Y bueno, inexorablemente volvemos al territorio electoral, ese que conocemos desde hace ya tanto tiempo. (Porque es ese escenario y no otro). Volvemos en breve a unas elecciones primarias para escoger candidato en miras a las próximas elecciones presidenciales. Catorce o quince aspirantes a la misma vacante de futuro. Aunque el futuro siga siendo incierto. Las palabras “mañana” y “después” son tan imprecisas como una expedición en sumergible al fondo más hondo del mar con un sándwich de almuerzo.
No desconfío de unas elecciones primarias, a menos que a alguno o algunos de los mismos contendientes se les antoje suprimir, eliminar, rebanar, descabezar a ciertos y escogidos contendores con la anuencia de la bancada oficialista. De lo contrario, creo -sigo siendo una romántica- que es posible lograr una elección confiable y un ganador/a con suficiente imán para la masa de votantes desmotivados desde hace años, y con razón.
Entre otras bondades, no desconfío de estas primarias porque eso que se llama CNE y que no es otra cosa que el control remoto de un sumergible debilitado, pero capaz de llegar a las profundidades y sobrevivir en la negrura, no estará en el debate. Temo, sí, lo que viene después, allí está la clave. Y si las condiciones para una elección presidencial continúan siendo las mismas de hace 20 años, esas que conocemos, (CNE, RE, testigos de mesa, ventajismo rojo, verde amenaza, observadores aliados, y rectores dispuestos a avalar anomalías) habrá ganado la tragedia. Habrá perdido el Titán.
No me refiero al satélite del planeta Saturno. Tampoco a Titán, el hijo de Urano y Gea (de la mitología griega, claro). Hablo del sumergible trágico cuyo expectante y triste fin hemos atestiguado minuto a minuto recientemente en los medios de comunicación. No es un hundimiento, es una implosión. Hacerse trizas, desaparecer. Pulverizarse. Un “autosuicidio”, como hubiera dicho para su desventura y burla la señora aquella, eso sí, en mucho mejores tiempos y con mucho mejores horizontes.
Porque después de un fracaso de ese tamaño, después de eso, lo que viene es el descalabro que conocemos: la tristeza, el asombro, la derrota, la muerte física o anímica de toda esperanza, toda expectativa y todo optimismo. Eso, si seguimos esperando algo distinto del mismo musiú con diferente cachimbo.
Eso, insisto, si seguimos el camino a unas elecciones presidenciales nuevamente sin condiciones, con un CNE sospechoso de ineptitud y otras malas mañas, si las maquinitas que son hijas o nietas de Smartmatic, y todas las posibilidades de trampa disponibles para uno de los dos equipos.
Hablaremos otra vez del blindaje. Pero la realidad es que nunca estaremos blindados ante un equipo de jugadores tramposos y amañados luego de más de veinte años de práctica. No habrá ni siquiera blindaje numérico. Hay 8 millones de venezolanos -electores potenciales- en el limbo. Tal vez incluso más. Y de esa millonada, la mayoría no tiene ni un centavo para pagarse un transporte -autobús, tren, ferry, avión- para ir a votar en la Embajada de Venezuela del país en el que vive.
“Hacer creer que todos tendremos derecho al voto con presión de las primarias, es una quimera”, me dijo por Twitter la amiga y periodista Ángela Vera Lefeld.
Estos son los 14 candidatos finales a las primarias de la oposición: Andrés Caleca; Andrés Velásquez; Carlos Prosperi; César Almeida; César Pérez Vivas; Delsa Solórzano; Freddy Superlano; Gloria Pinho; Henrique Capriles; José R. Hernández; Luis Balo Farías; María Corina Machado; Roberto Enríquez, y Tamara Adrián.
Mi padre andaluz hubiera dicho que en el lote ha sobrado mucha morralla. Yo digo que no nos queda otra que discernir -¿cernir?- entre la paja y el trigo.
