No sé si el título es el correcto. Siempre me ha costado mucho escoger el titular perfecto. No porque dude de que lo que he escrito para La Quinta Pata de hoy no sea una colección de postales, que lo es. Sino porque no estoy segura de que sean de Venezuela -que ahora queda tan lejos-, o de la nostalgia misma por Venezuela. Aquí voy:
Adiós, cigüeña adiós
Estos días son de cuidado. La gente se va como puede. Con o sin pasaporte, por avión, a pie, nadando o en chalana. Da igual. Y da igual porque el miedo es libre. Y nada más humano que el miedo. ¿Acaso existe alguien que no lo haya padecido alguna vez? Los venezolanos se van, unos pobres, otros muy ricos. Y se van con ellos las cosas que hubieran podido pasar.
Desaparecen las promesas, a veces las esperanzas. A veces hasta la vida. El presidente interino se fue, y me alivia saber que está a salvo, allá lejos, a orilla de mar, junto a su familia. Al fin viviendo, lo que se llama vivir. Pero con él se fue también el “cese de usurpación, el gobierno de transición y las elecciones libres”. Se fue también un instante feliz de futuro como lo fue aquel día en la Autopista Francisco Fajardo, desde donde emergió por breve tiempo el sueño de un liderazgo nuevo, joven, sin mácula. Se fueron las cuentas, las cifras, algunas verdades y otras mentiras.
Pero hay muchas formas de irse. No todas son iguales. Ni vencidas o victoriosas. Se fue otro joven venezolano, pero no a otro país sino al otro mundo. Uno que se había hecho famoso por contribuirle a un ministro en materia tecnológica y por haber hackeado cuentas de Twitter, teléfonos y señas de ciertos periodistas, entre ellos a una recordada periodista exiliada en Colombia que ya bastante sufrimiento tenía con la enfermedad terminal que padecía y que también -y antes que él- partió a ese otro mundo del que nada sabemos excepto que nadie regresa.
Se fueron diputados, ministros, políticos, caras conocidas y desconocidas, venezolanos, en suma, algunos huyendo del hambre y otros huyendo de nada.
(A mí se me fue el servicio postal. Tengo código postal en mi zona de Caracas. Pero desde hace más de dos décadas no recibo ni cartas ni paquetes. Como aquel Coronel que no tenía quien le escribiera).
Desmantelando Caracas
Hasta no hace mucho, decían, “Venezuela se está arreglando”. Me hace gracia pensar que algo se puede arreglar sin que intervenga la voluntad humana, ni su experticia, ni su preparación o sabiduría para ello. Como si el ruedo de un pantalón se arreglara sin costurera. Parece ser que lo que se estaba arreglando (solo), ha comenzado a desarreglarse. Restaurantes que representaban una bonanza casi ridícula, comienzan a cerrar. Porque así como van mermando los árboles y desaparecen del paisaje de un día para otro sin aviso y sin protesto, así se comienza a desmantelar Caracas. (Del interior desconozco peso y contenido, pido disculpas).
Mi ciudad queda desnuda de árboles, de restaurantes lujosos, de clientes buchones. Se van poco a poco las palmeras de dátiles -sin dátiles- de la Autopista. Los monigotes de adorno. La sombra para refrescarse del calor. Va desapareciendo la ilusión, como si despertáramos de otro sueño.
La fiesta es electoral
Y entonces la fiesta es sobre todo electoral. A saber, no hay muchas cosas que celebrar… Pero sí la fiesta democrática sin democracia. El ágape ahora se reduce a la palabra elección. Pero siempre tenemos un vocablo efervescente, a la moda, que todos repetimos, dependiendo del curso que otros quieran darle a la historia. En este momento, revive también la palabra Primarias (Nuestro catálogo es bipolar: Primarias, no últimas. Interino, no exterino, Los que se fueron, los que se quedaron. Desunión, unidad. Unidad, unidad).
Once upon a time
De Monte Ávila fuimos a parar al ruiseñor y la rosa. Perdón, quise decir a el perro y la rana. Pienso en eso cuando recuerdo que tuve el lujo de publicar mi primer libro, Toledana, en Monte Ávila Editores en el año 1992, hace ya otra vida.
“La creación de la editorial se fecha en abril de 1968 por iniciativa de dos hombres de letras con una notable experiencia. En colaboración con Ramón José Velásquez (1916-2014), Simón Alberto Consalvi (1927-2013), por entonces director del Instituto para la Cultura y las Bellas Artes (…)
Entre los libros publicados por Monte Ávila Editores en sus primeros años en activo se cuenta una interesante antología preparada por el poeta español Félix Grande (1937-2014), 22 narradores españoles, aparecida en 1970 en la heterogénea colección Prisma y que recopila obra de Francisco García Pavón, Carlos Edmundo de Ory, Juan Benet, Rafael Sánchez-Ferlosio, Manuel Vázquez Montalbán, Terenci Moix, Gonzalo Suárez y Carmen Martín Gaite, entre otros.
