A pocos días de la fecha pautada para la realización de la elección primaria, María Corina Machado destaca en todos los sondeos y concentra las preferencias del electorado, especialmente de aquellos sectores que se muestran más inclinados a votar en tales comicios. Así lo reconocen los demás candidatos, al punto de que varios de ellos han decidido retirarse de la contienda. Mientras tanto, amplios sectores del “país político” revelan su estupor ante las preferencias que perfila el “país nacional”. El meteórico ascenso de Machado durante el año 2023 no sólo no fue previsto por los analistas que más resuenan en los -profusamente censurados, dicho sea de paso- medios de comunicación nacional, sino que además desmintió a quienes le ponían un “techo” que supuestamente le impediría competir por la victoria. Y a pesar de que casi todos los estudios de opinión mostraban que existía un nicho aprovechable por un eventual outsider, pocos imaginaban que pudiera ser Machado quien tomara ventaja de dicha oportunidad.
Una figura incómoda
La raíz de este estupor hay que buscarla, quizás, en las diferencias que existen entre lo que Machado representa para ciertos sectores de ese “país político” y lo que ve en ella una parte muy importante del “país nacional”. Evidentemente, la fundadora de Vente Venezuela representa un problema para quienes sostienen que la normalización de las relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro son la vía hacia el cambio político, en vez de constituir la clave para la estabilización de su régimen autoritario. En tal sentido, ríos de tinta han corrido para presentarla como la abanderada de un extremismo ultraderechista que nos arrastra hacia una guerra civil.
Las esperanzas de cambio de los sectores que la adversan se han concentrado, por lo general, en la postulación de listas cerradas para competir en elecciones claramente sesgadas, así como en el desarrollo de negociaciones políticas que les permitan obtener progresivamente algunas ventajas liberalizadoras. Esta ruta -sostienen- permitiría una paulatina acumulación de fuerzas a través de gobernaciones, alcaldías y escaños en la Asamblea Nacional. Y aunque la posibilidad de cambio para 2024 sería más bien exigua, las condiciones para un cambio democratizador sostenible serían mucho mejores y estables de cara a las siguientes elecciones presidenciales, en 2030.
Machado sería un obstáculo para esta agenda, un actor sin experiencia política que rompe la Unidad, dinamita los puentes con el chavismo, impide la reconciliación nacional, concentra sus apoyos en las clases más altas, aborrece la vía electoral, alimenta la antipolítica y apuesta siempre por la violencia. Una descripción que, por cierto, no se aparta demasiado de la que también realiza el chavismo, ya que en parte obedece a la genuina percepción que tienen de Machado los sectores más recalcitrantes de la izquierda venezolana, tanto en el Gobierno como en la oposición. Pero que también -todo hay que decirlo- responde a un perfil construido deliberadamente por sus adversarios, los cuales se extienden a todo lo largo del espectro político y proliferan en aquellas instancias donde se fragua la opinión pública nacional.
Fisuras y riesgos de un relato
Sin embargo, y tal como ha señalado Aníbal Romero en su libro La sorpresa en la guerra y en la política (1992), con frecuencia los cambios abruptos en las correlaciones de poder se producen como resultado del autoengaño en el que incurren quienes en un principio controlan la situación. El problema que potencialmente representan estas caracterizaciones de Machado para aquellos sectores que las promueven no es sólo que les impiden incorporar en su análisis una parte crucial de la realidad, sino que además, en muchos casos, han terminado por creérselas por completo.
Examinemos algunos hechos que este tipo de descripciones han tendido a omitir, empezando por el tema electoral. Hace más de 20 años, Machado estuvo entre los fundadores y principales promotores de la organización Súmate, cuyo propósito fundamental ha sido contribuir a la transparencia de los procesos electorales en Venezuela. Machado respaldó también las candidaturas unitarias durante el largo período presidencial de Hugo Chávez, trabajando para ellas en los términos acordados entre las distintas fuerzas políticas de la oposición. Fue la diputada más votada para la Asamblea Nacional en 2010 y contribuyó significativamente en la victoria unitaria de diciembre de 2015, tras aportar elementos fundamentales en el diseño de la estrategia técnico-electoral. Más recientemente, fue también quien desde noviembre de 2021 propuso una consulta popular con el objetivo de dirimir el liderazgo de la oposición.
