En la aldea
16 mayo 2024

Un golpe relámpago para tomar el poder en Cuba (II Parte)

El político más popular de Cuba, Eduardo Chibás, se pega un tiro. La Isla queda conmocionada. Fulgencio Batista aprovecha el vacío y da un golpe de Estado. No lo inicia él, pero los acontecimientos lo arrastran. En la trastienda está un joven abogado de 25 años. Usa corbata. Ha sido educado por los jesuitas. Quiere figuración. Porta una pistola Colt 45. Quiere el poder. Dirige el asalto al Cuartel Moncada. Fidel Castro quiere la gloria. Y en el camino se tropieza con Ernesto Guevara, un médico asmático ávido de acción. Juntos se embarcan en un proyecto revolucionario.

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Gloria M. Bastidas | 09 mayo 2022

Eduardo Chibás se pegó un tiro el 5 de agosto de 1951 en plena estación de radio. Su programa de los domingos por la noche siempre acaparaba el rating. Era el político más popular de la Cuba de entonces. Un orador fuera de serie. Un hombre muy particular: se arrojaba a los brazos de sus simpatizantes luego de dar sus mítines. Otra de sus extravagancias: llegó a vender una mansión que heredó de su acomodada familia para costear su actividad proselitista. Venía de las filas del Partido Auténtico. Huyó de allí asqueado por la corrupción. Fundó entonces su propia tolda: el Partido Ortodoxo. El magnetismo de Chibás lo elevaba como el favorito para ganar las elecciones presidenciales pautadas para 1952. Su suicidio cambió la historia de la Isla. Los sucesos que ocurrieron después de su muerte allanaron el camino para que Fidel Castro se montara en el poder siete años más tarde. ¿Qué habría ocurrido si Chibás no se hubiera dejado llevar por la emocionalidad extrema que lo caracterizaba? No podemos saberlo. Lo que sí se sabe es qué hizo Fidel Castro a partir de este suceso.

Castro acababa de cumplir 25 años de edad cuando Chibás falleció. Era uno de sus seguidores. Hay una fotografía en la que aparece el líder ortodoxo rodeado de sus correligionarios en una de sus alocuciones radiales. El micrófono oculta parte de la cara de Chibás, que está sentado. Detrás de Chibás aparece su primo, Roberto Agramonte, quien se convirtió, tras el suicidio de Chibás, en el abanderado del Partido Ortodoxo para las presidenciales. Y, pese a que carece del halo que distinguía a Chibás, puntea en las encuestas. Lo que no puede prever nadie es que el joven que está situado detrás de Agramonte en la imagen (el único que lleva corbata y cuyo rostro todavía infantil destaca por encima del de los otros) será quien se convertirá en el futuro próximo en la figura capital de Cuba. Ni siquiera Chibás -anticomunista a ultranza- puede imaginar que ese chico encorbatado y bien afeitado que está en la foto en posición de subalterno encabezará una epopeya que lo convertirá en el amo absoluto de la Isla.

El filósofo Agramonte es el que está llamado a asumir la sucesión, bajo el entendido de que “Eddy”, como los cubanos llamaban a Chibás, ganaría en las urnas a un después de muerto. El efecto portaaviones. Pero otro hecho impactante sacude a la Isla: el 10 de marzo de 1952, Fulgencio Batista dirige una asonada militar que abortará la celebración de las elecciones presidenciales. Batista tenía planes de participar en la contienda que debía celebrarse para sustituir al presidente Carlos Prío Socarrás. Pero no le daban los números. Decantarse por el atajo del golpe fue una decisión que sopesó mucho. Conocía las intrigas que había en el ejército. También tenía claro el complejo cuadro político de Cuba: las luchas intestinas en la oposición, la corrupción, el gansterismo. El historiador inglés Hugh Thomas cuenta los detalles del complot en su libro Cuba. La lucha por la libertad

“Sonó el tiro de Eduardo Chibás (…) su suicidio cambió la historia de la Isla. Los sucesos que ocurrieron después de su muerte allanaron el camino para que Fidel Castro se montara en el poder siete años más tarde”

