En la aldea
20 enero 2025

Las primeras palabras del presidente Petro

Un análisis que no tiene pérdida. Una mirada a detalle de las primeras palabras de Gustavo Petro, tras resultar electo como nuevo presidente de Colombia. Una mirada semiótica con algunos referentes conocidos del mundo de la política nacional e internacional en contraste con íconos de la historia, porque “quizás tanto en Venezuela como en Colombia estamos viviendo tiempos más propicios a las conjunciones que a los adverbios”. ¿Es tan difícil asumir y entender que la política debe ser un acto de amor y no solo de poder?

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Federico Vegas | 20 julio 2022

Dos periodistas de El País entrevistan al nuevo presidente de Colombia. En el video que acompaña la entrevista, Petro cuenta que al conocer los primeros escrutinios se sintió seguro de su triunfo y cesó el chorro de meses de adrenalina. Acto seguido, derrumbándose en su cama, murmuró mientras se dormía: “¡Gané!”.

El inicio de la entrevista escrita es más dramático. En su primera respuesta Petro revela qué sintió al levantarse de la cama, ya bien descansado y sabiéndose presidente.

Si yo fallo, vienen las tinieblas que arrasarán con todo. Yo no puedo fallar.

Estas son las primeras palabras que leo de Gustavo Francisco Petro Urrego.

La política venezolana convirtió mi adrenalina en veneno y pocas veces salgo de mi derrumbe. Con uno de esos esfuerzos entre estoicos y responsables, decidí asomarme a los  pensamientos del presidente de mis vecinos y me he quedado un buen tiempo varado en esa primera respuesta. Voy a intentar analizarla palabra por palabra a ver si entiendo por qué me resulta tan perturbadora y, de paso, ver qué relación puede tener con el impertérrito tinglado en que nos hemos ensartado los venezolanos.

“Si”

Cuando un “sí” va acentuado trasmite un aire enfático, positivo, incluso festivo, y puede funcionar bien en política, sobre todo en tiempos de elecciones. El “Yes we can!” de Obama, inspirado en el “¡Sí se puede!” de César Chávez (el líder campesino y activista de los derechos civiles en Estados Unidos), es quizás uno de los ejemplos más famosos.

Ya en los años ‘80 tuvimos en Venezuela una primera versión durante la campaña de Jaime Lusinchi, quien llegó a la presidencia con un “Dile sí a tu país” y un crispado “¡Sí!” que resaltaron hasta en su apellido (Lu S Í nchi). Quizás con tanto uso y abuso las implicaciones políticas de este tipo de slogan ha ido perdiendo su aura de vital oportunidad hasta hacerse incluso sospechoso.

El “Si” que inicia la frase de Petrono es unadverbio que indica un asentimiento.Estamos partiendo de una conjunción que denota una posibilidad que depende de otra: “Si llegas el lunes, llegarás a tiempo”. El inglés, con su afán de exactitud, cuenta con el yes y el if. En nuestro idioma la diferencia es más sutil, apenas un acento.

Recuerdo dos casos de este tipo de ecuación que se hicieron célebres en Venezuela. El primero surgió de una declaración de Octavio Lepage, entonces ministro del Interior, al declarar sobre el secuestro del industrial norteamericano William Niehous. Los periodistas le acuñaron una frase:

Si Niehous no está vivo, está muerto.

En el segundo caso aparece Blanca Ibáñez, la amante del presidente Jaime Lusinchi y blanco de todas las acusaciones de corrupción, declarando ante las cámaras con la lenta fonética de una actriz dramática:

Si fuera barragana, estaría orgullosa de serlo.

La alarmante sentencia de Petro, “Si yo fallo, vienen las tinieblas”, cuando apenas comienza su presidencia, nos plantea la hipotética posibilidad de fallar y, al mismo tiempo, la consecuencia de un apocalipsis inevitable. Petro nos asoma a un extremo tan terrible que parece gozar aterrorizándonos. Hasta Luis XV fue menos drástico al predecir tan solo un diluvio.

Mario Vargas Llosa, cuya vida ha sido un creciente devenir de la izquierda a la derecha, ha declarado sobre la victoria de Petro matizando su rechazo con otra hipótesis.

