Fue Juvenal -poeta de la antigua Roma- quien acuñó por primera vez la expresión “pan y circo”. Lo hizo en su Sátira X, fechada cien años antes del nacimiento de Cristo, refiriéndose a aparentes gozos de pueblo que perjudican los cimientos de la sana convivencia política. Dice:
“(…) Pocos son capaces de apartar la niebla del error y distinguir entre los bienes verdaderos y sus opuestos… Pedimos [como pueblo] lo que nos hará daño en la vida civil… (…) Hace ya tiempo el pueblo se ha deshecho de preocupaciones; pues el que en otros tiempos otorgaba el mando, las fasces, las legiones, todo, ahora se aguanta y solo desea con ansias dos cosas, pan y juegos de circo (…)”.
La cita transcrita es dura y profunda. Refleja sobradamente el proceso de decadencia de los órdenes políticos y la emergencia de un horrendo círculo vicioso que erosiona las posibilidades de justicia y de bien común en una sociedad. Por un lado, un gobernante que, en el marco de sus propias injusticia interior y banalidad, solo ofrece a la gente frivolidad y alejamiento de los más elevados valores del espíritu humano; y, por otro, una muchedumbre que se desdibuja en sus categorías morales, que pierde libertad y sensibilidad ante las nociones de justicia y de bien, y se conforma con coexistir tranquilamente en un clima de frivolidad. Y como consecuencia de este círculo vicioso se instala un populismo adulante, cínico y antipolítico. Una transacción pragmática por la cual el gobernante injusto y banal somete a un pueblo a una dominación autoconsentida a cambio -precisamente- de un bozal de pan y circo.
Del 4 al 8 de abril de 2023 se realizó el Dracufest, en Puerto Cabello, estado Carabobo. De antemano debo señalar que en un país sometido a veinticinco años de autocracia, y con un deterioro económico sin precedentes, es natural que la población busque compensaciones, alivios y consuelos que aligeren el peso de la barbarie y del empobrecimiento moral y material. Sin embargo, el Dracufest es una huida de la realidad. Es la peor versión de lo que somos capaces los carabobeños y debería ser el recto desempeño de los gobernantes. Evidencia un círculo vicioso, una transacción pragmática por la cual Rafael Lacava -en nombre de Nicolás Maduro- somete a parte del pueblo de Carabobo a una dominación tranquila y autoconsentida a cambio de un bozal de cerveza y reguetón, que son modalidades caribeñas y contemporáneas del pan y circo romanos.
Pero ni la presencia del reguetonero Anuel ni el despliegue logístico del Dracufest pueden ocultar la trágica realidad: la autocracia imperante en Venezuela en un entorno de injusticia social inefable. Violación de los Derechos Humanos, salarios de hambre, muerte de los sistemas públicos de salud y de educación, servicios públicos colapsados y corrupción son, entre otros, dramas que padecemos los carabobeños. No hay festival ni embriaguez colectiva con los cuales Rafael Lacava pueda obviar el hecho de que él mismo es fiel servidor de Nicolás Maduro ni acallar el sufrimiento de cientos de miles de familias carabobeñas que no quieren circo, sino democracia, justicia, libertad y condiciones de vida acordes con la dignidad humana.
Carabobo se encuentra en un momento crucial, de examen de conciencia colectivo. Los carabobeños tenemos entendimiento. Estoy seguro que todos, especialmente las generaciones más jóvenes, saben advertir la estafa de un Drácula que pretende alejar a la ciudadanía de la lucha por verdaderas reivindicaciones sociales y por la regeneración de la política, para que esta no sea pan y circo, sino servicio a las personas de carne y hueso. Carabobo necesita dignidad en sus políticos, no un vampiro que chupe sus reservas morales.