Desde llevar la producción a seis millones de barriles al día hasta construir un gasoducto que uniría al mar Caribe con la Patagonia argentina, pasando por la siembra de refinerías en varios países de este y otros continentes. En materia energética, Hugo Chávez no tenía límites para anunciar proyectos faraónicos que no llegaron a concretarse, una costumbre que parece haber heredado su sucesor quien, sin haber podido cumplir la promesa de elevar la producción de crudo, ahora presenta al gas natural como el nuevo bocado para atraer la atención de los inversionistas extranjeros.
Durante la reciente visita al país de Haitham Al Ghais, secretario general de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Nicolás Maduro hizo dos anuncios que mucho se relacionan con los de su padre político, al destacar que Venezuela está “lista para elevar de manera progresiva y acelerada la producción petrolera, para ampliar la generación de productos refinados del petróleo y elevar la oferta de fertilizantes”, añadiendo que cuenta con 50 proyectos gasíferos listos para su explotación.
Al deshojar esas margaritas se puede deducir que se trata de una verdad a medias, tomando en cuenta que ciertamente el país cuenta las potencialidades para retomar su papel como un importante actor del mercado petrolero y surgir como un proveedor de peso en el gasífero, pero que carece de la credibilidad necesaria para atraer con cantos de sirena a los nada ilusos capitales internacionales.
Venezuela cuenta con las mayores reservas del mundo, es cierto, pero son pocas las posibilidades de que ese petróleo deje de ser solo un potencial y se convierta en recursos constantes y sonantes en el corto plazo; al que pasa, antes que nada, por lograr el fin o al menos la flexibilización de las sanciones impuestas por Estados Unidos. Esto implica dos condiciones básicas: en lo político, que el país vuelva a la senda constitucional, y en lo económico el compromiso del Estado para cancelar los más de 80.000 millones de dólares de la deuda petrolera consolidada entre pago de arbitrajes, préstamos de vieja data, deuda operativa y un largo etcétera.
Sería entonces cuando optarían por captar capitales que hagan viable la recuperación de la industria, que no sería inmediata. “En el corto plazo Venezuela puede aportar muy poco al mercado, quizá 200 o 300 mil barriles adicionales en los próximos dos años”, dice Francisco Monaldi, economista y profesor de Economía de la Energía en la Universidad de Rice, Houston, EE.UU.
Monaldi cree que para que el país alcance una producción de dos millones de barriles diarios con lo cual recuperar un rol de peso en el contexto global, requeriría inversiones de entre cinco y siete mil millones de dólares anuales en un lapso de siete a diez años; cifra bastante conservadora respecto a las estimaciones de otros analistas.
“Aunque depende mucho de las condiciones que se tengan, según una encuesta de Inter American Dialogue entre ocho grandes empresas petroleras, se necesitarían 210.000 millones de dólares para que en unos siete años se llegue a 2,6 millones de barriles diarios”, argumenta Carlos Mendoza Potellá, profesor de Economía Petrolera de la Universidad Central de Venezuela y uno de los conocedores de la industria.
En ese mismo orden, Rafael Quiroz Serrano, experto del tema energético, señala que dos estudios realizados en años recientes por el Banco Central de Venezuela y Petróleos de Venezuela apuntan a la necesidad de inversión de unos 25.000 millones de dólares anuales durante la próxima década, como condición indispensable para remontar la cuesta y volver al producir los 3,4 millones de barriles que se extraían antes de 2005.
Esto significa que son enormes los recursos que necesita el país para poner a andar su depauperada industria petrolera tras años de desinversión en todos sus sectores, particularmente en la producción en pozos maduros, la reformulación de crudos extrapesados y la refinación, área esta última que representa un verdadero cuello de botella para el abastecimiento del mercado interno.
Hilar fino
Al margen de los fondos que debe conseguir, Venezuela tendrá que llevar adelante un cambio bastante radical del marco jurídico actual si quiere atraer inversiones, que huyeron luego de que Chávez decidiera convertir al Estado en amo y señor absoluto del negocio, obligando a toda empresa que quisiera participar en el sector a entregar su parte del capital para que Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) lo administrara a su real discreción.
Fue así como tras acabar con los anteriores convenios operativos que permitieron la entrada de capital extranjero en la década de los ‘90 para la modernización de la industria, el chavismo propuso un esquema de empresas mixtas en las cuales PDVSA sería siempre el socio dominante y con poder para hacer en cualquier momento ‘caída y mesa limpia’, lo que en efecto ocurrió. El Gobierno se apoderó de todo cuanto quiso, trayendo como consecuencia no solo las milmillonarias demandas que aun hoy se discuten en tribunales internacionales, sino en la pérdida de credibilidad en un Estado que no respeta la propiedad privada ni las reglas de juego por él mismo impuestas.
