En la aldea
19 mayo 2024

El mundo al revés

Estrellas del cine y la TV se han estado cortando mechones o puntitas de cabello a lo ancho y largo del planeta. “La solidaridad tiene caminos que no conoce ni Dios. Ojalá algunos sacrificios simbólicos sirvieran para salvar vidas más que para aparecer en videos virales”.

Lee y comparte
Sonia Chocrón | 13 octubre 2022

Comencé a desentender al mundo un día de hace unos pocos años, a lo mejor fue más que pocos pero lo he olvidado, cuando regresaba yo en mi autito a casa, a donde me esperaba una visita (cita de trabajo seguramente porque ese tarde viajaba y quería dejar todos los deberes encaminados) y como a mí la puntualidad suiza me gusta y me cae bien, decidí llamar por el móvil, aprovechando el semáforo en rojo, para avisar a mi convidado que en menos de cinco minutos yo ya estaría allí solo dos minutos tarde de la hora pautada.

Como sé bien que los suizos en Venezuela aún somos pocos, siempre me ocupo de hacerle saber al otro que soy puntual, no llego a Rolex pero casi. A escasas tres cuadras de casa, entonces, me tocó detenerme delante del semáforo en rojo y aproveché el intersticio para tomar rapidito mi teléfono celular y llamar por fin a avisar: “Díganle a fulano que en tres minutos estoy allí. ¡Denle café!”. Dicha la retahíla colgué satisfecha por cumplida, respetuosa del tiempo de los otros, puntual. No me había dado cuenta yo que la luz roja le había sido útil también a un hombre lleno de pelo, barba, patillas, bigotes, nariz y orejas, que sostenía un revolver pegado a mi ventanilla como un estrecho y oscuro túnel al más allá. Con tranquilidad, el peludo me dijo -pude leer sus labios- además de su gesto señalando mi móvil con su dedo índice, lo que era obvio: “quiero eso”.

También yo lo quiero y lo necesito, hombre, por eso lo compré, pensé. Pero claro que no lo dije. El orificio de su arma pegado a mi vidrio no me dejaba alternativa: o el aparato o la vida. Así que abrí la ventanilla lo justo, 5 centímetros, para sacar con la puntita de mis dedos el aparato y desde allí se lo dejé tomar de sus propias puntillas. Acto seguido arranqué, aceleré como un demonio, me perdí en la avenida. El semáforo aún no había cambiado a verde, pero claro, ¡Yo me di a la fuga!

¿No habrá en esta atrocidad alguna otra manifestación, otra forma más eficiente de impedir que sigan asesinando mujeres por mostrar un trozo de humanidad o por incumplir la insólita ley de los hombres?

El atracador, sin dejar de lado su parsimonia, se fue tranquilo y campante, a pie, como de paseo, y yo, la atracada, me di a la fuga con el corazón en la boca y así llegué a casa no en cinco sino en un minuto. Luego vino el concebido qué te paso, estás pálida, tienes taquicardia, tiemblas y bla, bla, bla. A esas cosas me refiero. A esas torsiones en contrasentido de los hechos. A esas incomprensibles insignificancias que no representan lo que es sino todo lo contrario. Que van de cabeza aunque nos parece que usen los pies.

Es este mundo que ya no entiendo o entiendo poco (porque entiendo aún el amanecer, entiendo cómo crece un rosal en mi jardinera, o por dónde sale o se acuesta el sol). Pero es que se ven a diario eventos tan insólitos que a veces siento que vamos siendo cada vez menos quienes nos sentimos en casa. Para que me entiendan mejor, esta mañana vi por la tele -en secuencia con otras estrellas tintineantes del cine y a TV del mundo-, pues, vi a una actriz española, muy de buen ver, muy y siempre con su boca frondosa, con su pelo larguísimo, y su sonrisa de niña de convento, gran figura hasta para el Woody, para la justicia social, para los pobres del mundo, enemiga del capitalismo (porque de todo eso se ocupa la diva con su marido); digo que la vi, pues, con las tijeras de manualidades cortándose con enorme orgullo, casi el de Mariana Pineda, con coraje sí, pero también con prudencia y esmero, podándose las puntitas de su flequillo de siempre para solidarizarse con las mujeres iraníes y su lucha no solo por la libertad, que eso campea, sino por la vida misma (Que incluye, claro está, también el cabello). Víctimas de un régimen carcelario y misógino que las considera prácticamente inhumanas, o animales, o esclavas o todo junto. No lo tengo claro.

