Al principio, tocaba a cada quien descifrar qué era mentira y qué no. No sin dificultad pues la mentira suele filtrarse en los terrenos de la verdad e imitarla. Cuenta una leyenda que alguna vez ambas -verdad y mentira- fueron juntas a bañarse en un hermoso lago, en un hermoso día. Se despojaron de sus ropas y retozaron a gusto en el agua. Hasta que la mentira salió del lago antes y se vistió con las ropas de la verdad. Y desde entonces, la verdad anda desnuda y por eso a veces espanta.
A lo largo de la historia hay montones de manuscritos apócrifos -algunos verdaderos y otros creados para hacer daño-. Viene a mi memoria aquel llamado “Los protocolos de los sabios de Sion” tan útil a toda venganza gratuita contra los judíos publicado por primera vez en 1902 y cuyo objetivo era justificar ideológicamente los pogromos que sufrían los judíos en la Rusia zarista, y que fue incluso usado después hasta para justificar el Holocausto. El texto/farsa de este manuscrito suponía ser la transcripción de unas supuestas reuniones de los «sabios de Sion», en la que estos detallan los planes de una conspiración que consistía en el control de la masonería y de los movimientos comunistas en todas las naciones de la tierra, y tendría como fin ulterior hacerse con el poder mundial. Y por supuesto, era un fake.
La mentira disfrazada de verdad. Y sus propósitos. Lo constaté ingenuamente alguna vez durante mis días de trabajo junto a Gabriel García Márquez, cuando desarrollaba yo un guion de media hora para una serie llamada “Con el amor no se juega”. Mi historia se llamaba “El amante muerto” y relataba, como bien el título asoma, de una mujer cuyo amante se muere inesperadamente en su cama mientras hacen el amor. Ella debe deshacerse del cadáver antes de que su marido llegue a casa con la única dificultad de que el cuerpo del querido pesaba como cien kilos y había quedado tieso en su cama, en la segunda planta de su casa.
¿Cómo se desharía de él?, ¿cómo cargarlo?, ¿cómo bajarlo a la planta baja?, ¿y a tiempo? Le daba yo vueltas a varias fórmulas para que ella, de escasos 50 kilos, pudiera desaparecer al hombre, eso sí, sin sangre de por medio. (Descuartizarlo no era una opción: la sangre, hasta la imaginada, me da grima). Inventé carruchas, tablas para deslizarlo escaleras abajo, la fuerza de una ira súbita de ella. Todo para que aquella infiel pudiera deshacerse del cuerpo -de su delito-.
Hasta que el Gabo me miró con la sencillez de su genio y me dijo: “Ella lo carga”.
No puede -insistí yo-. ¡No puede con ese peso!
Ella lo carga, -me repitió-. Y luego sentenció: si parece verdad, es verdad. Nadie se va a preguntar cómo lo cargó.
Traigo a colación este duelo casi infantil sobre la mentira y la verdad y esta anécdota con García Márquez (verdadera, por si acaso) a propósito de una nueva variable que viene a desordenar lo que siempre hemos creído. Y lo que siempre hemos dejado de creer. Se llama inteligencia artificial (IA). Y a mi juicio, gracias a ella, no distinguiremos nunca más dónde reside lo cierto. Ni lo falso.
No tengo aún un juicio de valor al respecto. Solo sé que obviamente ya las mentiras y las verdades no serán las mismas.
Acaso la verdad ha estado siempre sobrevalorada. Supe por estos días de un video que se hizo viral, insertado como promoción en los contenidos de Youtube, que daba como noticia -presentador con aspecto de presentador, ancla de noticiero, en su “set” y backing de estudio de televisión- que Venezuela había cambiado para mejor tanto que hasta los hoteles estaban copados para los venideros días de Carnaval.
Según el “entrevistado” -un compatriota endógeno en nada parecido al gringo catire que fungía como periodista del noticiero- nunca antes se habían acabado las habitaciones hoteleras con tanta antelación para unas pequeñas vacaciones. Palabras más palabras menos y entrelíneas, todos aquí somos prósperos y vivimos conformes. Todo normal.
