¿Qué tienen en común el periodista Luis García Mora, el cineasta César Bolívar y el dramaturgo Román Chalbaud? Que los tres trabajaron en Radio Caracas Televisión (RCTV) en los tiempos en que Radio Caracas Televisión era un signo de la modernidad venezolana. ¿O acaso sus telenovelas firmadas por notables dramaturgos o narradores no marcaron época?, ¿y los programas culturales de Lorenzo Batallán, y los espacios de noticias donde se documentaron los casos políticos y policiales que también marcaron a este país?
Dice Luis García Mora que Román Chalbaud, desde el principio de su quehacer en el teatro y en el cine, respetó sus propias ideas. Y que sus ideas eran eso, esencia social y socialista. Nada extraño, pues, que se haya dejado encandilar por el fenómeno Hugo Chávez. «Cuando llega Chávez, él, como muchos poetas, como otros artistas, queda encandilado». Luis García Mora habla mientras se toma un café con leche servido por una maracucha en una cafetería de la calle Conde de Peñalver, en Madrid: «Como cuando llegó Fidel al poder en Cuba. Encandilados por aquel viejo sueño de tomar el cielo por asalto. No te olvides que el pensamiento de izquierdas viene marcado como una pasión, un sentimiento: eso alimentó en Román una confusión, porque él no era un político. Era un hombre de imágenes».
César Bolívar, por su parte, no le pone título a la actitud de Chalbaud ni añade calificativo sobre su talante que no sea, por ejemplo, «afable». ¿Por qué? Simplemente porque Román Chalbaud fue su mentor, su amigo, su socio, la persona en cuyo ámbito de trabajo saltó de ser camarógrafo de televisión a dirigir la fotografía de una película, con lo cual comenzó a entrenarse como cineasta para los diez films que haría poco más tarde, por su propia cuenta. Con Chalbaud, Bolívar se ocupó de toda la parte técnica de El pez que fuma (1977), una de las más exitosas películas que hicieron juntos y uno de los films más significativos de la segunda mitad del siglo XX en Venezuela. Detrás de todo estaban Miguel Ángel Landa como productor de la compañía que habían armado, Gente de Cine, y José Ignacio Cabrujas trabajando en el libreto al lado de Chalbaud. El pez que fuma completaba la trilogía de las obras de teatro de Chalbaud llevadas en esos años al cine con más entusiasmo que recursos. Señalaron una manera de observar la ciudad y sus entresijos, desde el costumbrismo y la crónica. Antes de El pez se habían estrenado La quema de Judas (1974) y Sagrado y obsceno (1976).
César Bolívar habla desde algún lugar de Georgia, en Estados Unidos. Recuerda que sus primeras informaciones sobre el trabajo de Chalbaud le llegaron por la prensa escrita, en algún suplemento dominical. Vio en un cine de Catia (Bolívar vivía en Gato Negro junto con sus ocho hermanos) las dos primeras películas que lo acercaron a Chalbaud: Caín adolescente (1959) y Cuentos para mayores (1965). Todavía no existía Foncine, la entidad estatal que luego promovería el cine nacional. Dice Bolívar que Chalbaud hizo esas películas en cooperativa: «Era muy amigo de Abigail Rojas, que era el fotógrafo de la época; al lado de Rojas, Clemente de la Cerda y de otros técnicos de la época, entonces, reunió a un grupo de gente, actores de teatro más que todo, y lograron hacer esas dos películas. Se filmaba solamente los fines de semana. No tenían capital. El cine era totalmente primitivo… Creo que eran héroes. Gente que sacrificaba su tiempo y empeñaba sus conocimientos, inspirados por antecedentes como Amábilis Cordero, Margot Benacerraf o el mismo Rómulo Gallegos, que había hecho de guionista».
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Sí, claro que lo de El pez que fuma fue toda una experiencia. Era el nombre del burdel donde se desataban los celos en la ficción, realmente era el burdel del Barrio La Pedrera, sector Montesano de La Guaira, al final de una subida conectada con la Carretera Vieja. Allí reinó durante décadas, de verdad, la meretriz Petra Montoya, la bienhechora de los alrededores. «Visitamos el sitio para hablar con la propietaria, Petrica Montoya», cuenta Bolívar, «y Petrica Montoya, muy colaboradora, nos puso a la orden el prostíbulo. Era un negocio bien interesante; pero a nosotros lo que nos interesaba era hacer la película. De modo que no solo los actores de la película sino las mismas prostitutas se entusiasmaron y se encargaron de darle vida a El pez que fuma. Imagínate, filmábamos solamente después que cerraba el prostíbulo, y cerraba a las cinco de la mañana. A las seis llegábamos nosotros los técnicos y armábamos las locaciones según la agenda de trabajo. La gente del prostíbulo se iba a dormir y nosotros a filmar la película. Fueron muchas noches de desvelo, pero de alguna manera el entusiasmo y la alegría del prostíbulo se contagiaban y los técnicos se quedaban como clientes».
