En la aldea
23 marzo 2025

El vicio analítico del buenismo

“Subestimaron la falta de escrúpulos de la elite gobernante. Subestimaron la corrupción y la rapacidad. Señores que aparecen a menudo en foros empresariales para soltar sus verborreas melifluas sobre ‘entendimientos nacionales por encima de diferencias políticas’. Como si el problema fuera la polarización y no el autoritarismo del Gobierno y el egoísmo extremo de sus capitostes. Mientras, todos pagaremos las consecuencias de una economía que sigue sin levantarse”.

Lee y comparte
Alejandro Armas | 07 agosto 2023

Venezuela comenzó este año con un marcado deterioro sobre expectativas económicas y un ensombrecimiento del estado de ánimo del país en general, luego de un leve respiro en ambos frentes. El aumento grave de la inflación en la segunda mitad de 2022 fue el preludio de una caída igualmente severa en el consumo. En diciembre no se advirtió por los característicos gastos navideños, el espíritu parrandero decembrino y, quizá, incluso la distracción del Mundial de Fútbol. Luego de esa borrachera vino la resaca de enero, cuando la inflación intermensual llegó a su punto más alto en años. En los meses siguientes se hizo sentir efectivamente el descenso en el consumo. Sencillamente, el venezolano de a pie una vez más tenía el bolsillo muy mermado.

Ah, pero en febrero hubo una estabilización del tipo de cambio que se prolongó hasta abril, junto con una moderación notable en el remarcaje hacia arriba de los precios. El daño ya se hizo pero pudo suponerse que no se agravaría. En ese contexto, algunos analistas de la situación política y económica del país lanzaron un mensaje tranquilizador. A saber, tenían la expectativa de que el panorama mejoraría gracias a lo que algunos llaman el “Efecto Chevron”. Y es que debido a la relajación de las sanciones de Washington, esa petrolera reanudó algunas actividades extractivas y exportadoras en Venezuela. De esa forma, ingresaron más dólares a la economía con los cuales el chavismo podía alimentar el mercado oficial de divisas. Gracias a eso, menos personas tendrían que recurrir al mercado paralelo, el tipo de cambio se mantendría estable y la inflación, moderada.

“La expectativa de que el panorama mejoraría gracias a lo que algunos llaman el ‘Efecto Chevron’ (…) Ese augurio rosa empezó a verse dudoso a partir de mayo, cuando el Gobierno ordenó aumentar los bonos que complementan los salarios misérrimos de buena parte de la población”

Ese augurio rosa empezó a verse dudoso a partir de mayo, cuando el Gobierno ordenó aumentar los bonos que complementan los salarios misérrimos de buena parte de la población, para hacerlos… Un poco menos misérrimos. Desde entonces, el dólar ha tenido un alza lenta pero casi constante. La inflación, si bien no ha llegado a la velocidad alarmante de fines del año pasado, también se ha acelerado. Más malas noticias para el consumo y, por lo tanto, el crecimiento económico.

Es fácil atribuir el nuevo desbalance a la emisión de bolívares para cubrir el aumento en bonos y puede que sea una causa mayúscula. De hecho, la firma Síntesis Financiera reportó que el gasto público en julio subió 15%. Pero a estas alturas es evidente que hay algo más. La oferta oficial de divisas en las mesas de cambio no ha sido la esperada, lo que puede ser producto de un bombeo de petróleo por Chevron asimismo decepcionante. ¿La razón? El deplorable estado de la industria petrolera venezolana, luego de años de desidia y corrupción.

Hablando de negocios sucios en esa industria pero no por estar manchados de crudo, no podemos pasar por alto en esta evaluación el desfalco masivo a PDVSA que el propio chavismo denunció y por el cual desató una cacería dentro de sus mismas filas. Ese robo habría sido una de las causas de la debilidad del mercado cambiario oficial en la segunda mitad de 2022 y el consiguiente descalabro inflacionario. Fue de tal magnitud que al parecer tales efectos siguen sintiéndose hoy. O, quizá, persiste el problema pero con otros beneficiarios, que ya no son los que el Gobierno puso a desfilar en bragas anaranjadas. Después de todo, la opacidad es la misma.

