En la aldea
25 abril 2024

Asdrúbal Aguiar: “El segundo en la Embajada americana era Thomas Shannon, y me dice que no nos preocupemos que Chávez ha prometido nombrar como ministro de Economía a un amigo de los Estados Unidos, si llega al poder”.

Asdrúbal Aguiar: Imposible que Caldera le impusiera a Chávez la banda presidencial, ni como candidato ‘bendito’

A 10 años del anuncio oficial de la muerte de Hugo Chávez, el exministro de Relaciones Interiores revela extractos de una historia no contada del todo, entre 1998 y 1999, -de la cual fue testigo de excepción-. Allí, dos conversaciones entre el presidente Rafael Caldera y el electo Hugo Chávez, refieren órdenes y quejas adelantadas, crispaciones y riesgos, en 58 días de transición en un país fracturado.

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Olgalinda Pimentel R. | 22 marzo 2023

En 1998, Asdrúbal Aguiar, ministro de la Secretaría de la Presidencia, recibió del presidente Rafael Caldera la tarea más espinosa jamás igualada, y endosada sin aviso a su trayectoria de abogado constitucionalista y exjuez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (1994-1996). Nombrado ministro de Relaciones Interiores, en un enroque con José Guillermo Andueza, le da una instrucción, entre fracturas de las Fuerzas Armadas y consejas de todo pelaje.

“Si Hugo Chávez pierde la elección y trata de quemar al país, tú tienes que ponerle freno. Y si gana legítimamente la elección, tú tienes  que asegurar que la institucionalidad democrática se respete. Y lo cumplí”, recuerda.

“Dos informaciones me dieron mala espina: Chávez hace una exigencia: como él no tenía casa, pidió que le dieran dónde dormir como presidente electo y se le da La Viñeta…”

Asdrúbal Aguiar

Desde entonces, es testigo de excepción del período clave entre aquel año y 1999. Condición que le permite deshacer creencias, desmentir afirmaciones “malintencionadas”, y aclarar que Caldera no sobreseyó a todos los golpistas y que Chávez nunca, nunca contó con el apoyo ni la bendición de su antecesor.

“Él fue el candidato bendito por Occidente, por la Casa Blanca, por todo el poder económico y financiero del país, y de medios. Con la excepción de El Universal, y eso explica por qué el primer ataque de Chávez a los medios se lo lanza a Andrés Mata”.

Además, precisa, Caldera nunca conversó con el candidato, “no se dio la posibilidad”. Lo hizo, sí, en dos oportunidades, como presidente electo, en los dos últimos años de su periodo constitucional. “Con estos dos contactos, conociendo a Caldera, era imposible que le impusiera la banda presidencial al caballero”, señala Aguiar, quien refiere que parte de la historia está recogida en sus dos libros, Historia Inconstitucional de Venezuela (1999-2012), y El problema de Venezuela (1998-2016).

Y recuerda que como “árbitro neutral”, le tocó mediar hasta el final.

Dos contactos en 58 días

-¿Cuándo Rafael Caldera se reúne con Hugo Chávez por primera vez?

-En Miraflores, es la única foto que circula hoy en día de Caldera con el presidente electo de Venezuela, y ya había sido nombrado así por el Poder Electoral. Lo recibe al llegar, junto con Orlando Fernández y Francisco Arias Cárdenas. Yo estoy en la antesala y cuando concluye la reunión, entro a conversar con el presidente, y me dice que había tenido una conversación muy desagradable.

-¿Le dijo por qué?

-Me cuenta ‘Chávez criticó a mi Alto Mando Militar, y yo le respondí: cuando usted sea presidente en ejercicio nombre el suyo’. La segunda cosa que le dice es: ‘presidente, yo quisiera  que usted me asesorara’, y Caldera le responde: ‘Mijito, tu llegaste solo a Miraflores y no necesitas que yo te esté asesorando’. La tercera, Chávez expresa quejas contra el general Rubén Rojas, y Caldera le puso un freno: ‘Ese es un general activo de las Fuerzas Armadas, y tiene que respetarlo’. Y cuarta es la queja de Chávez contra la apertura petrolera. Me dice que Chávez al final le dice: ‘Bueno, ya que no me quiere ayudar, écheme la bendición, y se le pone de rodillas en la alfombra, y Chávez sale. Caldera me dice: ‘Esto es un caso para la psiquiatría’. Acto seguido, viene la entrega. Dicen que Caldera no le puso la banda y debo decir por qué. Cuando salimos de la Catedral de Caracas, donde Monseñor Ignacio Velasco ofició la misa, Caldera me dice que quiere caminar hasta el Congreso y se apoya en mí. Ya estaba muy enfermo del Parkinson degenerativo. Al pasar frente a la imagen de El Libertador, él la mira y me dice ‘no le voy a poner la banda a Hugo Chávez Frías, luego de lo ocurrido con la entrevista’. Entonces, pido cambiar el protocolo y alguien le recuerda que cuando fue electo por primera vez, la banda se la puso José Pérez Díaz, presidente del Congreso, y en esa circunstancia se resolvió el tema. La banda que provenía de la Casa Real Española y no la de las Hermanitas de los Pobres, se la pone Luis Alfonso Dávila.

