Decía Descartes que los animales no tienen mente o alma inmortal, lo que los distingue de los humanos. Precisamente, el único animal consciente es el “animal político” de Aristóteles. El humano mismo. Y si se dedica a la política como oficio, pues aquella “inmortalidad” por lo visto se fortalece. Perdónenme la divagación. Quise comenzar este artículo con el postulado de que “en política no hay muertos”, pero sin incurrir en un lugar común aburrido. En fin, se pueden invocar varios ejemplos en respaldo de tal afirmación. En Venezuela, uno de ellos ha sido Manuel Rosales. Luego de haber sido alcalde de Maracaibo, gobernador de Zulia, candidato presidencial, desterrado y preso político, parecía que la carrera política del fundador de Un Nuevo Tiempo (UNT) llegó a su fin con su derrota en 2017 en las elecciones repetidas para el Palacio de los Cóndores, luego de que la oposición hubiera ganado ese mismo despacho de la mano de otro dirigente local que se negó a asumir el cargo ante la exigencia de someterse al chavismo primero (Juan Pablo Guanipa).
Pero ahora Rosales es gobernador del Zulia otra vez. De hecho, para algunos ciudadanos, dentro y fuera del estado, se erigió como una suerte de héroe épico cuando venció, con un notable margen de 17 puntos porcentuales, al chavista Omar Prieto en la última contienda regional. Sin embargo, cualquier renovado prestigio del que haya podido gozar como dirigente opositor rápidamente se redujo a los resquicios “pro sistema” más recalcitrantes. Es decir, a aquellos sectores de la opinión pública que insisten en que solo se puede y se debe intentar desplazar al chavismo del poder mediante el voto, sin importar lo viciado que esté el sistema electoral, y el diálogo con el Gobierno, ejerciendo sobre el mismo poca o nula presión para que haga concesiones. Un grupo que pudiera ser franca minoría, si están en lo correcto las encuestas de intención de voto tan favorables al polo opuesto, encarnado en María Corina Machado. En cambio, para muchos de quienes ven una actitud más retadora como indispensable, Rosales pasa por un “traidor” o “vendido”.
El propio gobernador es consciente de ello. En declaraciones recientes, rechazó las críticas “en redes sociales” (curiosa tendencia la de los dirigentes opositores venezolanos a actuar como si solo en Twitter les dirigen quejas y reproches) a sus posiciones sobre cómo lidiar con el chavismo. Posturas que entonces reafirmó, entre otras cosas, instando a que sean removidas las sanciones internacionales, a pesar de que ellas son el único medio con el que la oposición cuenta en este momento para evitar que solo el chavismo salga beneficiado de cualquier diálogo. Nicolás Maduro no tardó en hacer acuse de recibo de esas declaraciones, por las que aplaudió a Rosales. No es la primera vez que lo hace. Ningún otro dirigente opositor, o que diga ser opositor, a ese nivel recibe igual tratamiento.
Al mismo tiempo, Rosales evita criticar a la elite chavista y más bien hace gala de su entera disposición a colaborar con ella. Para esto se vale del pretexto de que “es necesario solucionar los problemas del país, por encima de las diferencias políticas”. Como si la relación entre chavismo y oposición fuera la de adversarios en una democracia, y no la de un opresor y un oprimido. Un claro ejemplo es su participación en los actos, junto con Maduro, relacionados con el saneamiento del Lago de Maracaibo que el Gobierno central supuestamente puso en marcha. Algo de lo que también se vio en la necesidad de justificar con declaraciones públicas, ante la oleada de repudio. Por otro lado, defensores no le faltan, ya que algunos ciudadanos están convencidos (o dicen estar convencidos), de que esa es la mejor forma de hacer “oposición”, para evitar que los ocupantes de Miraflores se enfurezcan y tomen sus típicas represalias. En otras palabras, el apaciguamiento como ethos.