Hay, por último un factor que hallo particularmente inquietante porque, a diferencia de los anteriores, ha salido a relucir apenas ahora y es elocuente sobre las tinieblas que tenemos en el futuro cercano. Como se podrán imaginar, muchos (aunque no todos, hay que decir) de los pronósticos alentadores vinieron de cierto sector de la “clase analista”. Aquel que, aunque se identifica como contrario al chavismo, suele edulcorar la perspectiva del país para desestimar cualquier llamado a acciones “radicales” por parte de la oposición. Aquel que rechaza todo lo que moleste al Gobierno y se descanta por la participación en elecciones a como dé lugar y por el diálogo sin presión alguna sobre Miraflores, como si Nicolás Maduro y compañía fueran a despertar un día iluminados por el altruismo público que nunca han tenido.

Ahora desde ese sector están admitiendo que sus vaticinios no se están cumpliendo porque ellos pensaron que en lo que va de año habría progreso en las conversaciones entre chavismo y oposición, cosa que evidentemente no ha ocurrido. Creyeron que habría algún entendimiento político en pro de la restauración de la democracia y el Estado de Derecho que suavizaría o hasta eliminaría del todo las sanciones sobre un Estado que la elite chavista controla para su provecho exclusivo, y que acabaría parcial o totalmente con la condición de dicho Estado como paria entre las fuentes de crédito internacional.

No tengo palabras para describir lo chapucero que fue hacer a principios de 2023 semejante conjetura adelantada. Nunca hubo señales de que el diálogo, tal como se ha estado llevando a cabo desde 2021, precisamente con larguísimas interrupciones, iría para alguna parte que redundara en el bien del país. El chavismo no tuvo ningún gesto que indicara que estaba dispuesto a hacer concesiones que comprometieran su hegemonía y los privilegios derivados. Siempre fue obvio que en la mesa de diálogo estaba exigiendo todo a cambio de nada. Se les advirtió a los diligentes cazadores de buenas noticias una y otra vez pero, con su típica soberbia, se negaron a escuchar.

El augurio no solo fue ciego y sordo, sino irresponsable. Estos señores son los que, tal vez por glorias pasadas (y tal vez, también, por un deseo inconsciente e inconfesable de la audiencia por escuchar esos mensajes edulcorantes que justifican darle la espalda al sufrimiento del país), aparecen a menudo en foros empresariales para soltar sus verborreas melifluas sobre “entendimientos nacionales por encima de diferencias políticas”. Como si el problema fuera la polarización y no el autoritarismo del Gobierno y el egoísmo extremo de sus capitostes. Son también personas a las que nunca les falta un micrófono, puesto que, justamente porque no incomodan en Miraflores, son invitados frecuentes en medios audiovisuales a los que el chavismo permite seguir operando. Desde esos espacios le han estado vendiendo a los empresarios y a la opinión pública en general un porvenir más tranquilo, que no se está materializando. Más allá de lo político, pudieron haberles generado así una falsa sensación de seguridad que evitó que tomaran medidas que preparen sus actividades privadas para el chaparrón.

Ese es el gran vicio analítico del buenismo. Volvieron a subestimarlo todo. Subestimaron la falta de escrúpulos de la elite gobernante. Subestimaron su disposición a hundir el país con tal de seguir gozando de prebendas mezquinas. Subestimaron la corrupción y la rapacidad. No creo que aprendan la lección. Más bien insistirán en que el diálogo no funcionó porque “las partes no quieren ponerse de acuerdo”. Así, distribuyendo culpas por igual, como de costumbre. Mientras, todos pagaremos las consecuencias de una economía que sigue sin levantarse.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Opinión