Una de las alegorías más famosas de la historia es el “mito de la caverna”, de quien fue seguidor de Sócrates, maestro de Aristóteles y fundador de la Academia de Atenas en el 387 a.C. Me refiero, desde luego, a Platón. Esta alegoría forma parte del VII libro de su obra “República”, donde desarrolla teorías y conceptos que llevan a cuestionar el origen del conocimiento y la naturaleza de la realidad.
Escrita en forma de diálogo entre Sócrates y Glaucón, hermano de Platón, esta alegoría trata sobre el conocimiento. El primero pide a Glaucón que imagine a un grupo de prisioneros que se encuentran encadenados desde su infancia detrás de un muro, dentro de una caverna. Allí, una hoguera ilumina al otro lado del muro, pudiendo así ver las sombras proyectadas por objetos que se encuentran sobre él y también el movimiento de las personas que pasan.
Sócrates explica que los prisioneros creen que aquello que observan es el mundo real, sin darse cuenta de que son solo las apariencias de las sombras de esos objetos. En un momento, un prisionero logra liberarse y ascender, pero el resplandor de la luz del fuego, esta vez real, le ciega. Piensa en volver, pero sus ojos terminan acostumbrándose poco a poco a la luz, por lo cual sigue avanzando hasta salir al exterior, donde observa los reflejos y sombras de las cosas y las personas, para verlas después directamente.
Ya fuera de la caverna, el hombre observa las estrellas, la Luna y el Sol. Queda maravillado, pues está conociendo el mundo real, y decide que los demás prisioneros también deben conocerlo, entonces regresa para compartir esto con sus compañeros de la caverna. En la cueva, el hombre, cuyos ojos se habían acostumbrado a la luz exterior, no puede ver bien en medio de tanta oscuridad. Sus compañeros, al verlo así, piensan que el viaje le ha causado daños y no quieren acompañarle fuera. De hecho, dice Sócrates, que estos prisioneros harían lo posible para evitar la salida, llegando incluso a matar a quien quisiera liberarles, de ser necesario.
Este “mito de la caverna”, entre muchas otras cosas, se basa en dos conceptos opuestos: el mundo sensible, que se experimenta a través de los sentidos; y el mundo de las ideas, cuya experiencia es cosechada mediante el conocimiento, la realidad y el sentido de la vida. Para Platón, el cuerpo está inmerso en el mundo sensible, que es corruptible y mutable, mientras que el alma está unida al mundo de las ideas, que es perfecto e inmutable.
Durante los últimos días recordé esta lectura que hice por primera vez antes de entrar a la universidad, porque en Venezuela, hoy, podemos identificar cada elemento mencionado por Platón en su alegoría, aunque ciertamente con diferencias ontológicas. La caverna es la primera, el lugar donde pretenden llevarnos a todos, donde solo podamos ver las apariencias. Luego tenemos el mundo real, donde ocurre lo que le sucede a la gran mayoría, pero que no es “bonito” para las redes sociales o para muchos que se autoperciben parte de esa casta llamada “influencers” que deben vender las bondades de un país con el Salto Ángel, pero también con ángeles muriendo en el Hospital J. M. de los Ríos, porque el poder decidió cerrar el programa de trasplantes desde hace cinco años. También están los prisioneros, aunque en esta analogía que pretendo describir hay que sumar a sus captores y a los colaboradores complacientes de los captores.
Cualquier autócrata en el mundo desea y necesita, para mantener y fortalecer su sistema hegemónico, que todos los ciudadanos sean prisioneros. Si lo logra, además, sin que estos sepan que lo son, se trata entonces de un “trabajo limpio”. Para ello necesita, además de métodos represivos, un aparato de propaganda grande, robusto y que vaya más allá de los medios y divulgadores plenamente identificados con el régimen, por eso suman a la nómina a dirigentes y opinadores que dicen oponerse al régimen, y medios, “analistas”, encuestadores, y “foros cívicos” que dicen con orgullo ser neutrales, como si aquello, frente a un grupo de individuos investigados por cometer crímenes de lesa humanidad, fuese una medalla para mostrar al mundo.
