Poco tiempo después de haber tomado Valencia, las huestes de José Tomás Boves en 1814 le propiciaron uno de los más vergonzosos castigos a Teresa Heredia, una mujer comprometida con la causa republicana que había conquistado el corazón del gobernador realista Luis Dato, pero que al no corresponderle con los mismos deseos fue condenada “para vergüenza pública”.
Desnuda, llena de miel y plumas blancas, la joven maestra de escuela caminó las calles empedradas de la ciudad, repletas de muchedumbres agitadas por la guerra a muerte. A su paso, la emplumada Heredia, como le empezaron a decir en tono de burla, recibió insultos y agravios. No obstante, lejos de aquellas injurias, todos ignoraban su secreto: era una espía al servicio de la República.
“El caso de Teresa Heredia es un caso implícito de espionaje en la Independencia. Su papel en Valencia se conecta con hechos posteriores que son clave: estuvo en una conspiración en la que pasaba clandestinamente información a través de cartas en las copas de los sombreros y guardaba armas con la familia Landaeta, una de las principales de Caracas”, cuenta el historiador Andrés Eloy Burgos.
Él ha sido el único, hasta ahora, que ha investigado sobre los espías en la Independencia, pues explica que el espionaje es un tema sobre el que pesa mucho lo contemporáneo: “Cuando alguien piensa en un espía, piensa en James Bond. Y no, ese es un agente secreto, una persona que no necesariamente busca información. En cambio, los espías siempre buscan información sin levantar sospechas”.
Un tema inexplorado por la historiografía
Burgos, graduado como Profesor de Geografía e Historia de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), recuerda las palabras que le dijo el historiador Tomás Straka al empezar la Maestría en Historia de las Américas en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB): “El tema que escojan deberá gustarle mucho, porque investigando tengan por seguro que lo llegarán a odiar”.
Años después, cuando estaba a punto de culminar sus materias para inscribir la tesis, empezó investigar sobre posibles temas de trabajo. Sin embargo, nada de lo que aparecía terminaba por convencerlo. Aunque tenía en mente el siglo XX, algo relacionado con los gobiernos de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez o con el movimiento estudiantil en los años ‘80, decidió apostarle al XIX.
“Empecé a comentarlo con los amigos y todos coincidían en que tenía que ir al Archivo General de la Nación. Un día fui y pedí unos tomos de Gobernación y Capitanía General. La sala estaba sola y me senté a revisar con calma. Sin hojear mucho, hallé el primer caso: unos curas espías en el Lago de Maracaibo. Ese día regresé a mi casa con más de 20 casos. Feliz de haber encontrado tema de tesis”.
Burgos también debió complementar con bibliografía, desde la más reciente hecha por los historiadores profesionales hasta la historiografía del siglo XIX, el Resumen de la Historia de Venezuela escrito por Rafael María Baralt y los propios documentos del Libertador que tienen digitalizados en el Archivo General de la Nación. Fue ahí donde tecleó la palabra “espías” y halló decenas de referencias documentales.
Al final hizo un análisis inédito en la historiografía, tutorado por Tomás Straka y evaluado por expertos en la historia militar como lo son los historiadores Fernando Falcón y Hernán Castillo y el fallecido Domingo Irwin. Aun así, Burgos aclara que el suyo no es un trabajo de historia militar, sino de historia social: “A mí no me interesaban las tácticas ni las estrategias, sino la gente, sus historias y papeles”.
Vigilancia y control político
El espionaje no fue exclusivo de un bando o aplicado en momentos específicos y aislados de la Independencia. De acuerdo con el trabajo de Burgos, se trató de una práctica habitual iniciada incluso previo a la Declaración de Independencia del 5 de julio de 1811. Las ordenanzas de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII que exhortan a denunciar a los sospechosos dan cuenta de ello.
“Desde 1810, la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII estableció un mecanismo de vigilancia y espionaje sobre la gente, porque una vez se produjeron los hechos del 19 de abril empezaron a surgir reacciones en contra del movimiento autónomo que se puso en marcha. Querían evitar cualquier conspiración o insurrección que pusiera en peligro la emancipación venezolana”.
La manera en la que el espionaje se aplicaba fue evolucionando en sus formas. La vigilancia posteriormente quedó a cargo de los celadores de policías y alcaldes de barrios. En 1814 las ordenanzas fueron más detalladas sobre las instrucciones: exigían a los posaderos, por ejemplo, que debían reportar en poco tiempo la llegada de forasteros a las ciudades para el control político y sanitario.
