Sergei era agente del KGB con disfraz de periodista. Entre finales de julio y principios de agosto de 1985, en Moscú, me fue asignado como guía y traductor. Fuimos al diario Izvestia y al de la Unión de Juventudes Comunistas (Komsomólskaya Pravda) y a las agencias Tass y Nóvosti. Me enseñó las cuatro esquinas de la Plaza Roja y entramos a los grandes almacenes GUM. Varias veces hicimos la larga cola que desde el alba se formaba para adquirir vodka racionada a dos botellas diarias. La bebía con sal, como si fuera tequila.
La apertura del XII Festival Mundial de la Juventud, en el Estadio Lenin, ante 100 mil personas (26 mil extranjeros), fue el escenario de la primera aparición en una concentración masiva de Mijaíl Gorbachov, quien había sido elevado a la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética escasos cuatro meses antes.
-Vamos a ver al líder nuevo, me dice Sergei camino al Estadio.
Nos acomodamos en las gradas bajas. Me prestó unos binoculares muy pequeños, de esos que utilizan las señoronas en los palcos del teatro o de la ópera.
Los soviéticos (y el mundo) habían visto a Gorbachov en televisión y en la prensa, pero no “en vivo”. En Occidente, como Número 2 del PCUS, había acudido al sepelio del líder comunista italiano Enrico Berlinguer, aceptado una invitación de Margaret Thatcher a tomar el té en Londres y viajado a Canadá en asuntos agrícolas. Nada más. Gorbachov ahora cuenta 54 años, pero ya lleva casi 15 en el Comité Central y en el Buró Político. Dada su edad, no participó en la Gran Guerra Patria, pero vivió de niño bajo la ocupación alemana y luego había sufrido la prisión de su abuelo materno, víctima de la purga estalinista de 1937. Había emergido tras la seguidilla de decesos de los líderes Breznev, Andropov y Chernenko. Abogado y agrónomo.
“Es el relevo”, explica Sergei. La media de edad de la cúpula rondaba los 70 años. Recordé cuando en 1968, en Sofía, capital de Bulgaria, saludé con un apretón de manos a Evgeny Tyazhelnikov, secretario general del Komsomol soviético y factótum de la Federación Mundial de la Juventud Democrática, anfitriona formal de los Festivales. Contaba entonces 40 años y se mantuvo en ese cargo durante los 8 siguientes.
En el terreno del parque monumental desfilan las expresiones artísticas de las 156 delegaciones extranjeras participantes. Danzas y música de todo el mundo. Por Venezuela destacan Cheo Hurtado, Aquiles Báez, Esperanza Márquez, Cecilia Todd y su hermano Roberto, el grupo larense Caraota, Ñema y Tajá…
A la espera del momento crucial, Sergei comenta: El máximo evento soviético con participación extranjera fueron las Olimpiadas de 1980, que fue parcialmente boicoteado por Estados Unidos debido a la intervención en Afganistán. Este es el segundo más vistoso y concurrido.
Esos festivales habían sido suspendidos en 1977. El último había ocurrido en La Habana. No estaba previsto que Moscú fuera el anfitrión del número XII. Sergei dice que habían pactado que los comunistas franceses organizaran la reanudación en París, siempre con el apoyo financiero de la URSS, pero a último momento desistieron. Hubo consultas sobre si Hungría podría sustituir a Francia, pero el jefe Janos Kadar se negó. Victor Mishin, Primer Secretario del Comité Central del Komsomol, había ayudado a organizar “tres funerales magníficos” (Breznev, Andropov, Chernenko), y andaba a la carrera. En vista de las circunstancias, concluyeron en que si el “Movimiento del Festival” es útil para la implementación de la política exterior de la Unión Soviética, entonces el Festival debería celebrarse en Moscú. Y así fue. Según Sergei, sería la mejor vitrina de bienvenida ante el advenimiento de Gorbachov a la jefatura de la URSS.