“Las pruebas permiten pensar que Batista fue empujado a la rebelión por hombres más jóvenes que él. Ya antes habían hecho campaña en favor del coronel Ramón Barquín, al que algunos de ellos consideraban el candidato «ideal» para presidente de una junta militar, pero del que dudaban que pudiera «controlar» las reacciones públicas tan bien como Batista. Mientras tanto, a Batista le iba peor en la batalla electoral de lo que había imaginado, y se vio ante una difícil decisión cuando a principios de febrero, en una reunión, algunos jóvenes oficiales le propusieron un pronunciamiento. Fue la primera vez que consideró seriamente vulnerar «la Constitución [de 1940] que él había dado al pueblo». Contestó a los oficiales que él personalmente no estaba interesado en convertirse en presidente por tales medios, pero que se podría encontrar a alguien, como Carlos Saladrigas, que sirviera para tal fin. Batista se pensó el asunto. Aparecieron dos grupos más de conspiradores, que no tenían noticia de la existencia del primer grupo. Su plan era dar un golpe para acabar con la corrupción en el Gobierno. Batista decidió finalmente seguir adelante, reuniendo los grupos que habían acudido a él, y esperanzado se implicó en un plan por el cual sería evitado el derramamiento de sangre, jugando con la vacilación y la conocida debilidad de Prío”, asegura Thomas.

II

Batista fue arrastrado hacia el golpe. Pero no estaba solo. El historiador Thomas señala que el 27 de marzo ya los Estados Unidos reconocían al gobierno de facto instaurado por él. El sublevado tenía pedigrí: en 1933 había participado en la llamada Revuelta de los Sargentos que dio al traste con el gobierno provisional de Carlos Manuel de Céspedes. De este suceso obtuvo su primera gran presea: se convirtió en el número uno de las fuerzas armadas. Batista se midió en unas elecciones en 1940. Y las ganó. Su principal rival en la contienda fue Ramón Grau San Martín. Desde luego que la correlación de fuerzas ha debido favorecerlo para que él, que manejaba los hilos del poder en la Isla, haya aceptado participar en la fiesta electoral. Aun así, resulta increíble. Esto significaba para Cuba, un país que apenas se independizó de España en 1898, y que desde 1898 hasta 1902 pasó a ser controlado directamente por un gobierno militar de los Estados Unidos, un coqueteo con la libertad.

Ramón Grau San Martín volvió a competir en las siguientes elecciones. Y las ganó. Batista actuó como todo un republicano: le entregó el poder. Y Grau, a su vez, se lo traspasó a Carlos Prío Socarrás. La alternancia en pleno auge. Pero sonó el tiro de Chibás. La historia se desliza entonces por caminos que nadie preveía. Apenas siete meses después de la muerte del fundador del Partido Ortodoxo se produjo el cuartelazo. Batista no pasaría de ser un dictador fugaz. Thomas da más detalles del complot: “Batista tenía la más alta opinión de sí mismo y de su capacidad para salvar a Cuba. Desde luego era el cubano más conocido internacionalmente. El modo como había llevado los asuntos le había ganado muchos amigos en Estados Unidos, y se dio cuenta de que las circunstancias de la guerra fría le daban nuevas oportunidades para congraciarse con Estados Unidos. El descontento general que existía contra los auténticos, combinado con la incertidumbre de lo que los ortodoxos harían realmente, conspiró para proporcionarle una gran tentación y una gran oportunidad. Y se rindió a esta tentación”.

Lo de Batista fue un clásico alzamiento. Pero lo del chico que aparece de corbata en la foto será algo más que eso. 

III

Fidel Castro ingresó a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana en septiembre de 1945. Su padre le regaló una Colt 45 para que se sintiera seguro en la nueva etapa que iniciaba. En la Cuba de entonces era común el gansterismo. La violencia: dentro y fuera de los recintos académicos. La pistola al cinto y los libros en las manos. Castro es un joven con una gran necesidad de figuración. Es ambicioso. Quiere estar donde haya acción. De modo que en 1947 participa en la expedición de Cayo Confites, cuyo objetivo era provocar una invasión armada para derrocar al dictador Rafael Leonidas Trujillo. Tiene apenas veinte años. Cuando contaba catorce años ya había mandado una carta al presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. En esa época cursaba estudios en el Colegio de Dolores. El mandatario norteamericano -las vueltas que da la historia- respondió la misiva. Esa es la identidad que se va formando el joven: la de alguien supremamente interesado en el poder, aunque, desde luego, sin mayor sustento ideológico.

