¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.
Antonio Machado
Vivimos en una era donde más y más decisiones parecen moverse por el sentimiento visceral, por el prejuicio y por las etiquetas que por la reflexión. Mi intención no es añadir más ruido del que existe, sino tratar de entender lo que subyace detrás de un mundo cada vez más polarizado y dividido. Un mundo donde la palabra verdad o se ha vaciado y convertido en algo invisible o se ha transformado en una palabra muy incómoda que hay que destruir. No creo que las clasificaciones de derechas versus izquierdas, de progres versus conservadores, de subdesarrollo y desarrollo o incluso, democracia versus totalitarismo sean capaces de capturar el problema de fondo.
Una manera simple pero certera que siempre he utilizado para conocer a cualquier persona es preguntándole si cree o no cree que la verdad existe. Considero que esta pregunta básica puede revelar mucho más que cualquiera de las etiquetas con las que convivimos, y que por lo general se limitan a proclamar “esa es tu verdad, pero yo tengo mi verdad y todas las verdades merecen respeto”. Sobre este debate quisiera desarrollar las siguientes líneas.
Una crisis de la civilización
La atmósfera de caos mundial que se ha venido gestando desde hace décadas en el fondo una crisis de la noción de verdad. Tal y como expresa C. S. Lewis (1943) en su artículo El veneno del subjetivismo: antes de la llegada de Hegel, la tradición filosófica mayoritaria estaba de acuerdo que se podía acceder a un grado de verdad cuya naturaleza era inmutable. Las verdades accidentales cambian a lo largo del tiempo, pero la esencia de nuestra naturaleza, por ejemplo, como seres humanos, es inmutable. A pesar de que el corazón humano puede cambiar en el tiempo, las leyes de la causalidad no. Cuando el veneno se pone de moda, no deja de envenenar.
Construir una civilización bajo la premisa de que la verdad no existe o que todo puede ser verdad es una autopista a la autodestrucción. Sin embargo, esta tendencia de imposibilidad de la verdad se expresa hoy abrumadoramente en todo resquicio de la opinión pública y la podemos simplificar como la consideración, según la cual, fuera de nuestra cabeza no existe ninguna verdad que nos comprometa y nos ate. Esta visión ha venido dominando todas las expresiones de la sociedad hasta convertirse en la legalización del relativismo, incluso en la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. De manera asombrosa, en la Sentencia Planned Parenthood vs. Casey (1992, 505 U.S. 833), el magistrado Anthony Kennedy establece que en el corazón de la libertad está el derecho de definir, cada quien, con sus propios conceptos, la noción de existencia, de significado, de universo y del misterio de la vida humana.
Como vemos nos enfrentamos simplificadamente a dos opciones, blanco o negro: o existe una verdad para descubrir fuera de nuestra cabeza, distinta de nuestros gustos y sentimientos, como se ha defendido desde Platón o, por el contrario, la verdad es algo que cada quien define incluso para otorgarle sentido al mundo y a la vida humana como sentenció el magistrado Kennedy.
¿Cómo llegamos hasta acá?
Con la llegada de la modernidad científica, con Descartes y compañía, se acotó la noción de verdad a la noción de certeza. La verdad es lo que es cierto y comprobable matemáticamente a través, por ejemplo, de la física: la aceleración de la gravedad siempre será 9,8 metros por segundo recorrido, o de la química: el agua siempre será dos átomos de hidrogeno y uno de oxígeno. Lo certero y matemático es la verdad, lo que esté fuera de la certidumbre matemática es palabrería.
Por pensar que la ciencia es el único camino a la verdad, se va abandonando el otro camino de más de 2000 años de tradición humana que buscaba comprender de modo profundo a la verdad a través de un entendimiento de la realidad, más allá de la certidumbre de las ciencias y las matemáticas.
