En pocos días asumirá la Presidencia de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, de quien mucho se espera internacionalmente, en particular, en el vecindario más cercano. Las felicitaciones por su triunfo en segunda vuelta, en tenso pulso y con estrecha ventaja sobre Jair Bolsonaro, llegaron prontamente, por igual desde la Casa Blanca que desde Miraflores, en un amplio y diverso espectro de expectativas regionales.
El triunfo de Lula es significativo dentro de Brasil y justifica lo que el propio presidente electo llamó su “resurrección”. Lo ha sido por muchas razones, desde la anulación por razones procedimentales de las cuatro sentencias que lo llevaron a prisión e inhabilitaron políticamente. También porque, desde que quedó libre, cultivó su acercamiento a movimientos sociales, nuevos liderazgos, antiguos aliados y también a viejos adversarios en la Social Democracia Brasileña -en temprano y publicitado encuentro con Fernando Henrique Cardoso– y con el Movimiento Democrático Brasileño que en 2016 alentó y votó por la destitución de Dilma Rousseff. Sus acercamientos más allá de la izquierda tuvieron como señal notable la incorporación en su fórmula de Geraldo Alckmin, su rival en las elecciones de 2006, como vicepresidente. Así enfrentó a Jair Bolsonaro, sumando apoyos más allá de su partido, para ganarle con menos de dos puntos de ventaja. Es bueno recordarlo porque así le tocará gobernar. Tendrá que cuidar su amplia alianza, en permanentes negociaciones para lidiar con un Congreso en el que tienen mucho peso las bancadas del partido y los aliados de Bolsonaro. Le toca atender los riesgos de un país en el que caló el mensaje populista iliberal y en el que, en medio de limitaciones fiscales, ha prometido lograr la reducción del hambre, la pobreza y la desigualdad con iniciativas que requieren la aprobación de medidas y recursos por el Congreso. Este recordatorio, aun en sus trazos gruesos, ayuda a poner en perspectiva algunas de las condiciones domésticas en las que Lula da Silva llega al poder, muy distintas a las de sus otras dos presidencias, entre 2003 y 2011: lo que es indispensable para ajustar lo que en el propio Brasil se espera del nuevo gobierno y lo que internacionalmente se aspira de él, de modo especial en los gobiernos de varios países latinoamericanos. El recordatorio, además, puede enriquecerse con el discurso del propio Lula da Silva y lo que ha dicho su más cercano asesor en política exterior, el excanciller Celso Amorim.
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Comencemos por lo que se espera de Lula para calibrar las expectativas cuya diversidad puede encontrarse en los saludos inmediatos al anuncio de su victoria electoral. Dadas la polarización entre los dos candidatos, las amenazas y presiones a las que Bolsonaro sometió al sistema electoral y el peso regional e internacional que se reconoce a Brasil, los mensajes internacionales fueron más que protocolares. Desde Europa, las presidencias del Consejo y la Comisión, así como el Alto Representante, expresaron mucho interés en trabajar con el nuevo gobierno para recuperar la relación -muy deteriorada con el gobierno de Bolsonaro- en un amplio espectro de temas “para enfrentar desafíos globales, como la seguridad alimentaria, el comercio o el clima”, en palabras de la titular de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Hay matices entre los europeos, como en los mensajes del presidente español, Pedro Sánchez -que manifestó su apoyo a Lula, al inicio de su campaña y frente a Bolsonaro-, y el de Emmanuel Macron, más sobrio pero también expresivo del interés “en una nueva página en la historia de Brasil” para cultivar vínculos deteriorados, ahora en torno a temas globales -prominentemente el cambio climático- y a las relaciones bilaterales. Se trata de Brasil como objetivo muy importante en el nuevo cortejo a Latinoamérica en medio de los trastornos climáticos, comerciales y energéticos globales.