“Los jesuitas lo enseñaron a hablar. A manejar el arte de la retórica. En las calles de La Habana se curtió en el manejo de las armas”

Castro se suma a la Juventud Ortodoxa en 1948. Es atraído por el magnetismo de Chibás, aunque, según refiere Norberto Fuentes en La autobiografía de Fidel Castro, Chibás no lo tragaba. No importa. Chibás es el gran tribuno. El político que habla por la radio. El que compite con las radionovelas por captar la audiencia. Pero el joven Castro está aquí y está allá: el 9 de abril de 1948, cuando ocurre el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el estudiante de Derecho de la Universidad de La Habana se halla en Bogotá. En el mero epicentro de los acontecimientos. Epicentro, una palabra que calza muy bien con la personalidad de Castro. Los fuertes disturbios que se desataron ese día tras el homicidio del líder del Partido Liberal, el llamado Bogotazo, pudieron ser presenciados por Castro en primera fila. Dos días antes de que ocurriera el crimen, el cubano se había entrevistado con Gaitán. Pero, además, Castro pasó de espectador a combatiente.

IV

El libro El bogotazo: memorias del olvido, escrito por el periodista Arturo Alape, recoge el testimonio que da Castro -y los distintos protagonistas y testigos del suceso- sobre los violentos disturbios que se desataron en la capital de Colombia ese 9 de abril y que se extendieron por varios días: “Yo diría que la posibilidad de ver el espectáculo de una revolución popular absolutamente espontánea tiene que haber ejercido una influencia grande en mí. Podríamos decir que no me reflejaba algo nuevo, sino que me reafirmaba en una serie de ideas y de concepciones que yo tenía: sobre el pueblo explotado, sobre el pueblo oprimido, sobre el pueblo que busca justicia, sobre el pueblo que quiere justicia. Yo diría que aquello fue un volcán que estalló”.

“La de Castro no es solamente una vocación precoz por el manejo de armas (en el libro de Ramonet confiesa que estaba acostumbrado a usarlas desde los 10 u 11 años y se vanagloria de que tenía buena puntería)”

Y el magma que arrojó ese volcán venía como anillo al dedo a un Castro ávido de épica. Este era el segundo episodio de rango internacional en el que el joven estudiante de Derecho se veía envuelto: primero; Cayo Confites; ahora, el Bogotazo. ¿Qué tienen en común ambos hechos? La violencia, aunque por razones distintas. El uso de las armas, una práctica que al joven Castro no le resultaba del todo ajena. Los jesuitas lo enseñaron a hablar. A manejar el arte de la retórica. En las calles de La Habana se curtió en el manejo de las armas. Pero su costado gansteril no era obstáculo para que también se relacionara con hombres de poder tocados por un aura distinta a la pólvora. Así, antes de recalar en Bogotá en ese abril de 1948, el mozalbete, como más tarde lo llamaría un periódico colombiano al analizar el Bogotazo, pasó por Venezuela y se entrevistó con el recién estrenado presidente, y hombre de letras, Rómulo Gallegos.

V

Castro niega en la conversación con Alape que él hubiera tenido alguna participación directa en la organización de la revuelta. Insiste en que fue algo espontáneo y, más bien, se queja de que el estallido carecía de dirección política. Había acudido a Bogotá para participar en el Congreso de Estudiantes Latinoamericanos. Esta era una iniciativa suya como contrapeso a una reunión de la OEA que se celebraría en esa ciudad. Según su versión, Gaitán le había prometido en el primer encuentro que sostuvieron que daría un gran mitin para la clausura del evento. Pero otra vez el curso de la historia cambia por efectos de un proyectil. O de varios. Castro tenía pautada una segunda reunión con Gaitán esa misma tarde en la que el caudillo liberal fue asesinado. Esto cuenta Castro: “Sería la una y cuarto, la una y media o la una y veinte, cuando nosotros salimos del hotel para ir acercándonos allá, dar unas vueltas hasta que llegara la hora de la entrevista, que creo, como te dije, que era a las dos o dos y cuarto de la tarde. Nosotros a la una, aproximadamente, salimos para ir caminando y acercarnos a la oficina de Gaitán, cuando vemos que empieza a aparecer gente corriendo como desesperada en todas direcciones. Uno, dos, varios a la vez por acá, por allá, gritando: «¡Mataron a Gaitán!, ¡Mataron a Gaitán!, ¡Mataron a Gaitán!». Eran gente de la calle, gente del pueblo, divulgando velozmente la noticia: ‘¡Mataron a Gaitán!, ¡Mataron a Gaitán!’, gente enardecida, gente indignada, gente que reflejaba una situación dramática, trágica, planteando lo que había ocurrido, una noticia que empezó a regarse como pólvora”.