Adoptar la posición, según la cual, la verdad es exclusivamente certidumbre científica y que todo lo demás quede al gusto soberano de cada quien, lleva a amputar y reducir nuestro valor como seres humanos. Veamos: cuando C. S. Lewis expresa que la verdad es lo que está más allá y más adentro de nosotros mismos expresa el mismo sentido de San Agustín cuando le pide a Dios déjame conocerme a mí mismo y a ti. Este conocerme a mí mismo, que viene del mismo hilo del conócete a ti mismo de Sócrates, no significa que Sócrates, Agustín o Lewis nos están invitando a considerar que hay dos tipos de verdades: 1) La verdad que yo descubro silvestre y soberanamente dentro de mí, que habla el magistrado Kennedy; y 2) La verdad matemática de las ciencias. Se trata de una dinámica distinta: en la misma medida en que soy capaz de leer en la realidad, adicional al orden matemático de la ciencia, que existe un orden en el universo que yo no fabrico, sino que debo descubrir y descifrar, en esa misma medida soy capaz de descubrirme a mí mismo como parte de ese orden, como persona digna; es decir, como persona única e irrepetible, dueña de su libertad, pero al mismo tiempo dueño de una naturaleza y una finalidad más allá de mí y muy en lo profundo de mí. En otras palabras, soy parte de ese orden y la razón y mi conciencia en lo más íntimo de mí, es la puerta que se abre al universo entero y a los demás, no es un cuarto oscuro donde se fabrica el sentido del mundo.
Tal y como nos recuerda C. S. Lewis, la búsqueda de la verdad consiste en lograr ir más allá de la verdad como adecuación1 y alcanzar la comprensión integral de la realidad. Esto implica tratar de ver la realidad desde diferentes puntos de vista. La verdad es mucho más grande que el simple aquí y ahora que nos rodea en este instante. Para Lewis la verdad como adecuación es acerca de la realidad, refleja la realidad, pero no es la realidad en sí misma. Sustituyamos la palabra verdad y usemos la palabra ciencia para entenderlo mejor: la ciencia es acerca de la realidad, refleja la realidad, pero no es la realidad en sí misma, hay algo más allá y mayor al dato de la ciencia. Para alcanzar un sentido integral de la realidad se necesita no solo la verdad como adecuación y la ciencia, sino también otros caminos como la imaginación, la fe y el mito.
Verdad y Razón
Parte importante del problema acerca de la verdad reside en cómo valoramos a la razón para poder llegar a comprender la realidad. ¿La razón nos lleva a la verdad? Los pensadores modernos y postmodernos han cuestionado de manera radical la capacidad humana para entender de manera profunda la realidad. El pensamiento moderno redujo la razón a una simple calculadora científica de medios para obtener fines y en el caso de la postmodernidad, frustrados por la visión cientificista moderna, ha reducido más a la razón. Si antes se pensaba que la razón es una calculadora, los postmodernos la ven como una pequeña vela parpadeante que solo puede iluminar débilmente el aquí y ahora fugaz de un sujeto en su cultura, sin capacidad de pensar universalmente. Por eso podemos resumir lo que venimos discurriendo en lo siguiente: la crisis de la verdad es en gran parte una crisis sobre cómo entendemos a la razón. Para los modernos somos exclusivamente una calculadora, para los postmodernos unos miopes en la oscuridad; ambas son visiones que reducen la potencia de la razón.
El punto importante es recolocar a la razón como un punto de partida para abrirnos a la realidad. Como expresa Mariano Fazio, hay dos maneras de concebir a la razón, una abierta a la trascendencia y otra cerrada a la inmanencia. No somos una simple calculadora de medios para llegar a fines como razonaba el pensamiento moderno; tampoco somos una pequeña vela en medio de la noche que descifra sombras como piensa la postmodernidad. Necesitamos, tal y como expresa una y otra vez Ratzinger, una razón ancha, es decir, una razón abierta a la trascendencia y que sea capaz de captar y valorar verdades de la existencia que nunca podrán aislarse en un tubo de ensayo o una lámina de microscopio, ni tampoco fabricarse de la nada dentro de nuestra cabeza. Nos referimos a verdades palmarias de la vida como la justicia, la dignidad de cada ser humano, la belleza, el amor o el sentido de la existencia. Esa parte ancha de la razón es lo que los medievales llamaban Intellectus, es decir, los ojos de la mente, lo que permite ver verdades evidentes por sí mismas. Para los medievales la razón tiene dos partes, el Intellectus que lograr captar intuitivamente estos grandes principios y luego, subordinado al Intellectus, la Ratio que es la capacidad de calcular los medios para unos fines prácticos. Algunos ejemplos simples que se siguen cuestionando ayudarán a entender estas intuiciones del Intellectus: los padres deben cuidar a sus hijos y los hijos deben cuidar a sus padres, violar es malo, o lo bello es preferible a lo feo, o puedo dar la vida por un amigo o por mi país. A partir de la modernidad, principalmente a partir de Descartes, se tomó la decisión de clausurar esta parte de la razón por considerarla que no era precisa y cierta como las matemáticas. Sin embargo, la historia nos ha enseñado que, sin esa razón ancha, capaz de estimar y valorar la vida más allá de nuestra nariz, los seres humanos nos terminamos perdiendo en el nihilismo que hoy domina la vida bajo la aparente felicidad de las fotos y sus filtros, los “celebrities”, los inhibidores de serotonina, el fentanilo, y el like en las redes. La vida se va marchitando en los grandes temas que no son objeto de las ciencias y la tecnología.