La historia y la aventura que unen a Chalbaud y Bolívar resultará más larga y frondosa de lo que cabe aquí. Pilar Romero, una profesora de Castellano y Literatura que se dedicó a la actuación, se juntó con César Bolívar mientras trabajaban en El pez. De la unión nació un niño que hoy debe tener poco más de 40 años, César Román. No en balde lleva ese nombre.
Luego de lo relatado, en cuanto a cine -pues también trabajaban juntos en RCTV haciendo miniseries, telenovelas o unitarios-, Chalbaud le compraría los derechos al comisario Fermín Mármol León sobre su libro 4 crímenes, 4 poderes para hacer las películas Cangrejo I y Cangrejo II aunque ya allí, en esa encrucijada, César Bolívar tomó rumbo aparte para desarrollar su propia filmografía. Se estrenará con Juan Topocho.
-¿Cómo era Román Chalbaud?
-Fue un director muy afable, tenía mucho carácter en lo profesional pero siempre fue un tipo muy cálido, muy amigo de los actores y de todo el mundo. El logro de él fue reunir a todos esos talentos y emocionarlos en el arte de la cinematografía.
La última vez lo vio en La Villa del Cine, donde ambos daban clases. Fue un día en que Chalbaud lo invitó a almorzar en su penthouse de San Bernardino. Allí Bolívar le compró algo, pero acaso sea mejor parar el relato en este punto.
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En un libro que le editó el Inciba o Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes a Leonardo Azparren Giménez en 1967, aparece Román Chalbaud como el dramaturgo más afortunado del teatro venezolano en su unidad director-autor. Dice Azparren que es la primera figura controversial, polémica y audaz de la dramaturgia vernácula, aun cuando matiza al agregar que «quizás en otras circunstancias no hubiese corrido con tal privilegio» Sus obras listadas hasta ese año son Los adolescentes, Muros horizontales, Caín adolescente, Réquiem por un eclipse, Cantata por Chirinos, Sagrado y obsceno, Café y orquídeas, Triángulo (conjuntamente con Chocrón y Cabrujas), La quema de Judas, Días de poder (en colaboración con Cabrujas) y Los ángeles terribles. Coloca Azparren a Chalbaud al lado de Nicolás Curiel y Horacio Peterson, y luego junto a los compañeros de viaje José Ignacio Cabrujas e Isaac Chocrón, dentro de los «nuevos dramaturgos».
Por ahí vi en las redes críticas acerbas a Chalbaud por haberse entregado al chavismo, traicionando todo lo que el país le había dado durante la Cuarta República, que fue bastante. También, alguien volvió a publicar aquella nota de Teodoro Petkoff donde lo insulta por chavista, por haber dicho lo que Petkoff consideraba una cochina mentira en cuanto al régimen de la democracia representativa. Teodoro estaba algo exaltado, llega a llamarlo «rata». Sí, desde luego, como dice Luis García Mora, Chalbaud se encandiló con el golpista de Sabaneta.
Pero debo agregar algo: vi Sagrado y obsceno mucho tiempo después de su estreno en salas comerciales. La vi en la Cinemateca, que siempre fue un lugar fantástico, al menos antes de la era chavista. No recuerdo bien la anécdota de la película pero sí recuerdo perfectamente la fila de personajes en el corredor de una pensión caraqueña esperando turno para entrar al baño. Entre esos personajes había alguno que podía reconocer como actor ya que lo había visto en alguna telenovela o programa cómico. Sin embargo, reconocí a todos los de la fila por igual pues recién había venido con ellos en el autobús que me trajo a Plaza Morelos. Solo era cuestión de darse cuenta. Eran ellos, muy cercanos, muy nuestros.
Fue Chalbaud quien los puso allí para que el espectador los reconociera, con esos gestos reconocibles, visibilizarlos con ese gesto patético del que tiene el alma y el pudor menguados de quien se sabe perdedor, pero disimula. Se conforma, acepta su destino sin perder demasiado el decoro. Chalbaud me los puso enfrente. Formaban parte de mi misma ciudad, la de las calles de lluvia y los cuartos de pensión.
Vayan y hablen mal de Chalbaud si quieren, y eso les oxigena la cabeza. Pero a mí que no me llamen para eso.
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@sdelanuez
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