El caso es que mis recuerdos de cuando en Venezuela había un régimen democrático me llevan a pensar que en esos lejanos tiempos la discusión y enfrentamiento en lo político eran asuntos mucho más complicados que los de hoy, pero de eso hace más de 25 años y la memoria puede fallarme. Me vienen los fragmentos de largas conversaciones nocturnas y sostenidas argumentaciones más o menos confusas, acompañadas generalmente de alguna bebida alcohólica, en las que se pretendía explicar las ideas, aclararlas y confrontarlas, aunque no siempre se lograra. Todo esto me parece que si ocurrió fue tema de otra película.
En esta que veo ahora a partir del lenguaje extremista y apocalíptico que instauró el chavismo todos, quien más quien menos, hemos ido cayendo en el negativismo (no discuto contigo porque no vale la pena) o en el simplismo (esto es lo bueno y esto lo malo), cuando no en la grosería intelectual (eres un fascista y tú un comunista). Sería injusto considerar que esto que describo es solamente la consecuencia de las maneras que nos dejó la revolución bolivariana porque coincide con un quiebre bastante extendido en el mundo, empezando por la cultura “woke” que supone ser la alerta contra la discriminación de cualquier signo y termina siendo una manera de ‘cancelar’ a todo aquel o aquello que no nos gusta, una manera de buscar a las brujas que se quieren quemar y se queman porque siempre se encuentra alguna.
Si se observa el lenguaje de las redes sociales surge una pregunta: ¿Es así como la mayoría de los usuarios se expresa?, que nos remite a otra, y si es así, ¿quiere decirse que es la representación de la expresión del común de la gente? No quiero señalar si es un lenguaje culto, incorrecto o cualquier otro calificativo similar, pienso en la mentalidad que se refleja en las palabras, porque aquello que decimos es también lo que pensamos, lo sepamos o no. Y si así pensamos el asunto es digno de reflexión. Lo primero que se advierte es el pensamiento dualista, es decir, lo bueno y lo malo, lo viejo y lo nuevo, lo que se ama y se odia, lo valioso y lo despreciable, y por allí podemos seguir un camino interminable de antónimos.
Es, sin duda, una manera más sencilla de pensar y de hablar porque al introducir los matices del pensamiento plural todo se vuelve más exigente. Si me preguntan por un escritor y contesto que es malísimo o que es un grande, ya está resuelta la respuesta y todos quedamos contentos. Si me extiendo en detallar lo que me gusta, lo que me parece valioso o novedoso en contraste con algunas fallas que puedo apreciar, pierdo el tiempo porque ya mi interlocutor dejó hace rato de escucharme. En ese sentido el pensamiento dualista se adapta muy bien a los micro textos de las redes sociales que demandan velocidad. Matizar en un tuit, por ejemplo, es muy difícil.
Esta modalidad maniquea del discurso se aplica a casi todo, lo que no constituye en sí un problema grave sino una manera de abreviar la comunicación; pero empieza a serlo cuando se extiende a las personas, los países, las ideologías, la política, y un sinfín de circunstancias que simplificadas se convierten en discursos de alta peligrosidad. Algunos ejemplos: la izquierda es bondadosa y justa; la derecha es maligna y atrasada (o al revés). Los ricos son malos; los pobres son buenos (o viceversa). Quien no es de izquierda es fascista; los fascistas son los enemigos de la diversidad (sexual o cualquier otra). Por cierto, la ideología fascista, así como la nazi son bastante más complicadas que eso, pero explicarlas es muy largo y más fácil es calificar de fascistas y nazis a todos aquellos que no me gustan o con los que no concordamos; o de comunistas a los que apoyan la salud y la educación públicas.
Explicar la democracia tampoco es tan fácil, como no lo es distinguir lo que se entiende por pensamiento liberal en Norteamérica o en Europa, por dar un ejemplo. Así llamando progresista a lo que es democrático y fascista a lo que es liberal, nos ahorramos un montón de tiempo, que no le sobra a nadie. Nos ahorramos también la claridad en ideologías políticas que no es fácil de adquirir, pero que si se hace un esfuercito puede mejorarse.
Siguiendo al poeta Rafael Cadenas, que cada palabra lleve lo que dice.