En la aldea
06 diciembre 2024

La renovación de liderazgo y sus entuertos

“Desde hace años vivimos una crisis de representatividad por la cual el grueso de los ciudadanos no apoya a un gobierno al cual atribuye el descalabro económico y social del país, pero tampoco se identifica con una dirigencia opositora”. Mientras, “en plena temporada de primarias presidenciales, en la mayoría de los casos, los partidos se están inclinando por sus líderes de larga data”.

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Alejandro Armas | 20 marzo 2023

Henos aquí, para bien o para mal, en plena temporada de primarias presidenciales opositoras. Ya hay fecha para los comicios internos y casi todos los principales partidos seleccionaron oficialmente a sus candidatos. He dicho y repetido muchas veces que la identidad del candidato unitario es una cuestión secundaria, pues lo más importante para la oposición es tener una estrategia acorde con el contexto antidemocrático en el que estas elecciones se llevarán a cabo. Pero todo indica que ahí no está el foco de la mayoría de la minoría de venezolanos que sigue muy interesada en la política. De lo que se habla es precisamente del factor identitario. Se compara las trayectorias de los aspirantes. Su conectividad con las masas. Sus inclinaciones ideológicas. Etcétera. Como no se puede escribir siempre la misma monserga, vaya en esta oportunidad un comentario centrado en las individualidades abanderadas. Ya que estas primarias se están volviendo una especie de búsqueda de nuevo líder opositor, conviene evaluar lo que en tal sentido tiene en mente la ciudadanía interesada y cómo lo leen los partidos.

Lo primero que resalta, una vez más, es la relativa debilidad de todos los aspirantes, cada uno de los cuales, en todas las encuestas, está bien lejos de captar respaldo mayoritario. Entiendo que los sondeos de opinión pública en Venezuela han perdido algo de su credibilidad. Pero en este caso, lo que muestran es verosímil. Después de todo, desde hace años vivimos una crisis de representatividad por la cual el grueso de los ciudadanos no apoya a un gobierno al cual atribuye el descalabro económico y social del país, pero tampoco se identifica con una dirigencia opositora que, en pleno, ha sido incapaz de brindarle un plan para cambiar la situación que tanto lo aflige. Por lo tanto, cabría imaginar que los partidos políticos considerarían una renovación de su liderazgo para ver si así logran una mayor conexión con las masas.

“Lo más importante para la oposición es tener una estrategia acorde con el contexto antidemocrático en el que estas elecciones se llevarán a cabo”

Sin embargo, en la mayoría de los casos, no es eso lo que vemos. Los partidos se están inclinando por sus líderes de larga data. Sin duda, las organizaciones con un alto grado de personalismo iban a tener más difícil el reemplazo. Pero en el caso de Vente Venezuela, uno de esos partidos, no era del todo descabellado pensar que quizá la marca que ha construido como bastión de ideas liberales y conservadoras permitiría que surgiera un nuevo jefe, siempre y cuando mantuviera el patrimonio intangible del partido. Al final, no hubo ningún intento de disputarle las riendas a María Corina Machado. En honor a la verdad, el surgimiento de alternativas dentro de Vente se ha visto aplacado por los poquísimos cargos públicos que han detentado militantes del partido: apenas un puñado de escaños parlamentarios, lo cual a su vez se debe en parte a su particularmente marcada insistencia en la abstención comicial, de la que solo ahora consideran prescindir. Así que cualquier nominación alternativa estaba condenada al naufragio.

Voluntad Popular (VP) siempre ha adolecido del mismo síndrome caudillesco, con la figura de Leopoldo López. Pero entre los calabozos y el destierro, López es desde hace casi una década un candidato inviable, al no poder moverse libremente por Venezuela. A diferencia de Vente, VP sí cuenta con una larga lista de otros dirigentes más o menos con proyección nacional, pero muchísimos de ellos están igualmente exiliados. Esa es la razón por la que Juan Guaidó asumió la presidencia de la Asamblea Nacional en 2019 y, con ello, una posición que, creo, jamás imaginó que le tocaría: encabezar un intento de gobierno paralelo. Luego vino su renuncia a la militancia en la tolda naranja que, como fue evidente pronto, tuvo poco o nulo efecto real. Y aunque en su momento esa frescura jugó un papel en el ascenso espectacular de Guaidó en la estima popular, el fracaso del “interinato” redujo drásticamente dicho capital político, haciendo de él otro dirigente más con relativamente pocos seguidores fieles. De todas formas, VP se inclinó por él en lugar de alguien menos conocido, como Freddy Superlano, quien, pese a los escándalos en torno suyo, demostró capacidad para movilizar el voto en las últimas elecciones para la Gobernación de Barinas.

