De no ser por la invención del Derecho, el oficio de robar sería tan viejo y tan permitido como el otro. Robo y prostitución se disputan el sitial de honor como las labores más antiguas practicadas por los humanos. Cuando se observa la vida ostentosa de los mafiosos contemporáneos, con atuendos en los que abundan objetos suntuarios de oro, junto a chicas exuberantes, reconstruidas con sus senos de campanario, con tal estética se está reconociendo la simbiosis de dos grandes tradiciones enraizadas en la historia: el robo y la prostitución.
Los romanos fueron los culpables del primer blanqueo de lo robado al desarrollar el concepto de proprius, objeto que pertenece a alguno de manera exclusiva. Con el Derecho Romano se marca la diferencia entre la pura y simple posesión (de hecho) y la propiedad (en derecho). Los griegos asumen el robo con mayor desenfado, a juzgar por la adoración a Prometeo quien roba el fuego sagrado necesario para la pervivencia humana.
Una consecuencia de robarse el fuego del Olimpo, bajo posesión de los dioses, es que pone al desnudo la inequidad defendida por Zeus, contraria al interés común de los mortales. De esta manera germina una tradición que le atribuye al robo un manto de benevolencia. Si robar está en los orígenes del mundo, ¿por qué condenar su práctica? La historia bien puede continuar fundándose en el robo, al fin y al cabo, “ladrón que roba a otro tiene cien años de perdón”.
Si la prostitución cumple su función social relajando las tensiones, generando empleo en mercados competitivos, al punto de producirse cotizaciones de altísimo costo, el robo también puede prestigiarse si se logra establecer la condición oscura, turbia o mal habida de la propiedad y los propietarios. Como puede verse, el robo puede transfigurarse en acción justiciera.
La trama de Robin Hood, quien roba a los ricachones de Nottingham para repartir entre los pobres, muestra esa debilidad de principios en tensión con lo ordenado por las doctrinas religiosas que prohíben robar. Y también prohíben los pecados de la carne, en procura del control social básico para la pervivencia de la sociedad. Que se sepa, no existen sociedades humanas en las cuales se haya declarado el libre ejercicio del robo y la promiscuidad.
Para el viejo Karl Marx las cosas resultaron tan simples como diáfanas: La propiedad es robo, así sin más consideraciones. De modo que todo propietario es despachado como un redomado ladrón, y por añadidura, explotador. Lo que nunca nos advirtió el barbudo de Tréveris, es que sus seguidores tomarían el poder (el cielo por asalto), para luego dedicarse a robar, con lo cual se hace innecesario el disimulo y el camuflaje. Tal práctica convierte a toda revolución verdadera, en un cambio de propietarios, es decir, un cambio de ladrones.
Pero visto así, a secas, gobernar para robar deja en cueros a los autores del crimen. Se requiere de una justificación para toda mala conducta. Además, si no se justifica el robo, se deja el camino abierto a los competidores. Por ello, los ladrones de lo público terminan convertidos en ricos y defensores de la propiedad. A los truhanes latinoamericanos les da por robar en nombre de la patria, contra la desigualdad y contra la exclusión social. Aunque los ricos siempre serán objeto de sospecha.
Merecido tienen su castigo: Primero se verá pasar un camello por el ojo de una aguja que un rico ingresar al cielo. De manera que para robar siguiendo la conseja marxista, el método siempre es el mismo: desmeritar a los propietarios, negar la correlación entre trabajo y riqueza para igualar la propiedad con el robo. Si la riqueza fuese infinita y sin requerimientos productivos, como las aspiraciones de los ladrones, ellos podrían democratizar el robo, fatalmente, esto no es posible.
En el caso venezolano, robar desde el Estado resultó mucho más simple y democrático. La riqueza petrolera llegó a considerarse infinita y sin dolientes. Es propiedad estatal, por lo tanto es de todos y no es de nadie. Gonzalo Barrios dijo en alguna ocasión: “… en Venezuela roba la gente porque no tienen motivo para no robar”1. Eran tiempos de abundancia rentista cuando Barrios se refería a la lenidad de la justicia que no castiga por robar lo público. Se legitimó el robo al punto que Arturo Uslar Pietri se refirió a los pendejos, para definir a los ciudadanos que participaban en la vida política sin robar. Reconocía así, a unos pocos practicantes de las pendejadas señaladas por la ley.
Cuando se encienden las alarmas debido a la crisis petrolera que arranca en los ‘80 del siglo pasado, ya la cultura de la lenidad ha echado raíces. Los esfuerzos por adecentar las finanzas públicas de los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera II chocan contra el muro del ladronismo travestido en revolución bolivariana. Los monstruos estaban enterrados, solo había que humedecer el suelo patrio para que brotaran como pajonal en invierno.
Y la revolución llegó para quedarse. ¿Por qué? Porque el tiempo “ennoblece las villanías del dinero”2. Hasta los menos avispados analistas reconocen la práctica revolucionaria de alargar todo proceso que implique la alteración del statu quo. El tiempo debe hacer su trabajo, no solo desdibujando el origen turbio de la riqueza, no solo aplicando el detergente del olvido y la desmemoria. Para limpiarla, el tiempo debe permitir el acomodo de las leyes en favor de los nuevos “propietarios” y sus herederos.
Tras la primera camada de ladrones, ahora gordos y envejecidos, siguió el baby boom bolivariano, pronto convertidos en bolichicos “emprendedores”. Si para el momento en que sus padres ejecutaban la gesta heroica eran solo adolescentes, transcurridas más de dos décadas, ahora son los herederos. Para lavar las vergüenzas no solo disponen del tiempo que aporta el control del poder, también acuden en su ayuda los viejos empresarios sobrevivientes a la debacle revolucionaria, prestos a ofrendar su linajudo origen para lavar el de los nuevos ricos. Todo sea por salvar el negocio.
Las negociaciones de México y las presiones por derogar las sanciones aplicadas por EE.UU. contra funcionarios bolivarianos, dan sus frutos en favor de la alianza de los viejos y nuevos ricos. Ya uno de los señalados por enriquecerse a costa del hambre de los venezolanos ha sido excluido de la lista de sancionados del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Un logro del proceso de diálogo que nos encamina hacia la consolidación de una República de Ladrones con apoyo del imperialismo, el viejo guardián de la limpieza financiera. Sin duda, un hecho histórico, una gran victoria del cinismo sobre la justicia.
(1)Archivo digital Sofía Imber y Carlos Rangel. http://cic1.ucab.edu.ve/cic/php/buscar_1reg.php?Opcion
(2)J. Nuño. La escuela de la sospecha. Nuevos ensayos polémicos. Monte Ávila, 1990.