Nirvana del Risco se llama la protagonista de la cuarta novela de la escritora cubana Wendy Guerra. ¿Voy a usar la palabra que empieza por “n”? Claro que sí porque no hay otra manera de comentar este libro sin ella y porque, a fin de cuentas, es una negra -hermosa, modelo, culta- orgullosa de lo que es, aunque en esa isla que pregona negritud y sabor de azúcar prieta, siempre terminan recordándole que el racismo no es cosa del pasado y que en un sistema autoritario, policial y plagado de delatores, ser negra y sentirse libre se paga caro.
Tras la aparición de “Negra” (Anagrama, 2013) a su personaje principal se le ha descrito como una heroína cubana y tomando en cuenta el contexto, lo es: una heroína porque persigue la libertad de pensamiento, la individual, la sexual; una heroína trágica que se empeña en hacer su propia historia aunque sus actos alimentados por la pasión, la inconformidad, el amor por los suyos y la ingenuidad, lo que hacen es ir cerrando el lazo que la realidad puso alrededor de su cuello.
Nina -Nirvana- parece tener el destino trazado. Su madre, vinculada a los círculos artísticos e intelectuales de La Habana, ha muerto. Su abuela, practicante de santería, la cuida, le advierte, trata de limpiarle el camino aunque ella rechace esa herencia mágica a la que respeta y teme porque no quiere sentirse atada.
La amante de su madre, Marie, una famosa realizadora francesa, muere y Nina tiene la oportunidad de ir a Francia como portadora de sus cenizas. Pero la isla es un poder mayor y si en La Habana soñaba con París, en París añora el ajado paisaje habanero.
“No, nosotras nunca vimos la ciudad de Cabrera Infante, pero hemos vivido años en la de Arenas… y si somos sinceras, hay que reconocer que nuestra vida ha sido narrada por Pedro Juan Gutiérrez. Arenas ya está en el pasado. Nosotras vemos cosas de las que Pedro Juan escribe sin pelos en la lengua”.
Wendy Guerra -poeta, narradora, actriz, columnista- investigó a fondo el problema racial en Cuba y refleja también el de Europa. Eso está ahí, trazado a lo largo de la vida de Nina y con frecuentes referencias al pasado de la isla repoblada con esclavos africanos. Guerra logra meterse en la piel negra y ubica al lector en una situación compleja y vergonzosa para la humanidad, valiéndose de la historia de su país y del presente de una vida sometida a vigilancia y a fuerzas contradictorias.
“Pues veo a una negra bembona de pasa colorá, ojos saltones, nariz ñata y con olor a bacalao. Me gusta comerte servida sobre la cama, pero no veo a mi abuela cambiándole pañales a un negrito, a ella no. Abre los ojos, Nina. En Cuba las cosas no han cambiado, mi futuro no puede ser contigo. Sigue modelando, cásate con un nórdico y ve a representarnos al extranjero, pon el banderín cubano exótico bien alto. Pero no te creas el cuento, no seas ingenua, aquí no seremos iguales nunca”, le dice el cruel amante -blanco- que conocemos al principio del libro.
“Voy a regresar, aquí me tratan como a una esclava, y si voy a ser esclava y si me voy a poner a guerrear, coño, que sea Cuba, no aquí donde soy una negra de mierda sin derecho a nada, sin nada mío por lo que luchar. ¿Me entiendes? Si soy una gallina de pelea, peleo donde me toca”, dice Nina en Marsella.
La novela -la vida de Nina- tiene un alto componente sexual, de disfrute, de goce de los sentidos que incluso logra ir más allá de los cuerpos. Guerra nos trae olores, sabores, texturas. Y también nos revela otras dimensiones de las creencias afrocubanas desgranando encantamientos, recetas, maneras de hacer el bien y hacer el mal convocando a entidades espirituales en un país en el que un partido y una ideología lo controlan todo.
Nina se va y regresa. Nina desafía al sentido común: su motor es la pasión. Vuelve con un sueño y se encuentra con sorpresas. La vida ha dado tantas vueltas en su ausencia y sin embargo, aunque trabaje duro por hacer su camino, la ruta está escrita: lo dijeron los caracoles, lo advirtió el babalao. Y también la ley de los hombres que mandan. Lo dicho: Nina tiene la soga al cuello y tira de ella.