En la aldea
16 abril 2024

Miguel Rodríguez Torres: entre el dolor, las balas y el perdón (I Parte)

El mayor general ha logrado esquivar varios golpes. Siguió activo en las Fuerzas Armadas después de asaltar con morteros La Casona el 4 de febrero de 1992. Ha sido acunado por Rodríguez Zapatero, quien ha hecho de mediador para sacarlo de la cárcel. Washington todavía no ha puesto precio a su cabeza. Complejo y mutante, Miguel Rodríguez Torres ha recibido, también, los hachazos de la vida. Cuando murió su hija, la primogénita, en un accidente de tránsito, subrayó en su diccionario la palabra perdón.

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Gloria M. Bastidas | 22 febrero 2023

Él conoce bien lo que es el perdón. Su hija mayor murió tras sufrir un accidente de tránsito. Una muerte en la flor de la vida: escasos diecinueve años. El dolor exige un culpable. Siempre. Ella y un grupo de amigos regresaban de una fiesta. El conductor era un vecino. Todos los que estaban en el vehículo salvaron sus vidas. Todos, menos Carolina. Pasó tres meses en terapia intensiva. Falleció. El azar la escogió. Y el azar no es racional. Ni es justo. Ni discrimina grupos etarios. Le tocó a Carolina.

Miguel Rodríguez Torres intentó por todos los medios llevar a juicio al muchacho que conducía. El protocolo forense sí es racional: había que adelantar una exhumación del cadáver dado que en su momento no se hizo autopsia. Ese era el día “D” para el militar, que, como debe suponerse, en el preámbulo se debatía entre dos sentimientos: la necesidad de reparación (o de lo que él consideraba que era la justicia) y el hecho inminente de tener que presenciar un procedimiento tan lúgubre. Decidió perdonarlo. Ya no sería una sola vida truncada, sino dos. Más dolor.

En vísperas del día fijado para la exhumación, Rodríguez Torres habló con un viejo sacerdote. El patriarca le regaló un libro: Del resentimiento al perdón. El autor de ese opúsculo -que en principio suena a autoayuda- es el filósofo mexicano Francisco Ugarte Corcuera, nacido en 1947. También sacerdote y afiliado al Opus Dei, ha navegado en aguas profundas: hizo su tesis doctoral sobre La esencia en Santo Tomás de Aquino. Pero también han salido de su pluma obras menos densas, como la señalada, o como El camino de la felicidad. En 1970, cuando Josemaría Escrivá de Balaguer dispensó una visita a México, le correspondió a Ugarte Corcuera acompañarlo durante su larga estadía allí. ´

“Es precisamente Rodríguez Torres a quien sacan de la jaula. ¿Por qué lo acuna José Luis Rodríguez Zapatero?, ¿por qué lo deja ir Maduro?

Un destello de sensatez alumbró la conciencia de Rodríguez Torres justo cuando ya todo estaba preparado para consumar la exhumación. Se arrepintió. Les ofreció disculpas al juez y a todos quienes iban a participar en el obligado trámite. El muchacho no había tenido la intención de matar a su hija. “Desde esa experiencia aprendí que una de las cosas que más engrandece el alma del ser humano es el perdón… y que te ayuda a vivir en paz”, dijo en una entrevista (ver en 13:34), de la cual hemos extraído los datos para armar los primeros párrafos de esta nota, el hoy mayor general en situación de retiro.

II

Un Rolls-Royce descapotable lleva en su interior a una reina de belleza. Viene de ser coronada en el certamen de Miss Mundo celebrado en Londres el 15 de noviembre de 1984. La silueta de Astrid Carolina Herrera ondea en el Paseo de Los Próceres. Parece una sirena. Lleva puesto un vestido rojo. Sonríe con emoción. Los ojos se le humedecen. Está en un terreno que le es muy familiar. Antes de participar en el Miss Venezuela, Astrid Carolina Herrera había sido electa reina de la Academia Militar. Era ya la soberana de la promoción “General de Brigada Juan Gómez Mireles”, que egresó en julio de ese mismo año 1984, cuando su rostro se hizo famoso.

