Han salido decenas -¿centenares?- de notas en las redes y en los medios digitales sobre Francisco José Virtuoso; he leído casi todo con atención, pensaba que no quedaba nada por agregar porque, en medio del dolor de sus amigos o de los articulistas que escriben sobre él, la admiración que concitó, su dedicación al país y sus virtudes personales han quedado absolutamente claras.
Escribo desde el azoramiento y el ensimismamiento, tratando de hacerme a la idea del insondable pozo abierto: no se cerrará más nunca. Solo verifico esta pérdida de la cual no hay regreso ni remedio. Quiero, eso sí, extraer de lo acumulado aquello que pueda ser más aleccionador en función de las convicciones que él guardaba frente a Venezuela. Lo que de él debe quedar en manos de otros.
Mientras trabajaba para el Centro Gumilla, fui un par de veces al centro comunitario y al espacio de Fe y Alegría en Catuche. Allí, la primera vez, todos me preguntaban por el padre Virtuoso y principalmente las mujeres, madres o hermanas o esposas de jóvenes de la zona. Catuche era un infierno de violencia antes de que Virtuoso y otros jesuitas hicieran el trabajo que hicieron, sobre todo porque estaban enfrentados los jóvenes de dos sectores, La Quinta y Portillo. En Catuche conocí a Doris, Alicia, Joidy y otras personas que habían visto demasiada sangre correr y demasiadas madres llorando su desespero por el medio de la vereda.
Entre esas madres, la misma Doris Barreto, a quien le mataron el hijo que había hecho la primera comunión y el acto de confirmación con el padre Virtuoso. Recién había cumplido 18 años. El mismo Virtuoso lo enterró.
En Catuche conocí de cerca a la Virgen del Valle vestida de blanco, a la que le rinden culto cada 8 de septiembre; visité la Capilla San Ignacio de Catuche, inaugurada en 1998, en donde Virtuoso siguió dando misa cada domingo hasta el 11 de septiembre pasado, cuando ya tenía la cabeza rapada o se le había caído el pelo por el tratamiento contra la enfermedad que lo devoraba por dentro. Quería mantener el asunto en privado y Doris le respetaba eso. En verdad, todos en Catuche fueron respetuosos ante eso, los que fueron a misa y los que lo vieron caminando el barrio desde el kínder hasta Portillo, ya muy deteriorado físicamente. Callaron y se tragaron sus preguntas y probablemente sus sollozos.
Había llegado a esta zona en 1989, con el “Caracazo” o poco después. Una señora del sector La Quinta, Celina, lo abordó en la calle, le dijo que lo veía pasar siempre por la esquina de San Vicente -era verdad porque muy cerca queda el Filosofado de los Jesuitas- y lo invitó a pasarse un día por allí. Celina murió en diciembre del año ‘98, sin asistir a la trágica vaguada del año siguiente, luego de la cual su familia resultaría, en el estudio que se hizo, de tal fragilidad socioeconómica que se hizo acreedora a la primera oportunidad en los apartamentos que se construían en seis torres a nombre del Consorcio Social Catuche, una asociación civil.
Joseíto comenzó, tras la invitación de Celina, a hacer trabajo pastoral para reflexionar desde la palabra de Dios: qué nos pide Cristo, a qué nos invita. Así empezó, eso les abría los ojos a los vecinos ante ciertos problemas. En 1993, cuando comienzan las obras de construcción de Fe y Alegría, se hace evidente que los obreros y los ingenieros o arquitectos no pueden estar yendo a una zona tan peligrosa; llega la hora de reunir a las bandas en pugna: no pueden estar matando la culebra a cada momento, por cada rencilla. Hay que reunirlos y buscar la pacificación. Los muchachos fueron cediendo o, al menos, parecían apaciguarse, aunque a veces le llegaban al jefe de obra o quien estuviera por allí y le decían «ingeniero, esta noche recoja temprano».
La primera marcha de la paz fue importante, marcó un antes y un después. La gente estaba harta de los tiroteos. La idea de la marcha salió de las comunidades cristianas, las principales impulsoras o promotoras fueron Ambrosia y Delia (dos madres víctimas, cada quien a su modo: a una le habían matado a su hijo, a la otra le había salido un hijo victimario). La marcha atravesó el barrio hasta el Puente del Guanábano. Era 1993 y allí estaba Virtuoso en primera línea.
