En la aldea
12 diciembre 2024

Teodoro Petkoff y la izquierda democrática

El 31 de octubre se conmemora un aniversario más de la partida física de Teodoro Petkoff, quizá el referente más importante de la izquierda democrática en el país. Gracias a la gentileza del Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales-Fundación Friedrich Ebert (ILDIS-FFE) en Venezuela, compartimos con nuestros lectores una parte del amplio ensayo escrito por Fernando Rodríguez, amigo y colaborador de Petkoff, titulado “Teodoro Petkoff y la izquierda democrática”.

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Fernando Rodríguez | 31 octubre 2022

El libro ¿Socialismo para Venezuela? pareciera un puñado de resúmenes de las discusiones en marcha y que terminarán en la formación del MAS. Su calidad teórica es bastante inferior a las dos obras trabajadas anteriormente y se limita a aplicar algunos de los temas generales en discusión a ciertos aspectos del caso venezolano. Hay una pequeña historia del PCV, algunas ya reseñadas por nosotros en otra sección del libro. Pero hay cosas puntuales e interesantes, como que nuestro PC, a pesar de haber vivido a la sombra de la Internacional y la URSS, y con sus patrones ideológicos, fue siempre un partido mucho más abierto al debate, más democrático. Y por ende con cierta distancia con el dogmatismo de sus partidos hermanos. Una prueba de ello, yo diría un indicio, es que sus más altos dirigente viajaron poco y tardíamente a Moscú.

Otra muestra fehaciente de ello es la discusión en curso que Teodoro considera que no es posible en ningún otro partido comunista del mundo. Posiblemente hay mucho de cierto y, dirá algún mal pensante, alguna dosis de astucia para mantener un debate en que tiene muy claro sus objetivos. Enfrentar las desviaciones que han arruinado el destino y los objetivos del PCV implica tanto hacer la crítica de sus largas etapas reformistas, etapistas, deterministas, en alguna medida browderistas y, de otra parte, voluntaristas, izquierdistas, básicamente armada en los diez años precedentes. Un doble frente, pues. Pero ante todo hay que tener claro, se repite a cada rato, que el objetivo es la revolución y solo la revolución, y está pensada con categorías marxistas leninistas, por retocadas y adaptadas que estas puedan ser. Pompeyo Márquez lo dice de manera muy tajante en uno de los prólogos del texto:

“… se trata de acabar con esta vía de desarrollo capitalista dependiente y rencontrar una vía de desarrollo que no pueda estar ligada al capitalismo, sino a una nueva organización de la sociedad, al socialismo” (Ibídem: 13). Estas dos erráticas líneas de acción que han llevado al fracaso más rotundo es la que priva hoy en el partido, y la que hay que combatir con más dureza; la posición etapista, que por lo demás es la que ordena la Internacional para los partidos comunistas de los países del tercer mundo.

Por ello criticar y por último romper con esta es encontrar una fórmula estratégica distinta, una variación fuerte, nuestro propio camino a la victoria revolucionaria, el socialismo a la venezolana pues. Las dos cosas son una y la misma. De paso el libro señala que solo los países que han roto con las directrices de la Internacional han logrado realizar la revolución en sus países: Yugoeslavia, China, Vietnam. Capítulo aparte son los países del Este de Europa en que se ha sembrado el socialismo, desde fuera, botín de guerra. Por último, hay que agregar al respecto que la finalidad mayor de esa línea política, más que propiciar la revolución en cada país que la adopta, trazándole vías en función de la racionalidad histórica, es la de fortificar la madre Unión Soviética en su lucha en la llamada guerra fría, en especial contra la otra potencia nuclear, los Estados Unidos. La línea voluntarista ha sido radical e irreversiblemente derrotada, capitulación incluida. Apenas quedan unos mínimos residuos de lo que fue, más simbólicos que reales. Sus costos han sido grandes, pero al menos se puede reivindicar un valor.

Por primera vez los comunistas asumen y con grandes riesgos y sacrificios lo que es su oficio y destino: hacerse del poder, destruir el capitalismo e instalar el socialismo, transformar de manera definitiva la historia, entrar en el reino de la igualdad y la libertad. El reformismo, tantas veces practicado, y ahora de vuelta, ha sido en muchos casos complicidad y entrega ante los poderosos con los cuales se supone se cumple un tranco necesario del camino. Es, por lo pronto, el enemigo a vencer.