Juro que hay algunos personajes que no sé ni quiénes son. Eso, claro está, no les resta méritos. Juro que hay otros que sé muy bien quiénes son (y eso, claro está, me deja claro qué calaña de biografía les acompaña). Pero digamos que elegir suele tener el mismo molde: escoges a uno en desmedro de los otros. Por eso hay que pensarlo. Pedir adelanto de planes, leer entrelíneas, olvidarse de que nos bajen la Luna de queso.
Porque lo que yo sí espero de estas elecciones primarias, -que mi intención no es barrerlo todo aunque a veces provoca-, es lograr que uno solo o una sola de estos aspirantes pueda abrogarse el liderazgo de los venezolanos sin negociarlo con nadie. Sin negociarlo con nadie, repito. Sin cambiarlo por ninguna contraprestación ni en metálico ni en cargos, ni en especias, ni en intereses personales, ni en guiños, ni alianzas opacas, ni agendas secretas.
Lo que yo sí espero de estas elecciones es un ganador que quiera un cambio no para que todo siga igual, sino para que las tornas se den la vuelta.
Es decir, urge que de esa contienda logremos tener fe en un Titán que se sumerja en la turbieza, en las peores condiciones, sin la llave maestra de la escotilla, con la adversidad de tan diversos “controles remotos”, con la incredulidad de los de afuera y el optimismo de los de adentro. Y que contra todo pronóstico, sobreviva, resista, y pueda ser un real vocero de una real oposición y de un real deseo de una real democracia.
Como diría la cuña aquella, lograr eso no tiene precio. Para todo lo demás, sobra el plástico, la coima, el discurso hueco y las caricaturas. «La oposición sería fácilmente derrotable en 2024 si la primaria sale mal, si la participación es muy baja y, por supuesto, si nadie respeta los resultados, porque entonces iría divida y debilitada a los comicios. Ese sería un escenario ideal para el oficialismo».
(…) “Lo mismo podría ocurrir si la primaria no se hace y se termina escogiendo el candidato por un camino distinto, llámese encuesta o consenso, lo que generaría confrontaciones entre unos y otros que solo generaría mayor abstención y dispersión del voto opositor”1.
Pero hay que estar ojo pelao: el equipo tramposo ha comenzado a hacer de las suyas con sus controles remotos para implosionar al Titán. Ya encharcaron (más) al CNE con la destitución de “sus” rectores electorales para hacerlo aún más turbio en el ánimo del elector, ya abortaron la participación del CNE en las primarias (cosa que yo particularmente no considero un obstáculo sino una tranquilidad cuando me acuesto a dormir). Imagino que de aquí a octubre, mes que dicen es factible para la elección del candidato opositor único, seguirán jugando con los mandos del control remoto para inhabilitar, abortar, zanjar, comprar, vender, y empeñar.
Dice Víctor Álvarez en su reciente artículo para El Estímulo, que “en la designación del poder electoral, un nuevo CNE con tres rectores del oficialismo y dos rectores de oposición será la mejor correlación de fuerzas que la oposición puede esperar de un gobierno al cual acusa de autoritario y hegemónico. ¿O acaso pretende que la dictadura que quiere derrocar le conceda una mayoría de 3 a 2 en el ente rector del poder electoral? Bajo un régimen autoritario no hay que esperar elecciones libres ni competitivas. A una dictadura no se le piden elecciones libres y limpias,se le enfrenta en desventaja y en las peores circunstancias con base en la organización y movilización de la inmensa mayoría que quiere un cambio en el mando político por la vía electoral y pacífica”2.
Yo quiero decir en voz alta que necesito una taza de este optimismo, el del Señor Álvarez. Necesito creer que “mañana” es posible. Porque -confieso y hago un mea culpa– se me hace casi imposible creer que después de estas elecciones primarias -si al fin ocurren- llegue el día de un cambio electoral y pacífico. Y que el Titán pueda cumplir su misión.
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(1)Benigno Alarcón, El Estímulo.
(2)Víctor Álvarez, El Estímulo.