El nihilismo, la nada, es la consecuencia más directa cuando se asume que no existe la verdad. Como expresa acerca de la verdad uno de los líderes de la posmodernidad, Gianni Vattimo, no se trata de verificar como sucede en la adecuación lo que objetivamente existe, sino acordar, consensuar, aquello sobre lo que se habla, bajo un horizonte retórico de la verdad (Vattimo, 1988). Es decir, un postmoderno como Vattimo dirá que a fin de cuentas la verdad es lo todos acordemos que es verdad porque no hay verdad fuera de nosotros mismos. Pero lo más grave es que Vattimo dirá que ese acuerdo no se construye con argumentos lógicos, sino por pura seducción. Como la verdad no existe tampoco la lógica existe, solo existe la seducción de la retórica, defenderá Vattimo. En pocas palabras, quien cuente el mejor cuento, de la manera más atractiva; quien ponga el mejor post, el que tenga más likes y logre más seguidores es quien gana interpretando qué es verdad y qué es mentira en el mundo. Se trata de una verdad sin pretensión de ir más allá del aquí y el ahora de manera siempre provisional. Una verdad con ‘v’ minúscula amarrada más a nuestro hígado que a nuestra cabeza. Verdad es lo que me gusta, mentira lo que no me gusta.
¿Tienen razón Vattimo y el magistrado Kennedy?
Seguramente, en este punto, muchos de ustedes dirán: ¡Eso que piensa Vattimo y el magistrado Kennedy es lo cierto, la libertad subjetiva es la verdad!, ¡Cada quien es libre de sentir e interpretar lo que es verdadero y lo que es falso!
Sin embargo, debo decirles que tengan cuidado antes de precipitarse en esta escogencia. Consideremos lo que implica esta forma de ver la existencia llevada a la vida social y a la política. Si aceptamos que nuestra razón es débil, no es universal o que solo es una pequeña calculadora sin muchas funciones, en esa misma medida la vida humana se reduce a algo más parecido a una manada confundida, que a una persona digna y fuerte que tiene derecho a elevarse sobre el tiempo y el espacio a través de su razón y sus emociones2.
La visión postmoderna de la verdad de Vattimo expresa de forma clara su herencia nietzscheana y representa no un fortalecimiento de la libertad de la persona sino su reducción. Nietzsche inaugura una era de pluralidad de interpretaciones en un panorama relativista en el que nada es cierto o incierto. No existen hechos, solo interpretaciones. La verdad para Nietzsche y Vattimo son solo interpretaciones (hermenéuticas) y es el único modo de acceder a una verdad que se construye desde el individuo, y que no se descubre fuera del sujeto. Verdad es la interpretación subjetiva, no es la adecuación de la mente a un dato objetivo de la realidad, sino una respuesta efímera y cambiante ante cualquier hecho de la vida; un remontarse de signo en signo sin acceder a la cosa en sí (Vattimo, 2002). Esto es, en definitiva, el nihilismo que acoge Vattimo (2002): el final de la creencia en una realidad objetiva en sus estructuras y alcanzable por el pensamiento. Es como diría críticamente Ratzinger, el sujeto encerrado en un cuarto lleno de espejos.
Así, verdad e interpretación quedan necesariamente vinculadas a raíz de estas consideraciones postmodernas de una forma muy peculiar. La verdad es lo que se interpreta útil para la vida, aquello que la potencia y resuelve del modo más conveniente. Vattimo afirma en pro de esta visión que: quien no consigue llegar a ser un intérprete autónomo en este sentido, perece: no vive ya como una persona, sino como un número solamente, unidad estadística del sistema de producción-consumo (2002).