Como se sabe, el etapismo parte de una definición muy simple. Para poder llegar al socialismo hay que transitar por el capitalismo e incluso llegar a una fase avanzada de este, en que las fuerzas productivas se han desarrollado suficientemente y puede dar lugar a una redistribución justa e igualitaria. No hay tránsito de la pobreza o de regímenes feudales, pre capitalistas, a ese último escalón de la historia que es el socialismo y, en el límite, el comunismo. Hay, pues, que propiciar y desarrollar esa etapa que es comandada por la burguesía como clase dominante. Etapa durante la cual se posterga el asalto al poder de la clase trabajadora básicamente, el proletariado, y otros estratos sociales explotados. En los países subdesarrollados en que esta etapa es penosa y lenta, igualmente lo es la instrumentación política para advenir al poder. Ahora bien, si esto en términos generales no se cuestiona, también se advierte que puede haber tergiversaciones que deformen sus límites o posibilidades políticas.

“Es a lo mejor su lección para los que intentan la ansiada fórmula de una izquierda o un socialismo democrático”

La primera que pudiera señalarse, y la más vasta trabajada en el libro que comentamos, es lo que podríamos llamar el determinismo. Valga decir, entender este desarrollo de la economía y de la historia como un proceso naturalista, mecánico, ajeno a cualquier intervención de la voluntad y la acción humana. Como resulta evidente esto conduce a la pasividad, a la espera que se cumplan los procesos pautados e inmodificables. Como en otros textos, y para negar ese carácter fatalista, se apela al ejemplo clásico de las Tesis de Abril de Lenin y la revolución rusa de 1917. Para los comunistas rusos el país estaba muy lejos de haber cumplido el proceso de desarrollo capitalista y por ende no tenía sentido plantearse la toma del poder para esa fecha. Es más, las tesis vigentes que hablaban de acompañar el desarrollo capitalista ruso habían sido formuladas por el propio Lenin en la revolución de 1905.

Pero ese cambio radical de Lenin que le hacía ver con insólita claridad que, sin que hubiesen cambiado en exceso las condiciones de comienzos de siglo, la revolución estaba ahí, al alcance de la mano, del esfuerzo titánico del partido y el proletariado habría que buscarla en dos modalidades del etapismo. La primera y más simple es que la etapa misma y su desarrollo sirven de ejercicio revolucionario que puede multiplicar la energía de la clase proletaria en un camino que es continuo y cuya meta es el socialismo. No se trata de compartimientos estancos, uno que finaliza puntualmente y otro que se inicia desde cero: “Lenin sienta las bases de su concepción sobre el curso ininterrumpido de la revolución… Lenin veía en la revolución democrático/ burguesa que comenzaba la fase inicial, la etapa previa de la revolución socialista, la cual enlazaba, en un proceso que imaginaba ininterrumpido…” (Ibídem: 104), por tanto los acontecimientos y la manera de enfrentarlos modifica el “tempo” en que se producen las grandes rupturas. La guerra y sus millones de rusos muertos y la devastación del país, así como su victoria final contra el nazismo, tienen un papel muy importante en potenciar las fuerzas de cambio.

Pero hay algo que está implícito en lo anterior y de enorme trascendencia teórica. El partido, el líder auténtico puede propulsar ese devenir. De ahí la voluntad, la libertad contextualizada, y no el simple causalismo naturalista. En el caso de la Tesis de Abril, Lenin intuye que más allá del desarrollo capitalista de Rusia, en un estado avanzado, difuso, se presenta un auge de masas de tal fuerza que es capaz, como lo fue, de derrocar el capitalismo e instaurar el socialismo. En otra parte de este libro hablamos del uso de la categoría althusseriana de “sobre determinación” para designar ese agregado sobrevenido y explosivo que no resta previsto en el desarrollo de una etapa determinada y que es la que precipita, debidamente aprovechada, el cambio revolucionario.

De manera que el etapismo deja de ser un plácido acompañamiento de la burguesía en su desarrollo y un disfrute de sus peligrosos favores y sonrisas y que algún día nuestros hijos o nietos llegarán a la tierra prometida. La vocación de poder y de atención al acontecer modifica la tradicional concepción pasiva y adaptativa de muchas etapas del PCV. Bajo estos supuestos hay que juzgar el PC nacional. Su evidente deformación y entreguismo, cuyas raíces habría que buscar en la influencia de la burguesía y un desconocimiento del marxismo que la propicia, entre otras cosas la cultura nefasta de los manuales de la Academia de Ciencias de la URSS, vocero universal del estalinismo teórico. En principio la revolución democrático-burguesa parece haber llegado si no a su fin, a un estadio lo suficientemente avanzado, (ojo este libro es del año ‘70, el chavismo no existía), para plantearse la revolución a secas.

