Estoy convencido de que es perfectamente posible y está a nuestro alcance propinarle al chavismo una gran derrota en las próximas elecciones de 2024, incluso si las convocan cuando Diosdado diga. Una derrota tan aplastante ante la cual no solo sería inútil la trampa sino que originaría un deslave escala “sálvese quien pueda”, dentro de los jerarcas del régimen (que ya no son muchos, por cierto) y sus colaboradores. El goteo incesante de unos años para acá, convertido en catarata. Hay una condición que llenar, presentarse con un solo candidato y estar dispuestos a aplicar el método Barinas (Algunas otras condiciones aplican, pero de eso hablamos más adelante).
Este aserto se basa en una percepción compartida con algunos amigos con los que hablo de política (que tenemos en común creer en la necesidad de un solo candidato opositor, sea quien sea). Obviamente somos optimistas. Para nosotros, el régimen chavista se encuentra en un caso de debilidad extrema en todos los órdenes: político, económico, social, militar, ético. Lo peor es que ya el régimen perdió el rumbo de manera irreversible y carece de principios y normas que lo guíen a cualquier objetivo. En términos médicos, está en terapia intensiva y entubado. Siendo ese el caso, ha llegado el momento de desconectarlo de los mecanismos que lo mantienen vivo.
¿Sobre qué bases se sostenía el chavismo? Comencemos por la fundamental: Hugo Chávez y su carisma. El finado tenía de sí una visión heroica, reforzada por sus “sueños azules” y sus lecturas escasas y desordenadas, pero logró conectar su discurso con los mitos colectivos venezolanos. En particular el construido sobre la independencia y la figura de “su” Simón Bolívar hecho con piezas incompletas, y citado con pinzas. Todos nuestros dictadores lo han hecho, pero Chávez lo vinculó a una venganza histórica (“nosotros, los indios y los negros”) una suerte de halo opaco que ha estado flotando sobre la sociedad venezolana desde tiempos coloniales, y de la cual era el ángel ejecutor. El caso es que ante nuestros ojos incrédulos movilizó a los venezolanos y construyó una mayoría tan grande que se daba el lujo de hacer elecciones.
Ayudado, eso sí, por unos precios petroleros que le permitieron pagar muchas cosas, entre las más importantes: la adulación de la izquierda internacional. Un manto de impunidad que aplacaba críticas y sumaba hagiógrafos urbi et orbi. Su súbita desaparición por poco les cuesta el poder. Nicolás Maduro, su sucesor, ni tiene carisma ni épica sobre la cual construirla. Como el patriarca de Gabriel García Márquez, está encerrado en su palacio, viendo conspiraciones en todas partes. Nadie sabe el número de militares dados de baja o encarcelados por conspiración. Como las de la oposición ya se hicieron todas y expulsó a millones del país, ahora las encuentra entre sus círculos más cercanos.
Además de no tener un líder carismático, el chavismo es ahora una minoría inocultable en las urnas, tampoco tienen dólares petroleros ni van a tener, ni aliados útiles, salvo Cuba (“pero el cariño comprado ni sabe querernos ni puede ser fiel”) y no posee una base obrera importante. El poco apoyo que podía tener, lo perdió en la concentración con tono de funeral del pasado 1 de mayo, ante el “Nooooo” de sus propios trabajadores que VTV borró. Cuenta sí con el apoyo de funcionarios corruptos y el inefable apoyo de los militares, que estará ahí hasta que no esté, como ha pasado antes. También tiene socios de la nueva claque económica, cuyo dinero tampoco controla.
El último síntoma es el peor, la evidente pérdida del rumbo. De pronto, el discurso chavista se quedó sin mito en el que apoyarse y por tanto sin brújula. Ni Bolívar, ni la clase obrera, ni la Venezuela potencia, ni la democracia participativa y protagónica, ni los sin cuenta motores, ni la guerra económica, ni los ricos del Este, ni socialismo del siglo XXI y al mito de Guaicaipuro lo mató el de Mazinger Z.
Solo queda un mito poderoso pero terrible: El Dorado. Es el que ha alimentado la capacidad de corrupción del chavismo como fuerza política, sin lugar a dudas, el régimen más corrupto del que se tenga noticias en Venezuela y bastante más allá. Cuál los conquistadores españoles del siglo XVI en América, quienes ingresan a posiciones importantes en la política o la administración del Estado, civiles y militares, donde solo los mueve un interés: lucrarse, hacerse ricos, cobrar comisiones millonarias en dólares, como hicieron sus camaradas predecesores. La salud, la educación, el bienestar, la seguridad de los venezolanos dejaron de existir como misión y visión de los servidores públicos.
Pasado un tiempo, cual ocurrió con la de Ursúa, la expedición chavista en busca de El Dorado ha devenido en una partida de bandidos que ya ha alcanzado el estadio en el que comienzan a destruirse entre sí. Pregúntenle a Tareck si no. Por eso creemos, que el final está a la vuelta de la esquina. Pero ciertas condiciones aplican: la primera es que quienes tienen la responsabilidad de derrotarlos no se conviertan también en buscadores de El Dorado, y pongan sus metas personales o sed de poder por delante del objetivo fundamental: organizar a los opositores y unirse políticamente para ponerle fin a un régimen que ya no tiene alma y está enloquecido por su El Dorado. El tigre ya está muerto, solo queda matar el cuero.