Hay dirigentes opositores que parecen no haber captado la realidad política venezolana actual o, tal vez, sí la reconocen, pero entonces asumen una actitud muy cercana al cinismo.
Tres hechos son hoy más que evidentes y forman parte del realismo político que vive Venezuela: el primero está referido al mayoritario descontento y la rabia cada vez más extendida entre los venezolanos frente al régimen chavomadurista, luego de 25 años de incapacidad, corrupción, insensibilidad y saqueo que han conducido a Venezuela a su ruina actual en todos los niveles. El país está harto del chavomadurismo y decidido a echarlo del poder, otra realidad que el régimen difícilmente pueda cambiar. No hay forma de hacerlo, porque su agotamiento es general y anuncia su derrota, cuando se presente la oportunidad.
El segundo hecho incontrastable es que la oposición mayoritaria tiene ya en la calle la candidatura presidencial de María Corina Machado, quien luce como la indiscutible ganadora de las elecciones de 2024 frente a Nicolás Maduro o a quien sea el ungido por el chavomadurismo para enfrentarla. Podría decirse que, ante a esta realidad indiscutible, sólo caben dos actitudes: la de quienes la reconocen y la de aquellos que se niegan a hacerlo por obstinación, ceguera o mezquindad.
“Atrás deben quedar las discrepancias y diferencias sobre el tema candidatural. Lo procedente es asumir tal asunto como algo ya resuelto y no caer en la estrategia del régimen que pretende hacer creer lo contrario, aparte sus maniobras inconstitucionales contra Machado”
Y este es el tercer hecho a considerar: esa posición errática, antihistórica y divorciada del realismo político por parte de algunos sectores minoritarios -desconectados hace rato de las aspiraciones de las mayorías-, que insisten en plantear sus visiones y proyectos políticos personales a contracorriente de lo que hoy constituye un clarísimo respaldo a la candidatura presidencial elegida abrumadoramente en las primarias del pasado 22 de octubre.
Lo grave de estas actitudes, independientemente de la legitimidad de las aspiraciones y méritos de quienes las adoptan, es que no se compadecen con el deseo colectivo de cambio profundo de la casi totalidad de los venezolanos ante la dramática situación que sufrimos desde hace ya un cuarto de siglo. Esa sola razón es más que suficiente para exigirles a quienes aún no quieren reconocer la candidatura de María Corina que acepten la poderosa realidad que ella envuelve y, en consecuencia, se pongan a su lado en la lucha por sacar del poder a quienes ahora lo detentan y lo usurpan.
Lo cierto es que este asunto tiene hoy importancia, no porque tales actitudes puedan amenazar el triunfo de Machado en 2024, sino porque son pequeñas fisuras que pondrían de bulto la propaganda goebbeliana del régimen, vista la ineficacia que hoy muestran sus aliados “alacranes”, quienes no han podido erigirse tan siquiera en una opción que pueda, al menos, sabotear la victoria de la oposición mayoritaria en las venideras elecciones presidenciales.
Por lo demás, las posiciones que se vienen comentando son lamentables en virtud de que algunos de quienes las han asumido dieron en el pasado importantes contribuciones en la lucha por la democracia y contra el chavomadurismo, todo lo cual los hace merecedores de un justo reconocimiento. Por eso mismo, resulta absurdo que ahora, cuando estamos preparándonos para derrotar al régimen, haya quienes jueguen a la confusión y envíen señales equivocadas a aquellos que todavía los apoyan y respetan.
La verdad es que unos cuantos de ellos tuvieron la oportunidad de explicar y plantear sus proposiciones -tan respetables como irreales algunas, entre ellas la tesis del consenso- sin obtener apoyo suficiente. Otros postularon sus nombres como precandidatos, aunque luego terminaron retirándose, al darse cuenta del escaso respaldo que consiguieron. Y no faltaron los que apostaron por implosionar las primarias y descartarlas como mecanismo de escogencia del candidato unitario de la mayoría opositora, sin olvidar que hubo también quienes parecían estar en concordancia con el régimen en función de tal objetivo.
Resulta probable que algunas de esas tácticas pudieran ser legítimas dentro de una competencia democrática, donde se trata de vencer y cada candidato plantea su manera de lograrlo, dicho sea esto último sin mojigaterías de ningún tipo, pero sin obviar la ética que comporta la lucha democrática. Sin embargo -como todo hay que decirlo-, hubo actitudes que no estuvieron dentro de esas posibilidades, sino que parecían apuntar hacia el fracaso de la competencia en desarrollo, buscando otras vías que carecían de legitimidad.
Sin embargo, a estas alturas y cumplido el objetivo de las primarias, lo ideal sería que quienes aún persisten en tales posiciones se incorporen leal y plenamente a la campaña de María Corina Machado, y puedan aportar sus capacidades y luces para contribuir a derrotar al régimen. Desde luego que corresponde al comando de campaña de la candidata opositora invitarlos a incorporarse en un gesto de amplitud que beneficiaría sin duda a nuestra abanderada presidencial.
Atrás deben quedar las discrepancias y diferencias sobre el tema candidatural. Lo procedente es asumir tal asunto como algo ya resuelto y no caer en la estrategia del régimen que pretende hacer creer lo contrario, aparte sus maniobras inconstitucionales contra Machado. En este aspecto, resulta también prudente no hacerse eco de las insidias e intrigas del oficialismo. La candidatura de María Corina marcha “viento en popa y a toda vela” y si llegara a producirse alguna maniobra de baja ralea serán ella y los sectores opositores quienes decidirán ante cualquier eventualidad y en el momento correcto, y no antes.
Hacer suposiciones al respecto no es conveniente, sino todo lo contrario, es decir, favorece los intereses del régimen, los cuales, como bien sabemos, son contrarios a los intereses de los venezolanos.