Sus discrepancias con la Unidad se relacionan con el rechazo a la línea política que tendió a predominar endicha plataforma tras las acciones abiertamente inconstitucionales que fue desarrollando el gobierno de Maduro. Así sucedió en la coyuntura 2013-2014, cuando rechazó la política de progresivo reconocimiento de la muy cuestionada victoria oficialista en las elecciones presidenciales de abril de 2013; en 2014, ante los sectores de la oposición que se oponían a la imposición de sanciones foráneas a los funcionarios chavistas que cometieron graves violaciones de los Derechos Humanos; o en 2017, cuando algunos sectores de la Unidad asistieron sin más a las elecciones regionales tras la brutal represión de las protestas de ese año, en medio del espurio proceso constituyente que por aquel entonces impulsaba el chavismo y con las peores condiciones electorales registradas hasta entonces. Machado asumió tales posiciones a pesar del elevado costo político que previsiblemente le reportarían durante los años subsiguientes.
Por otro lado, su pretendida vocación antipolítica no se condice con el hecho de que hace 11 años haya acometido la fundación de un partido político como Vente Venezuela, con el que además ha asumido -contraviniendo lo que le recomendaban los apóstoles de cierto tipo de pragmatismo- la difícil tarea de defender los postulados del liberalismo político en un país tradicionalmente socialista y rentista como Venezuela. Lejos de encarnar una tendencia ultraderechista (y tal como ha señalado Alonso Moleiro), su proyecto político ha intentado aglutinar al anárquico archipiélago de los liberales venezolanos en el corazón de un partido de masas, levantando una estructura orgánica y organizada para el desarrollo de un proyecto político nacional de centroderecha y de amplio espectro. Para acometer esta tarea, Machado lleva una década estableciendo contactos con organizaciones liberales, democristianas y conservadoras en todo Occidente.
A diferencia de lo que suele suceder en nuestro país, su partido ha nacido de abajo hacia arriba, en dictadura, como opción de lucha que surge precisamente cuando más se han estrechado las ventanas electorales, y careciendo del abrigo clientelar que suelen brindar gobernaciones o alcaldías. Por ende, su estructura se ha ido levantando poco a poco en todo el territorio nacional, sin concentrarse en algún estado en particular y asumiendo los costos derivados de la defensa de una propuesta que -dado la perspectiva socialista que impera en nuestro sistema político- resulta abiertamente anti-sistémica. Al contrario de lo que afirman sus críticos, Vente dista mucho de ser la opción favorita de las élites políticas, económicas e intelectuales del país, entre las cuales siempre se ha insistido en afirmar que el venezolano de a pie se niega a apoyar un proyecto político liberal.
A pesar de tales aseveraciones, diversos estudios sociológicos indican hoy más bien lo contrario: los venezolanos no creen ya que el Estado pueda abrirles las puertas del desarrollo y consideran que sólo podrán progresar con base en su propio trabajo. De este modo Machado, quien siempre propugnó la importancia de la soberanía, la seguridad, la propiedad privada, el emprendimiento y la promoción del libre mercado, y que nunca dejó de enfilar sus críticas contra el “Socialismo del Siglo XXI”, constata hoy cómo la gente no sólo la identifica con principios que son ahora explícitamente compartidos por casi toda la ciudadanía, sino que además le reconoce el valor que implica persistir en la defensa de principios que durante mucho tiempo parecían impopulares.