-¿El presidente electo hizo otras peticiones, cedió Caldera?

-Lo único que puedo revelar es que hubo un elemento crítico, y esto fue producto de la conversación única que tuvo con Caldera. Ante la petición de designar al nuevo director de la Disip, cosa que Ramón J. Velásquez le permitió a Caldera para tener información sobre la estabilidad institucional y así nombra al general Rivas Ostos, Caldera le dice a Chávez que le puede permitir adelante el nombre del jefe de la policía política, pero con una condición: que se sujete a la autoridad del ministro de Relaciones Interiores que era yo. Así, antes de que Chávez asuma, juramento al coronel Jesús Urdaneta Hernández, como jefe de la Disip. Y yo creo que el nombramiento no le gustó a Urdaneta, pues se sentía partero de la nueva realidad política venezolana. Y descubro durante la relación de apenas 30 días a un individuo de convicciones democráticas, muy disciplinado y serio. Durante nuestra conversación sobre nuestra data de inteligencia extranjera, me observó por qué no teníamos abierto como informantes de contraparte a la inteligencia española. Pero la experiencia de Urdaneta en el cargo, como sabemos, fue corta. Chávez, sin respetar el orden piramidal y menos a Urdaneta, le impone como segundo de abordo el capitán Ramón Rodríguez Chacín, quien tenía relación con la guerrilla. Además, no lograba frenar el morbo de la corrupción que ya tomaba cuerpo. 

“Y de repente, me llega el director del Ceremonial de Acervo Histórico y me informa que hay unas deudas de compras que está haciendo la familia presidencial, en un lugar de exquisiteces importadas. Yo le digo que no tengo dinero y que tampoco voy a pagar ese tipo de compras. Luis Miquilena indicó que pagarían todo eso”

Asdrúbal Aguiar

-¿Chávez estaba dando órdenes antes de asumir?

-Bueno, el 31 de diciembre de 1998, el alcalde metropolitano, Antonio Ledezma, con mi apoyo, desaloja el Nuevo Circo de Caracas para que amanezca limpio el 1 de enero. Ese día, en la mañana, Chávez, presidente electo, llama a Caldera a La Casona, echando sapos y culebras, desde Barinas, y le reclama que tiene la obligación de poner orden, y que es inaceptable que esté golpeando a los pobres. A lo que Caldera le dijo: ‘el que toma decisiones y hace lo que tiene que hacer como presidente soy yo, hasta que usted sea presidente. En segundo lugar, aquí los poderes públicos estatales y municipales tienen su grado de autonomía, y yo como jefe de Estado y del Poder Nacional debo respetar las decisiones del Poder Público Municipal, cuando usted llegue, haga lo que tiene que hacer, pero olvídese de eso’.

Datos “reveladores” previos 

-¿Cuál era el ambiente político un año antes de la toma de posesión de Hugo Chávez?

-Yo me voy un año atrás, antes de la toma de posesión de Chávez, porque sobre ese proceso hay una gran cantidad de consejas que fueron introducidas, de manera deliberada, e incluso se falseó la historia de una manera intencional. Fue a partir del momento en que las élites económicas y financieras, e inclusive políticas, se dan cuenta de que se equivocaron con el camino de Chávez. Allí comienza una mutación de la historia en la que, por tendencia natural como ocurre después que se ha cometido un error propio, se empieza a buscar un culpable. Alberto Quirós Corradi me lo explicó gráficamente, hace 20 años, como una cuestión muy venezolana. Me dijo: Si pones un autobús en la Plaza O’Leary de El Silencio, con un cartelito que dice ‘ofrecemos gratuitamente un viaje a la playa, va a tener almuerzo y tragos sin costo alguno’, y ofrecen además el paraguas y toallas, al llegar a la playa verás una cola inmensa de gente que se golpea entre sí para tratar de subirse al autobús. Pero cuando el autobús se accidenta bajando hacia La Guaira, y comienzan a bajarse quienes se montaron, empiezan a buscan quién fue el carajo que los invitó a montarse allí.