Primero Justicia (PJ) es distinto. Es un partido que en sus procesos internos nunca dependió de un solo individuo tanto como VP o Vente. Por muchos años Julio Borges fungió como un primus inter pares, pero no como inapelable autoridad. No sorprende entonces el surgimiento de, no uno ni dos, sino tres interesados en la candidatura presidencial: Henrique Capriles, Juan Pablo Guanipa y Carlos Ocariz. Aunque Guanipa adquirió bastante notoriedad a partir de 2017 por su rechazo a juramentarse ante la “Asamblea Nacional Constituyente” para asumir la Gobernación de Zulia (preámbulo simbólico de la sumisión a Miraflores y la renuncia a la oposición fáctica), el partido se decantó por Capriles. Ello indica una especie de conservadurismo táctico, con la confianza en que el exgobernador de Miranda parte de una mayor base de apoyo, armada desde sus candidaturas presidenciales de 2012 y 2013. Supone además otra confirmación de que las estrategias opositoras antisistema, de las cuales el referido salto a la fama de Guanipa fue un gesto, se han vuelto demodé. PJ habrá acometido el año pasado una renovación de su dirigencia, en la que ahora dicta cátedra la diputada María Beatriz Martínez, poco conocida y por ello con potencial para refrescar la imagen del partido. Pero su cara pública una vez más será Capriles. Habrá que ver cómo será su relación con la jerarquía partidista (sus colisiones con Borges siempre fueron un secreto a voces).

Algo parecido pasa con Un Nuevo Tiempo. Si bien Manuel Rosales no ha formalizado su precandidatura, ninguno de sus correligionarios ha dado un paso adelante. Puedo imaginar que apostarán por él por la misma razón que PJ con Capriles. Asimismo, La Causa R lanza a su líder histórico Andrés Velásquez, quien, de triunfar en los comicios internos, estaría compitiendo por la presidencia por cuarta vez y cuarenta años después de la primera. Encuentro Ciudadano, el más joven de los partidos referidos en este artículo, se cuadra con su fundadora, Delsa Solórzano.

De los partidos relevantes, el único que sorprendió con su candidatura es Acción Democrática (AD). No lanzó a quien por más de dos décadas ha fungido de secretario general y que en 2016 fue una suerte de líder de facto de la oposición: Henry Ramos Allup. Sin duda es este, de todos los dirigentes opositores el que más encarna a la “vieja política”, por razones de edad y de una trayectoria que se remonta a la fase final y decadente de nuestro período democrático. Por eso, a primera vista pudo parecer muy sabio nominar a Carlos Prosperi, un diputado a la Asamblea Nacional de 45 años a quien a duras penas se puede responsabilizar por los fracasos anteriores de la oposición, debido a su hasta ahora bajo perfil. “¡Ahí están los adecos, ofreciendo la renovación que los demás partidos no se atreven a ofrecer!”. Y sin embargo, esta candidatura ha dado mucho que desear, marcada por sucesivas metidas de pata durante apariciones mediáticas, falta de carisma y posiciones nada halagüeñas en los sondeos de intención de voto (de nuevo, tengo en cuenta el problema con las encuestas en Venezuela; pero, también de nuevo, este punto particular me parece verosímil).


El ejemplo de AD muestra que el refrescamiento de liderazgo, aunque un deseo natural y comprensible entre los ciudadanos, no es tan sencillo. Sobre todo porque un éxodo principalmente juvenil no exime a los partidos políticos. Creo que por eso, al menos en parte, tantos partidos prefieren lanzar a sus veteranos, aunque lo sean más de derrotas que de triunfos. Está por verse si eso les pasará factura o si a los electores finalmente no les importa tanto ver el mismo roster.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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