Distintos líderes de la oposición expresan su preocupación y destacan la importancia de promover el voto en el exterior. Ahora, cabe preguntarse: ¿Quién se está ocupando del “voto en el interior”? Porque allí, en realidad, es donde está la clave para impulsar la organización, sacudir a las aletargadas fuerzas democráticas y alcanzar el triunfo en las futuras elecciones. Para evitar chantajes y malas interpretaciones, debe quedar claro lo siguiente: las organizaciones políticas y sociales del país están obligadas a dar la pelea por el derecho al sufragio de todos los venezolanos, sin importar donde residan.
Las cifras de la diáspora son tan escandalosas como desgarradoras. “A octubre de 2022, hay más de 7,1 millones de personas refugiadas y migrantes de Venezuela en todo el mundo”, reporta la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). De ese total, “más de 4,8 millones” podrían votar, según las estimaciones de la asociación civil Súmate. Ahora, la misma Súmate afirma que “más de 3,5 millones de venezolanos no están inscritos (en el RE) y 2,6 millones requieren actualizar sus datos en el país”. En síntesis: oscuridad para la calle y más oscuridad dentro de casa.
Que el Consejo Nacional Electoral (CNE) no facilite el proceso de inscripción y actualización en el país debería servir a partidos y ONG, especialmente a los grupos de jóvenes, para reactivar la movilización y la protesta pacífica en toda la República. Una “excusa” perfecta para calentar el ambiente electoral y sacar del marasmo a la ciudadanía, exigiendo al CNE que cumpla con sus deberes constitucionales.
Sin embargo, hasta la fecha, la atención se concentra en el voto en el exterior dando pie a un debate que puede ser bastante tóxico para la oposición por distintas razones. Primero, porque el tema se mezcla con las condiciones de las Primarias, donde sectores levantan esa bandera convencidos de que esas voluntades se sumarán a sus causas.
“Imaginen a 1 millón, 2 millones de personas votando en el exterior en las Primarias”, dicen. Y todo cabe en la imaginación, pero ¿cuántos podrán sufragar en las elecciones nacionales? Luego, los números son tan enormes -más de 4,8 millones, calcula Súmate- que incluso si el Registro actual -unos 107 mil en el exterior- se multiplicara por cinco, no faltarán voces agoreras que denunciarán el fracaso para abonar a la frustración y decepción generalizadas.
Los expertos en autoflagelación culparán a la oposición por la derrota anticipada, sin detenerse a señalar que las restricciones a los derechos políticos de la diáspora forman parte de la ausencia de garantías y condiciones electorales que desde hace muchos años ha impuesto el chavismo con la intención de perpetuarse en el poder. Los causantes de uno de los peores éxodos de la historia, no solo niegan la realidad sino que han llegado a aseverar que “60% de la población venezolana que emigró” ya “regresó” a territorio nacional. No cabe duda de que impedirán por todos los medios que aquellos a los que calificaron como “armas biológicas”, se les conviertan en “bombas electorales”.
Nadie en su sano juicio puede disminuir el impacto que tiene el hecho de que 4,8 millones de posibles electores estén hoy fuera del país, en especial porque se da por hecho que la mayoría -por no decir todos- estarían inclinados a votar contra Nicolás Maduro. Súmate también ha advertido que identificar a los votantes ya inscritos que emigraron serviría para precisar la dimensión real del Registro Electoral. En síntesis: conocer la base de votantes, que estaría muy por debajo de la cifra oficial que supera los 21 millones de personas.
Con un puñado de esos votos del exterior, por ejemplo, Henrique Capriles Radonski habría podido ganar holgadamente las presidenciales de 2013. No obstante, un par de años después, en una elección donde solo podían sufragar residentes en el país, la oposición arrolló al chavismo y conquistó los 2/3 del Parlamento. En los últimos comicios, el fracaso opositor no obedeció precisamente a la “fuga” de votos hacia el exterior, sino a otros factores como los conflictos internos, la fragmentación y la falta de una estrategia clara frente al proceso regional.
Sería encomiable que los partidos logren organizar y establecer un vínculo con la diáspora para motivarlos a registrarse y, además, apoyarlos en sus luchas por el reconocimiento de sus derechos en las naciones de acogida. La imagen sería muy poderosa: decenas de miles de compatriotas tomando las calles de Madrid, Miami y las capitales de América Latina para exigir su derecho a votar, en una gigantesca manifestación democrática que le grite al mundo que Venezuela ni se “normalizó” ni se rindió.
Sin olvidar a quienes se marcharon, debe apuntarse que las encuestas que se toman como referencia se hacen en Venezuela con venezolanos en edad de votar. Los resultados de los sondeos arrojan que la mayoría de los ciudadanos están hartos de la crisis, responsabilizan al régimen por el desastre nacional y apuestan por el cambio. Nadie cree que Venezuela se arregló o está en vías de hacerlo bajo las actuales condiciones.
De nuevo, las fuerzas políticas y sociales deben movilizarse y demandar el respeto al derecho al voto de todos los venezolanos. Pero, asimismo, deben cuidarse de no generar unas expectativas imposibles de alcanzar, que después solo servirán para que se instale una actitud derrotista y de confusión entre los ciudadanos.
Así como no será para nada sencillo inscribir a nuevos votantes en Bogotá y Lima, tampoco lo será en Guasdualito, Capatárida y Marigüitar. Es cierto. Sin embargo, con sus limitados recursos, militantes de partidos y miembros de ONG pueden activar desde ya a sus vecinos para que se registren y ubiquen en el centro de votación más cercano a su casa. Todos involucrados en el esfuerzo definitivo por salvar a Venezuela. Porque el cambio sí es posible. Porque los votos están en Venezuela.