La diosa de la pasarela que ahora baja del Rolls-Royce hasta había hecho un curso de paracaidismo y se había lanzado a una altura de 1.200 pies. Ni su belleza ni su valentía podían ponerse en tela de juicio. Los cadetes le van a rendir honores esa tarde. El acto será animado por Gilberto Correa y por el entonces capitán Hugo Chávez. Un video colgado en Youtube recoge este momento. No aparece Chávez, pero él se refirió a este episodio en distintas ocasiones. La Gómez Mireles marcará la vida de ella. Y la de Venezuela.

“Todo hombre curtido en el trabajo de inteligencia cumple con la máxima de acumular data de su entorno. Esa data es un salvoconducto”

Para la reina, porque se casará cuatro años después con uno de los subtenientes que se gradúa en esa legión de 1984: Edgar Ignacio Padrón Godoy, aventajado estudiante que ocupa el puesto número cuatro de los109 egresados de la promoción. Luis Castellanos Hurtado se alza con el puesto número uno y, con su puntaje, ocupa el segundo mejor promedio en la historia de la Academia Militar, según las cuentas que saca el profesor universitario y teniente coronel retirado Fernando Falcón Veloz. Datos que Castellanos Hurtado reproduce en una interesantísima página web que creó con nutrida -y valiosa– información. Forma también parte de esa cohorte de la Gómez Mireles el joven Miguel Rodríguez Torres, quien ocupa el puesto número nueve.

De esa promoción egresará asimismo Vladimir Padrino López (puesto número 18), quien alcanzará el grado de general en jefe, será comandante del Ejército, ministro de la Defensa y se convertirá en una figura clave para sostener al gobierno de Nicolás Maduro en un contexto de grandes protestas sociales y represión. Padrino López aparecerá en una fotografía junto a Fidel Castro en una pose más religiosa que castrense.

Otro miembro prominente de la cohorte va a ser Alexis López Ramírez (puesto número 12). López Ramírez logrará el rango de mayor general. También llegará a ser comandante del Ejército y secretario del Consejo de Defensa de la Nación (CODENA), cargo al que renunciará en junio de 2017 por estar en desacuerdo con la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente sin que medie, tal como pauta la Constitución, una consulta al pueblo para determinar si estaba de acuerdo o no con tal iniciativa. López Ramírez expresará su apoyo a Rodríguez Torres vía redes sociales cuando a este lo detenga el Sebin bajo acusaciones de complot en marzo de 2018.

III

El nombre de Miguel Rodríguez Torres asoma en el marco de la primera asonada de 1992: será el jefe de la operación que montarán los insurrectos para atacar La Casona. Aproximadamente a las 11 y 55 de la noche del 3 de febrero, el presidente Carlos Andrés Pérez (CAP) salea toda prisa de su residencia como jefe de Estado luego de que el ministro de la Defensa, Fernando Ochoa Antich, lo llama para informarle que está en marcha un movimiento militar. CAP, como se sabe, venía del Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, y apenas había descansado poco más de una hora en su cama, después de un agitado viaje, cuando repicó el teléfono.

Doña Blanca le confesaría después a la periodista Mariahé Pabón que si Carlos Andrés -así lo llamaba ella- se hubiera cambiado de traje, que era lo que en principio deseaba cuando sonó la campanada de alerta y se vio compelido a emprender la marcha hacia Miraflores, símbolo del poder, no le hubiese dado tiempo de escapar de los alzados en armas. Sobre la piyama, CAP se echó encima el mismo flux oscuro con el que había llegado del exterior. El dato de que el presidente se enfundó en el traje sin quitarse la prenda de dormir no lo ofrece Pabón. Lo aporta Mirtha Rivero en su libro La rebelión de los náufragos.

“Flotan muchas interrogantes alrededor de su figura. ¿Qué tanta información maneja de los desvaríos de la clase gobernante?”

