“El poder está en romper las mentes humanas en pedazos y juntarlas en nuevas formas de su propia elección”. George Orwell
De todas las maneras de comunicación entre humanos conocidas hasta ahora, el género epistolar ha sido mi preferido. Creo que nací con la vocación de decirlo todo por cartas. Tenía 9 años cuando la revista LUZ de mi escuela primaria, publicó mi “Carta a la Madre”. Y mi ingreso a la vida política ocurrió por una carta quejosa contra el Dr. Rafael Caldera, que El Nacional publicó en su página editorial, quince días antes de las elecciones que mi exprofesor de Sociología del Derecho y de Derecho del Trabajo, ganó en diciembre de 1968. Las cartas han dado lugar a magistrales obras de teatro, a obras cumbres del género literario y a boleros, rancheras y tangos que han hecho derramar niágaras de lágrimas a millones de seres humanos a lo largo de décadas.
Desde hace 23 años, con la llegada de Hugo Chávez al poder, las cartas se pusieron de moda. Inolvidable la que el ya presidente en ejercicio le escribió a Ilich Ramírez Sánchez, alias “El Chacal”, un monumento a lo galimático. Después de eso se han producido centenares, miles de cartas abiertas de instituciones, académicas, universitarias, fundaciones, gremios, sindicatos, colegios profesionales, ONG, etcétera, dirigidas casi todas a los detentores del poder que estos han botado en el trasto de la basura, y que muchos ya ni leemos por aburrimiento o por desesperanza. Así iban y venían las cosas o las cartas, hasta que el 14 de abril se produjo un movimiento sísmico en el aletargado mundo de la oposición política venezolana: 25 personalidades de distintas ocupaciones y áreas de influencia, se pusieron de acuerdo para enviar una carta al presidente Joe Biden en la que pedían el levantamiento de las sanciones que, lejos de hacerle un pellizco al régimen, han sido crueles para la población venezolana. Para esos millones venezolanos que no hemos tenido nada que ver con los 23 años de destrucción continua del país, llevada a cabo por las dictaduras de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro.
No supe de la carta hasta que alguien me envió un tuit de José Amalio Graterol (Vente Venezuela) que llamaba “gusanos” a los firmantes de la carta. No dejó de sorprenderme que el militante de un movimiento tan aséptico, tan cuchi, como “Vente Venezuela”, pudiera utilizar contra compatriotas venezolanos, cuya honorabilidad no tengo porqué poner en duda, el mismo calificativo de odio y desprecio que usó Fidel Castro contra los disidentes de la revolución cubana. Enseguida se desarrolló en Twitter un hilo de insultos contra los 25 siendo el más frecuente “¿cuánto te pagaron?”.
Entonces vino la Carta de los “por ahora” 68. Hicieron bien en detenerse en ese número. Ya conocemos la clase de humor escatológico o de connotaciones sexuales que puede desarrollarse en relación con ciertos números. Leí con atención esta carta, que clama ante el presidente Biden por mantener las sanciones y de ser posible, agudizarlas. Vi uno por uno los nombres de los firmantes entre quienes hay personas de mi mayor estima. La comparé con la de los 25. Resulta que en esta última, aparte de exhortar a la reanudación de las negociaciones en México, subordinan el levantamiento de las sanciones a la liberación de los presos políticos. En la carta de los 68 hay dos presos entre los firmantes. Me llena de curiosidad saber cuál de los planteamientos de un texto que los ignora, los motivó a suscribirlo. Y si yo estuviera en la disyuntiva, lo que por suerte no es el caso, de decidir cuál de las dos cartas firmar, sería la “gusana” número 26.
Lo verdaderamente importante de este cruce de cartas, que en otros tiempos quizá sería de espadas, es preguntarse qué piensan el presidente Biden y su equipo de la oposición venezolana. No creo que la guerra de Ucrania les deje tiempo suficiente para ocuparse de un país en que el mutis por el foro, escondite en alguna lontana cueva o simplemente lanzamiento de toalla de la oposición partidista, ha dejado un vacío que puede ser llenado por 25, por 68 y por todos aquellos que se decidan ponerse de acuerdo en cualquier tema y escribir una carta al ocupante de la Casa Blanca. Y pensar que dentro de 22 meses se supone que habrá unas elecciones presidenciales. ¡Dios salve a Venezuela!