En este sentido, cabe señalar que si bien la asunción de grandes riesgos y costos políticos no necesariamente equivale a tener toda la razón o a ser capaz de ofrecer resultados (¿quién puede garantizar semejante cosa en política?), sí revela, en cambio, el compromiso personal con una serie de ideas y principios. Y esto, a fin de cuentas, es un requisito ineludible para ejercer un liderazgo político nacional, especialmente cuando se enfrentan circunstancias que entrañan graves peligros.
Las dificultades de liderar un cambio sistémico
Posiciones como ésta conllevan riesgos considerables que los actores mejor posicionados en un sistema por lo general prefieren evadir, propugnando en su lugar una política de mínimas fricciones. El riesgo mayor -según quienes esto defienden- sería la fricción en sí misma y no lo que la motiva; de ahí la prédica según la cual el reacomodo progresivo es factible y deseable. De ahí también que las críticas más vehementes por parte de estos sectores no suelan dirigirse contra el opresor que amenaza con el castigo arbitrario, sino más bien contra quien lo confronta abiertamente.
El riesgo inherente de estas posiciones -cuando son asumidas por una oposición genuina y no por los llamados “alacranes”- es que voluntaria o involuntariamente se termine tomando la resignación por tolerancia y la aquiescencia por virtud. Es, sin duda, una reacción humana y comprensible, y puede resultar incluso inevitable cuando de salvar lo más preciado se trata, pero no es posible asumirla sin sentir que hemos cedido frente a la coacción. Y en todo caso, distan mucho de lo que moralmente se espera del liderazgo político. A fin de cuentas, en contra de lo que parecen defender los detractores de la protesta, impera un sentido común de acuerdo con el cual el culpable de la represión, la tortura y el asesinato no es otro que quien reprime, tortura y asesina.
El liderazgo, por lo demás, no es un atributo permanente, sino una condición relacional y coyuntural. Cuando el foco de la acción política opositora se aleja de las más urgentes demandas populares para desplazarse hacia el entendimiento con los agentes del autoritarismo, y cuando todo ello sucede sin que la gente pueda elegir a sus líderes, el resultado es que las élites se desconectan de una población que, a diferencia de ellas, no puede negociar directamente con Miraflores para sobrellevar la Emergencia Humanitaria Compleja que aún aqueja a la enorme mayoría del país. Para estos sectores de la población el tiempo sí cuenta, y a menudo se plasma en el dilema entre emigrar o ver desvanecerse el futuro de sus hijos. Nada facilita más el ejercicio autocrático del poder que la renuncia de la población a la esperanza. Por eso, allí donde algunos sectores ven a una ciudadanía embelesada con cantos de sirena, otros perciben a una multitud que sólo está dispuesta a dar su voto de confianza a alguien que demuestre que se las juega todas por un cambio real. La popularidad del lema hasta el final deriva precisamente de esa percepción generalizada.
En el caso del proyecto político de Machado, y tal como hemos detallado aquí, dicha oferta no nació de la noche a la mañana. Obtiene su respaldo tras muchos años de mantenerse firme en la lucha por modificar un sistema político que cada vez más se demuestra estructuralmente afín al socialismo y al rentismo. Se trata de un desafío integral de carácter conceptual, doctrinal y programático que necesariamente pasa por levantar una organización política nacional -sin contar con ningún respaldo estatal- y por la formulación de un modelo de desarrollo basado en un Estado subsidiario. Y ciertamente implica que los actuales balances de poder se vean sacudidos.
En definitiva, María Corina Machado enfrenta la posibilidad de triunfar o fracasar, tal como le ocurre a todo aquel que decide pasar a la acción. La tarea que se ha planteado acometer es enorme y al tiempo le corresponde la última palabra. Pero lo cierto es que detrás de su actual ascenso hay una trayectoria política que se caracteriza por haber asumido siempre el reto de trabajar, en todos los planos, por un cambio sistémico y no por un reacomodo progresivo y parcial. La gente así se lo reconoce. Y no deja de resultar paradójico que dicho ascenso se deba mucho al empeño sistemático de sus detractores en negarle toda entidad y relevancia política.