Hay venezolanos que dicen, con una tranquilidad de mármol, que la política no les interesa. Debería, y mucho. Producto de la política venezolana y de sus políticos -los erráticos de la oposición y muy principalmente por las barbaridades de los sátrapas chavistas- su libertad está coartada, así estén en el extranjero, y viven llenos de temores e incertidumbre. Si son jóvenes no hay trabajos dignos ni salarios respetables, no tienen universidad a la que asistir y buena parte de sus coetáneos se han ido. Si son adultos, enfrentan una vejez ruinosa -los hijos han emigrado, los nietos nacieron y crecen fuera, los miran solo los fines de semana por una pantalla electrónica y, parafraseando a Leoncio Martínez, probablemente no encuentren en sus ojos reflejados el claro sol de su país-. No tienen hospitales a los que ir a curarse y no pueden pagar el seguro médico; sus casas valen una quinta parte de lo que les costó; el carrito, si lo tienen, ya es mayor de edad; y cada vez pueden comprar menos alimentos en el mercado. Como para no interesarles la política.
En lo personal, como a tantos venezolanos, la política me interesa tanto que ya es un tormento, y lo que más me angustia es la inercia, la parálisis de los principales responsables de cambiar las cosas: los políticos opositores. Basta un ejemplo: Han pasado más de cuatro meses y medio desde las elecciones del 21N, y tres meses desde las elecciones de Barinas, dos hechos políticos importantísimos, y nada. No he visto una foto que evidencie que siquiera se reunieron a tomarse un whisky y hablar del asunto. Mucho menos la noticia de una reunión larga -de esas de un fin de semana de análisis y reflexión que se hacían antes-, que pareciera ya mucho pedir. Es que no he visto ni una reseña de que haya habido entre los (todavía) principales líderes de la oposición organizada siquiera una llamada telefónica. No obstante, el clamor de los venezolanos expresados a viva voce en cualquier escenario y de cientos de notas de opinión como esta.
Las elecciones del 21 de noviembre pasado mostraron que la vía clara es la unidad. Los votos del No-Chavismo (48,22%) fueron más que los del Chavismo (45,66%); no obstante, estos últimos obtuvieron 19 de 23 gobernaciones posibles. La razón es que los votos del No-Chavismo se dividieron en tres: MUD: 26,24%, Alianza Democrática: 16,72%, y Fuerza Vecinal: 5,26%. (Para disfrazar que son minoría, el CNE no totalizó números nacionales. Los números aquí citados son producto de mi propia suma, si hay algún error, la explicación es obvia, soy pésimo en matemáticas). Hay que acotar que también existe un No-Chavismo abstencionista que habría que sumarlo al que fue a votar el 21N. Si el objetivo de todos es derrotar al Chavismo, lo que toca hacer parece clarísimo: un trabajo de coordinación política que convierta el No-Chavismo en una oposición unida y orgánicamente estructurada, que participe en unas elecciones, defienda los votos con su presencia en las mesas y masivamente en las calles; que movilice la opinión pública nacional y mundial; y, sobre todo, que se reconozca a sí misma como mayoría y negocie ex ante con factores del chavismo, que aunque minoritarios son muy poderosos, una transición no destructiva (síííí, hay que mojarse y negociar con los otros factores de poder, porque eso es parte importante de lo que los políticos hacen. Así se concilian las diferencias entre los grupos que conforman una sociedad; se mantiene la cohesión como nación y como Estado; y se coexiste con los adversarios para no reventar al país ante las diferencias.
El 9 de enero fueron las nuevas -que no repetidas- elecciones de Barinas. Ejercitemos la memoria. Según el primer y único boletín emitido por el Consejo Nacional Electoral (CNE), Argenis Chávez había obtenido 93.097 sufragios y Freddy Superlano 92.424, la diferencia porcentual era insignificante y en términos de votos, apenas 673, “too close to call”, en la jerga electoral de CNN. Aquí a los números hay que sumarle factores cualitativos de gran significación. El primero es que quizás los barinenses están más hartos del chavismo, en su caso autóctono, que el resto de Venezuela. El caso es que una oposición aunque dividida (con los votos de Rosales Peña, el adeco, que llegó tercero, la diferencia habría sido unos miles de votos a favor de Superlano), pero organizada para ir a unas elecciones contra la mafia chavista, provocó la decisión de repetir las elecciones, que a efectos prácticos fue una segunda vuelta.
El chavismo permitió las nuevas elecciones, pero comenzó por eliminar al candidato opositor y a su esposa, su primer reemplazo. Confiaban en el triunfo, metió en Barinas a todos sus líderes, la inundó con sus dádivas y promesas populistas, movilizó miles de militares para intimidar a los opositores y hasta lanzó la candidatura de Claudio Fermín para dividir los votos opositores, pero de nada les sirvió. Sergio Garrido, el candidato opositor que aceptaron -y cualquier otro que hubieran puesto- les dio una paliza. Obtuvo 55,4% (aumentó en 17 puntos la votación anterior), versus el 41,3% del candidato chavista designado, el yernazo Arreaza. Con candidato nuevo, todos los reales, controles y amenazas a los votantes, intimidaciones de colectivos, trampas, militares, toda vaina que se les ocurrió, solo aumentaron en cuatro puntos sus votos. Barinas, es clarísimo, le mostró al país cómo derrotar al monstruo.
Faltan unos dos años, hay que ponerse en movimiento. Hagan por lo menos una reunioncita y fíltrenla a los medios, para que nos enteremos. Renueven sus organizaciones; jubílense los jubilables; hablen con Juan Guaidó; con la AD-Bernabé; convoquen a los ex chavistas y ex izquierdistas de la ex Alianza de Falcón; con los representantes de lo que quedó del MAS, de URD, Copei, y con Fuerza Vecinal, por la que votaron cinco de cada cien venezolanos el pasado 21N. Hablen hasta con los que declaran barbaridades a cada rato y no tienen gente, pero joden. ¡Hagan algo! Sería trágico, por lo difícil que resultaría, en función al objetivo de todos los demócratas de este país, que en la tarea de salir de la mafia chavista no estén los partidos que aún representan a más venezolanos. Pero si no pueden o no quieren, apártense y dejen que otros lo hagan. No sigan cometiendo el error de creerse imprescindibles, nadie lo es. Necesarios somos todos. Faltan dos años, si acaso a Nicolás Maduro no le da por celebrarlas antes.