-¿Ese viaje fue armado años antes para abrirle paso a alguien a quien nadie quiso detener?

-Hay dos datos que pueden ser muy reveladores. El primero, cuál era el clima en el país en 1994. Yo, como gobernador de Caracas, recuerdo un país crispado al cual se le habían roto las amarras de contención social, un país frente al cual no había autoridad de Estado ni de sistema de partidos que lo pudiese contener. Se había roto la República, aunque debo decir que no ocurría lo que hoy en día, pues la nación estaba presente como el sustrato, por debajo de la República. En el proceso de modernización de Venezuela, que viene desde 1958 hasta 1999, a la población sometida a tutela por partidos acaudillados que inauguran el periodo democrático, le crecen la falda y los pantalones en 40 años, y el país llega a 1998 con escuelas, liceos y más de 400 instituciones de educación superior, más núcleos universitarios, que se construyeron en toda la geografía nacional. La población de 1999 no era la misma de 1958, y el sistema político, el partidario, seguía siendo tutelar. No entendieron que debía producirse un cambio cualitativo en la vida institucional de Venezuela.

-¿Puede citar un ejemplo de esa incomprensión?

-A raíz del Caracazo (1989), al que veo como la primera manifestación de insurgencia venezolana, se tomó la decisión de avanzar hacia la elección de gobernadores y de alcaldes, pero la pregunta -y esto me consta, porque lo viví- es si la élite venezolana creía en la descentralización política del país. ¡Ninguna! Eso fue un parto forzado, aconsejado por la Comisión de la Reforma del Estado que monta Jaime Lusinchi creyendo que si ponía a los intelectuales a pensar y a imaginarse otra República, se tranquilizarían. Pero la voluntad del cambio institucional no la hubo. Ni la creían las élites políticas ni los comités nacionales de los partidos. Lo primero que tenían que haber hecho estos, si había sinceridad, era haber transformado sus comités nacionales en comités regionales, situados en Caracas, y eso no fue así. Tanto, que uno ve que la expresión más acabada de esa falta de cambio es quién ha sido el dueño de AD, desde el siglo XX hasta el momento actual: una sola persona, Henry Ramos Allup. Por eso cuando a mí me dicen que si fue Fidel, que si vino, que si el Caracazo, lo que creo es que los procesos son muy complejos, que en 1989 es el país que había tomado la decisión. Ramón J. Velázquez me lo decía con esta expresión: ‘El país abandonó su casa y se fue a la calle para no regresar’.

“La otra es que los presidentes, sin excepción, encargaban su banda presidencial bordada por las Hermanitas de Los Pobres, pero la de Chávez fue hecha en la Casa Real Española”

Asdrúbal Aguiar

-¿Cuál es el segundo dato revelador?

-Frente a ese cuento de la desconcentración en el que nadie cree, se sigue construyendo la conseja que tenía 20 años, de los odios de Rafael Caldera a Carlos Andrés Pérez, y viceversa. Cuando ocurre el intento de golpe de Estado del 4F, Caldera y Luis Herrera Campíns salen en defensa de la democracia. Hay otro hecho. Caldera, en el discurso que da en la tarde de ese día en la UCV, condena el hecho pero fue abucheado por los universitarios, acompañaban a Chávez. Y viene el dato: Con Pérez se inician los procesos de sobreseimiento militar.

-¿Es una historia mal contada?

-Pérez, en estado de shock y de desconfianza a sus ministros, me hace convocar a su despacho. Raúl Salazar, quien era entonces coronel, me dice que como me veían como profesor universitario les hablara del tema de Colombia, porque quizá eso les preocupaba, que viera qué era “lo que les pasa a esos muchachos”. Estaban presos 647 militares sublevados, entre oficiales y suboficiales, y me los reunieron en grupos de 20 y 30, para darles una clase de política exterior. Pérez tenía la idea fija de que Bandera Roja estaba metida en todo esto, y cuando hablo con los militares las cosas que me dijeron son las mismas que me dicen mis hijos cuando están insatisfechos con su mamá. Eso se lo escribí a Pérez en una carta.

-¿Qué le dijeron los alzados?