(…) Para entonces, Monte Ávila, pese a su juventud, contaba ya con un catálogo bastante impresionante que le había dado fama de gran divulgadora en América de las letras y el pensamiento occidental (aparte de haber publicado en 1969 La pérdida de El Dorado, de un por entonces desconocido autor de Trinidad y Tobago llamado V.S. Naipaul, y los Últimos cuentos de la guerra de España, de Max Aub, entre otras joyas).
Algunos de los títulos publicados en 1968 en Monte Ávila permiten, además de captar el ambiente de los círculos intelectuales venezolanos en los momentos de la Primavera de Praga y el Mayo francés, advertir el triple propósito de la editorial de divulgar la obra de algunos de los pensadores de izquierda importantes en el ámbito de las humanidades, asentar un canon de los autores del pasado reciente y divulgar la obra literaria de autores emergentes o poco conocidos -en un momento de pleno estallido del boom de la literatura hispanoamericana– a menudo mediante cuidadas antologías: El laberinto del lenguaje de Max Black; Problemas del desarrollo y de la integración, de Marcos Kaplan; Ser, verdad y fundamento, de Martin Heidegger; Dialéctica y derecho en Hegel, de Eduardo Vásquez; Ensayos sobre Sartre, de Federico Rui; el colectivo Estudiantes y política en América Latina, Historia de la imaginación viciosa, de Elémire Zolla; La realidad mexicana en su novela de hoy, de Domingo Miliani; Tendencias del teatro contemporáneo, de Isaac Chocrón; Ensayos literarios de Ezra Pound, antologados y prologados por T.S. Eliot; El teatro de Jean Genet, de Lucien Goldmann; Introducción a la literatura de Brasil, de Antonio Cándido; El arte de narrar, de Emir Rodríguez Monegal (con entrevistas profundas a Max Aub, Cabrera Infante, Juan Goytisolo y Ernesto Sábato, entre otros); Nuevos narradores colombianos, antologados por Fernando Arbeláez; Narradores peruanos, por José Miguel Oviedo; Los habitantes, de Salvador Garmendia; Nuevo diario de Noé, de Germán Arciniegas; los relatos contenidos en Los huéspedes, del exiliado español Segundo Serrano Poncela; los supuestos Cuentos completos de Onetti o la edición venezolana de Borges, el poeta, de Sucre, entre otros varios títulos…”.1
Y yo, que en lugar de estar escribiendo maravillas sobre aquel Monte Ávila Editores que lanzaba a Julia Kristeva y a su “Sol negro. Depresión y melancolía”, para hablar de la poética de la melancolía y del duelo por una belleza inalcanzable -o perdida- y fuente de lo sublime, a 30 años de su publicación, ando aquí imbuida en la melancolía criolla, esa que encoje el ánimo.
Madre que te quiero madre
Esta última postal, tal vez la más sentida y a veces la más inmerecida, va para las madres porque justo acabamos de celebrarles su día, a algunas con toda justeza y a otras sin merecerlo, que todo hay que decirlo. Porque como bien repetía mi padre andaluz, “hay madres y madrecillas”.
Aquí en Venezuela, a la madre la tenemos presente a toda hora. Bien porque ciertamente este es un país de madres más que de padres (y que me perdone Simón Bolívar desde el más allá) o bien porque el vocablo madre -mamá, para los amigos- se extiende a tantos ámbitos diferentes que termina por ser el emblema de distintas y hasta opuestas versiones. Madre hay una sola, decimos. Para ensalzar ese amor irrepetible e ilimitado de una progenitora para con sus críos.
La mamá de Tarzán, que es como se cree cierta gente agrandada por cualquier motivo fatuo; como la madre de un héroe que sobrevive en la jungla y que es fuerte, sano, noble y fornido, y en suma de buen ver. La mamá de Tarzán sorprendentemente comparte dones con la mamá de los helados. Ambas, al parecer, se creen más de lo que realmente son. También está la matria, para referirse a la patria mujer. Y la madre patria, que es España. De puta madre, como sinónimo de estupendo, sensacional, precioso. Y mi preferida cuando enumero estas postales de mi nostalgia: la puta madre que los parió.
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(1)Tomado del blog https://negritasycursivas.wordpress.com/