Pues bien: ni el presentador, ni el noticiario ni el entrevistado endógeno existen. Fueron creados con inteligencia artificial. Set, hombres, noticias: todo fake.
Otro incidente del mismo origen sorprendía la semana pasada: Cuando el representante estadounidense Jake Auchincloss decidió pronunciar un discurso sobre un proyecto de ley que crearía un centro de inteligencia artificial estadounidense-israelí, optó por dejar que la IA hablara por sí sola. El breve discurso de dos párrafos leído por el demócrata de Massachusetts en el recinto de la Cámara de Representantes de Estados Unidos fue generado por el chatbot de inteligencia artificia: el ChatGPT. Su personal dijo que cree que es la primera vez que se lee en el Congreso un discurso escrito por inteligencia artificial.
El término inteligencia artificial fue adoptado en 1956, pero se ha vuelto más popular hoy día gracias al incremento en los volúmenes de datos, algoritmos avanzados, y mejoras en el poder de cómputo y el almacenaje.
“La investigación inicial de la inteligencia artificial en la década de 1950 exploraba temas como la solución de problemas y métodos simbólicos. En la década de 1960, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos mostró interés en este tipo de trabajo y comenzó a entrenar computadoras para que imitaran el razonamiento humano básico. Por ejemplo, la Defense Advanced Research Projects Agency (DARPA, Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa) realizó proyectos de planimetría de calles en la década de 1970. Y DARPA produjo asistentes personales inteligentes en 2003, mucho tiempo antes que Siri, Alexa o Cortana fueran nombres comunes. Este trabajo inicial abrió el camino para la automatización y el razonamiento formal que vemos hoy en las computadoras, incluyendo sistemas de soporte a decisiones y sistemas de búsqueda inteligentes que pueden ser diseñados para complementar y aumentar las capacidades humanas”1.
La verdad está sobrevalorada: es difícil discernirla, y tal vez ya ni importa. Las máquinas serán autoras de la verdad. Ya lo anunciaba Isaac Asimov. Ya lo filmaba Stanley Kubrick en su película “2001: Odisea del espacio”, (inspirada en El centinela, cuento del escritor y también guionista de la cinta Arthur C. Clarke). Lo asomaban claramente:
La nave espacial en la que viajan los protagonistas está dotada de la mejor tecnología, una computadora de última generación, la HAL 9000, que posee ojos y oídos, lo que le permite la comunicación con los humanos.
El objetivo de la tripulación es llegar a Júpiter. Pero, poco antes de alcanzar su meta, el ordenador le pregunta a David, uno de los cinco tripulantes, si no tiene dudas sobre la misión.
Después HAL 9000 avisa sobre un fallo en el sistema que impide la comunicación con la Tierra. Así, David sale de la nave para intentar reparar el error. Entonces, otros dos tripulantes, Frank y Bowman, planean desconectar la computadora, pero esta les lee los labios y se entera de todo. Como venganza, HAL 9000 provoca la muerte de algunos pasajeros para mantener el control.
Solo cito -apenas- dos inteligencias naturales adelantándose a los tiempos y previendo lo que ocurriría cuando las máquinas asuman nuestros roles. El tema ya es largo, profuso y hondo, y yo solo asomo mis humildes curiosidades. Ahora me imagino el dilema de las universidades si todo puede ser creado a punta de IA. Papers, ensayos, tesis. O el dilema de los creadores.
Podemos solicitarle a la IA que nos escriba una novela al estilo de William Faulkner. O que nos diseñe un puente tipo Santiago Calatrava. Que pinte nuevos van Goghs. O que nos haga la ilustración de un verdadero hombre Neandertal pelirrojo bebiendo café con leche en taza.
A nosotros, en esta casa chica que es Venezuela, nos caería de perlas: total, la verdad y la mentira aquí se la pasan mimetizando.
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(1)www.sas.com/es_mx/insights/analytics/what-is-artificial-intelligence.html