Así estábamos en las gradas, así estaba Moscú 85, con un tablao de fiesta multicolor en todas las esquinas, y un dolor de muerte en el corazón de la más recóndita de las matrioskas.
Gorbachov tarda en aparecer en la tribuna central del Estadio Lenin abarrotado. La noche no llegaba, pero las luces ya estaban encendidas. De pronto los saltimbanquis desaparecen, los tragafuegos se repliegan, las banderas se agitan y el estruendo de una inmensa banda marcial estalla. Aparece en la tarima de la tribuna central el hombre de la mancha roja en la frente. Con los binoculitos detallo que su eczema es casi un croquis de Italia con los lunares de Malta, Sicilia y Cerdeña al lado derecho.
Gorbachov comienza a hablar. A su lado permanece su esposa Raisa. “Urbi et Gorbi”, titularán los italianos. “Más joven, más suave y probablemente formidable”, aparecerá en la portada de la revista Time. En el diario El País de Madrid, la corresponsal Pilar Bonet había reseñado en marzo: “El rápido, pero no sorprendente, nombramiento de Mijaíl Gorbachov, de 54 años, como nuevo secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética supone ante todo un relevo generacional de importancia histórica y una decisión forzada por tres fallecimientos consecutivos que han dado un carácter de debilidad y senectud a los últimos cinco años de la dirección soviética”.
-¿Qué está diciendo Mijaíl?
-La URSS está fragmentada, el partido ha perdido autoridad, las ilusiones se han desvanecido, la sociedad está cansada…
Una ley prohibía que el público se levantara y bailara en los conciertos o en los espectáculos públicos. La gente aplaudía con entusiasmo las frases del nuevo líder, se expresaba con alegría, aunque no desorbitada.
Sergei comenta que en la URSS cada uno de sus cuatro líderes históricos (Lenin, Stalin, Kruschev, Breznev) habían requerido de años y años para consolidarse en el poder. “Gorbachov tiene muy poco tiempo para deshacerse de sus oponentes internos, tendrá que hacerlo pronto y con mucha habilidad. En tres meses ha colocado a algunos de sus aliados en puestos claves. Creo que no es suficiente”, interpreta y casi piensa para sí el agente con credencial de periodista.
-Ahora está hablando como Nikita Kruschev cuando inició la desestalinización en 1953. Pero no se refiere a nombres y métodos de control social sino a estructuras y métodos de producción. Está advirtiendo sobre el peligro de la persistencia del estancamiento económico y del empobrecimiento generalizado. Habla de “aceleración”, “perestroika”, “glasnost”. Está explicando lo que entiende por “apertura”, “transparencia” y “autocrítica consciente”. Este hombre está desatando los demonios…
Noto a Sergei confundido. Desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche de este sábado 27 de julio de 1985, no ha tenido contacto con más nadie. Hemos recorrido el Parque Gorki, bebido un par de pintas, almorzado en un restaurant para turistas, viajado en autobús hasta el Estadio. No le he visto reportarse a su central de trabajo, sea la organización del Festival o la sede del KGB en Plaza Lubianka. Se ha entrecortado en la traducción al oído, por momentos se ha quedado pensando mucho al intentar alguna explicación. Debe tener 50 años. Es muy alto y de movimientos perezosos. De vuelta al Hotel Izmailovo, en el que me alojaba, cuenta que es periodista desde los 21, época en la que dieron un golpe de Estado a Kruschev y ascendió al poder Leónidas Breznev. Hemos visto al “líder nuevo” ser aclamado por cien mil personas, como bienvenida a su mandato como nuevo jefe del PCUS.
-¿Es un asunto de generaciones?
-No. Esto va mucho más allá…
*Periodista venezolano, residenciado en Madrid, España.
*El texto fue facilitado por el autor, Víctor Suárez, al editor de La Gran Aldea para su publicación.