Restablecer esa confianza en las grandes petroleras mundiales implica temas políticos de difícil manejo, para un gobierno que heredó el nacionalismo como sustento ideológico y el rechazo al capitalismo como bandera. “Hay que hacer un cambio de las reglas porque de lo contrario no van a venir los capitales. ¿A quién le puede interesar poner plata en un país donde no se garantice su inversión?, señala el economista Carlos Martínez, en alusión a las leoninas reglas impuestas por el Gobierno a partir de 2005.
Mendoza Potellá también lo cree así, pero va más allá al decir que como condición para su regreso, las transnacionales exigen un cambio de gobierno, de algunos artículos de la Constitución y de varios puntos de la Ley de Hidrocarburos, con la idea de flexibilizar el pago de Impuesto sobre la Renta y otros tributos municipales que consideran muy altos. “Hay que modificar las reglas de juego, porque uno de los problemas es que no hay un marco jurídico serio y transparente, y ninguna empresa va a venir a invertir miles de millones de dólares sabiendo que puede estar en riesgo su capital”, ratifica Quiroz Serrano.
Otro aspecto no menos sensible es la calidad de ese crudo extraído del subsuelo patrio. Como señala Mendoza, hay que tener en cuenta la capacidad que tendría el mercado de absorber volúmenes de petróleo extrapesado, componente mayoritario y casi exclusivo de la Faja Petrolífera del Orinoco, el gran reservorio nacional.
Aunque el mercado preferiría comprar petróleo ligero de poco trabajo para su refinación, no pareciera muy difícil colocar los cargamentos locales en vista del desarrollo de tecnologías para procesar crudos y bitúmenes cada vez más densos, dado el declive de los yacimientos de variantes livianas y de una demanda de crudo que goza de perfecta salud y sigue creciendo pese a la irrupción de fuentes energéticas alternativas. Vale recordar que los tres grandes combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo) representan el 84% de la matriz energética mundial, mientras que una decena de fuentes alternativas constituyen el 16% restante.
No menos importante es el tema de la capacidad técnica de la plantilla laboral venezolana, desmantelada en 2002 por Chávez y aumentada exponencialmente con personal de dudosa formación, al punto que el economista José Guerra considera que el estancamiento de la producción alrededor de los 700.000 barriles diarios también se relaciona con la falta de mano de obra calificada capaz de solventar los muchos problemas que afronta la industria.
Nueva barajita
“Los inversionistas internacionales que vengan de Rusia, Irán, China, Kuwait, Colombia, México y Argentina tendrán las garantías para producir gas en Venezuela y llevarlo a mercados internacionales”. Con nueva carta en la mano, Nicolás Maduro asegura que gracias a 50 proyectos gasíferos a la espera de quien llegue primero, el país está “listo y preparado para abastecer el mercado de gas de forma estable y segura”.
Recurso desde siempre menospreciado y desperdiciado, el gas natural es sin duda uno de esos secretos que, como el turismo, sigue sin ser aprovechado por este y todos los gobiernos anteriores, pese a su amplísima disponibilidad y potencialidades; tomando en cuenta que Venezuela se ubica en el octavo puesto a escala mundial en cuanto a reservas probadas (197 billones de pies cúbicos); y pese a lo cual 90% de la población venezolana sufre por su escasez.
En efecto, los planes no solo abundan, sino que están al alcance de la mano. “Hay dos grandes áreas prácticamente listas: una es la producción a través de licencias privadas, y la otra es el aprovechamiento del gas que se quema”, asegura Antero Alvarado, socio-director de la firma Gas Energy Latin América, quien añade que son muchos los proyectos operando o listos para su activación dada su relativa pequeña envergadura. En el primer caso (licencias), ya hay proyectos en marcha, siendo el más importante Cardón IV, al occidente del país, con capacidad a corto plazo de aumentar la producción tanto para abastecer el mercado como para enviar volúmenes considerables al mercado externo.
Cabe destacar que las petroleras ENI (Italia) y Repsol (España), las dos socias en Cardón IV y únicas empresas que han obtenido licencia de EE.UU. para reanudar la exportación de crudo, pueden hacerlo por un acuerdo para el pago de la deuda que mantiene con ellas la República por la extracción del gas que alimenta el sistema de occidente, del cual depende la distribución residencial en una de las pocas zonas del país que cuenta con este servicio, y la generación de electricidad a través de Termozulia. En pocas palabras, sin ese gas, el occidente se paralizaría.
Sobre los desarrollos en marca, Alvarado cree que si se dan las condiciones, en dos o tres años esos proyectos podrían estar plenamente operativos. “Pero eso requiere de inversión, de seguridad jurídica y respeto a la propiedad y, sobre todo, que se garantice el pago a las empresas participantes, que es lo que ha pasado con ENI y Repsol”, enfatiza el experto.