Si actúa en la legalidad, bienvenido.

Aquí ambos extremos son supuestamente buenos, pero la carga de ironía y sugerida imposibilidad es evidente.

Cuando me asomo a la legalidad como una etiqueta irrebatible veo más limbos que cielos y presiento que tiene más méritos que la libertad para hacernos suspirar: “Legalidad, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.

En la historia de las atrocidades, las legales conforman un porcentaje asombroso, como la exterminación de judíos iniciada con las Leyes de Núremberg o las diferentes versiones del Apartheid, incluyendo leyes que permiten armar a una población civil hasta hacerla agredirse a sí misma. La tragedia venezolana está plagada de legalidades que se exhiben como orgullosos trofeos. Y, de paso, no olvidemos las ilegalidades que son parte de nuestro más glorioso legado, como la de alzarse en armas contra el Imperio español.

Pero volvamos al “sí” acentuado y el “si” sin acento.

Quizás tanto en Venezuela como en Colombia estamos viviendo tiempos más propicios a las conjunciones que a los adverbios. Los venezolanos nos encontramos más allá del escepticismo y ya no vibramos con aquella carga de optimismo y de fe que proclamaba un “Sí podemos”. Nuestra política se ha tornado tan relativa como estancada y malandra. Los hechos y los principios de lo que nos acontece ya no mantienen una relación estable. Pasan del matrimonio al divorcio, del concierto al desconcierto. Para expresar estos devenires y avatares la gramática nos ofrece una interesante gama de conjunciones. Las hay adversativas, concesivas, condicionales, copulativas, correlativas, temporales, y estoy apenas entresacando de una larga lista de posibilidades.

“Espero que su gobierno [Gustavo Petro] no resulte una mampara para quienes están arrasando con Venezuela, sino un ejemplo de cuánto podemos aprender cuando nos asomamos a nuestros fracasos con valentía y humildad”

Siento que Petro, desde ese primer “si” de su primera frase, insuflado con el intimidatorio sabor de tan graves consecuencias, nos está asomando al futuro como si él fuera la víctima más propicia, o como el victimario que califica de tinieblas a sus opositores e impondrá su verdad para siempre.

A los venezolanos el porvenir se nos ha convertido en un ineludible adversario y el pasado en su principal cómplice. Vamos dejando atrás tanto las afirmaciones como las conjunciones mientras alimentamos nuestra apatía con un tóxico: “¡No podemos!”.

Yo

En sus entrevistas, los periodistas se enfocan e incluso azuzan un “yoísmo” que los presidentes deberían dosificar. En la Venezuela del siglo XX, Jóvito Villalba, el eterno candidato del partido URD, fue caricaturizado en “Radio Rochela” iniciando todas sus declaraciones con la misma cantaleta:

Yo y mí partido… Mi partido y yo.

Nicolás Maduro ha optado por una aclaratoria:

Cuando digo “yo”, digo “somos”.

Provoca preguntarle: ¿Y qué diablos eres cuando dices “somos”?

Churchill optó por una sinceridad ajustada a su estilo:

Yo prefiero defender mis convicciones antes que a mi partido.

A los presidentes recién electos no les resulta fácil manejar con mesura la primera persona del singular. Hacia el final del mandato se relajan y usan el “yo” solo para los éxitos y el “ellos” para los fracasos.

“Yo” viene del latín ego y todas las variantes suelen ser antipáticas: “egocentrismo”, “egoísmo”, “ególatra” (en medicina el EGO son las siglas para un examen general de orina). Hasta cuando forma parte de proclamas de humildad el “yo” suele sonar como una expresión de soberbia.

Hugo Chávez, quien fue incontenible e incandescente, nos ofreció un ejemplo cercano a la autocombustión:

Ya yo no soy yo, yo soy un pueblo.

Petro parece concebirse como una pieza que, de fallar, toda Colombia será arrasada. De no poder fallar, a creerse infalible, puede haber muy poco trecho.