Sin embargo, yo lo entiendo al contrario. Veamos bien: este retrato lúgubre sobre el que Vattimo alerta podría ser el resultado no buscado de sus propias ideas postmodernas. Desde el mismo momento en que el nihilismo conduce a negar toda posibilidad de conocimiento o valor objetivo, ese vacío puede ser ocupado por el utilitarismo3 a través de la ley del más fuerte. A partir de la imposibilidad del conocimiento de algo verdadero o de un valor vinculante que nos obligue, el único rasero es la elección de lo más útil para fines arbitrarios de quien tenga más poder: el superhombre, la raza superior, el Estado o el partido único, la imposición del lobby.
En este punto crucial, Ratzinger le argumentaría a Vattimo y a la postmodernidad que, si la verdad no es un valor en sí misma, si la verdad no se persigue como algo bueno por sí, la única medida para el conocimiento será el cálculo y el beneficio, por lo tanto, la verdad no vale por sí misma, sino vale en función de la agenda de alguien: Si el hombre no puede conocer propiamente la verdad, sino sólo la utilidad de las cosas, entonces el consumo será el único parámetro de todo hacer y pensar, el mundo se reduciría a material para la construcción (Ratzinger, 1993).
En pocas palabras, la persona deja de ser un sujeto con dignidad y se convierte en materia maleable bajo la voluntad de control y dominio de cualquier tirano, tecnócrata o influencer. Imaginemos un mundo donde justicia significa cualquier cosa que decide “el presidente”. Un mundo donde verdad es lo que le da la gana al partido de gobierno. Un mundo donde lo bueno lo deciden los poderosos. Eso es nihilismo, lo que sucede justo después que digo no hay una verdad que nos comprometa y obligue a todos. La dignidad humana desaparece en lo local, en lo contingente, en lo pasajero al no poder arraigarse a una esencia más universal e incuestionable. Si la libertad es hacer lo que me da la gana sin tener raíces en ninguna verdad, entonces Hitler o Maduro tienen argumentos para hacer lo que quieran.
Para volver a sintetizar: al tratar de separar verdad y libertad, la dignidad humana queda a merced de lo que sea útil a cualquier tirano sea político, tecnológico o comunicacional que busca realizar cualquier capricho. La crisis de la verdad, además de ser una crisis por malentender la razón, es también una crisis por malentender la libertad.
Lo que es verdad en los seres humanos
Por ello debemos entender que el antídoto contra el utilitarismo es el respeto a lo que es verdad en la vida humana, aquello que vale por sí mismo, que no se compra ni se vende ni se alquila. Al contrario de lo que piensan los postmodernos, sin verdad no es posible ejercer de modo pleno la libertad humana pues todo queda reducido a la arbitrariedad de los deseos del más fuerte. La verdad debe ser un presupuesto de la libertad porque solo cuando acepto aquello que es verdad en los seres humanos, es decir, aquello que no cambia, aquello que nos constituye, como por ejemplo: nuestra dignidad, nuestro derecho a la conciencia libre, nuestra naturaleza humana inviolable, nuestro carácter comunitario, es cuando puedo ser libre y responsable a la vez. Somos personas dignas exclusivamente porque somos personas libres de nuestros actos, y si somos personas libres de nuestros actos también somos responsables de lo que hacemos o dejamos de hacer; y la responsabilidad solo se puede medir a partir de si estamos más o menos comprometidos con lo que implica ser humano.
El tribunal de la conciencia nos emplaza permanentemente sobre esto. La libertad no es hacer lo que me da la gana, la libertad es la responsabilidad de llegar a ser lo más plenamente humano que pueda. La libertad del hombre, explica Nicolás Berdiaeff siguiendo a Dostoievski, se convierte en esclavitud cuando alguien se rebela y pretende ignorar lo que está por encima de él. Y si es que no hay nada por encima, el ser humano desaparece. Si la libertad pierde su contenido, también se pierde el hombre; porque si todo está permitido, entonces la libertad se convierte en esclavitud.
A pesar de la aparente libertad que implica el que cada quien sea libre de definir su mundo, su sentido, su universo y su vida, la consecuencia real de carne y hueso será el control de los más fuertes sobre los más débiles, anulando cualquier noción de libertad. Por esta razón alerta Lewis (2016) que la mejor manera de dominar a alguien es hacerlo creer que puede hacer todo lo que quiere.