Hay un argumento de que todos estos, si se quiere, sacrificios morales valen la pena porque permiten a los políticos ajenos al PSUV y sus socios menores del Gran Polo Patriótico hacer política “de verdad”. Cualquier plan alternativo, dicen, condena a quienes lo sigan a la inhabilitación o, peor, al exilio o la cárcel. De esa forma, sigue el planteamiento, es posible ocupar las instituciones del Estado y, a diferencia del chavismo, ponerlas al servicio del bienestar colectivo, lo que a su vez capta apoyo comicial para la oposición. Como gobernador, al menos nominalmente opuesto al chavismo, del estado más poblado del país, y al que, a diferencia de sus predecesores, no le impusieron un “protector” que usurpe sus funciones, Rosales sería el modelo de esta estrategia.
No quiero dedicar mayor atención a la conclusión específica sobre la ganancia de respaldo con miras a una elección presidencial. Al estrellarse con la falta de democracia en Venezuela y la disposición del chavismo a desconocer cualquier deseo adverso de la mayoría de los ciudadanos, es la más débil de las conjeturas en cuestión. ¿Pero qué hay de la conveniencia de un gobernador sin carnet del PSUV, pero que Miraflores tolere y que presuntamente hará un mejor trabajo que su equivalente chavista? Esta tesis, parte de la adaptación disfrazada de oposición y de la renuncia a aspiraciones de democracia y Estado de Derecho a cambio de una mejora material en la calidad de vida, también cojea.
Para empezar, la asignación de recursos a los estados mediante el situado constitucional, indispensable para una gestión decente en este país híper centralista, sigue siendo paupérrima. Cualquier recolección autónoma de fondos se verá ahora obstaculizada por la nueva Ley de Coordinación y Armonización Tributaria. En segundo lugar, si bien al Zulia no le encasquetaron un “protector”, Miraflores de todas formas quitó competencias a la gobernación tan pronto como Rosales la asumió. Notablemente, le arrebataron el control de puertos y aeropuertos del estado, así como el Puente Rafael Urdaneta, máximo símbolo de la identidad zuliana, junto con el relámpago del Catatumbo. La carta de buena conducta que el chavismo le ha dado a Rosales, en casi dos años de gestión, no ha bastado para que le devuelvan estas funciones.
Creo que entre sus paisanos hay claridad sobre la falta de poder real de la que padece el gobernador. Su relación con el empresariado local y nacional parece ser cordial. Hasta fue orador de orden, este julio, en la Septuagésima Novena Asamblea Anual de Fedecámaras, que se celebró en el Teatro Baralt de Maracaibo (vale decir que la más grande asociación patronal del país está en perfecta sintonía con Rosales en cuanto al discurso anti sanciones y otras formas de adaptación al sistema político chavista). Pero en una entrevista reciente para Unión Radio, el presidente del capítulo zuliano de Fedecámaras, Alex Balza, enumeró entre los problemas que aquejan al empresariado regional las invasiones, las extorsiones por delincuentes y los apagones; y cuando dijo con qué autoridades se han reunido para pedir soluciones, mencionó al Ministerio de Comercio y al “sector militar”. No al señor gobernador.
¿Qué busca entonces Rosales? Es evidente que uno de sus objetivos es mantenerse en buenos términos con el chavismo. Pero, ¿para qué, si a todas luces es una maniobra impopular? Un hipotético propósito coyuntural es que, si la primaria opositora es dinamitada o el ganador es un inhabilitado al que la oposición no logra que le levanten el veto, Rosales pretenda terminar siendo el retador unitario del chavismo en los comicios presidenciales. Una meta más estructural sería que, al haber arrimado el mingo cerca de Miraflores más temprano que los demás, goce de ventajas entre los políticos que se identifiquen como oposición sin oponerse realmente. Puede que incluso, como jugador en tal sentido privilegiado, quiera ser un guía y seleccionador de quienes deseen seguirle los pasos en la adaptación al statu quo. Estas dos posibilidades, la ad hoc y la de largo plazo, no son excluyentes. Al contrario, la segunda puede abarcar la primera. Hacia ambas puede apuntar la alianza con Rosales que Henrique Capriles, otro miembro connotado de la oposición pro sistema, fue a buscar en Maracaibo. Más temprano que tarde se verá cuáles son los compromisos definitivos del veterano dirigente zuliano que se niega a ser un cadáver político.