-Que si le manejé el vehículo al comandante porque no llegó el chofer, pero que lo hice como un gesto frente a mi superior, y le llevé a su mujer a Maiquetía, pero que cuando llegamos, se le habían quedado los teteros y me insultó y yo soy oficial de la Academia. Otro decía: cadete no se roba unos con otros y no se le ponen candados en los anaqueles, y que lo que escuchaban dentro del Ejército es que los tenientes y coroneles se están robando las radios, etc. Y otro, que si los fines de semana ponen almuerzos y yo tengo que salir a visitar a mi novia. Esas eran las quejas. Le conté eso al presidente Pérez, y no sé qué pasó después. Pero lo que sí sorprende es que en la Gaceta Oficial del 2 de abril de 1992, se publica el Decreto presidencial que ordena sobreseer los juicios militares que se le siguen a toda una lista de oficiales que se habían alzado. Cuando a Pérez lo tumban, o lo sacan malamente, del gobierno con el antejuicio, y acto seguido asume Ramón J. Velásquez, este toma la totalidad de las decisiones de sobreseimiento militar que faltaban, y no se les abren juicio a otros. A Caldera le quedan los comandantes. Entre ellos, Hugo Chávez.

-¿Por qué se los dejaron a Caldera?

-Esos comandantes estaban presos dos años y no habían tenido avance del proceso, ni siquiera se tomó una decisión de primera instancia. El país aceptó la tesis del perdón de los golpistas. Todo el país. Regresemos en el tiempo a la campaña electoral. ¿Quiénes ofrecen la Ley de Amnistía de los golpistas? Oswaldo Álvarez Paz, Claudio Fermín. Y ¿con fuerza? Andrés Velásquez. En el discurso de Caldera, en campaña electoral, no hay una sola línea en la que se refiera a los golpistas. Luego, cuando él llega a la presidencia, el Congreso recién electo, comienza a discutir el proyecto y la Conferencia Episcopal Venezolana, a través de Monseñor Mario Moronta, le reclama a Caldera que no ha puesto en libertad a los golpistas. Y en ese momento, Caldera toma la decisión, pero pone una condición: como los comandantes violentaron el juramento militar, no regresan a las Fuerzas Armadas. Todo el resto volvió, sin excepción, como activos.

-¿En qué se fundó la decisión de reinsertarles?

-Pérez tomó la decisión con su Alto Mando Militar, porque decía que no podía tener a más de 600 militares presos; entendía que pasaba algo de fondo en Venezuela, y en eso coincide Caldera, pero la gente no ve.

Celador de la institucionalidad

-¿Logró usted como ministro de Relaciones Interiores cumplir las instrucciones de Caldera?

-Entramos en un proceso de neutralidad absoluta y había una exigencia: no puede romperse el hilo constitucional, porque el hervor militar estaba todavía presente. No hay respeto por la Corte Suprema ni por el Congreso de la República. Para enero de 1998, las encuestas para presidente señalaban a Hugo Chávez de último en las preferencias, y ocurre su visita a La Habana, de la cual circula profusamente un video en el país. Pero hay segundo fenómeno: ingresan cubanos a territorio venezolano, en plena fase preelectoral, con visas falsificadas. Logramos detener a un grupo y los devolvimos en el avión. Me informan que el único que puede falsificar visas es el G2 cubano. Hicimos expulsiones en el oriente, occidente y centro del país, por donde trataron de entrar. Aunque iniciado el gobierno, se detectaron pasaportes falsos emitidos a cubanos y árabes. También supimos que Francisco Arias Cárdenas toma contacto con el ELN de Colombia, y viendo esto le freno la posibilidad de salida de Venezuela. En ese proceso, la Disip detiene a Carlos Alberto Montaner que asistía la Cumbre Iberoamericana, en Margarita, y está el mundo del G2 cubano. Tengo un conflicto público con la Disip por esto y lo ponen inmediatamente en libertad.

-¿Qué problemas confronta en ese momento?

-Note que yo, ministro, en medio de la guerra con los cubanos, no tengo eco en la prensa nacional. El único periódico que sacó una nota fue el diario El Universal. El embajador de Cuba en Caracas, Norberto Hernández Curbelo, estaba indignado, me visita el Arzobispo de Miami que se ocupaba del tema de cubanos exilados en Caracas, y aquí viene la parte más terrible: me entero que Castro logra reunir a Chávez con emisarios libios e iraquíes que le prometían financiar la campaña, y si Chávez llegaba al poder, que usara la industria petrolera para confrontar con los americanos. También nos enteramos de que Gustavo Cisneros toma la decisión de sacar del subterráneo a Chávez.

