En la aldea
05 octubre 2024

La transición pasa por el centro democrático

“No será nada fácil pasar de un régimen autoritario, opresivo y hegemónico como el actual a un sistema de libertades políticas y económicas, amparadas por el Estado de Derecho y el principio de la legalidad. De cara a 2024, debemos optar por una transición signada políticamente por el centrismo democrático, alejado de cualquier extremismo, con un liderazgo moderado y sobrio que no aliente más divisiones y venganzas. Podríamos repetir con Andrés Eloy Blanco: ‘Y maldito sea el hombre que intente fabricarlos de nuevo’”.

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Gehard Cartay Ramírez | 21 agosto 2023

La próxima transición política en Venezuela pasa necesariamente por el centro político democrático, si cabe la ubicación topográfica entre derecha e izquierda, tan de uso común como anacrónica. Creo que así ha sido en casi todas partes, y digo casi por aquello de que las excepciones confirman la regla. Porque lo lógico es que cualquier transición política debe estar alejada de los extremos, sean de derecha o de izquierda. Lo conducente, entonces, es que sea dirigida desde el centro político y democrático, muy distante de radicalismos obtusos, de sectarismos torvos y de todo tipo de fanatismos, de por sí estúpidos y enemigos de la inteligencia.

Solo así se puede coronar exitosamente un próximo proceso de transición, complejo y difícil como el venezolano. No será nada fácil pasar de un régimen autoritario, opresivo y hegemónico como el actual a un sistema de libertades políticas y económicas, amparadas por el Estado de Derecho y el principio de la legalidad. Tampoco será fácil superar la situación de ruina y de saqueo a que han sido sometidos los recursos del país, con sus empresas públicas quebradas e inservibles -comenzando por PDVSA-, y la debilidad ostensible que hoy caracteriza el aparato productivo que aún permanece en manos de particulares. Todas estas tareas exigirán un colosal esfuerzo y una cabal conducción política y económica, tolerante y flexible, a fin de garantizar que el país avance lo más que se pueda y en el menor tiempo posible.

“Tampoco será fácil superar la situación de ruina y de saqueo a que han sido sometidos los recursos del país, con sus empresas públicas quebradas e inservibles -comenzando por PDVSA-”

Ese proceso debe estar signado por una vocación proactiva, constructiva y propositiva, y no por afanes vengativos y negativos. Por supuesto que los culpables de la quiebra del país en estos 25 años tendrán que responder por sus actos depredadores y destructores, pero eso habrá que dejarlo en manos de un nuevo Poder Judicial, honesto e imparcial, que sustituya al actual. Sin embargo, la tarea central del próximo gobierno debe estar dirigida a sacar a Venezuela de este desastre y trabajar para mejorar las condiciones de vida de nuestros compatriotas, hoy envilecidas por la pobreza generalizada, el desempleo, la corrupción pública y la crisis de los servicios públicos.

Sería un error inexcusable volver a los discursos vengativos, revanchistas y de odio, como los de Hugo Chávez en 1998, que luego se tradujeron en destrucción, violencia y discriminación entre venezolanos de primera y venezolanos de segunda. “Y maldito sea el hombre que intente fabricarlos de nuevo…”, podríamos repetir con Andrés Eloy Blanco la célebre frase de su histórico discurso Al mar los grillos en nombre de la Patria, pronunciado en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, en febrero de 1936.

Frente a los resultados electorales de 2024, que con toda seguridad favorecerán al candidato unitario de la oposición democrática -sea quien sea-, hay que destacar ahora la transición operada en 1958, gracias al Pacto de Puntofijo, como un singular ejemplo a seguir, con las obvias salvedades de tiempo y espacio. Desde aquel momento y hasta 1998, durante 40 años, tanto la fugaz junta de gobierno presidida entonces por el vicealmirante Wolfgang Larrázabal, que sustituyó a la dictadura pérezjimenista, como los gobiernos posteriormente elegidos, se manejaron desde el centro político, sin incurrir en radicalismos de ningún tipo.

Fue así como se construyó un modelo democrático, basado en la moderación y el diálogo, a pesar de que, a principio de los años sesenta, la decisión del Partido Comunista de Venezuela y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria -un desprendimiento de AD en 1960- alzándose en armas contra la naciente democracia, trajo, como era natural, violentos enfrentamientos con saldo de numerosos muertos y heridos en los combates entre el Ejército Nacional y las guerrillas urbanas y rurales. Pero aquella aventura fue derrotada política y militarmente en pocos años, de la cual, por cierto, la izquierda radical aprendió la lección de su fracaso, y que luego la política de pacificación ejecutada en el primer gobierno del presidente Rafael Caldera (1969-1974) la incorporaría al debate democrático y electoral, conforme la Constitución de 1961.

Las tres décadas siguientes demostraron que la democracia podía ser un sistema inclusivo desde el punto de vista de la coexistencia de diversos partidos y tendencias ideológicas, aunque, por desgracia, esa inclusión no se produjo en los campos sociales y económicos; lo cual arrastraría a la experiencia civilista al funesto desenlace electoral de 1998, con la elección de un golpista de extrema izquierda como presidente. En ese momento preciso, el centro democrático dejó de conducir la República de Venezuela, sus instituciones y su economía.

Volviendo a nuestro complejo presente, estas experiencias históricas recientes -materia que, en general, ignora la casi totalidad de la actual dirigencia política opositora, para no hablar del analfabetismo que en esa materia exhiben los dirigentes del régimen- deben ser tenidas en cuenta de cara al futuro. Por supuesto que la realidad de ahora no es aquella de 1958. Podría decirse, sin rubor, que la dictadura perezjimenista no fue destructiva ni arruinó al país, como ahora. Hay ciertos logros suyos que, aunque exagerados por algunos exégetas, fueron sin duda positivos para el desarrollo de Venezuela, al lado de sus innegables desmanes, aunque nunca fatales como los del chavomadurismo.

Ahora, de cara a 2024, los venezolanos deberíamos aprender la lección de la historia contemporánea, tanto la que se produjo en los cuarenta años de la República Civil (1959-1998), como la de ahora, luego de un trágico cuarto de siglo de la mal llamada Revolución Bolivariana. Si no queremos repetir esta última fase, destructiva y decadente, debemos optar por una transición signada políticamente por el centrismo democrático, alejado de cualquier extremismo, con un liderazgo moderado y sobrio que no aliente más divisiones, venganzas y reservas entre nosotros, sino que, una vez llegado al poder, tenga la suficiente inteligencia, capacidad y habilidad para garantizar su acceso al mismo, conservarlo a salvo de golpistas y aventureros, y ejercerlo conforme los derechos y deberes constitucionales, a fin de ejecutar un difícil programa de salvación nacional.


@gehardcartay

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