Aunque en el libro no haya prácticamente ningún apunte estratégico sino se intente más bien una caracterización del país, se trata de comprender el país que se tenía para aplicar una justa acción transformadora radical. Ante ese diagnóstico me permitiría una observación algo tangencial. Hay fragmentos que pintan un país en franco retroceso. Tanto que me permito hacer una cita larga de un fragmento sorprendente: Después de la “revolución” de octubre del ‘45, después de la “revolución” del 23 de enero del 58, después de diez años de gobierno adeco “revolucionario” más venezolanos que en 1945 carecen de vivienda decente, más venezolanos que en 1945 carecen de trabajo, más venezolanos que en 1945 no llegan a tercer grado de instrucción primaria, setenta venezolanos de cada cien poseen ingresos inferiores a mil bolívares, y cuarenta de cada cien ganan menos de 500 bolívares (Ibídem:45).

Esto no tiene el menor sentido, habiendo consenso en toda la economía posterior que esos primeros años de la democracia, hasta el llamado Viernes Negro (1983), son años de claro desarrollo económico y social. Este tipo de cifras y argumentación, como la indicada, fueron utilizadas continuamente y a conciencia de su falsedad por las guerrillas para justificar su extremismo. Incluso, en otra aparte del texto, asoma que esas frustraciones sociales tienden a empeorar. Por el contrario, casi de inmediato van a subir enormemente y por un largo período los precios del petróleo, lo que va a dar lugar a lo que se llamó, con elocuencia, la Venezuela saudita. Y por último parece contradecirse con otros párrafos del mismo texto en que considerando el PIB nacional habla de “subdesarrollo de lujo”. O al describir el campesinado nacional habla de que la modernización del país en transporte, servicios, comunicación o comercio ha sido tal que estos hombres del campo han adquirido el estatus y los hábitos urbanos.

“El énfasis mayor de la caracterización del país está en lo que se denomina capitalismo dependiente, (…) considerar a los capitalismos subdesarrollados como parte integral del sistema imperial, en nuestro caso los Estados Unidos”

El énfasis mayor de la caracterización del país está en lo que se denomina capitalismo dependiente, y que se inspira en la preeminente, en esos momentos, teoría económica de la dependencia. La esencia de esta consiste en considerar a los capitalismos subdesarrollados como parte integral del sistema imperial, en nuestro caso los Estados Unidos. No es que este los explote, lo cual es en definitiva cierto, sino que su funcionamiento está estrechamente ligado y es solo comprensible como una pieza del sistema global, un engranaje del gran sistema. De manera que no se trata como suponía el etapismo tradicional de lograr un capitalismo nacional lo más robusto e independiente posible, desligado de las ataduras y el vampirismo imperial por vías de un desarrollo endógeno empeñoso y sostenido. Que es lo básico de la etapa democrático-burguesa con la cual los partidos comunistas deben colaborar hasta su consolidación que aportará las bases estructurales necesarias para el asalto al poder, el fin de la explotación del hombre por el hombre.

Alcanzar en la nueva perspectiva esa posibilidad es la destrucción no solo del capitalismo nacional, sino necesariamente de ese vínculo raigal con el Imperialismo. Esta teoría permite una visión mucho más compleja del escenario del capital nacional, puede distinguir desde la inversión puramente exterior, sus formas combinadas con el capitalismo nacional y, minoritariamente, la subsistencia de formas nacionales relativamente autónomas, ante las cuales se debe establecer estrategias de lucha diferenciadas y coherentes entre sí. Y concluir necesariamente que el centro nuclear de toda la estructura económica es el capital extranjero y el alto capital venezolano trenzado y dependiente de éste, apenas algunos sectores débiles y muy minoritarios tienen alguna independencia y que podría tolerar o aupar un cambio social radical, socialista. Esto hace que el único camino real para alcanzar la liberación y el desarrollo es destruir la estructura en su totalidad y, por supuesto, su forma dominante: la dependencia de la economía imperial.

No es posible, como otrora se teorizó, el desarrollo de una burguesía nacional capaz de crear un desarrollo autónomo, cumplir una etapa previa y necesaria al socialismo, con la cual habría que hacer causa común para cumplir con esa condición necesaria de la revolución: reformismo imprescindible, convivencia con el capital. Es lo que ha hecho el partido, salvo en el decenio del sesenta que por la vía armada intentó el asalto definitivo a la nueva y definitiva sociedad. De resto no hizo sino acompañar a una burguesía incapaz de autonomizarse y desarrollarse, así como tampoco cumplir con las agendas sociales que supuesta y falsamente satisfarían las necesidades básicas de la mayoría de la población. Esta “complicidad” producto de la falta de pensamiento revolucionario se intenta probar con un ejemplo muy dilemático que es la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1958. Supuestamente un cierto crecimiento del partido, producto de su valiente actuación contra la dictadura, sumada a una ebullición popular generalizada muy intensa, abrían las puertas grandes de la revolución, y el partido optó por la consolidación de la democracia naciente y ceder la hegemonía económica a la burguesía.