Narciso Coll y Prat, maestro de espías
Burgos puso a prueba su vocación de historiador cuando se topó con Narciso Coll y Prat, Arzobispo de Caracas durante la Independencia y a quien califica como un maestro de espías, pese a que las fuentes no sean explícitas. “Él nunca utiliza la palabra espía, habla de ‘insinuados confidentes’, pero cuando conectas indicios comprendes que estaba espiando, utilizaba la estructura de la Iglesia para ello”.
Narciso Coll y Prat no solo tenía acceso a la información que manejaba la Iglesia, sino también que a través de su rol como sacerdote organizó y coordinó una red de espionaje para obtener información en el transcurso de los acontecimientos que se suscitaron a partir del 19 de abril de 1810, momento en el que los criollos principales de Caracas tomaron las riendas políticas.
“Por eso destaco la importancia del espionaje en el caso de los sacerdotes. A ver, el cura oficiaba la misa, recibía las confesiones de los feligreses y pasaba la información a la estructura de la Iglesia. ¿Y cómo la gente no confiaba en su párroco?”. Pese al quiebre con la monarquía, la fe católica era incuestionable, al punto de que quedó como religión oficial en la Constitución hecha fines de 1811.
Espionaje en el partido realista
Pablo Morillo llegó a Caracas en 1815, al mando de una expedición que buscaba sofocar y pacificar un territorio sumido en una guerra desde hacía cinco años. Su paso por Venezuela destaca porque fue la primera expedición organizada y enviada desde la península ibérica para atender el juntismo surgido tras el cautiverio del monarca por el emperador Napoleón Bonaparte.
Esos acontecimientos tampoco estuvieron exentos de espionaje. “Quise trabajar a los espías de manera indiscriminada, realistas y republicanos a lo largo del período 1810 y 1821. Y en esa investigación, que me llevó a constatar la complejidad de esa práctica en términos de tiempo y geografía, encontré que Pablo Morillo también se valió de los espías”.
Morillo, cuenta Burgos, le encargó a Salvador Moxó establecer el espionaje en la restituida Capitanía General de Venezuela. Uno de sus funcionarios, quien fue despedido tras su llegada, Ignacio Javier de Ucelay denunció esa práctica como “el más odioso sistema de espionaje”, porque el mecanismo se salió de control y fue soporte para venganzas personales, denuncias infundadas y abuso de poder.
Simón Bolívar y los espías en el Ejército
“Bolívar fue maestro de espías también: él establece un mecanismo para recibir sus informes y convertir eso en informes de inteligencia; porque no se trata solo de lo que te puedan decir, sino hacer que esa información sea útil, válida para tomar decisiones al más alto nivel político y militar. El espionaje no es una actividad individual, tiene sentido en la manera en que es útil y significa algo”.
En 1815 el escenario republicano era un desastre, la mayoría de sus hombres estaban exiliados. La reorganización del Ejército empieza cuando Bolívar regresa del Caribe. En 1817, El Libertador ordenó la utilización del Manual General del Servicio de los Estados Mayores Generales y Divisionarios, del francés Paul Thiébault. Con eso no solo se le da estructura al Ejército, sino también se asume el uso de la inteligencia secreta y de los espías.
“Ese texto tiene un capítulo amplio llamado ‘parte reservada’, que tiene que ver precisamente con el espionaje. Y esto se confirma o tiene sentido cuando se leen las cartas que intercambia con José Antonio Páez y Antonio José de Sucre, donde él les ordena que se sirvan de espías. El espionaje fue evolucionando con la guerra, porque la mayoría de estos hombres no pasaron por escuelas militares, a excepción del Libertador, claro, y de otros pocos”.
Su investigación La guerra invisible. Espías y espionaje en la Guerra de Independencia venezolana (1810-1821) fue reconocida con el Premio de Historia Rafael María Baralt 2022-2023, auspiciado por la Academia Nacional de la Historia y la Fundación Bancaribe para la Ciencia y la Cultura. El libro será editado y publicado por las instituciones a fines en el segundo semestre de 2023.
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*La fotografía es cortesía del entrevistado, Andrés Eloy Burgos, y fue dada por Jesús Piñero al editor de La Gran Aldea.