Doris Barreto entra en actividad apoyando a Virtuoso hacia 1991. En 1999 su propio hijo es víctima de la violencia, pocos días antes de la catástrofe pluviométrica. Aprendió Doris a tomar café con los de su propio entorno, ella que jamás tomaba café, calle arriba o calle abajo, para buscar acuerdos y canalizar las aguas blancas y las aguas negras, porque aquella quebrada daba asco y lo peor era que se habían acostumbrado a la peste. Un día le propuso Joseíto encargarse de las conversaciones de paz en el otro sector y a ella le dio miedo pero lo hizo, superó sus aprensiones y buscó a los de allá aunque ni le contestaron siquiera el saludo, al principio. Le queda lo que le dejó como lección de vida Joseíto para seguir en la brega junto a sus dos hijas. Dice:
-Catuche fue su corazón, Joseíto tenía el corazón sembrado allí… Llorábamos y reíamos juntos, aplaudía lo bueno. Se tomó Catuche como algo muy personal. Era una comunidad muy desprotegida; en La Pastora éramos como leprosos: los marginales, los ‘pata en el suelo’. Soy un ser humano, tengo derechos -se le quiebra la voz porque para ella los derechos y la presencia de Virtuoso vienen a ser la misma cosa.
El sacerdote, que hasta entonces trabajaba en el Centro Gumilla, asume el rectorado de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) en 2010. Siguió fiel a Catuche. No hubo diciembre sin encuentro navideño y parranda de rigor en el barrio. Ahora, Doris no deja de preguntarse con quién será la parranda este año, quién los acompañará.
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En 2010, Virtuoso escribió el prólogo del libro Constructores de paz, editado por el Centro Gumilla. Entre otras cosas, dijo que «solo una sociedad que ama la paz, que respeta la vida, que quiere ponerse bajo el imperio de la ley, tendrá la fuerza suficiente para exigir al gobierno el cumplimiento de sus deberes».
Para mí también fue un aprendizaje visitar Catuche en esa época, recoger las voces de su gente y ver lo que había visto Virtuoso: en los acotados sectores donde te insertas con la fuerza de la fe y el manual de prácticas de la razón, te darás cuenta de que es la gente humilde la que finalmente va a enseñarte cosas a ti; tú solo has señalado una llave para salir del encierro, ellos sabrán unir las piezas hasta construir su propio campo de paz, recuperando la senda que una vez perdieron o que jamás habían vislumbrado.
Hace pocos días estaba la gente de Catuche despidiéndolo en la misa de cuerpo presente que se ofició en la capilla de la UCAB, Parroquia María Trono de la Sabiduría. Durante la Eucaristía, la primera persona en leer un versículo de San Pablo fue una representante, precisamente, de Catuche. Una preciosa joven llamada Lisleidy Mendoza leyó un extracto de la Biblia. Afuera, había una nutrida representación de Catuche con pancartas despidiendo al cura que se había desvelado por ellos, por sus familias. A Doris, el padre Dany Socorro le había pedido ser la primera en leer el trozo de las Sagradas Escrituras, pero ella había preferido que no. Sabía que no le darían las fuerzas, le pasó la responsabilidad a la joven.
Afuera, la gente hacia una enorme fila, una serpentina que correteaba los jardines de la UCAB, para entrar a la iglesia y despedirse del rector. Dice Erick Mayora, un exseminarista que trabajó en el Centro Gumilla, que sí que había un ambiente luctuoso en la Universidad, pero, sin embargo, las personas se animaban al encontrarse y saludarse, como si una fuerza iluminadora los fortaleciese desde dentro. Así dijo Erick, buen cristiano y persona también cercana a Virtuoso.
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El programa «Hablando se entiende la gente» nació con la Red de Acción Social de la Iglesia y fue impulsado por Virtuoso, así como los encuentros internacionales de Constructores de Paz que se celebran, a partir de 2010, en el Aula Magna de la UCAB. Esos encuentros siguen, presentados siempre por el comunicador social Luis Carlos Díaz. Se plantearon para difundir experiencias como la de Catuche, que no es la única porque dentro y fuera de Venezuela emergen otros puntos de luz señalando una vía para la superación de la violencia. Virtuoso, tan criollo con todo y su dosis de sangre italiana, sabía muy bien que la paz no deberá ser un recuerdo como el almanaque de los Hermanos Rojas, algo que solo ha quedado como referente de una ciudad lejana de techos rojos. La paz debe hacerse en el presente y desde el presente.