Los “opositores” (así, entre comillas) creados, manejados y financiados por el chavismo-madurismo y por sus testaferros hacen varios trabajos, siendo el primero de ellos dividir a las fuerzas opositoras (las que se oponen de verdad), y buscando, como si se tratara de una red de lavado de dinero blanquearse ellos mismos, por ejemplo, en unas elecciones primarias. Pero también están ahí para hacer los mandados de sus jefes, como ocurrió en Chacao el martes 7 de junio, cuando la policía de este municipio, histórico espacio de protesta contra la tiranía, detuvo en principio a cuatro jóvenes (número que ahora sabemos es mayor), por el simple hecho de homenajear a Neomar Lander a cinco años de su asesinato, y pintar su cara en una pared gris que el alcalde Gustavo Duque, como excusa, dice que es un mural hecho por Juvenal Ravelo.
Para congraciarse con los poderosos, el señor de Fuerza Vecinal entregó a los jóvenes a la Policía Nacional Bolivariana, cuyo reciente historial de acuerdo con el informe de “Lupa por la Vida” presentado por Provea y el Centro Gumilla, da cuenta de 198 presuntas ejecuciones extrajudiciales durante el 2021. ¿Por qué todo esto? Porque borrar de la memoria todo lo ocurrido en 23 años es más simple si colaboran quienes, supuestamente, representan a las víctimas.
Por su parte, está el grupo cuya labor es la de mantenernos en el mundo sensible, el de las apariencias, donde solo hay que ver el lado bonito de las cosas, nuestra Venezuela llena de colores, playas, montañas, conciertos y restaurantes abarrotados en Las Mercedes. Prohibido está hablar de lo que viven nueve de cada diez venezolanos, porque eso es “feo”, y ojo, si llegas a decir una palabra despectiva sobre el país estás condenado, porque si un familiar murió y no pudiste verlo más pues emigraste para sobrevivir, si no tienes para darle de comer a tus hijos o si ya cuentas 12 horas sin luz eléctrica, igualmente debes estar contento y agradecido. Cómo no, si ¡naciste en Venezuela, el mejor país del mundo!
Como dictan quienes ocupan el poder y como siguen al pie de la letra sus colaboradores, ese mundo irreal es en el que hay que vivir. Debemos estar en la caverna, prisioneros, admirando una pared que disfrutan muy pocos, sin saber que esas imágenes que se ven como una sombra son la verdad de lo que ocurre en el país. Un país que en efecto se niega a rendirse y por eso muchos limpiamente emprenden, estudian y trabajan, e incluso muchos otros siguen protestando contra la opresión y contra el olvido. Pero también un país del cual la gente sigue huyendo por miles al día y necesitando de campañas en redes sociales para cubrir gastos médicos hasta en hospitales a los que deben llevar sus propios insumos. Todo esto como parte de un diseño político donde el sistema opresor se hace más fuerte mientras más sufran la mayoría de los ciudadanos, que al final podrán ser invisibilizados por los exacerbados optimistas de la posverdad.
Lo cierto es que son muy pocos quienes han podido aprehender y esclavizar en la caverna. No lo han logrado y precisamente por ello hacen cada día más aguda la propaganda y, como ocurría en la alegoría de Platón, hay quienes están dispuestos a matarnos (metafóricamente hablando… espero) a quienes mostramos la verdad, pues ello atenta contra el sistema, contra los grupos de poder, contra aquellos que hacen negocios con nuestra desgracia. Pero son pocos. Sí, son poderosos, manejan muchísimo dinero, tienen miles y miles de seguidores en redes y claro está, a su espalda tienen a sus jefes, aquellos que manejan el aparato represor, pero son pocos. El reto es, entonces, que esta mayoría que sabe perfectamente lo que ocurre en el país, y por ello entiende que la solución es la democracia, denuncie, actúe, no se calle.
Todos queremos ver las estrellas, la Luna y el Sol. Todos queremos ser libres. No permitamos que nos encierren ni física ni mentalmente en una caverna.
*Politólogo de la Universidad Central de Venezuela / @WalterVMG