Doña Blanca tenía por esa fecha un brazo roto. Llevaba un cabestrillo. Estaban con ella su hija Carolina, sus nietos, una tía de CAP, miembros de su equipo de trabajo, un médico, personal de servicio, los integrantes de la Guardia de Honor y de la Escolta Civil. A las tres de la mañana lanzaron morteros sobre el techo de la casa. No explotaron, por fortuna. El plomo fue cerrado. Y a punta de fusiles y pistolas. El cielo se iluminó con un color violeta, comentó un vecino de la zona. La inmensa antena parabólica que estaba dispuesta en la apacible casa de estilo campestre recibió más de sesenta impactos de bala, le comentará después Carolina Pérez a Mirtha Rivero. La parabólica, de moda en los noventa, sirvió de escudo para evitar que los proyectiles cayeran en la habitación de la hija del presidente, que se hallaba ubicada justo detrás del armatoste.

El capitán Rodríguez -informará Mariahé Pabón en la crónica que escribe para El Universal– había sido teniente de la Guardia de Honor de Jaime Lusinchi. Disponía de planos de La Casona. Había sido Lusinchi, precisamente, quien le había entregado el sable de mando el día de su graduación como subteniente. A él y a toda la promoción Gómez Mireles. Lusinchi, tan detestado por haberle dado poderes plenipotenciarios a su amante Blanca Ibáñez. Lusinchi, el mismo que tuvo el coraje, según reconoce el general Francisco Usón en el libro El enigma militar, de ordenar con firmeza la movilización de las Fuerzas Armadas para hacer frente a la incursión de la corbeta Caldas de Colombia en aguas en disputa en el Golfo de Venezuela (1987).

La refriega en La Casona continúa hasta pasadas las cinco de la mañana. El presidente Carlos Andrés Pérez se había dirigido al país a la una y treinta de la madrugada vía Venevisión. Dice que el movimiento está siendo controlado. Parece que después de esta alocución la embestida arrecia. La periodista Pabón registra en su nota de El Universal una frase que Rodríguez Torres le suelta a Carolina: “Esto no se va a quedar así” (05-02-1992/Pág. 1-15). Cumplió su palabra el entonces capitán y en el futuro encumbrado mayor general. Una sentencia puede ser más potente que un mortero.

IV

Mirtha Rivero recoge este testimonio de Carolina Pérez en La rebelión: -(…) por fin logran que se rinda el capitán. Lo traen para La Casona, para la entrada en donde estaban las habitaciones de los edecanes. Lo meten en el cuarto y yo entro a verlo. Tenía que verlo. Quería saber quién era, cómo era el tipo que durante toda la noche había dirigido el ataque contra nosotros. Me acuerdo muy bien que entré, y el capitán estaba sentado en una cama de los edecanes totalmente armado. Todavía tenía su FAL guindando, su granada, su pistola. Y me molesté mucho.

-¿Cómo le permiten entrar aquí armado? -le digo al mayor Rangel.

-Es que mi teniente no quiere que…

Busqué a Bacalao, que era el comandante del Batallón de Custodia de la Casona. Yo estaba brava.

-Comandante: tiene que quitarle las armas a ese señor. ¿Cómo es posible que lo dejen entrar así, si ya se ha rendido?, ¿cómo es que usted lo deja pasar así? … ¿está loco?

-No… bueno… es que hay un respeto.

-No, no, no… no puede ser. Inmediatamente hay que desarmarlo.

Otro mayor cuyo nombre no recuerdo es quien lo desarma. Termina de hacerlo, y yo voy a salir del cuarto, pero en cuanto estoy dando la espalda, oigo que el capitán, al que acaban de desarmar, me llama:

-¡Señorita!

Yo me volteo y él me dice:

-Por ahora ganaron ustedes…

A mí me corrió un hilo frío desde la nuca hasta abajo, por toda la espalda.

