En la aldea
15 febrero 2025

Shakira, poder y desilusión

“En esta hora crítica para la democracia y la libertad de Venezuela estamos obligados a enamorarnos desde la razón, apasionarnos por una causa común, y a ser responsables de nuestro propio destino. Nada fácil superar nuestro despecho”.

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Ezio Serrano Páez | 23 enero 2023

En la actual circunstancia venezolana, solo la arrogancia de las inteligencias de vitrina puede intentar vendernos la idea de un cambio democrático fríamente calculado por los hacedores de la llamada “política de altura”. Nos guste o no, los venezolanos estamos viviendo tiempos de desahucio y desilusión. Las tremendas frustraciones padecidas han sucedido a los enamoramientos tan súbitos como efímeros. Después de haber hecho uso y abuso del enamoramiento de las masas, ahora pretenden soluciones acordes a un funeral con el acomodo de intereses fríamente calculados.  

Por supuesto que la política tiene un hemisferio esencialmente cerebral. El mundo del frío cálculo de los medios y los fines. Pero este espacio se alterna con el impredecible universo de las pasiones. En ese contexto, los cambios requeridos para un país arrasado material y espiritualmente como Venezuela, no se van a producir sin despertar el enamoramiento pasional por la causa auténticamente venezolana. He allí la mayor dificultad: determinar lo que realmente nos unifique como sociedad y que esto sea bien interpretado por el liderazgo. De otro modo, el despecho político seguirá siendo instrumentalizado por sujetos desangelados con la hipotimia de cualquier inMaduro.

La desilusión política no es un tema nimio, mucho menos en sociedades con escaso desarrollo institucional. Esto último profundiza las heridas dejadas por el desencanto y convierte a los despechados de la política en almas en pena que vagan por las tabernas de la incertidumbre y el descreimiento. La política como es bien sabido requiere del enganche, del flechazo producido por el líder y la causa que promueve. Pero esto siempre entraña un serio peligro, pues los planes de quienes dirigen los escenarios y paisajes resultantes, (la realidad), suelen discrepar frente a las imágenes que llevamos en el pensamiento. Tal discrepancia termina por derribar las bases del enamoramiento.

“Los cambios requeridos para un país arrasado material y espiritualmente como Venezuela, no se van a producir sin despertar el enamoramiento pasional por la causa auténticamente venezolana”

Si entre parejas el amor eterno dura tres meses, en política las pasiones pueden ser más duraderas y con resultados aún más ruinosos. Quien tenga dudas al respecto puede pasearse por el amor filial subsistente entre Stalin y seguidores actuales, o entre Hitler y los neonazis, o entre Perón y los peronistas. El sadomasoquismo también se produce en las relaciones políticas pasionales. Como lo demuestran sectores venezolanos en su relación con Chávez y el chavismo: maltratados, humillados y empobrecidos, pero fieles y agradecidos ante los latigazos recibidos.  

En el enamoramiento de Chávez con los venezolanos, cabe esa lógica Shakiriana ilustrada con penosas transacciones contrarias al interés nacional: cambiamos el Twingo por un Bulldozer devastador, el Casio que buenamente marcaba la hora de la alternabilidad democrática cada 5 años, se cambió por un pesado reloj de piedra que eternizó la pesadilla de las mafias en el poder. La poderosa PDVSA de talla mundial, se cambió por chatarra ideológica adecuada a la ocasión. Si tales cambios se iniciaron por medios electorales, obviamente en la desilusión política, como en las otras, el sujeto flechado tiene una severa responsabilidad al fantasear con ofertas que lo desconectan de la realidad.

La responsabilidad del sujeto en su propia desilusión en principio no suele ser asumida. El despecho justamente nos conduce por el laberinto de las dudas y la culpa transferida al objeto de nuestras fantasías. El ego herido inicia su tortuoso camino por la desilusión y la desesperanza sin admitir que algo hicimos mal para contribuir con nuestro aterrizaje forzoso en la desilusión. Dicen que Shakira probó con un tal de la Rúa, un coco seco. De allí pasó al Piqué con cerebro de músculo, es decir, mucho ejercicio de gimnasio y nada de ejercitación para la sesera, según versión de la cantautora. Ambos fueron su propia mala elección.

Este es el drama humano reiterado cada día: lo difícil no es escoger ejercitando nuestra voluntad, lo realmente duro y complicado es responder por las consecuencias de nuestras decisiones cuando los resultados son contrarios a lo esperado. Y aquí aparece la gran diferencia entre las desilusiones de pareja y la desilusión social o política. Shakira puede seguir equivocándose en su elección, puede seguir saltando de una desilusión a otra, al menos puede monetizar su despecho. Al final, podría conseguir lo que quiere o simplemente dejar de buscar.

Pero las secuelas de las decisiones políticas pueden afectar a millones y dejar surcos imborrables por generaciones. Durante las últimas décadas los venezolanos hemos saltado de una desilusión a otra. Al fiasco chavista le sucedió la práctica de una oposición “que ofreció su mejor campeón y nos dejó la peor versión” de cómo afrontar la tiranía: ¡Si no puedes contra ella, súmate! Y Ahora se preguntan por qué estamos encaminados hacia la desesperanza definitiva. Con una oposición política “claramente” mimetizada dentro del poder fraudulento, (te buscaste otra igual que tú), la desilusión terminó convertida en desesperanza, la antesala de la resignación frente a la derrota y el fracaso.

Por lo pronto, un nuevo proceso eleccionario se abre para los venezolanos. Nuevamente debemos tomar decisiones, seleccionar entre alternativas, redefinir nuestro destino. Pero el contexto es de desilusión, despecho y desesperanza. Importantes sectores se movilizan por reivindicaciones salariales procurando “no contaminarse” de política. Tanto el miedo a la represión como la bajísima credibilidad del liderazgo, alimentan el espejismo de una salida a la crisis libre de impurezas partidistas. Un modo de sobrevivir a la desilusión alimentando otra mentira salvadora de nuestra responsabilidad.

En el contexto del desamor y la decepción se impondrá la política fría y calculadora acorde al interés de la dictadura. A su favor trabaja el buenismo promotor de una población más que castrada. Como un perro que no ladra, un gato que no maúlla, o un pájaro que no trina. Es decir, la política del frío cálculo, la política de altura, requiere una población sin odio, sin memoria ante las humillaciones sufridas, que no recuerde muertos ni velorios, capaz de colocar la otra mejilla, en fin, dispuesta a perdonar “la infidelidad” padecida, incapaz de exigir justicia. Esto es un pueblo burlado que llora pero no factura.   

No es nada despreciable esta vía, al fin y al cabo no sería la primera vez que el despecho termina con apuñalamiento. Como en aquel quejumbroso bolero de José Feliciano: “toma ese puñal, ábreme las venas, quiero desangrarme hasta que me muera…”. Además, la cadena de amores rotos y decepciones padecidas nos han convertido en un pueblo sumamente desconfiado, a lo cual se añade nuestra proverbial indisposición para admitir la responsabilidad propia en los sucesivos fracasos.

Atizar las flamas de la pasión es una práctica riesgosa que entraña una ética de la práctica política. Reconocerlo es un asunto de elemental responsabilidad. Pero conceder legitimidad plena a una reunión de apóstoles chavistas con desangelados opositores para la superación de la crisis venezolana, es una afrenta que rebasa los límites del despecho. Es como prestar el colchón para que nos pongan los cuernos. En esta hora crítica para la democracia y la libertad de Venezuela estamos obligados a enamorarnos desde la razón, apasionarnos por una causa común, y a ser responsables de nuestro propio destino. Nada fácil superar nuestro despecho.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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