Es un ejemplo bastante traído por los cabellos e insostenible historiográficamente. Baste recordar al respecto que en las elecciones que se celebraron ese mismo año el PCV apenas sacó el 3% de los votos, lo cual evidencia su poca capacidad de arrastre, contraria al carácter extremadamente protagónico que Teodoro Petkoff quiere atribuirle para probar la falta de visión histórica del partido reformista. Y de resto es cierto lo que afirma del “acompañamiento” sin demasiados conflictos a los supuestos burgueses progresistas que añorarían su independencia nacional. Se trata de establecer, en definitiva, nada menos que una línea estratégica que sin caer en el derrotado, aplastado, voluntarismo del sesenta, evite la convivencia amorosa con los burgueses de buenas intenciones. De hacer de una buena vez la revolución integral, acabar con todas las formas de capitalismo, si acaso conciliar y permitir en esa sociedad futura liberada, integralmente socialista, algunas formas bastante menores de propiedad privada.

¿Existe ese espacio? Teóricamente no es nada claro y en la práctica real es muy otra la historia futura del MAS, distinta y opuesta a ese revolucionarismo que en cierto modo está implicado en la teoría de la dependencia, en el todo o nada que parece involucrar su lectura política. Y el capítulo final del libro es la pregunta por quién va a llevar a cabo esta ciclópea tarea. Ya sabemos que no podemos contar con la burguesía local, domeñada por el imperialismo. Queda pues en manos de la clase obrera y algunos sectores de la clase media la colosal tarea, con el agravante de que la clase obrera venezolana ha estado en los últimos decenios en manos de los partidos burgueses y en especial de la socialdemocracia. Por ende, es más un desiderátum que la posibilidad cercana de ponerla en acción. Tanto es así que el autor tiene que darse una vuelta sobre la muy sonada tesis de Herbert Marcuse según la cual la clase obrera norteamericana no es ya revolucionaria, y solo algunas clases medias cultas tienen el poder de comprender y combatir la sociedad capitalista desigual y alienante.

Petkoff interpreta esta posición, no negándola sino tratando de explicar la situación cierta a que alude como transitoria. La enorme riqueza de la sociedad americana y las comodidades y satisfacciones materiales de la clase trabajadora son tales que ha congelado, por así decir, su instinto revolucionario. Lo que no implica que no exista ya la lucha de clases, sino que ha sido postergada para etapas que no podemos diseñar desde el presente en que esa misma riqueza, y el alza de los niveles culturales y educativos puedan generar nuevos niveles de contradicciones.

“De hacer de una buena vez la revolución integral, acabar con todas las formas de capitalismo, si acaso conciliar y permitir en esa sociedad futura liberada, integralmente socialista, algunas formas bastante menores de propiedad privada”

Igualmente, esa lógica puede ser aplicada a la clase obrera del país petrolero que somos y que la hace, a nivel del subdesarrollo, una clase relativamente privilegiada, “de lujo”. Pero son circunstancias que los revolucionarios deben comprender y superar. Esta sigue siendo la clase objetivamente revolucionaria, que puede revertir las relaciones de producción. En cuanto a las clases medias, aquellos sectores que naturalmente se vinculan con el poder y la política (estudiantes, iglesia, militares, etc.), pueden generar parcialidades que se adhieran por su propia naturaleza a los procesos de cambio. El nasserismo, el vasto movimiento juvenil del momento y la teología de la liberación son ejemplos de ello. Y en los países subdesarrollados hay que contar con los millones de marginales que no pueden ser asimilados por los límites y deformaciones del sistema económico y que constituyen una fuerza potencial enorme, perennes desempleados que producto de sus imposibilidades y miserias pueden sumarse a los trabajadores.

Como reflexión última de este capítulo, quisiéramos agregar que salvo algunas descripciones del panorama nacional que poco o muy poco tendrán que ver con el futuro, aun inmediato del partido naciente, en la medida que llevan indefectiblemente, como hemos dicho, a una suerte de izquierdismo que poco se vincula a la actuación del MAS, se tenderá más bien a una convivencia relativa con el statu quo. Y lo que falta a todas luces es una estrategia mínima que indique los caminos a seguir para tan altos objetivos.

Pero como ya hemos insinuado se trata de un libro menor que solo quiere ordenar algunas discusiones internas del partido, todavía en fases iniciales. Y, en términos generales, como los libros anteriores, muestra más los esfuerzos de salir de los moldes tradicionales y las contradicciones que esto implica. Es a lo mejor su lección para los que intentan la ansiada fórmula de una izquierda o un socialismo democrático. Vemos surgir la criatura de su forma tradicional.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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