Andreina Flores, en representación de Radio Francia Internacional y RCN Radio de Colombia, le hizo una pregunta al presidente Chávez, el 28 de septiembre de 2010, que le ha dejado una marca de por vida. Desde entonces y hasta hoy cuando vive en Francia, Flores es acosada, vilipendiada y amenazada diariamente por los furibundos seguidores del comandante fallecido en 2013. O son gente muy consecuente con su memoria, o alguien todavía les está pagando por ese trabajo.
Flores pertenece a una familia barquisimetana. Estudió su carrera en la Universidad Fermín Toro, luego se instaló en Caracas y siguió estudiando en la UCAB (un Máster en Comunicación Política); después, en Nueva York, una especialización en periodismo de investigación. Se hizo fotógrafa, se hizo corresponsal internacional, acumuló experiencia en la brega diaria, demostró valor y rigor en la cobertura para los medios de afuera que la contrataban. Aquella noche de 2010 colocó ante las cámaras su coraje al preguntarle al presidente Hugo Chávez Frías cómo era posible que la oposición, que acababa de perder las elecciones parlamentarias por 1% de diferencia sacara sin embargo 37 escaños menos que el PSUV, el partido oficialista. Y asomó ella, o puso sobre el tapete, o sacó a colación, el turbio manejo que se había hecho desde instancias gubernamentales con las circunscripciones electorales.
Si Chávez hubiese tenido ventosas en manos y pies, en ese momento se hubiera subido por las paredes del recinto de Miraflores donde se celebraba la rueda de prensa. Una ira acaso telúrica se desató entre sus vísceras y allí quedó, amarrada, atragantada a duras penas, sin poder estallar a plenitud. Han debido ser momentos muy difíciles para él, en términos de contención. Logró mantener su iracundia más o menos a raya, no exaltarse demasiado. Pero fue dejándola escapar en gotas insidiosas, en muletillas insultantes que ya venía manoseando desde años atrás cuando hablaba del presidente Bush o de Israel o de los medios independientes. Primero puso en duda la ética de la periodista y del medio, o medios que representaba, luego le pasaron un papelito y se puso a sacar porcentajes. La rabia no amainó y jamás contestó a la pregunta planteada, solo puso unos ejemplos que aparentemente favorecían a la oposición en un par de estados. Sin embargo, no había forma de responder sin ponerse en evidencia, él mismo y el sistema de redistribución de circunscripciones electorales que se había dado el chavismo antes de las elecciones, a su gusto y conveniencia.
Como no tenía forma de responder, quiso apoyarse en un periodista argentino tarifado que tenía por ahí cerca, un individuo llamado Luis Bilbao. Este, naturalmente, menos podía explicarle a la corresponsal de RFI lo que ella pedía, para podérselo explicar a su vez a las audiencias en Colombia y Francia que tampoco podían explicarse un fenómeno de por sí inexplicable. De modo que Chávez volvió a tomar la palabra, increpando a la preguntona, diciéndole que anotara lo que él le estaba diciendo, que si necesitaba un lápiz él se lo pasaría. Y que si estaba en la Luna. En fin: Chávez, el golpista del 4F, en una de sus más bochornosas escenificaciones.
El corolario de todo esto fue la condena tácita de una periodista, para toda la vida, sin apelación posible ya que el único juez y al mismo tiempo verdugo y presidente de todos los poderes -la maciza trinidad de la que el nativo de Barinitas se invistió- ha muerto y se ha llevado consigo cualquier clase de indulto.
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Lo demás en la vida de Andreina Flores es consecuencia de tal condena, por habérsele rebelado al caudillo en vivo y directo. Por habérsele insubordinado a la reencarnación de Maisanta. En verdad no se le rebeló, solo hizo una pregunta según le dictó su libre albedrío. Lo singular de este caso es que la violencia verbal iniciada por el líder se convierte enseguida en violencia verbal colectiva a través de las redes, y luego en amenaza colectiva física.
Por otra parte, el acto de coacción televisado se tradujo en acciones ejecutivas: por ejemplo, imposibilidad de ejercer el derecho al trabajo tal como la seriedad del oficio lo amerita: Andreina no fue invitada más nunca a actos oficiales. Tuvo que conformarse con verlos por televisión, sin poder preguntar. Y, cuando al fin volvió a uno, se dio el episodio protagonizado por Andrés Izarra, quien no habría de irle a la zaga, en materia de violencia verbal, a su jefazo. Tomó el testigo, como le correspondía en tanto actor secundario con ambiciones. El joven cortesano y por añadidura ministro de Comunicación e Información, que lo fue al menos en dos ocasiones, hizo el peor papel de su vida y puede verse aquí, insultando a la profesional que quiso volver a preguntarle al caudillo.