El pasaje del Evangelio de Juan (8, 31), la verdad es lo que nos hace libres, indica que solo porque existe la verdad el ser humano puede aspirar a la libertad una vez haya logrado descubrir la verdad que está más allá de lo aparente y más adentro en nuestra propia conciencia. Vattimo (2009), por el contrario, ironiza: la verdad que nos hace libres es verdadera porque nos hace libres. Si no nos hace libres, debe ser descartada. Es claro que para Vattimo la libertad pura implica el rechazo de toda atadura a algún referente por encima de nuestros deseos. Esta equivalencia de libertad como eliminación de ataduras se acerca peligrosamente a las concepciones de la libertad como el simple quiebre revolucionario con toda autoridad instituida, en su expresión marxista de la libertad como anarquía, de nuevo la ley del más fuerte. Esta concepción de verdad estrecha termina por ser más débil que iluminadora. En palabras de Juan Pablo IIuna vez que se ha quitado la verdad al hombre, es pura ilusión pretender hacerlo libre. En efecto, verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente.
¿Cómo reencontrar el sentido?
El mundo posterior a la caída del Muro de Berlín ha vivido hasta hoy un vaciamiento y descrédito general de las doctrinas políticas. En muchos contextos pasados y presentes el debate sobre ideas ha dado pie al furor de pasiones e hipersensibilidades políticas. El problema de la distorsión de los valores conlleva a una falsa libertad que esconde tras la hermenéutica la ley del más fuerte. Este es el enorme peligro de una postmodernidad que desprecia toda relación entre verdad, libertad y realidad humana. Tanto el nazismo como el chavismo fueron movimientos que prometían una transformación y reinterpretación de la verdad a través de una nueva manera de contar la historia, de barrer con el statu quo o de aplicar la justicia. Prometieron redefinir todas las tradiciones y la historia por ser opresivas, eliminaron la verdad porque el evento revolucionario posee su propia verdad, producto de su interpretación “libre” de la realidad lo cual ha costado opresión, violencia, millones de asesinatos y millones de desplazados. Si se desprecia la verdad no existe democracia real sino el monopolio de cómo entender la realidad, por el Hitler, Putin o Maduro de turno, tal y como magistralmente nos enseña George Orwell en 1984: quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro.
No hay personas, hay masa para moldear y usar
Afortunadamente, los grandes pensadores de la humanidad, Platón y Aristóteles, Agustín y Tomás de Aquino y autores más recientes como Lewis o Chesterton nos enseñan que la mejor filosofía es la de la vida y la del sentido común. Cuando hablamos de verdad no nos referimos ni a imposición, ni dogma, ni fundamentalismo. Nos referimos a que hay una pequeña isla de verdades en un mar de opiniones y visiones relativas que hace posible anclar la verdad sobre una razón y una libertad que no es mero subjetivismo opresivo sino capacidad para lo trascendente y lo universal. San Agustín explica esta realidad de la verdad de modo sencillo e insuperable: Si los dos vemos que es verdad lo que dices, y asimismo vemos los dos que es verdad lo que yo digo ¿en dónde, pregunto, lo vemos? No ciertamente tú en mí ni yo en ti, sino ambos en la misma inconmutable verdad que está sobre nuestras mentes.
Ahora bien, para llegar a ese lugar que está por encima de nuestras mentes donde habita la verdad, es posible recorrer caminos diferentes y no excluyentes: la ciencia es un camino, la fe es otro, la razón es otro, la intuición es otro, la hermenéutica es otro, el mito es otro y así vamos abriendo distintos caminos al mismo lugar. El problema reside cuando se quiere afirmar solo un camino excluyendo de plano todos los demás. En ese momento deja de ser un camino a la verdad y se transforma en ideología.
Finalmente, el elefante
Para terminar, ¿cómo podemos comenzar a resolver esta crisis de la verdad? Inicialmente es importante comprender que estos distintos caminos a la verdad son complementarios y no significan una relativización a la verdad, sino que la verdad se puede mirar y alcanzar desde diferentes ángulos y perspectivas sin que eso implique una postura relativista. Quizá el drama humano no es ausencia de verdad sino sobre abundancia de verdad.
Adicionalmente, la tarea pendiente es hacer más amplia y más ancha la razón humana. Rescatar la capacidad de la razón para ver los principios que no necesitan ojos, sino que son evidentes por sí mismos y que sirven de base para demostrar la verdad humana rescatando lo bello, lo bueno, lo verdadero, lo digno, lo libre en una época llena de desencanto y vaciada de significados y sentido. La vida ha dejado de ser una aventura y se ha vuelto una vida plana, por ello la evasión de la cotidianeidad es la regla y no la excepción.
