La anterior entrega se tituló Panem et circenses. Estuvo dedicada a analizar los desvaríos que el “Dracufest” refleja sobre la vida política venezolana y, concretamente, sobre la convivencia ciudadana en el estado Carabobo. Ahora haré algunas reflexiones sobre los vicios que pan y circo causan en las almas de los pueblos, y sobre las dificultades propias que padecen las naciones que aspiran a abandonar el pan y circo para regenerarse moralmente y retomar la senda de la justicia y de la racionalidad política.
Para ilustrar las cuestiones planteadas acudiré nuevamente a la antigua Roma. El pan y circo alcanzó su clímax con Nerón. El emperador de las licencias y del libertinaje enraizó en las entrañas de Roma hábitos de ludopatía y de populismo con funestas consecuencias. No faltaron glorias militares y diplomáticas para el Imperio. Pero el alma de la ciudadanía estaba en postración moral. El “circo” alejaba a los romanos del ocio bueno y de la contemplación de los valores del espíritu humano. El “pan” instauró un populismo y una dependencia para con el “César” que aniquilaba la laboriosidad y las capacidades creativas de ciudadanos y no ciudadanos. En síntesis: Nerón redujo la ciudadanía romana a una condición de adolescencia cívica -a una suerte de vida civil narcotizada y vegetativa- presidida por una tiranía y por problemas estructurales de pobreza material, padecidos inclementemente por la población…
Pan y circo hirieron a Roma para siempre. La hicieron menos apta para la justicia. Por lo tanto, menos República (en sentido material). Con un agravante terrible: la herida del pan y circo es una herida antropológica, que mancilla las almas de los hombres y mujeres de carne y hueso. No en vano Agustín de Hipona, al ver a su amigo Alipio sucumbir ante los deleites circenses, se refirió a los efectos de estos como a “un enjambre de pasión ciega y violenta por aquellos vanos e inútiles juegos que apagan las luces de los mejores ingenios” (Confesiones, Capítulo VII, núm. 612).
Aterricemos ahora súbitamente en Carabobo. Tenemos un Gobernador Nerón que ha instaurado el pan y circo. Pretende reducir la ciudadanía carabobeña a una condición de adolescencia cívica, narcotizada y vegetativa. Todo para tiranizar y alienar a los carabobeños por mandato de Nicolás Maduro, en medio de las peores carencias materiales y de servicios públicos. Drácula ha hecho a Carabobo menos apto para la justicia. Y en ello -duele decirlo- todos tenemos alguna cuota de responsabilidad, por acción u omisión. Hoy en los carabobeños hay heridas antropológicas que, como diría Agustín de Hipona, “apagan las luces de los mejores ingenios”.
Sin embargo, tenemos la necesidad de regenerar moralmente a Carabobo y a Venezuela. Y eso es posible lograrlo. Hay que atender el problema de raíz y tomando en cuenta todas sus dimensiones.
La primera parte de la cura está en atender las almas de los ciudadanos, en volverlos a ganar para la vida republicana, en hacerlos arder en deseos de justicia. Especialmente con las generaciones más jóvenes. En eso es imprescindible que los políticos hagamos una gran labor de pedagogía cívica que apunte a revalorizar la convivencia democrática en libertad por sobre todas las cosas: la democracia, en cuanto forma de justicia y de libertad, importa moralmente. La tiranía es aborrecible.
La segunda parte de la cura radica en no obviar los problemas de injusticia social que impiden una vida digna para los carabobeños. Hay que denunciarlos e intentar solucionarlos. La pobreza debilita la libertad humana. A eso hizo referencia Juan Pablo II en múltiples ocasiones. Personas en pobreza -sociedades en hambre y miseria- son capaces de desapegarse de la justicia y de la libertad a cambio de consentir una tiranía -precisamente- de migajas de pan y de espejismos de circo. Mientras no haya cambio político ni justicia social estamos a merced de cualquier Gobernador Nerón que haga del pan y circo su fuente de dominación tiránica.
La tercera parte de la cura es el rescate del sentido común y del sentido de la decencia. El Gobernador Nerón y su pan y circo son reflejo de una pequeña parte de lo carabobeño. En modo alguno reflejan la mejor esencia de lo que somos y de lo que podemos ser. De hecho, son un quiste artificial. Un cuerpo extraño que repele al sentido común y a la decencia de Carabobo, y que solo se sostiene en la medida en que supone alejamiento de la realidad: frivolidad, banalidad y apariencia de pan.
Finalmente, una conclusión: lo que nos corresponde es regenerar moralmente a Carabobo. Venezuela lo demanda. Y para lograrlo es necesario rehabilitar el sentido de la genuina política, que es servicio y procura de justicia, de libertad y de bien común. El Gobernador Nerón no puede determinar la temperatura ética de la hora presente en Carabobo ni forjar vicios que mal encaucen a las próximas generaciones de manera inexorable hacia el nihilismo y/o relativismo moral. Todos los carabobeños tenemos que volver a interesarnos por lo público. Y todos los ciudadanos carabobeños tenemos el deber de romper el espirar de miedo y de frivolidad del vampiro para recobrar la decencia individual y colectiva. Si la decencia no sobreabunda de la ciudadanía la vida política carabobeña estará condenada a este Gobernador Nerón o a cualquier otro que pueda tomar su lugar y adoptar sus corruptelas. Estoy seguro de que las reservas morales de nuestro estado aflorarán. Nerón pasó y la historia de Roma se revitalizó en el bien. El Gobernador Nerón pasará y será ocasión de aprendizaje cívico y construcción de futuro para todos. Manos a la obra.