A partir del interés de Estados Unidos por rehacer los vínculos, también deteriorados durante el mandato de Bolsonaro y por sus intentos por torcer el proceso electoral, el mensaje inmediato del presidente Joe Biden enfatizó la felicitación por “elecciones libres, justas y creíbles”. A la vez, movió prontamente el reacercamiento a Brasil sobre un vasto conjunto de temas, ya asomados en el viaje a Brasilia y encuentro con Lula da Silva de Jake Sullivan, Consejero de Seguridad; Juan González, Asesor Especial de Biden para América Latina; y Ricardo Zúñiga, Subsecretario de Estado para Asuntos Hemisféricos. Los enviados entregaron la invitación de Biden al presidente electo para que visite Washington con la intención de que fuese antes de la toma de posesión, el 1 de enero, pero el viaje fue confirmado por Amorim para “poco después del inicio del año”. La agenda hasta ahora conocida sobre los intercambios incluye cooperación en cambio climático, la guerra en Ucrania y la geopolítica global, también las relaciones con China, la ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU, así como las situaciones de Venezuela y Haití, seguramente entre otros muchos temas.
Desde Rusia, también Vladímir Putin -que cultivó la cercanía a Bolsonaro- envió prontamente su felicitación, con un mensaje de reconocimiento a Lula “por su alto prestigio político” y apostando por el desarrollo de relaciones constructivas “en todas las esferas”. El presidente Xi Jinping, por su parte, expresó en su mensaje la importancia que concedía a las relaciones con Brasil, precisando su disposición “a trabajar con el presidente electo Lula, desde una perspectiva estratégica y de largo plazo, para planificar y promover conjuntamente a un nuevo nivel la asociación estratégica integral entre China y Brasil”. También en este otro flanco se manifiesta el cortejo para inclinar la balanza estratégica del nuevo gobierno.
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Abundaron los mensajes latinoamericanos de bienvenida, destacando entre los más elocuentes el de Alberto Fernández, que estuvo en Brasilia el día de la elección y asoció el triunfo de Lula a “un nuevo tiempo para la historia de América Latina” y se ofreció como “compañero para trabajar y soñar a lo grande el buen vivir de nuestros pueblos”. Por su parte, Nicolás Maduro, al celebrar el regreso de Lula, dio vivas “a los pueblos decididos a ser libres, soberanos e independientes” y alabó el triunfo de la democracia, desde luego que sin referencia a la preservación de la institucionalidad que Bolsonaro puso en riesgo y sin aprecio por el respeto y la protección de la voluntad libremente expresada por los brasileños. Digamos que la valoración de las expectativas nacionales y regionales sobre democracia, prosperidad y paz se complica por el significado real de las palabras de los felicitadores.
El centro de los mensajes de los nuevos gobiernos, más o menos cercanos al espectro de gobiernos de izquierda, estuvo en el propio Lula. Así fue en los casos de Alberto Fernández y, particularmente, de Cristina Fernández de Kirchner que poco antes de su condena dijo “los mismos que lo pusieron preso lo fueron a buscar” y, tras su condena, recibió la solidaridad del presidente electo. Aparte de Maduro, la referencia directa, personal, estuvo brevemente en los mensajes de Gabriel Boric, Gustavo Petro, Manuel Díaz-Canel, Xiomara Castro y Andrés Manuel López Obrador. Ellos y el resto tienen expectativas muy grandes sobre el regreso de Lula, alimentadas por la memoria de sus mandatos previos, pero desde las necesidades y precariedades regionales presentes. Entre los muchos temas en los que se espera que el nuevo gobierno de Brasil tenga especial incidencia está la recuperación de las iniciativas de concertación y respuesta regional, incluidas la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) -reanimada por México y Argentina-, la recreación de la Unión de Naciones Suramericanas -alentada en carta de excancilleres y expresidentes de la “marea rosa” y mencionada en el programa de gobierno de Lula -el fortalecimiento del Mercosur y los avances en las negociaciones con la Unión Europea, la cooperación para la protección amazónica y sobre iniciativas de transición energética frente al cambio climático, el fortalecimiento de las respuestas regionales a problemas “transversales” -como migración, corrupción, tráficos ilícitos en general y de drogas en particular-, la presencia de Brasil como garante -junto con Noruega, Cuba, Venezuela, México y Chile– en las negociaciones del gobierno de Colombia con el Ejército de Liberación Nacional, la participación en iniciativas multilaterales ante la violencia e ingobernabilidad en Haití y el apoyo a las negociaciones venezolanas con mediación de Noruega con la expectativa de Nicolás Maduro de que el restablecimiento de relaciones diplomáticas fortalezca su presión para la eliminación de sanciones y para la normalización y fluidez de todos sus vínculos internacionales.