En buena parte este “yoísmo” político se asienta en una frase de Aristóteles que ha sido incomprendida. El historiador H. D. F. Kitto propone que las famosas palabras: “El hombre es un animal político”, constituyen un milenario error de traducción. Aristóteles propuso algo más simple, más accesible: “El hombre es una criatura que vive en una polis”. El filósofo nos está planteando que la polis es el único marco en que el hombre puede realizar plenamente sus aptitudes espirituales, morales e intelectuales. En la otra traducción, la trillada y prepotente, el hombre será más político mientras más resalte la política en su animalidad, o, para ser más suave, en su naturaleza. Según la traducción, que nos propone Kitto, seremos más políticos en la medida en que sepamos pertenecer a la Polis con tino, solidaridad y humildad.

Es tan difícil asumir y entender que la política debe ser un acto de amor y no solo de poder. Mahatma Gandhi y Martin Luther King lo asumieron; creo que también Nelson Mandela y Michelle Bachelet incorporaron ese espíritu de servicio e inclusión.

Fallo

De esta palabra el diccionario nos ofrece dos versiones opuestas que parecen los peces del signo piscis. La primera acepción se refiere a la sabia sentencia de un juez o la decisión de una persona competente sobre un asunto dudoso. Esta versión proviene del latín afflare, que tiene que ver con soplar hacia algo. Y quien sopla debe inhalar, así que también tiene bastante que ver con olfatear.

El otro significado se refiere a la deficiencia de algo que no funciona, a un defecto, y aquí podemos incluir el fallar del cazador por falta de puntería. El “fallo” en la frase de Petro es una conjugación del verbo fallar, la primera persona del presente en modo indicativo. Y ciertamente se trata de una palabra sumamente indicativa que debemos examinar.

Parecen haber más proverbios sobre este tipo de “fallo” que sobre el de los jueces. Comparto un ejemplo que le viene bien a un hombre que se levanta de la cama sabiendo que lo han elegido presidente:

Si no tienes miedo de que puedas fallar, nunca harás el trabajo. Si tienes miedo, trabajarás como loco para cumplirlo (César Chávez).

Llegué al proverbio de César Chávez por pura casualidad. Me llama la atención que en la primera frase suya que citamos aparece ese “sí” adverbial y afirmativo, mientras, en esta segunda, su frase viene precedida por una compleja conjunción que une, no dos, sino cuatro opciones.

Lo cierto es que a Petro ciertamente le conviene tener miedo a fallar; su propia frase lo confirma. Espero que eso de “trabajar como loco” lo asuma como una metáfora y no cometa la insensatez de enfrentar las tinieblas aferrándose a la presidencia mediante la legalidad de una reelección indefinida. Esa supuesta “indefinición” en nuestro país consagró el eterno retorno de un gobierno capaz de renacer de sus cenizas.

Vamos ahora a examinar si existe una relación entre el fallar sentenciando y el fallar errando.

El inglés nos ofrece de nuevo dos palabras muy diferentes: rule para la sentencia del juez y fail para el resto de los mortales, incluyendo a los políticos. No me preocupan estos equívocos de nuestro idioma, incluso los prefiero, pues nos invitan a indagar. Un buen ejemplo es justamente la palabra “equivocación”, mucho más sugerente que mistake. Parece diseñada para quien tiene una “vocación” por los “equívocos” y tiende a llamar de la misma manera a cosas diferentes. No estoy proponiendo que Petro se equivoca y confunde la posibilidad de fallar como presidente con el fallar de los jueces, solo me atrevo a sugerir que en su “fallo” puede haber interesantes matices que debemos explorar.

“A los presidentes recién electos no les resulta fácil manejar con mesura la primera persona del singular. Hacia el final del mandato se relajan y usan el ‘yo’ solo para los éxitos y el ‘ellos’ para los fracasos”

El que Temis, diosa de las leyes de la naturaleza, tenga los ojos vendados lo consideramos un símbolo de su objetiva imparcialidad, pero también puede ser que la justicia y la equidad se apoyen en el olfato más que en la vista (más propia del cazador). El olfato tiene una mayor capacidad de advertir lo que está en un invisible trasfondo. Lo que permanece oculto por demasiado tiempo tiende a despedir un fuerte hedor.