Rescatar el sentido de la existencia y la verdad parece una tarea titánica y abstracta pero no lo es para nada. Se trata por el contrario de una simple decisión de vida y de cómo vivir la cotidianeidad con asombro, pasión y trascendencia por la verdad en las pequeñas cosas más que en los grandes tratados o libros. Rescatar la vida es rescatar la verdad y rescatar la verdad es rescatar la vida. La verdad libera no oprime. La responsabilidad libera no oprime. La verdad más allá de las ciencias engrandece, no empequeñece la existencia.
Hay una historia que Ratzinger refirió en una conferencia en la Sorbona y que refleja la situación del ser humano actual: Un día, un rey del norte de la India reunió en un mismo lugar a todos los habitantes ciegos de la ciudad. Después hizo pasar ante los asistentes a un elefante. Permitió que unos tocaran la cabeza, diciéndoles: esto es un elefante. Otros tocaron la oreja o el colmillo, la trompa, la pata, el trasero, los pelos de la cola. Luego, el rey preguntó a cada quien: ¿cómo es un elefante? y según la parte que habían tocado contestaron: es como un cesto de mimbre, es como un recipiente, es como la barra de un arado, es como un depósito, como un pilar, como un mortero, una escoba… Entonces -continúa la parábola-, empezaron a pelear y a gritar “el elefante es así, ¡no!, ¡no! y ¡no! es así” hasta que se abalanzaron unos contra otros a puñetazos, para gran diversión del rey.
Nuestro mundo actual, como el rey que se divierte, nos quiere ciegos, incapaces de poder pensar la totalidad del elefante sino disminuidos y peleando por pequeñas partes que creemos representan el todo. Solo la posibilidad de la verdad, de conocer el elefante en todos sus ángulos nos dará un sentido pleno de nosotros mismos, de nuestra vida, de su significado, de nuestra responsabilidad y de lo que nos trasciende como seres humanos.
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(1)La verdad como adecuación es la tesis clásica del sentido común que define qué es la verdad. Maritain (Introducción a la filosofía, II, 4) resume la tradición de modo claro: El conocimiento consiste en una conformidad (adecuación) entre mi entendimiento y la realidad que me rodea. La verdad es aquello que adecua lo que percibe mi mente con la realidad fuera de mi mente. Me asomo por la ventana veo y percibo un árbol en la calle. El árbol es verdad y es real. Lo importante es que, desde esta postura, la realidad es la causa, fuente y medida de la verdad intelectual. Es decir, existe un mundo real.
(2)Cuando hablo de emociones lo hago de modo radicalmente distinto a los sentimientos. Hablo de emociones en el sentido de aquella experiencia que nos mueve y nos hace trepidar y nos pone en sintonía con algo bueno como la belleza o algo malo como una injusticia. Las emociones nos emplazan, nos capturan no sólo solo a la mente sino también al corazón para focalizarnos ante algo que es bueno o malo, que se debe calificar, que no da lo mismo. El sentimiento lo uso como lo subjetivo, lo venático, los visceral, el hígado, la reacción ciega.
(3)Usamos utilitarismo en el sentido de anteponer la utilidad a cualquier otro valor para escoger o decidir.
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Citas:
-Berdiaeff, N. El credo de Dostoievski.
-C. S. Lewis (1943) El veneno del subjetivismo.
-C. S. Lewis (2016) La abolición del hombre.
-Fazio, M. Secularización y crisis de la cultura de la Modernidad. https://www.unav.edu/documents/58292/7179289/2.+V%C3%81ZQUEZ+DE+PRADA.pdf
-Juan Pablo II Encíclica Centesimus Annus. https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_01051991_centesimus-annus.pdf
-Maritain, J. Introducción a la filosofía.
-Orwell, G. 1984.
-Ratzinger, J. Citado por Eslava 1993b, pág. 37.
-Ratzinger, J. https://rsanzcarrera.wordpress.com/2012/09/11/conferencia-del-card-joseph-ratzinger-en-la-sorbona-de-paris-27-de-noviembre-de-1999/
-US SC Planned Parenthood vs. Casey 505 US 883.
-Vattimo, G. (1988). El pensamiento débil. Recuperado de: Francesco Crespi.
-Vattimo, G. (2002). Diálogo con Nietzsche. https://ebiblioteca.org/lecturas/?/v/133813
-Vattimo, G. (2009). Ecce Comu: Cómo se llega a ser lo que se era. https://es.scribd.com/document/189231223/183963534-Vattimo-Ecce-Comu