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Estas expectativas han de ser vistas y filtradas a través de las que el nuevo gobierno de Brasil estaría en posibilidad y disposición de hacer. Una breve referencia se encuentra en lo que asomaron dos de los 121 puntos del esquemático programa de gobierno de los diez partidos de la Coalición Brasil de la Esperanza. Allí se evidencia la prioridad de la agenda social, económica, política y ambiental nacional como referencia para el desarrollo de una política exterior “activa y altiva” que recupere para Brasil la “condición de protagonista global”. Enuncia la voluntad de reconstruir la cooperación sur-sur, regionalmente y con África, la ampliación del papel de Brasil en los organismos multilaterales, el aliento a la integración y el nuevo impulso a Mercosur, Unasur, Celac y el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) con su eventual ampliación y, más ambiciosamente, “trabajar por la construcción de un nuevo orden global comprometido con el multilateralismo, el respeto a la soberanía, la paz, la inclusión social, contemplando los intereses de los países en desarrollo, con nuevas directrices para el comercio exterior, la integración comercial y las asociaciones internacionales”.
Estos trazos gruesos no ocultan la intención de recuperar para Brasil la condición de poder regional con ambiciones globales. En esto es clave ganar protagonismo en la agenda del cambio climático, como evidenció el viaje a Egipto del presidente electo para hacerse presente en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático con su propuesta de que la cumbre de 2025 tenga lugar en la Amazonia. Es un asunto en el que la relevancia regional y global de Brasil se puede poner de manifiesto al margen de alineaciones y consideraciones políticas. Algo similar, por razones de necesidad y estratégicas, sucede con la causa de promover la integración regional con miras a recuperar presencia y competitividad en los mercados regionales. Ambos temas ilustran la tendencia pragmática, de preferencia por la equidistancia, que ha sido comparada por Mónica Hirst y Juan Gabriel Tokatlian con el colesterol malo (ajuste y aceptación) o bueno (apertura de alternativas factibles). Lo que estos autores consideran exigencia de “prudencia, temple y coraje” es en realidad y fundamentalmente, la necesidad de preeminencia del cálculo estratégico de ventajas domésticas e internacionales de ajustarse, oponerse o plantear alternativas convenientes y factibles. En esa hoja de cálculo se ubican las muchas expectativas y los enormes desafíos desde el vecindario latinoamericano. Celso Amorim, como asesor internacional clave, ha dado algunas luces sobre lo que implicará la equidistancia del enfoque geopolítico del nuevo gobierno y sobre el lugar de Latinoamérica en él. Sus apreciaciones ayudan a moderar las expectativas, no tanto de Brasil como del vasto y diverso conjunto de gobiernos que han dado la bienvenida al retorno de Lula da Silva, al Lula que esperan y del que esperan tantas cosas.
Sobre la tensión entre Estados Unidos y China así como sobre las posiciones ante la guerra en Ucrania, pero también sobre los desequilibrios regionales, Amorim ha dicho en palabras muy cuidadosamente elegidas que “Brasil, y esto se extiende a nuestros socios de Sudamérica y toda América Latina, no puede elegir estar de un lado o del otro, no está para elegir. Y esto es indisociable de la mayor integración regional, que se da en dos velocidades distintas, puesto que algunas cosas son posibles en un determinado contexto geográfico y otras no”. Ese no elegir supone cultivar relaciones con Estados Unidos y China, también con Europa, todas fundamentales -comercial, financiera y estratégicamente- para la proyección global de Brasil.
Regionalmente, lo que sugiere lo propuesto y dicho hasta ahora es que prevalecerán los asuntos llamados “transversales” que no generen fricciones políticas ni mucho menos ideológicas, con enorme pragmatismo. Hay varias pruebas tempranas en desarrollo: la actitud ante la sentencia condenatoria de Cristina Kirchner es una de ellas; otra va siendo la crisis peruana y el valor que para Brasil tenga el único compromiso democrático que la cubre, como es la Carta Democrática Interamericana. Venezuela también lo es, en materia de derechos humanos, de crisis humanitaria y en cuanto al desarrollo de las negociaciones políticas en busca de un proceso electoral presidencial libre y democrático, como el que hizo posible que los brasileños eligieran a su nuevo Presidente. Por lo pronto, no sobra recordar lo escrito por Samuel Beckett sobre la espera y los que esperan.