Por supuesto que la violencia verbal en cualquier momento pasa a ser física. Todo lo que hace falta es la oportunidad y un chispazo en medio de la masa ardiente. ¿Acaso no había insinuado el comandante hacía apenas tres años que esta chica hacía preguntas desestabilizadoras? «Es un tema desestabilizador, parte de una estrategia imperial…», le había espetado refiriéndose al acomodamiento de las circunscripciones electorales. Bueno: si andaba en cosas desestabilizadoras, ya sabría a qué atenerse.
Cuando muere el comandante en 2013 y es velado en la Academia Militar (su «casa de los sueños azules», como dijo él en modo rapsoda), Andreina va a hacer la cobertura para sus medios habituales. Alguien la reconoce, gente que estaba allí haciendo cola para pasar a ver el féretro de Chávez. Ella andaba con una camisa blanca. Le empezaron a gritar que se fuera, ‘tú, la de la camisa blanca, siempre estuviste contra el comandante’. Etcétera. Al principio, cuando gritaban dos o tres, no le importó, pero ya cuando calculó que podrían ser ochenta, o algo así, se puso bastante nerviosa. Justo el día anterior habían golpeado a su colega Carmen Rengifo, de RCN Televisión, frente al Hospital Militar. Era de la cadena colombiana pero la gente la identificaba como Globovisión; le rompieron la cabeza. Literalmente le cayeron a golpes, ahí, frente al Hospital Militar, horas después de la muerte del pedagógico líder.
Acordándose de su colega, Andreina se preguntó para dónde coger. La venían rodeando. Tocó a la puerta de la Academia y le pidió al oficial encargado que la ayudara. Ella estaba sola, había ido con un compañero pero en el fragor de la cobertura este compañero, que tenía su propia pauta, se le había perdido. El oficial de la Academia que fue a atenderla fue puesto en autos sobre la situación mientras afuera resonaban los gritos «fuera, fuera, maldita».
–Mire, yo soy Andreina Flores -comienza a decirle.
–Sí, yo sé quién eres tú.
–Quería pedirle a ver si es posible que alguien me acompañe…
Tenía que cruzar una amplia explanada hasta salir de aquel recinto.
–No, no tengo efectivos. Ve a pedirle ayuda a la Policía.
–Perdón, pero si yo camino eso sola, no llego, de verdad no llego.
El puesto o grupo policial se encontraba más o menos a cien metros de distancia. Pero el oficial de la Academia insistió en que él no podía hacer nada. Ella se quedó allí, sin atreverse a devolverse sobre sus pasos. Por fin se le acercó uno de los chavistas de la cola, un moderado según la propia descripción que hace Andreina.
–¿Ves, Andreina, que no debiste haberte metido con el comandante? Yo te lo dije por Twitter una vez. Pero te voy a ayudar, para que aprendas.
Dicho esto, fue a llamar a algunos policías de los que estaban allá bien lejos y estos vinieron a buscarla. Sin hacer mayores comentarios, la escoltaron. Debe haber sido, aquel patio o explanada, el propio Sahara para ella, sin camello ni agua. A todas éstas, los gritos arreciaban: «Fuera, perra, te metiste con el comandante». Un coro.
Algo semejante sucedió después en la Asamblea Nacional y ella se tuvo que refugiar en el segundo piso, en alguna oficina anónima. Vida de señalada por la daga eternamente flamígera del comandante no menos eterno. Debería ser materia para un libro que Andreina escriba bajo el título Yo, culpable de abrir la boca.
No cabe aquí el libro sino apenas el día de agosto de 2016 -Caracas se preparaba para una manifestación opositora- en que la siguieron y se la llevaron, junto al colega camarógrafo Jorge Luis Pérez Valery, a Fuerte Tiuna. Porque sí. Porque alguien había dado la orden.
Se preparaba «La Toma de Caracas», se esperaba la llegada de grupos, en autobús, desde diferentes ciudades del país. Andreina andaba con Jorge, que entonces trabajaba en CNN. Este recorrido era para cumplir con un encargo de una televisora japonesa: tomas que necesitaban del centro de Caracas. Allá en oriente también querían hacer algún reportaje sobre los sucesos venezolanos. Se movilizaban en un taxi. Cuenta Andreina: «Estábamos frente a las escaleras de El Calvario cuando nos interceptan dos individuos sin identificación alguna. Eran del DGCIM [Dirección General de Contrainteligencia Militar]. Nos dijeron que parásemos y que nos habían venido siguiendo desde hacía rato. Eso me indignó».