En los tiempos en que los estudiantes salían a manifestar a la Autopista, temía por ellos. Por supuesto que estaban en su derecho pero se ponía muy nervioso pues suponía, y con razón, que en cualquier momento aparecerían los colectivos armados de Antímano o Carapita, y que la Guardia Nacional no haría nada en absoluto al respecto.
Tampoco se engañaba con la oposición. Un día la esposa de un líder que se hallaba enrejado, una mujer con demasiadas ganas de posar de víctima, fue invitada por algún centro estudiantil a hablar en el Auditorio Hermano Lanz. La señora lanzó una cantaleta y un embuste nada más tener un micrófono delante. Lo hizo sin que se le moviese un solo milímetro ni la vergüenza ni las pestañas: dijo, palabras más, palabras menos, que le habían tratado de cercenar su derecho a la libre expresión del pensamiento en el propio sitio donde había estudiado. Virtuoso lo supo de inmediato en su despacho y casi se sube por las paredes del coraje que le dio. Un bulo por todo el cañón.
No se engañaba: sabía quién estaba a cada lado, el material con el que debería trabajar. Pero no paraba de inventar posibilidades, estudios, reuniones, consensos, análisis para Encovi, Plan País… «Nuestra historia será de paz y convivencia si nos lo proponemos», decía.
Quiero mencionar a los comprometidos en aquellos programas que salieron del Centro Gumilla para rebajar los indicadores de violencia: de ellos depende, ahora, su supervivencia. Esos caminos que Virtuoso contribuyó a abrir no deben perderse, por eso nombro a María Fernanda Sosa, Lisbeth Mora, Luis Carlos Díaz, Carlos Alaña, Leoly Chacón y Alfredo Leal. Por supuesto, habrá más nombres que se me escapan. Deben echarse al hombro eso que Joseíto les encomendó. Empeñarse en seguirle el paso será una forma de guardar su memoria.
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Es imposible resumir en unas pocas líneas todas las cosas que pergeñó para contribuir, desde la Universidad, a que el país cambiara para bien y tuviera al menos un norte, una agenda de problemas por resolver, una oportunidad aunque fuera ante la Emergencia Humanitaria Compleja o un resquicio frente a las elecciones, cualesquiera que estas fuesen. Puede establecerse como fechas donde convergen los mayores esfuerzos entre los años 2013 (cuando la UCAB va a cumplir sesenta años) y 2015, al lanzar Propuestas al País y aparece la primera encuesta Encovi. En una alocución a finales de 2014 (no recuerdo la ocasión pero ha debido ser, tal vez, al cumplir la Universidad 61 años), se dirigió a toda la UCAB. Le habló al personal docente y administrativo así como a los alumnos y profesores. Reafirmó el liderazgo de la institución ante un país en desgracia y una sociedad en la anomia. A los estudiantes les dijo que habían demostrado arrojo y compromiso con la democracia, durante ese año, desde que comenzaron las protestas el 12 de febrero; que habían ejercido valientemente sus derechos ciudadanos y sí, hay que luchar por las creencias de uno y manifestar nuestra protesta. Eso es legítimo. «Pero también es importante -y mucho- continuar los estudios, empeñarse en la superación personal, asimilar y administrar el conocimiento que nos abre las puertas del porvenir».
Ojalá el programa de la Feria del Libro del Oeste, que se celebra en la UCAB pronto, contemple una o varias jornadas dedicadas a la acción y al pensamiento del rector que acaba de marcharse. Esas iniciativas también han producido libros y revistas. Hasta última hora estuvo Virtuoso preocupado por Catuche. El miércoles 12 de octubre, ocho días antes de fallecer, hubo en la UCAB la última -en su presencia, bajo su conducción- para pensar Catuche. Se revisaron puntos vitales, se ratificaron los objetivos del Consorcio, el plan socio-espacial para la comunidad. Se estaba pensando en vincular más la UCAB con el Consorcio a través de un laboratorio de Ciudadanía, Innovación Tecnológica y Sostenibilidad Ambiental. Eso ha quedado en manos de las autoridades universitarias, en este momento.
Hay una frase que me ha rondado estos días, del escritor argentino Tomás Eloy Martínez en nota luctuosa de El Nacional dedicada al periodista Carlos Moros -desaparecido en la tragedia de Tacoa- hace muchos años: «En nadie en quien yo haya conocido la muerte parecía tan lejana como en Carlos Moros».
Puede decirse algo semejante en este caso. En nadie en quien uno haya conocido la muerte parecía tan lejana como en Francisco José Virtuoso, precisamente porque él estaba lleno de futuro.
@sdelanuez
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