En la aldea
24 abril 2024

Entrevista con el bachiller Leoni

“No solo votamos para escoger a nuestros representantes, a nuestras autoridades, sino sobre temas relacionados con la vida de las facultades y las escuelas, mientras en Venezuela no existía la experiencia de la alternabilidad republicana ni de ningún tipo de divergencias. Eso estaba prohibido”, palabras del joven Raúl Leoni en entrevista que reta al tiempo y la imaginación.

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En estos días que han puesto de relieve la importancia de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en la marcha de una república maltrecha, me he atrevido a perturbar el sueño de una de sus figuras fundamentales, el joven Raúl Leoni. No quise molestarlo para que nos refiriera su trayectoria de protagonista esencial de la democracia, sino solo para hablar del primer capítulo de su aparición en la vida pública. Si de una entrada aparentemente superficial en una esquina de los periódicos pasa a asuntos de peso para la historia de la República, detenerse en sus primeras peripecias me parece esencial para arrojar luz sobre el futuro. La imaginación no fue sola a la entrevista, desde luego: la acompañaron acercamientos anteriores que había intentado y un reciente volumen de Tomás Straka, lleno de evidencias de peso. Fue así como perturbé el sueño de un muchacho aparentemente pasajero que se convirtió en imprescindible para la fábrica venezolana del siglo XX.  

-Gracias por no impedirme el paso, presidente Leoni, o por no tener cómo evitarlo, pero me interesa saber por qué escogió a la UCV de 1928 para iniciar un proyecto político de importancia para la época.

-Yo no escogí nada, simplemente estaba con mis compañeros sin la idea de hacer cosas que salieran del ámbito universitario. Mi interés era fundamentalmente estudiantil, sin mirar hacia la calle ni pensar en situaciones políticas que pudieran llamar la atención. Me concentré en asuntos internos, por así decirlo, como hizo la mayoría de los amigos que participaron en los acontecimientos de entonces.

“No solo ha terminado el desencuentro de la Universidad con Venezuela, sino también que algo le hemos ofrecido a la gente para luchar contra la barbarie”

Palabras del joven Raúl Leoni

-¿Afirma usted que los muchachos ucevistas de 1928 no tenían un plan político, un proyecto contra la dictadura de Juan Vicente Gómez?

-Sentíamos la opresión gomera y hablábamos al respecto con sigilo, como cualquier parroquiano, sin meternos en profundidades. Sólo hacíamos comentarios ligeros para concentrarnos en temas acuciantes para nosotros, como las carencias de la biblioteca, la necesidad de mirar hacia otros horizontes estéticos y, especialmente, la pobreza de muchos compañeros que vivían en pensiones de mala muerte. Me dediqué a esos cometidos en cuerpo y alma. De allí a pensar en el derrocamiento de la tiranía hay mucho trecho. Recuerde usted que la resurrección de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV), prohibida por Cipriano Castro, contó con el apoyo del rector de la Universidad. El movimiento de restitución del organismo fue capitaneado  por el inolvidable Jacinto Fombona Pachano, quien sería el primer presidente del organismo estudiantil sin resistencia del rectorado y con el visto bueno de Maracay. Yo lo sucedí en el cargo sin ningún escollo. Los compañeros votaron por mí con la mayor tranquilidad y continuamos unos planes que apenas miraban más allá de la esquina de San Francisco.

-¿Puede recordar esos planes?

-Dedicamos los esfuerzos a la creación de una revista literaria, que llamamos Válvula y sacó un par de ediciones; y a la fundación de una especie de lugar para tertulias del tema cultural y para recibir como pensionistas a los compañeros que venían del interior sin recursos para un pasar decente. Pero para hacer esa mezcla de albergue, foro y biblioteca hacía falta plata. Ya habíamos visto un terreno en el centro de la ciudad para iniciar la edificación, pero no teníamos ni para dar la cuota de arranque. Así surgió la idea de aprovechar los carnavales de 1928 para buscar dinero a través de la coronación de una reina de los estudiantes que atrajera público, de la celebración de un baile que vendería centenares de invitaciones y de una becerrada que llenaría el Nuevo Circo. También de un trío de conferencias, para buscarle compañía a un asunto que nadie vio como problemático, ni siquiera el Gobierno. Todo con la venia del rectorado, por supuesto.

-¿Pero?

-Algunas palabras inconvenientes de Jóvito Villalba en el Panteón Nacional, quien en el debut de su retórica incluyó la palabra libertad; el irrespeto del nombre del Benemérito por unos compañeros pasados de tragos en una parranda y ciertos planteamientos de los compañeros Rómulo Betancourt y Joaquín Gabaldón Márquez en sus conferencias, todos de cosecha personal, alertaron a la policía. Los encerraron en La Rotunda, junto con el poeta Pío Tamayo, para que todos en conjunto resolviéramos pedir públicamente que los devolvieran a las aulas y a sus hogares. Fue así como nos metieron a todos en la cárcel.

-¿La inclusión de Pío Tamayo en los eventos, un activista comunista y un veterano de luchas duras contra las dictaduras en otros países de América Latina, no le dio un color políticamente peligroso a la Semana del Estudiante?

-Le pedí a Pío que escribiera un poema para la coronación de nuestra reina, Beatriz I, porque era un autor ya famoso que regresaba del extranjero y llamaba mucho la atención en la pequeña ciudad. Un nuevo anzuelo para pescar invitados, pues. En las sesiones de preparación del evento nos habló de las luchas del proletariado y de la necesidad de llevarlas a cabo en Venezuela, eso es cierto, pero no tuvo tiempo para entusiasmarnos con su ligera e informal prédica.

-Si así sucedió, presidente Leoni, ¿cómo se relaciona la peripecia de la Generación del 28 con la democracia venezolana?

-Se relaciona por unos pormenores, aparentemente triviales, que hicimos a la luz del día como asunto natural o espontáneo. Estrenamos una deliberación constante y variada,  mientras en la sociedad imperaba la imposición de un solo parecer supremo. No solo votamos para escoger a nuestros representantes, a nuestras autoridades, sino sobre temas relacionados con la vida de las facultades y las escuelas, mientras en Venezuela no existía la experiencia de la alternabilidad republicana ni de ningún tipo de divergencias. Eso estaba prohibido. Los compañeros pedían la palabra y yo la concedía, algo inexistente en el Congreso Nacional y en los otros cuerpos legislativos. Introdujimos el hábito de los debates, que contrastaba con la lamentable homogeneidad de opiniones impuesta a la fuerza en el resto del territorio. Una elemental experiencia de democracia en la UCV, en suma, en medio de una tiranía implacable.

-¿Se dieron cuenta entonces ustedes, los estudiantes, de lo que esto significaba?

-Cuando salimos de nuestra primera prisión en Puerto Cabello la gente nos aclamó, y no fue porque tuvimos la idea de coronar a una reina en los carnavales de 1928. Algo importante está pasando aquí, me dijo un compañero muy perspicaz que nombré antes, Gabaldón Márquez, cuando nos aplaudían unas aglomeraciones espontaneas en las estaciones del ferrocarril, o en las paradas de los autobuses de regreso a Caracas: no solo ha terminado el desencuentro de la Universidad con Venezuela, sino también que algo le hemos ofrecido a la gente para luchar contra la barbarie.

Tenía más preguntas en la carpeta, pero preferí retirarme en silencio.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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