Europa es ahora mismo un hervidero. Un caldo de cultivo para los tsunamis políticos, económicos y sociales. Tsunamis persistentes, en un bucle constante. Tanto para los errores y algunos aciertos. De nuevo, como en otras crisis, la CRISIS llena titulares, salpicados esta vez por el aura del populismo. Ucrania es la excusa para tapar los errores anteriores y vestirlos de guerra y crisis energética. Una guerra que es real y cuyas consecuencias también lo es. No así los relatos que se elaboran a partir de ella.
Dicha circunstancia en la narrativa es compartida por el Cambio Climático, culpable de los incendios forestales, acaso metáfora de los incendios sociales que se encuentran latentes en toda su geografía.
¿Arde París? escribían Dominique Lapierre, Larry Collins en 1965 a propósito del neroniano deseo de Hitler de incendiar la capital francesa por allá en 1944; y 78 años después de aquel horror, los Lapierre y Collins de hoy podrían escribir ¿Arde Europa? En el extremo oriental un dictador busca abrasar a otra nación sin más; acelerando con ello el nuevo orden mundial. Esta vez, sin embargo, Europa observa mientras otros le observan a ella, registrando un nuevo capítulo de la realpolitk. Como Hitler entonces, Vladímir Putin ha lanzado un órdago sobre un país y la onda expansiva no ha tardado en desatarse.
Frente a ello, los cineastas de Europa y más allá miran de cerca los hechos de un tiempo que no admite esperas. Los errores y aciertos de la sociedad contemporánea se registran en cientos de films, algunos de los cuales se dejarán ver durante el próximo Festival Internacional de Cine de Venecia. Su director artístico, Alberto Barrera lo ha subrayado durante la presentación de los títulos que participarán en la edición número 79 del certamen cinematográfico -el más longevo en su tipo-. Según ha dicho: el cine no puede permanecer ausente. Quizá por ello la amplia participación de realizadores tradicionalmente documentalistas que llegan con su primer film de ficción. O bien los documentales a presentar por realizadores ya consagrados que persiguen sacudir las conciencias de los asistentes. Sergei Loznitsa, Gianfranco Rosi y Oliver Stone ofrecen registros y miradas sobre el nazismo, el papado y el apocalipsis nuclear.
No son los únicos que llegan con una carga política: Vahid Jalilvand (Beyondthe Wall); Romain Gavras (Athena); Roschdy Zem (Les Miens); Noah Baumbach (White Noise); Luca Guadagnino (Bones and All), o el recientemente encarcelado director iraní Jafar Panahi (No Bears, filmada en secreto).
Frente a ello, también, hay una dosis de hedonismo -hiperbolizado en estos tiempos por las redes sociales-, de biografías, de personajes apresados por su propia grandeza. Bardo (o falsa crónica de unas cuantas verdades), donde el universo personalísimo de Alejandro González Iñárritu aflora en tres horas de metraje. Pero también Una pareja, retrato de León Tolstói y Sofía Behrs dirigido por el documentalista Frederick Wiseman en su primer biopic de ficción. Laura Poitras se mantiene en su territorio y ofrece su propia mirada sobre Nan Goldin en All the Beauty and the Bloodshed, y Andrew Dominik aterriza con mérito anticipado: terminar el proyecto largamente anhelado por Hollywood (con un empujón de Netflix): Blonde, adaptación de la novela homónima de Joyce Carol Oates sobre la vida de Norma Jean / Marilyn Monroe que ha colocado desde antes de su estreno a Ana de Armas directo a los Oscar.
Gianni Amelio se aferra también a las true stories con El señor de las hormigas, un film que revisa desde diversos puntos de vista uno de los casos de plagio -entiéndase aquí según las reglas del fascismo como “lavado de cerebro”, manipulación y subyugación-; más relevantes de Italia: el caso Aldo Braibanti, célebre poeta homosexual convertido en chivo expiatorio a favor de “las buenas costumbres” y tranquilidad de la familia y concretamente del padre del joven Giovanni Sanfratello.
Todd Field con Tar y Alice Diop con Saint Omer siguen la senda de personajes fascinados por su ego, en el contexto de la música y la literatura, mientras Emanuele Crialese recoge ecos -solo ecos-, del neorrealismo italiano con La inmensidad.
El peso documental, una necesidad de realismo, de historias reales que muestra Venecia en su Selección Oficial -y aún más en su sección paralela Orizzonti-, subyace en ¿Arde París? (1966), ya no exclusivamente la novela, sino en la película dirigida por René Clément. Una adaptación firmada por Gore Vidal y Francis Ford Coppola; fotografi00ada (en un poderoso blanco y negro, para enfatizar su inspiración en hechos reales) por Marcel Grignon y una banda sonora compuesta por Maurice Jarre.
El elenco, para gloria de Francia, cuenta con Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Charles Boyer, Yves Montand, Jean-Louis Trintignant, Simone Signoret, Jean-Pierre Cassel, Michel Piccoli, Bruno Cremer y Leslie Caron. Pero también, para gloria de Estados Unidos, con Orson Welles, Robert Stack, Kirk Douglas y Glenn Ford. Una superproducción en toda regla, coproducida entre Francia y Estados Unidos.
Un film que partía de una bitácora firmada por dos autores de éxito y que René Clément, fiel a sus orígenes, rodaría apelando al aporte documental. En ¿Arde París? (la película), el autor de A pleno sol y dos veces ganador del Oscar a la Mejor Película Extranjera -por Demasiado tarde (1949) y Juegos prohibidos (1952)-, y el León de Oro en Venecia -por Juegos prohibidos-; buscó ese realismo y veracidad sumando casi, a partes iguales, imágenes de la ficción y registros documentales de la guerra. Con ello elevó el espíritu y heroísmo francés mientras reinterpretaba la naturaleza de los hechos no con cierta ambigüedad.
Pese a esa danza de distinto tempo, el realizador consiguió no sólo un film de gran belleza, sino también momentos de aproximación al absurdo y las incongruencias de una guerra que podía registrarse y desarrollarse de muchas maneras aún dentro de una misma ciudad. En este caso, París. Y es allí, donde el film se eleva hacia una nueva circunstancia, dejando de lado el elemento político-ideológico y simplemente “observando” una condición.
En un nuevo encuentro cinematográfico, el cine vuelve a revisar ese compromiso entre la representación, el registro de la realidad, los hechos y la interpretación de los mismos que le signa desde el minuto uno de su existencia. Una necesidad de explicar el contexto, de explicar el por qué de lo que ocurre en la actualidad. Dada la imperiosidad de lo que ocurre, no parece haber tiempo para el distanciamiento histórico. ¿Arde París? se rodó casi dos décadas después del final de la guerra y pese a que parece mucho tiempo, en realidad es poco. Hoy, el tiempo se acorta mucho más de cara a acontecimientos de este tipo. El impacto global de lo que hoy ocurre avisa, cuando menos, un preludio que observa y cuenta sus historias, esta vez, desde Venecia.
*Las fotografías y el video fueron facilitados por el autor, Robert Andrés Gómez, al editor de La Gran Aldea.