Quizás el fallar de quien se equivoca se debe a que no está empleando a fondo los recursos de su respiración. Digamos que le presta más atención a sus expiraciones que a sus inspiraciones. “Expirar” tiene que ver con la muerte o con un plazo que no ha sido cumplido. “Inspirar”, aparte de llevar aire a los pulmones, “despierta en el ánimo un sentimiento, una sensación, una impresión”. Petro podría decir: “Si no respiro con la suficiente profundidad, fallaré”, en vez de limitarse al resoplido de un sucinto “Si fallo…”.

Soltar al aire prédicas y promesas sin una adecuada inspiración, nos aleja incluso de las posibilidades redentoras de un verdadero fracaso. “Fracaso” es una palabra más telúrica, más dramática, más reveladora y consistente que “fallo”. En Venezuela no hemos comprendido y asumido la dimensión espiritual de nuestro fracaso histórico. Puede que siendo tan profundo no logremos llegar hasta el fondo. Es lamentable, pues hemos tenido un pensador y un poeta que nos hablaron con insistencia sobre el tema.

Rafael López-Pedraza nos anunció en su ensayo “Conciencia del fracaso”:

Cuanto concierne al fracaso está fuertemente reprimido, como si fuera lo último de lo que nos quisiéramos enterar». ¿Y si aceptáramos que fracasar en tan natural como acertar?, ¿y si nuestras terapias del éxito, la felicidad y la prosperidad no son más que nuevas formas de represión de esa naturaleza falible, frágil y trágica que nos constituye?

En esos mismos años, Rafael Cadenas escribió un poema del que extraigo algunas líneas:

Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.

Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los triunfos.

Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme.

Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas.

Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo.

Me levantaste a un nuevo rango limpiándome con una esponja áspera, lanzándome a mi verdadero campo de batalla, cediéndome las armas que el triunfo abandona.

Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja.

Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.

Tinieblas

La niebla puede ser tan bella, tan mágica, sobre todo cuando es inusual. El poeta Joseph Brodsky amaba la neblina densa e inmóvil de los diciembres en Venecia, e incluso le resultaba ventajosa en sus breves recorridos para comprar cigarrillos, pues podía encontrar el camino de regreso a su casa gracias al túnel que su cuerpo dejaba en la niebla.

Las tinieblas son otra cosa. En el mismo libro, Marca de Agua, donde Brodsky nos habla de su breve caminata, nos describe otro momento, esta vez de tristeza y desconcierto, y lo acompaña con las primeras palabras de la Biblia:

Y la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas.

Las tinieblas solo existen en nuestros delirios y pesadillas. Los diccionarios la definen como una “falta de luz”, luego vienen las referencias a la absoluta ausencia de conocimientos y al infierno, “lugar al que van las personas que mueren en pecado”. En resumen, las tinieblas son el reverso de la vida, de la energía y el bien: “Entonces dijo Dios: ‘Sea la luz’. Y hubo luz. Y Dios vio que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas”.

Podríamos pensar que Petro está exagerando al hablar de tinieblas o, en el mejor de los casos, que es demasiado poético o histéricamente bíblico. Pero no es tan inocente. Los romanos llamaban a la tiniebla tenebrae, de donde deriva el adjetivo temerarius. Así llegamos al “temerario” de nuestro idioma, un ser excesivamente irreflexivo. Y, para retornar tanto al fallo del juez como a la falla del político, recordemos que también existen los “juicios temerarios” de “quien actúa a ciegas y es completamente imprudente”.

Arrasarán

De nuevo llegamos a una palabra con dos significados, o más bien con evidentes diferencias de intensidad.

El primero luce escalofriante: “Arruinar y destruir por completo un territorio, una superficie, un edificio, de manera que no quede nada en pie”.

El segundo significado, “triunfar o derrotar de forma rotunda y completa”. Puede ser incluso simpático, como saber que “la película de Pedro Almodóvar arrasa ahora en las carteleras italianas”.

El Templo de Jerusalén tiene mucho que contarnos sobre el primer significado de “arrasar”. De la versión construida por Salomón no quedo nada después que las tropas de Nabucodonosor  lo destruyeran en 586 a.C. Luego se construyó un segundo templo que fue arrasado por Tito en 70 d.C. y repasado por Adriano en 130 d.C. Lo notable es que, incluso este paradigma de destrucción y sucesivos arrases, no fue totalmente destruido. Han quedado los restos del muro de la explanada donde estaba el templo, los cuales continúan siendo un símbolo y el monumento más sagrado del judaísmo, al menos para las lamentaciones.

