situación de pobreza es alarmante.

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Mari Montes | 12 abril 2022

Me alegra ver a mi familia y amigos que viven en Venezuela, disfrutando de buenos ratos. Trabajan mucho, como la mayoría, con empleos y oficios decentes que les permiten darse gustos de vez en cuando. Me alegra saber que ya no es como la última vez que estuve allá, cuando había que “bachaquear” para tener lo necesario en la despensa. Los bachaqueros eran, como se dice ahora, una especie de buhoneros, algunos marchantes o a domicilio, a quienes había que pagarle el doble, el triple, o hasta cinco y seis veces más del costo real o PVP de un producto. Tenían de todo. Vendían desde harina hasta medicinas que no estaban disponibles ni en las mejores farmacias, pasando por repuestos automotores y cauchos.

Fueron días duros. A esas carencias derivadas de la escasez, había que sumar el dolor por la brutal represión desatada en cada ciudad donde se desarrollaron protestas. Era el año 2017. No había sanciones, no había interinato, tampoco  había piedad ni derechos humanos, no había derecho a protestar ni a expresarse libremente. Un tuit era motivo para ir preso.

La violencia con la que fueron sometidas las manifestaciones, las detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas y las historias de los jóvenes que fueron torturados luego de ser detenidos por la Guardia Nacional, no podemos olvidarlo. Estuve en dos protestas que fueron reprimidas de manera desproporcionada por la Policía Nacional Bolivariana (PNB); recuerdo que en una esquina de la Avenida Victoria estábamos congregadas unas 20 personas y pasó un escuadrón con el mismo número de efectivos en motos, y cada uno lanzó una bomba lacrimógena. De vuelta a Miami escuché en un programa radial a un entrevistado que vive en la Florida y que no había ido a Venezuela hacía muchos años, aseguraba que “la MUD” había parado la calle. Estuve poco más de una semana en Caracas, fui porque quería estar ahí, con mi gente. Nadie me podía contar historietas.

“Los días del apagón, que fueron tan terribles, no fueron tan angustiantes como para quienes padecieron esos días allá, pero la impotencia y el temor por lo que estaba sucediendo fueron muy grandes para quienes estamos afuera”

Según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS), desde el primero de abril, cuando comenzaron las protestas, hasta el 31 de julio de 2017, hubo 6.729 manifestaciones en todo el país, equivalente a 56 protestas diarias. Agrega un informe del mismo organismo que desde el 6 de abril hasta el 13 de agosto, el Ministerio Público reconoció el fallecimiento de 129 personas; la cifra extraoficial da cuenta de 163 manifestantes muertos, la mayoría en Distrito Capital, Miranda, Lara, Táchira y Mérida. Las calles se llenaron de sangre.

El 2018 no fue mucho mejor en cuanto a la crisis propiciada por la escasez, la diáspora se hizo cada vez más numerosa. Comenzaron los llamados “caminantes” a ser protagonistas de noticias y documentales. Centenares de miles salieron por las fronteras legales y por las trochas, para buscar mejores condiciones de vida en otros países del Continente. Muchos se convirtieron en un problema para los gobiernos de esos países, comenzaron los rechazos y expresiones de xenofobia.

“Sigue el desmadre ecológico en Los Roques y en el Arco Minero del Orinoco. Hay 240 presos políticos y el Fiscal imparte ‘justicia’ según la tendencia de Twitter”

Salieron profesionales y técnicos pertenecientes a la clase media, y también se fueron trabajadores de bajo poder adquisitivo. Salió gente de todo tipo y así hubo y hay historias, de lo bien valorados que son los médicos venezolanos en todo el Continente y más allá. Historias de logros y resiliencia y también otras que nos avergüenzan, malandros que dejaron de ser azotes en nuestro país, para seguir delinquiendo en sus nuevos destinos. Hay de todo.

El número de familias divididas es doloroso, madres que no ven a sus hijos desde hace años, porque estos no han podido regresar; personas que trabajan de sol a sol para poder vivir y ayudar a su gente que quedó en Venezuela. Cada emigrante tiene una historia que contar, incluso quienes salimos de forma planificada y tenemos un trabajo estable y la vida es menos difícil que para otros, tenemos una historia, un familiar o un amigo que murió y a quien no pudimos despedir.

Los días del apagón, que fueron tan terribles, no fueron tan angustiantes como para quienes padecieron esos días allá, pero la impotencia y el temor por lo que estaba sucediendo fueron muy grandes para quienes estamos afuera. Es muy doloroso escuchar a una persona que uno ama decir “estoy a punto de volverme loca”; a una abuela de casi 80 años decir “tengo los nervios desechos”; oír sus quejas y no poder hacer nada, nada más que hablar y denunciar con lo que teníamos a mano: nuestras redes. La terrible situación que vivían los venezolanos, producto de la ineficiencia y de la corrupción que acabaron con el sistema eléctrico, nos afectó a todos, así fue de duro.

“En Caracas y en otras ciudades hay bodegones y shows, pero eso no es para todos los bolsillos. Hay desequilibrios que solo se explican por la cantidad de vicios y perversiones que derivan de la corrupción”

Volvió el servicio eléctrico con una irregularidad que desde entonces nos ha mantenido en una zozobra perenne cada vez que hay un bajón, y leemos en el Twitter, “bajón durísimo” en tal parte. El agua potable casi no llega por las tuberías. La ausencia del agua es un reclamo diario.

Me alegra, y mucho, ver a mis amigos divertirse, saber que hay gente honesta que pudo guapear y resistir, incluso prosperar en medio de esa hecatombe que provocaron en Venezuela quienes gobiernan. Sin embargo, a la par de eso, también es verdad que muchas familias siguen padeciendo porque tienen ingresos precarios, no producen en dólares, no tienen en poder adquisitivo para disfrutar. Caracas es una “burbuja”, como se define esa situación un tanto incomprensible, que no es ni siquiera para todos los caraqueños.

“Cada emigrante tiene una historia que contar”

En Caracas y en otras ciudades hay bodegones y shows, pero eso no es para todos los bolsillos. Hay desequilibrios que solo se explican por la cantidad de vicios y perversiones que derivan de la corrupción. Los enfermos crónicos siguen sufriendo por falta de atención adecuada. Con una frecuencia macabra se lee de niños que fallecen esperando trasplantes; se maquillan espacios, parece que el espectáculo se prioriza por encima de la atención médica o la dotación de los bomberos.

En la fundación en la que soy voluntaria, Raíces Venezolanas Miami, cada semana recibimos a familias, parejas y jóvenes que llegan por la frontera con México y es cada vez más frecuente atender a alguien que entró por el Tapón de Darién, con cuentos de terror, con historias de personas que murieron en el camino, mujeres violadas, gente que desapareció. Muchos venezolanos están pidiendo asilo, esperando respuestas, sus testimonios distan mucho de la vida feliz que pueden disfrutar algunos. Sigue el desmadre ecológico en Los Roques y en el Arco Minero del Orinoco. Hay 240 presos políticos y el Fiscal imparte “justicia” según la tendencia de Twitter.

La voz de todos los venezolanos, donde quiera que estemos, no debe callarse. A nadie le digo qué hacer desde afuera, pero yo no me callaré, hay mucho por decir.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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