V

Rodríguez Torres pasa más de dos años detenido. Luego regresa a las Fuerzas Armadas. Un día se encuentra con Hugo Chávez en los Médanos de Coro. Una cita clandestina. Chávez va con peluca y sombrero. Ya ha sido dado de baja. La penitencia por el 4F. Rodríguez Torres, en cambio, sigue activo. La conspiración indemne. Salió de la cárcel: bien, el perdón. La importancia del perdón. Pero una cosa es el perdón y otra el cinismo. El mismo cinismo al que alude Carolina Pérez cuando, estupefacta, ve al capitán que recién ha capitulado, pero que sigue investido de la parafernalia marcial. Dotado de armamento como un empecinado rambo.

Eso, mientras la contienda les había arrebatado la vida a tres agentes de la Disip y a uno de la Policía Municipal de Sucre que se la habían jugado para preservar la vida de la familia presidencial y de las otras personas que estaban dentro de La Casona. Edicto Rafael Cermeño Juves, Jesús Rafael Oramas, Gerson Gregorio Castañeda y Jesús Aponte Reina (este último de apenas 21 años) son las cruces clavadas en el cementerio privado de Rodríguez Torres. Los muertos se le endosan a él. Pero él -es de gente equilibrada escuchar ambas versiones- asegura que fue la Disip quien primero abrió fuego.

“Operan en su contra algunas manchas vertidas en su currículo que quizá no se puedan borrar con el detergente del perdón. Manchas indelebles”

Las alfombras de las habitaciones del dormitorio presidencial -según pudo constatar Pabón a pocas horas de la refriega- quedaron completamente manchadas de sangre. Doña Blanca auxilió a los heridos de ambos frentes: leales e insurrectos. Con la ayuda del médico y de la niñera de sus nietos, que era enfermera, armó prácticamente un hospital de campaña en medio del estruendo de las balas. Las sábanas sirvieron para hacer torniquetes. Para frenar la hemorragia desatada por los colmillos untados de pólvora de los alzados. ¿Activo?

Hay un matiz que no debemos pasar por alto en la carrera de este militar. Visto a la distancia, resulta insólito que alguien que estuvo a minutos de capturar al presidente de la República, y que por poco hace con la familia Pérez Rodríguez lo mismo que hicieron los revolucionarios en Rusia con los Románov -aquí con democracia, allá con dictadura, lo que no legitima la carnicería-, continuara vistiendo el uniforme militar. Y lo vestirá hasta el año 2014. ¿Suerte, permisividad o negociación? No se sabe. Todo es muy confuso cuando hablamos del reino de los sables. En estas dos décadas de chavismo, con la excepción del tiempo que estuvo preso, también ha logrado el general esquivar golpes con elevada destreza. Mientras la plana mayor del Gobierno entra en listas de no deseables (y piden 15 millones de dólares por la cabeza del presidente Nicolás Maduro, por ejemplo) su reputación se mantiene a relativo buen resguardo.

Hay presos políticos con mejor pedigrí que Rodríguez Torres (esto que digo es una herejía: los Derechos Humanos tienen rango universal; no cabe en ellos la discriminación), pero es precisamente Rodríguez Torres a quien sacan de la jaula. ¿Por qué lo acuna José Luis Rodríguez Zapatero?, ¿por qué lo deja ir Maduro?, ¿por qué no pudo su archienemigo Tareck El Aissami hacer sentir su enorme poder para que siguiera hibernando en la cárcel?, ¿por qué al final sale invicto, aunque es muy pronto para hablar de invictos en esta historia que aún discurre?

Rodríguez Torres es un hombre con muchas caras. Complejo y mutante. Ya no es el rambo del 4 de febrero. Juega a su favor el espíritu conciliador que hoy le vemos. Operan en su contra algunas manchas vertidas en su currículo que quizá no se puedan borrar con el detergente del perdón. Manchas indelebles. ¿O el guión que se ha escrito sobre él está, en alguna medida, manipulado por componendas? Flotan muchas interrogantes alrededor de su figura. ¿Qué tanta información maneja de los desvaríos de la clase gobernante? Todo hombre curtido en el trabajo de inteligencia cumple con la máxima de acumular data de su entorno. Esa data es un salvoconducto. ¿Por qué permitir que se marchara? Todo hombre curtido en el trabajo de inteligencia -también- flirtea con sus pares transnacionales… Continuará.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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