“Desde la medida de lo que me ha tocado vivir y presenciar, lo sucedido en Venezuela ha sido un arrase tan a fondo y tan inhumano como los bíblicos. Tenemos no solo la paz de las urnas, también la de los sepulcros y las lamentaciones”

Quizás la democracia se inventó para que los cambios de poder no impliquen esa “tabula rasa” de Tito y Adriano. Creo que los mejores gobiernos de derecha son los que dan paso, sin traumas, a uno de izquierda, y viceversa. No intento ser cínico ni gracioso. Es simplemente lo que he observado.

Desde este argumento, conviene recordarle a Petro que él mismo ha llegado al poder sin arrasar con el país y, por cierto, tampoco en las urnas.

Ahora bien, si vamos a hablar de un arrasar destructivo, quisiera recordarle a Petro la existencia de un ejemplo muy cercano. Se trata de un movimiento arrasador de estructuras que continúa en el poder y con ínfulas de eternidad. Si para Preto “fallar” significa perder el poder y caer en las tinieblas de un arrase, el gobierno de Venezuela puede resultarle un ejemplo sumamente tentador. La fórmula es tan sencilla como tenebrosa: “No dejes que te arrasen, hazlo tú”. Así llegamos a otra conjunción: Si eres un animal político lo suficientemente poderoso, ¿para qué diablos necesitas la polis?

Desde la medida de lo que me ha tocado vivir y presenciar, lo sucedido en Venezuela ha sido un arrase tan a fondo y tan inhumano como los bíblicos. Tenemos no solo la paz de las urnas, también la de los sepulcros y las lamentaciones.

Todo

La palabra “todo” resulta tentadora para las almas totalitarias. Podemos intentar comprenderlo todo, pero no pretendamos calificarlo, predecirlo o dominarlo.

No puedo saberlo todo sobre Petro. Sí me preocupa su pertenencia al M-19. Ser guerrillero es estar dispuesto tanto a morir como asesinar para alcanzar el poder, lo que equivale a una guerra a muerte. Esa es la ventaja combativa de un guerrillero, serlo siemprey por convicción, frente a un soldado con sueldo y prestaciones que sueña con unas vacaciones.

Pero no lo considero un impedimento, solo un peso en su alma y un trauma indeleble, latente. Por años tuve el deseo de que Teodoro Petkoff fuera presidente de Venezuela, y, para mal o para bien, fue más guerrillero que Petro. Ambos hicieron cosas importantes y positivas cuando se incorporaron a la política y tuvieron cargos públicos. Para no hablar del pasado de Mandela, a quien ya nombramos.

Lo que sí me cuesta perdonarle a Petro es que sea o haya sido chavista.

Recordando a Simón Bolívar, pienso que quien permanezca indiferente y no actúe en beneficio de la libertad de América, no merece la muerte pero ciertamente nuestro desprecio. Dicho de otra manera, si de ser guerrillero se trata, ¿cual gobierno tiene más méritos para ser combatido que el de Maduro?

Para terminar volvamos al poema de Cadenas. En la primera estrofa nos asomamos a una totalidad:

Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.

Ojalá el humo de los crímenes cometidos en Venezuela le señalen a Petro las enloquecedoras equivocaciones que puede generar una victoria. Espero que su gobierno no resulte una mampara para quienes están arrasando con Venezuela, sino un ejemplo de cuánto podemos aprender cuando nos asomamos a nuestros fracasos con valentía y humildad.

Hasta Carl Jung solía caer en la tentación del “todo”. Él consideraba que la histeria era semejante a una plataforma donde rebotan todos los aconteceres impidiéndoles transformarse en experiencias. “Según esto”, escribió Lopez-Pedraza, “todo lo que acontece se queda en la superficialidad de esa histeria y no llega a tocar abajo, a los pedazos de la historia personal ni a la historia del hombre sobre la tierra”.

Observar con atención y fraternidad a nuestros vecinos, tanto como ellos a nosotros, ayudará a que nuestra historia sea siembra de conciencia y no un puro y continuo rebotar de histéricos y amnésicos.

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