“Todos armados hasta los dientes y vestidos con uniformes militares similares a los que usaba el ejército de Batista, para tomar por asalto el cuartel más importante de la ciudad de Santiago: el Moncada

La atmósfera insurreccional que se respiraba en Bogotá, y la manera en que se vio involucrado en los acontecimientos, es descrita por Castro en la entrevista que le hace Ignacio Ramonet para el libro Fidel Castro, biografía a dos voces, publicado en 2006: “Aquella fue una experiencia de gran magnitud política. Yo aún no había cumplido los veintidós años. Gaitán era una esperanza. Su muerte fue el detonante de una explosión. El levantamiento del pueblo, un pueblo que busca justicia, la multitud recogiendo armas, la desorganización, los policías que se suman, miles de muertos. También me enrolé, ocupé un fusil en una estación de policía que se plegó ante una multitud que avanzaba sobre ella. Vi el espectáculo de una revolución popular totalmente espontánea. He contado ya en detalle aquella experiencia, está por ahí, en un libro del historiador colombiano Alape”.

VI

En el testimonio que Castro le da a Alape agrega más detalles de lo que fue su actuación en los disturbios suscitados tras el asesinato del líder liberal. Una confesión de suprema importancia porque pone de relieve su temprana vocación por el manejo de armamentos y por enrolarse en movimientos insurreccionales: “Allí estuvimos todo el día. Hice algunos disparos, no sé si vale la pena decir, contra el Ministerio de Guerra. Desde mi posición veía el Ministerio de Guerra, e hice unos cuatro o cinco disparos ya a las tres de la tarde o a las cuatro. Ya a esa hora ni llegaba ejército ni llegaba tropa. No se apareció ninguna tropa enemiga por todas las alturas aquellas, en el día entero que estuvimos allí. Yo hice algunos disparos contra un edificio allí, que imaginé que era el Ministerio de Guerra. Era el único objetivo que estaba al alcance de mi fusil”.

Pero la de Castro no es solamente una vocación precoz por el manejo de armas (en el libro de Ramonet confiesa que estaba acostumbrado a usarlas desde los 10 u 11 años y se vanagloria de que tenía buena puntería), sino también por la importancia que tienen la táctica y la estrategia en un combate. Castro cuenta a Alape que, al percatarse de que en la guarnición a la que se había sumado había entre 400 y 500 hombres armados pero acuartelados, pidió hablar con el jefe. Castro no podía entender cómo se desperdiciaba la gran oportunidad que se presentaba para atacar objetivos del Gobierno. El jefe lo escuchó con cortesía. No aceptó su sugerencia. “Creo que más de una vez insistí en la idea de que a aquella hora sacaran la tropa a la calle y la lanzaran a la toma de Palacio, la lanzaran a tomar objetivos, que una tropa revolucionaria acuartelada estaba perdida. Yo tenía algunas ideas militares que surgían de todos los estudios que había hecho de la historia, de situaciones revolucionarias, de los movimientos que se produjeron durante la Revolución Francesa, de la toma de la Bastilla y de los barrios cuando se movían y atacaban; de la propia experiencia de Cuba, y yo vi con toda claridad que aquello era una locura”, añade Castro.

“El ataque a la fortaleza militar fue un golpe propagandístico para Castro. Su nombre saltó a las páginas de The New York Times. Un hecho fundamental para él, que alberga un complejo de inferioridad”

La participación en la expedición para derrocar a Trujillo había sido un excelente preámbulo para lo que Castro viviría posteriormente durante el sacudón ocurrido en la capital colombiana. El mozalbete revolucionario iba acumulando millas bélicas. Ramonet indaga en este punto. Le dice que, antes de que ocurriera el asalto al Moncada, ya él había entrenado militarmente debido al Bogotazo y a la invasión de Cayo Confites. Sobre la preparación que recibió de cara al complot de República Dominicana, Castro dice: “Sí, me entrené hasta en el disparo de morteros y otras armas. Es verdad que había estado casi en una guerra. Recuerde que ahí estaban muchos enemigos míos y a pesar de eso yo fui, simplemente porque era presidente del Comité Pro Democracia Dominicana”.