Todo esto lo cuenta mejor en su blog, lo importante aquí es recalcar que los dos militares de civil, sin armas a la vista, en motocicleta, los conminaron a acompañarles o, si no, los esposaban. Andreina se rebeló todo lo que pudo, hasta cierto punto. Los tipos los acusaban de andar haciendo un «reconocimiento de los lugares más sensibles de la ciudad» para la toma de la oposición que se avecinaba. Jorge les respondió que no estaban reconociendo nada, que para eso les hubiese bastado abrir Google Maps. Los militares o lo que fuesen optaron por reírse. Se los llevaron hasta Fuerte Tiuna. La suerte es que no les quitaron los teléfonos, al menos no al principio, de modo que pudieron avisar al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa. Eso hizo que se movieran las redes en favor de ellos. Las embajadas intervinieron, sobre todo las de Francia y Colombia. Los encerraron en un cuarto, unas seis horas. Alguien de Espacio Público les llevó unos sándwiches. Llegó la defensora en derechos humanos Rocío San Miguel, Andreina pudo observar que a ella la respetaban en ese lugar. Por fin un oficial dio la cara, no admitió que hubiesen sido detenidos sino que estaban allí en calidad de «testigos».
En suma, lo de costumbre; es decir, lo de costumbre si hay suerte, suerte y embajadas preguntando insistentemente, periodistas y defensores de los Derechos Humanos moviéndose y armando jaleo. Pero a veces no basta con la suerte ni con todo lo demás. A veces la daga flamígera se pone necia. Resucita. La daga es arbitraria, brutal, vengativa y de vez en cuando se le sale un tonito cubano, como se le salió a Chávez aquella noche de iracundia frente a Andreina Flores. Fíjense, si no, en el video de YouTube.
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Andreina se marchó de Venezuela en 2017. Su madre lo había hecho desde 2010. «No es que quisiera salir de Venezuela, me gustaba trabajar allí, sentía que estaba aportando algo, creía que mi trabajo podía generar un cambio», dice. «Cuando yo salí de Venezuela habíamos tenido, recordarás, Sebastián, más de cuatro meses de protestas; protestas fuertes, que cubrí de principio a fin con el chaleco antibalas. Con el casco puesto me comí todas esas protestas con todo y sus gases. Esas protestas se generaron por la decisión de eliminar la Asamblea Nacional y crear una asamblea nacional constituyente, hubo muertos y todo eso; fíjate que a mí ya me había detenido la DGCIM antes, en Fuerte Tiuna y había sufrido varios episodios con chavistas. Ya venía viendo que la cosa se estaba poniendo complicada. Mi mamá me decía: esta vez te soltaron, pero hay que ver si la próxima vez te sueltan, y cosas así. ¿Qué pasó? Que yo cumplo años el 2 de agosto, y que la ANC se instaló, si no me equivoco, el 4 de agosto, no estoy segura pero por ahí. Veía que al chavismo no le interesaba nada, ni los muertos ni el desconcierto de la gente, ¡Nada…! Siempre en su proyecto político y de control, yo me veía llegando a un nuevo año de mi vida sin tener horizonte, nada sino el asentamiento del chavismo cada vez mayor, y pensaba: se me está yendo la vida en esto, la ilusión que tengo de que mi trabajo va a lograr un cambio es un absurdo, una estupidez».
Le habían ofrecido un curso de seguridad de Radio Francia Internacional para periodistas. Ese curso era en París. Renunció a la corresponsalía en RCN de Colombia y se largó. Se largó a París sin haber decidido todavía si se quedaba o no. Haría el curso y después vería.
Después de hacerlo, decidió quedarse, pidió asilo político. Eso fue el resultado de lo que ella llama «una acumulación de cosas». En realidad, puede que esté equivocada, que no haya sido exactamente una acumulación de cosas sino el solo legado de Hugo Chávez. Ese legado puede verse de varios modos, pero podemos quedarnos con uno: la sentencia. El legado de Hugo Chávez sobre una joven en particular que le hizo una pregunta que le desagradó sobremanera. El comandante que ejerció su pedagogía a través del micrófono, en vivo y directo, puede reducirse metafóricamente a esto: una sentencia.
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@sdelanuez
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