Huelga decir que ese mismo gesto reivindicativo le es propio a montones de mujeres de fama o influencia mundial. Todas han estado cortándose el cabello a lo ancho y largo del planeta. Es una simbólica protesta mundial. El sonido de las tijeras como una guillotina, el mechón que cae muerto o queda en estertores entre los dedos, la admiración de los espectadores, el ímpetu que inspira el acto, el Ayatollah contento con tanta fémina y sus guiños occidentales. La solidaridad tiene caminos que no conoce ni Dios. Ojalá algunos sacrificios simbólicos sirvieran para salvar vidas más que para aparecer en videos virales.

Masha Amini, la joven iraní que fue detenida y luego muerta a golpes por la “policía de la moral”, es el origen de esta muestra de apoyo universal; porque esta víctima del fundamentalismo encontró la muerte apenas porque fue pillada caminando justo en el momento en el que su velo se le había rodado y dejaba ver un trozo, un brillo, un cepillado, un fragmento de su prohibida cabellera oscura. ¿No habrá en esta atrocidad alguna otra manifestación, otra forma más eficiente de impedir que sigan asesinando mujeres por mostrar un trozo de humanidad o por incumplir la insólita ley de los hombres?

Envejezco irremediablemente. Lo mismo me pasa cuando por casualidad lo confieso y me siento perdida. Y si además te dan la primicia de que unos criminales caribeños, convictos y confesos por narcotráfico, han sido liberados en el propio imperio por la gracia de algún dios, ya deduces que sí, que el mundo está al revés. Y eso que no he mencionado a los héroes activistas del cambio climático, esos que cuidan las condiciones del planeta como si fuera el hogar (que lo es), con protestas aquí y allá. Y después toman su jet privado y regresan todos a sus lugares de origen con bastante gasolina.

Nada comentaré, por supuesto, de presidentes que saludan a personas invisibles. Mucho menos diré de otras tantas cosas que me tienen confundida y enclaustrada en el único espacio que aún y apenas soy capaz de relajarme a ratos -que es mi casa-, porque a veces hasta dudo de que la realidad sea la otra y no la mía.

Sobre todo cuando sé por las voces de mi vecina cuando se ha ido el agua, ¡qué sobresalto!; y también sé por sus festejos en coro que el agua ha vuelto, como si la lluvia hubiera escuchado a los chamanes. Pero qué bello sobresalto, qué jolgorio. Y si por azar (un azar que es casi consuetudinario) se va la electricidad y regresa, bailan en círculo, se abrazan, y son felices nuevamente. Es una alegría también para mí. Qué tristeza.

“Chabelo”, esa fuente de sabiduría y de retos pedagógicos para la infancia, tuvo un interesante acercamiento con su canción “El Mundo del Revés”. La escuchábamos de niñas mis hermanas y yo, luego mis sobrinos, y hasta mi hija. Tal vez mis nietos.

“… Me dijeron que en el reino del revés
Nadie baila con los pies
Que un ladrón es vigilante y otro es juez
Y que dos y dos son tres…” 

«Albert Camus lo puso de otra manera: “El hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es”. León Tolstoi pensaba que para que el hombre realmente viviera, tendría que evitar la noción de infinitud o tener una explicación del significado de la vida como conector de lo finito con lo infinito. Pero Siddharta Gautama termina por volverlo asequible al aclarar que la fuente de los problemas y contradicciones es que pretendemos ser alguien que no somos y apropiarnos de lo que no nos corresponde. De eso trata el mundo al revés. O nosotros al revés. Basta un vistazo al mundo.

En todo caso, sería cuestión de segundos para que recibieran un guiño de la realidad a manera de desconcierto o lección. Lo curioso y hasta divertido es que por alguna intrincada razón no lo sabemos, o no queremos aceptar, que el mundo está al revés». Dice Eduardo Navarrete, que se especializa en dirección editorial, innovación y user experience. Es cabeza de contenido en UX Marketing y cofundador de Mind+, arena de entrenamiento para la atención plena empresarial.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Opinión