Y agrega: “Cuando Cayo Confites, en la etapa final, viendo el caos y la desorganización reinantes en la expedición, yo tenía planeado irme para la montaña con mi compañía, porque terminé de jefe de compañía en esa historia. Cayo Confites fue en 1947, y lo del asalto al Moncada en 1953, apenas seis años después, pero yo tenía ya la idea de aquel tipo de lucha. Yo creía en la guerra irregular, por instinto, porque nací en el campo, porque conocía las montañas y porque me daba cuenta de que aquella expedición era un desastre. Y pensaba: con un pelotón, con un grupito, hacer la guerra en las montañas, una guerra irregular. Pensaba que no se podía pelear frontalmente contra el ejército porque este disponía de marina, de aviación, lo tenía todo. Era tonto ignorarlo”.

VII

El 26 de julio de 1953 ese joven cubano hijo de un acomodado hacendado gallego que disponía de más de 10 mil hectáreas de tierra, que había asistido a selectos colegios y se había titulado de abogado en la Universidad de la Habana, dirige un contingente de aproximadamente 90 hombres, todos armados hasta los dientes y vestidos con uniformes militares similares a los que usaba el ejército de Batista, para tomar por asalto el cuartel más importante de la ciudad de Santiago: el Moncada. A las 5 y 15 de la mañana comienza la operación. Castro tenía la misión de tomar una entrada de la guarnición e ingresar a la zona donde se almacenaban las armas. A un grupo adicional de 30 hombres le habían sido encomendadas dos tareas complementarias que debían llevarse a cabo en las adyacencias de la fortaleza: Abel Santamaría tomaría el Hospital Civil Saturnino Lora, adonde pensaban trasladar los heridos que arrojara el combate, y Léster Rodríguez, de cuyo pelotón formaba parte Raúl Castro, asaltaría el Palacio de Justica. En total, eran 120 los rebeldes.

¿Cuál era la ventaja que los avalaba? El factor sorpresa. Golpe relámpago. Se suponía que a la hora en que Castro entrara en la instalación militar, la segunda más importante de la Isla, sus inquilinos estarían dormidos. Varios carros se desplazaron por el área acordada. Abel Santamaría tomó el hospital. Léster Rodríguez ocupó el Palacio de Justicia. Y cuando Fidel Castro iba en busca de su objetivo, surgió un imprevisto: apareció una patrulla de vigilancia (posta). Hubo una confusión. Uno de los rebeldes hizo un disparo. Se generó un tiroteo. El factor sorpresa se evaporó. El grupo liderado por Castro no pudo lograr su meta. Y se replegó. “Tú puedes tomar un cuartel con un puñado de hombres si su guarnición está dormida, pero un cuartel con más de mil soldados, despiertos y fuertemente armados, no era ya posible. Más que los disparos, recuerdo el ensordecedor y amargo ruido de las señales de alarma que dieron al traste con nuestro plan”, le dice Castro a Ramonet.

“Después del triunfo de 1959 el apoyo de la URSS fue fundamental”

Fidel Castro a Ramonet

Cuando Ramonet le pregunta a Castro qué tipo de armas portaban los alzados, responde con la precisión propia de un perro de la guerra: “El arma mejor que teníamos era una escopeta de cacería, de fabricación belga; yo la conocía porque mi padre tenía una en casa, en Birán. Había un fusil ligero norteamericano semiautomático M-1, un Springfield de cerrojo, arma de fabricación también norteamericana; una Thompson, ametralladora de mano calibre 45, con un peine abajo y también podía utilizar una mazorca. El M-1 era el fusilito que le gustaba a todo el mundo, ligero, chiquito, eficaz, semiautomático. Pero las armas más eficientes para el tipo de acción a realizar eran las escopetas belgas de cacería calibre 12, con cartuchos que contenían nueve balines cada uno y podían disparar hasta cinco en cuestión de segundos. Yo llevaba una de esas. Un combate a corta distancia, eran mucho más efectivas que una ametralladora, porque en un disparo tiran nueve proyectiles que podían ser mortíferos. De ésas teníamos unas cuantas decenas”.

