En la aldea
25 abril 2024

“A mi mamá le parecía que ‘Messod’ no solo era un nombre que sonaba horroroso, sino que también era muy ‘musiú’ (foráneo), y se lo cambió a Melchor. El aceptó llamarse como mi madre quisiera -esas cosas del amor-“.

Mi padre fue Rey Mago

“Demás está decir que para nosotras, sus hijas, Melchor fue un gran esposo y un gran padre que quiso a Venezuela como si hubiera sido su casa desde siempre. Cuánta falta hacen los padres así. Los magos así. Las bienaventuranzas así. Hasta para los países”.

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Sonia Chocrón | 12 enero 2023

No es una costumbre demasiado nuestra, la de los Reyes Magos. Aquí regala sobre todo el Niño Jesús el 25 de diciembre. La cabalgata y los regalos de reyes son especialmente tradición española. Y en cuanto al resto del mundo, además de la región Centroeuropea, Bélgica, Austria, Polonia o Alemania, se conserva también en algunos otros países en los que en épocas pasadas hubo una importante presencia de España. Argentina, México, Paraguay y Cuba, por ejemplo. Ocurre lo mismo en Filipinas, que fue colonia española.

Cuando yo era niña, el misterio que envolvía a esas tres figuras llenas de majestuosidad, ropajes, joyas y bienaventuranzas, atrapaba mi imaginación. Y mi curiosidad. De toda aquella estampa del nacimiento de Jesús -de lo que como judía, por cierto, no dudo (una vez un correligionario ortodoxo me contó que Jesús aparecía en el Talmud, libro hebreo “que recoge principalmente las discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, narraciones y dichos, parábolas, historias y leyendas. Un inmenso código civil y religioso, elaborado entre el siglo III y el V por eruditos hebreos de Babilonia y la Tierra de Israel.

Al parecer, algunos académicos aseguran que en él, se refieren a Jesús con el nombre de Jeshu, pronunciación en arameo, y que solían mencionarlo como un Rabi y un Taná, es decir, como un sacerdote inmenso y versado como pocos en los misterios de la mística hebrea.

“¿Cómo era posible que un judío se llamara igual que un Rey Mago de la tradición cristiana?”

La visita de los tres sabios, más que magos, pero sí majestades diestras en astrología y astronomía y otras ciencias, para ver al niño rey que había nacido, era el capítulo más mágico del relato. Al menos para la joven que fui, porque involucraba a un tiempo misterio, mito, y la tradición. Me daban curiosidad estos personajes, por una parte. Y por la otra, me llamaba la atención la casualidad de que mi padre se llamase Melchor, como uno de esos tres sabios que seguían una estrella en Belén.

Según una antigua historia, leí entonces, existía un cuarto rey llamado Artabán. Era el hombre que se encargaba de llevarle piedras preciosas a Jesús, pero ya encaminado se encontró a un anciano enfermo y tuvo un difícil dilema: quedarse y brindarle su ayuda o continuar el camino con Melchor, Gaspar y Baltasar. Y escogió quedarse con el pobre anciano.

Pasa que en el Evangelio de Mateo, donde por primera vez se menciona a estos sabios, no especifican ni cuántos eran ni sus nombres. Solo se nos habla de “los sabios de Oriente” y que fueron tres los regalos que llevaron al Niño Jesús.

Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?».

Evangelio de Mateo (2, 1-2), versión Reina-Valera, 1960.

Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Evangelio de Mateo (2, 11), versión Reina-Valera, 1960.

Entonces, ¿de dónde surgió la tradición de los Reyes Magos como la conocemos ahora? Según se lee en diversas fuentes fue a partir del siglo III cuando el Papa León I estableció que los magos fueran llamados reyes pues se pensaba que se trataba de gente con grandes riquezas. Además, se establecería que fueran 3, pues 3 fueron los regalos que llevaban al niño. Y los nombres con los que conocemos a los Reyes Magos -Melchor, Gaspar y Baltasar-, aparecieron por primera vez durante el siglo VI en el mosaico de San Apollinare Nuovo (Rávena).

Como nos cuenta la historia (más que un hecho real, es una leyenda hasta donde sé) antes de llegar, los astrónomos -magos- visitaron al rey Herodes el Grande en la ciudad de Jerusalén, y le preguntaron por el nacimiento del «Rey de los judíos». Herodes, después de consultar a los copistas versados en la Biblia, les aseguró que el niño debía nacer en la pequeña ciudad de Belén de Judá, como establecía la profecía de Miqueas. Agregó además, con su oculta mala intención, que de regreso, los sabios volvieran a palacio a verlo a él para darle noticia del sitio exacto donde se encontraba la criatura y, así poder ir él también a adorarle. En realidad, según el relato bíblico, su objetivo era darle muerte. Toda esta brevísima introducción que supongo ustedes conocen de memoria para contarles que mi padre fue rey mago. Y que por eso lo recuerdo cada seis de enero invariablemente.

Se llamaba Melchor, mi papá. A Melchor, el rey, se le adjudica haber sido el portador del oro. Según la tradición, Melchor provenía de Europa (En realidad a cada “mago” se le asignó uno de los territorios conocidos hasta la Edad Media). Y es representado como un hombre de piel clara y de barba larga y canosa de color blanco o rubio cenizo. Justo como mi papá pero sin la barba larga.

Aunque la realidad es que Melchor no era el nombre que había recibido mi padre al nacer. Lo supimos después (¿Cómo era posible que un judío se llamara igual que un Rey Mago de la tradición cristiana?). Pero es que la verdad era que papá se llamaba Messod, un nombre muy típico en judíos sefardíes procedentes del Magreb, un nombre común entre sefarditas de origen andaluz o marroquí (que si no me equivoco significa “alegría”).

Cuando emigró a Venezuela a “hacer la América”, y después de haber sobrevivido a la Guerra Civil española, a finales de los años 40, conoció a mi mamá en Caracas en una fiesta para solteros de la “sociedad israelita”, de la incipiente comunidad sefardí de entonces, y se enamoró de ella. Así que después de poco tiempo la pidió en matrimonio. Ella, nacida en Caracas e hija a su vez de caraqueña puso sus condiciones: a mi mamá le parecía que “Messod” no solo era un nombre que sonaba horroroso, sino que también era muy “musiú” (foráneo), y se lo cambió a Melchor. El aceptó llamarse como mi madre quisiera -esas cosas del amor- y nunca más, en Venezuela, se supo que era Messod. Era Melchor.

Tiempo después, y ya casados, volvieron juntos a Málaga y a Melilla de paseo y a que mi madre conociera sus orígenes, sus parientes, sus amigos. Decían los antiguos cuates al verlo pasar del brazo de mi madre: “Allá va Chocrón, que se fue de aquí Messod y volvió Rey Mago”.

Y Melchor se quedó hasta el fin de sus días. Lo que mi mamá nunca supo y ahora lo vengo a descubrir yo, es que su nombre prestado, Melchor, también viene del hebreo. Las raíces de su nombre provienen de la traducción de dos vocablos hebraicos que complementan el nombre completo: malkî (mi rey) y ôr (luz). Es decir, “Mi rey es luz” o “Rey de la luz”. (Ahora caigo en cuenta por qué a sus consuegros húngaros les daba por decirle Melkior). Demás está decir que para nosotras, sus hijas, Melchor fue un gran esposo y un gran padre que quiso a Venezuela como si hubiera sido su casa desde siempre. Cuánta falta hacen los padres así. Los magos así. Las bienaventuranzas así. Hasta para los países.

*La fotografía es cortesía de Sonia Chocrón para el editor de La Gran Aldea.

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