“Me entero que Castro logra reunir a Chávez con emisarios libios e iraquíes que le prometían financiar la campaña, y si Chávez llegaba al poder, que usara la industria petrolera para confrontar con los americanos”

Asdrúbal Aguiar

-¿Y contacta a Cisneros?

-Lo busco y lo encuentro con el embajador John Maisto en La Florida. Cisneros se retira, y le muestro el expediente a Maisto, cuyo segundo en la Embajada americana era Thomas Shannon, el hombre de Joe Biden, y me dice que no nos preocupemos, que Chávez ha prometido nombrar como ministro de Economía a un amigo de los Estados Unidos, si llega al poder. Se realizaron las elecciones y gana Chávez.

-¿No hay protesta por la presencia cubana?

-No hay protesta, porque Chávez cuenta con toda la élite financiera y de la comunicación social, y el apoyo de la Embajada norteamericana. Chávez fue el candidato bendito por Occidente, por la Casa Blanca, por todo el poder financiero y de medios. Con la excepción de El Universal. Allí comenzaron los problemas, porque de entrada Chávez llega blindado, con el nombramiento de Maritza Izaguirre, nuestra ministra de Economía, los americanos contentos, y hace los nombramientos de gente de El Nacional.

-¿Cuál fue el momento más crítico?

-En el momento previo a la elección estaba siendo muy presionado por José Vicente Rangel públicamente, quien advierte que nosotros vamos preparados para impedir el acceso al poder de Hugo Chávez. Y esto lo hacía porque en la pirámide de ascenso militar, tema delicado, estaban los generales Rubén Rojas Pérez y Raúl Salazar. Los dos tenían la misma posibilidad para la Comandancia del Ejército. En esa crisis, Caldera nombra para este cargo a Rojas Pérez, y a Salazar como agregado militar en Washington. Allí entiendo mi paso al ministerio de Interiores. 

El final de la transición

-¿Cuál fue el acierto del gobierno de Caldera?

-¿Cómo cree que es el gobierno de un presidente que no tiene mayoría en el Congreso y tiene dividido el mundo militar, único factor de sustentación que le quedaba, porque la mitad eran golpistas que reinserta Pérez y la otra institucionales, y que no se haya producido un solo movimiento de piezas en cinco años? Esto es obra de la experiencia y de haber sacado con aquel golpe seco al Alto Mando Militar beligerante que venía con Ramón  J. Velásquez y que le preocupaba. Y también es un acierto, mantener el equilibrio en el Ejército, donde está siempre el mayor peso. Al final pudo producirse un quiebre, pero se evitó. 

-¿Cuál es la situación con Chávez electo?

-Chávez tiene un discurso magistral, hilado, de apertura como presidente en ejercicio. Dos informaciones me dieron mala espina: Chávez hace una exigencia: como él no tenía casa, pidió que le dieran dónde dormir como presidente electo y se le da La Viñeta. Y de repente, me llega el director del Ceremonial de Acervo Histórico y me informa que hay unas deudas de compras que está haciendo la familia presidencial, en un lugar de exquisiteces importadas. Yo le digo que no tengo dinero y que tampoco voy a pagar ese tipo de compras. Luis Miquilena indicó que pagarían todo eso. La otra es que los presidentes, sin excepción, encargaban su banda presidencial bordada por las Hermanitas de Los Pobres, pero la de Chávez fue hecha en la Casa Real Española.

-¿Por qué lo hace?

-No le echo la culpa a Chávez sino al entorno, uno, el más cercano, era el asistente de Oswaldo Cisneros.

-¿Cuestiona algo de la transición?

-Cuestiono un hecho. En 1997 venía de las exequias de Michael Manley, ex Primer Ministro de Jamaica, a Caracas, y me encontré con Pérez, a quien me le acerqué como expresidente de Venezuela. Yo tenía noticias, a través de Manuel Quijada y Luis Miquilena, de que estaban analizando con unos constitucionalistas el tema de la Constituyente. Le comenté a un dirigente de AD que era una irresponsabilidad que teniendo en manos una reforma constitucional, aprobada en la Comisión Bicameral, integrada por los partidos de la democracia y presidido por Caldera como senador vitalicio, no aceleraran su aprobación para darle un golpe de timón a Venezuela. Y la respuesta textual fue: ‘Ese favor no se lo vamos a hacer a Rafael Caldera’. Si ese golpe de timón se hubiese dado en ese proceso de 1998 otra hubiese sido la historia del país.

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