El asalto al Moncada constituyó para Fidel Castro una derrota militar que resultó compensada con una victoria política. El abogado huyó hacia las montañas fracasado el plan con parte de los rebeldes. Pero, luego de una semana, fue sorprendido por el teniente Pedro Sarría mientras dormía en una choza. El episcopado abogó por Castro y dentro del ejército comenzaron a moverse fuerzas proclives a su captura pacífica. El arzobispo de Santiago de Cuba, Enrique Pérez Serantes, jugó un rol fundamental para que se preservara la vida de Fidel Castro. Piedad con el revolucionario. Pérez Serantes será uno de los que aparecerá jubiloso junto a Castro en el balcón del Palacio Municipal de Santiago de Cuba el 1 de enero de 1959.

VIII

El ataque a la fortaleza militar fue un golpe propagandístico para Castro. Su nombre saltó a las páginas de The New York Times. Un hecho fundamental para él, que alberga un complejo de inferioridad que sus biógrafos -Norberto Fuentes entre ellos- atribuyen al hecho de que era hijo ilegítimo y, por esta razón, fue bautizado ya grande y le costó ingresar a los selectos colegios de los jesuitas. Después del asalto a la guarnición, Castro ya no es aquel subalterno que aparecía en la foto con Chibás. Pasa a ser un aspirante a la fama. A la gloria. Pero todavía faltaba. A veces se gana perdiendo. “Si a mí me preguntaran hoy: ¿qué habría sido mejor?, yo hablaría de una fórmula alternativa, porque si triunfamos en el Moncada -debo añadir-, habríamos triunfado demasiado temprano. Aunque nada estaba calculado, después del triunfo de 1959 el apoyo de la URSS fue fundamental. No habría sido así en 1953. En la URSS prevalecía el espíritu y la política staliniana. Aunque en julio de 1953 Stalin había muerto unos meses antes, en marzo de 1953, era aún la época de Stalin. Y Stalin no era Jruschov”, le confiesa Castro a Ramonet.

“Pasó poco menos de dos años preso. Batista les concedió una amnistía a los insurrectos en mayo de 1955. El perdón no disuade a Fidel Castro, sino que más bien lo empuja hacia la acción subversiva”

Castro fue su propio abogado en el juicio que le siguieron por el asalto al cuartel. La inmensa mayoría de los rebeldes que lo acompañaban pertenecían a la Juventud Ortodoxa. Chibás, el trampolín post mortem en el que se había montado Castro, le resultaba muy útil para lanzarse al agua. Castro, dicho sea de paso, era un excelente nadador. Fuentes refiere en La autobiografía de Fidel Castro que en una oportunidad salvó de morir ahogado a su profesor de Literatura y Oratoria del Colegio Belén, el Padre Amado Llorente. Pero, aunque tuviera la osadía de lanzarse en las aguas de la conspiración, no pudo esquivar la cárcel. ¿Piedad con el revolucionario? Lo condenaron a quince años. El 17 de octubre lo enviaron al Presidio Modelo de la Isla de Pinos. Desde allí, gira instrucciones a sus colaboradores para que publiquen de manera clandestina el texto completo de su defensa: La historia me absolverá.

Pasó poco menos de dos años preso. Batista les concedió una amnistíaa los insurrectos en mayo de 1955. El perdón no disuade a Castro, sino que más bien lo empuja hacia la acción subversiva. En julio de ese año parte a México con un objetivo: organizar un movimiento armado para derrocar al Gobierno. “Cuando se produce el golpe de Estado de Batista en 1952 -le comenta Fidel Castro a Ramonet-, yo tenía elaborada ya una estrategia para el futuro: lanzar un programa revolucionario y organizar un levantamiento popular… Ya tenía la idea de que era necesaria la toma del poder revolucionariamente”.

Con esa meta en el horizonte, Castro conoce en un apartamento de Ciudad de México, a escasos días de haber llegado allí, a un médico argentino que se convertirá en una pieza capital para el proyecto que acaricia: Ernesto Guevara. Juntos se embarcarán en un yate -el Granma- para hacer realidad sus sueños antiestablishment. Guevara está lleno de inquietudes. Antes ha estado en Guatemala y ha presenciado el golpe de Estado contra Jacobo Árbenz. Detesta a Estados Unidos. Necesita enrolarse en un plan que le dé sentido a su vida. Un plan que dispare sus niveles de adrenalina. Quiere acción. Fidel Castro se la ofrece. El “Che” es asmático. No importa. Juntos venceremos. ¿Cómo logran tumbar a Batista? En la próxima entrega.

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