Con potencialidad suficiente para triplicar la producción actual, los campos gasíferos occidentales pueden suplir todo el gas que demanda Colombia para satisfacer sus necesidades actuales, lo que sería posible con solo reactivar el Gasoducto Transcaribeño, de 224 kilómetros que conecta con la infraestructura de transporte del norte colombiano, pero que se encuentra paralizado desde hace unos ochos años por desinversión y resquemores políticos.
De gran provecho también sería concretar los planes que se vienen dibujando desde hace décadas para exportar gas a Trinidad y Tobago, nación a tan solo 90 kilómetros de las costas venezolanas que demanda grandes volúmenes para mantener operativa su robusta estructura de licuefacción, parte de la cual está paralizada desde hace unos 12 años por escasez de materia prima.
“En tres años es posible concretar la exportación hacia Trinidad”, asegura Francisco Monaldi, quien con esta afirmación deja por sentado la oportunidad de oro fácilmente aprovechable que representa ese proyecto, que a mediano plazo aportaría resultados de impacto para el país si se toma en cuenta que la colocación de unos 600 millones de pies/día a los precios actuales (disparados por la guerra en Ucrania) representaría ingresos por el orden de 1.800 millones de dólares anuales.
El otro gran foco de negocio de rápidos resultados es el aprovechamiento del venteo, como se denomina a la quema de gas asociado a la extracción de petróleo, actividad que ubica a Venezuela en la nada honrosa lista de las naciones más contaminantes del planeta por esta práctica, gracias a la quema de unos 2.000 millones de pies cúbicos al día, cantidad que supliría todo el mercado residencial interno y es más del doble de lo que requiere Colombia para satisfacer sus necesidades actuales.
La casi totalidad de ese gas (entre 1.600 y 1.700 millones de pies cúbicos) se quema en el oriente del país, donde hasta hace pocos años era inyectado a pozos viejos para la recuperación de crudo, una práctica que la desinversión y la caída de la producción echó al olvido. No obstante, se estima que más de dos tercios de ese gas puede ser recuperado para su aprovechamiento en la explotación petrolera o para el consumo residencial en una zona donde prácticamente el 100% del consumo doméstico es satisfecho a través de bombonas.
A más largo plazo están los grandes proyectos de extracción costa afuera que, gracias a sus gigantescas reservas de gas y la privilegiada ubicación geográfica de Venezuela, hacen del país la nación con mayor potencial de exportación de este lado del mundo. Solo es cuestión de imaginar lo que significaría que en estos momentos Venezuela pudiera exportar a Europa y convertirse en suplidor confiable ante la crisis planteada por la guerra ucraniana.
A tiro de piedra
Además de grandes reservas, la infraestructura ya existente, una creciente demanda internacional y que sobre el gas no pesan las duras sanciones internacionales que enfrenta el petróleo, la flexible legislación gasífera venezolana es otro de los puntos a favor de este volátil recurso.
“La actual Ley Orgánica de Hidrocarburos Gaseosos permite a las empresas privadas controlar 100% la operación. A nivel de regulación todo está hecho, solo hay que ponerlo en práctica”, acota Antero Alvarado, en alusión a que el capital privado no solo puede intervenir en la producción (la oferta medular hecha recientemente por el Gobierno) sino en la cadena de distribución y comercialización, como ocurre en casi todos los países del mundo.
Pero, aunque la legislación lo faculta, el Gobierno debe dar marcha atrás al férreo control que mantiene sobre el sector si quiere enamorar a los inversionistas internacionales. Ello implicaría, entre otras, las siguientes medidas:
- Que PDVSA asuma su papel gerencial y permita la participación de privados en toda la cadena de producción.
- Creación de un órgano regulador imparcial y no asociado al Ejecutivo.
- Garantizar el cobro justo por las actividades de producción y transporte.
- Revisión de las tarifas, congeladas desde hace 16 años.
- Otorgar premisos de exportación para asegurar el flujo a mercados internaciones.
- Potenciar el sistema comercial, con la creación de empresas que se dediquen a la compra de grandes volúmenes para su posterior venta a minoristas.
- Permitir la participación de privados en el comercio final, bien sea de manera directa o a través de empresas mixtas.
- Fomentar la ampliación de la red de distribución, colapsada y obsoleta donde existe, permitiendo la creación de un verdadero sistema a escala nacional.
“Creo que van a empezar a verse cosas en los próximos años. Aquí nunca se ha hecho dinero con el gas natural porque siempre se ha visto como la cenicienta, como un subproducto. Es hora que lo veamos con un recurso que puede generar ingresos”, puntualiza Antero Alvarado.