No he visto que alguna modelo haya salido a quejarse. Mucho menos una de las “polarnormativas”, digamos, para tratar de ponerme a altura de los vocablos al uso… Y revisé bastante los comentarios que le dejaron a Anaís Duarte el primer y segundo día de su jugada en redes. Lo que sí he visto es a mucha gente entre los 40 y 60 años soltando un veneno que con todo y las porquerías que uno encuentra por ahí, no deja de sorprender.
Hay rabia. Intenciones de ofender. Hay indignación. Hay ganas de herir. Juicio y prejuicios. Altanería y prepotencia. Dosis de superioridad moral. Misoginia. Desprecio por la juventud. Y mucha, mucha estupidez.
Quisiera tener las herramientas académicas para intentar analizar cómo todo eso junto –y quién sabe qué más- dispara las conexiones sinápticas suficientes para que un proceso neuroquímico complejísimo termine en que –por ejemplo- un tipo casi calvo, mayor de 50 años, que intenta ocultar su inocultable panza bajo una camisa Columbia y que desde hace dos décadas usa talla 44 de pantalón, decida dejarle un mensaje a una joven de 26 años para intentar ofenderla o burlarse de ella porque es “gorda” y quiere modelar para Polar Pilsen.
Hermano, ven acá, ¿tú te has visto bien en un maldito espejo?
Hagamos de cuenta que el concepto “Chica Polar” opera como un estímulo para las neuronas de una señora de 45 pero que parece de 55 y que cada día lucha por embutir su sobrepeso en unas licras y un camisón di-vi-no. En cuestión de milisegundos, de ese lugar donde el cerebro almacena los recuerdos surgen imágenes de aquel calendario con mujeres en bikini que tanto hacía suspirar a su marido años atrás y al que ella misma no podía evitar echarle un ojo de vez en cuando.
Y se le activan la neocorteza, la subcorteza, las estructuras subcorticales, toda esa vaina que atesora en su cráneo… millones de neuronas involucradas y de su lóbulo frontal emerge la decisión de “voy a dejarle un mensaje a la carajita esa: las Chicas Polar no son gordas, ¿oíste?, no es por mala intención ni nada pero tú lo que tienes que hacer es una dieta para que te veas más saludable jajaja”.
Hay respuestas a ese estímulo que imagino menos complejas en términos de procesos mentales. Esos que resuelven y ordenan todo en función de categorías preestablecidas por otros: “esto es cosa de izquierda, esto es cosa de derecha”. Así la vida debe ser más sencilla porque uno no tiene que pensar en matices, ni en grises, ni en otras variables más allá del par de etiquetas aprendidas.
Ven que ya la empresa cervecera contactó a Anaís para hacer una campaña o algún tipo de formato publicitario y saltan: “Eso es la inclusión forzada. Yo no voy a tomar esa polarcita progre. Les va a ir mal, eso ya se ha visto. Eso es normalizar la obesidad. Después de esto lo que viene es una Chica Polar trans”.
Uno de los problemas de vivir así es que hay un miedo constante porque “lo otro” amenaza mis espacios, mis juicios de valor, mi comodidad de no tener que tomar en cuenta que las sociedades no sólo son más complejas, sino que evolucionan y que muchas cosas que damos por establecidas y “naturales” son convenciones sociales atadas a determinados momentos de la historia. Por ejemplo: ya no lanzamos a los recién nacidos albinos por un barranco –o al menos no lo hace la mayoría de la humanidad- porque entendimos que la imposibilidad de esos humanos para producir melanina no nos va a traer mala suerte en la aldea.
Volvamos al caso que nos ocupa para no empantanarnos en discusiones eternas… Es cierto que tenemos una idea fija de lo que debe ser una Chica Polar: un mujerón despampanante, toda risas, toda tetas, toda piernas, feliz en la playa con una polarcita en la mano (y ojo con esto: en la mano). Es una idea que desarrolló la marca, siguiendo el patrón tradicional generado por la industria de la publicidad de que la gente que está bien buena es la que sirve para promocionar productos. El patrón ha demostrado ser efectivo, no hay que darle muchas vueltas.
Pero, ¿es el único? No.
Uno de mis comentarios favoritos es el que asoma la posibilidad de que la mera existencia de Anaís Duarte como Chica Polar 2024 atenta contra la “polarnormatividad” de las Norelys, las Kemberling y las Aigil, con lo cual el calendario termine siendo ya no la ilusión del paraíso sino un reflejo de la realidad del día a día: esta chama se parece a mi prima, a mi esposa, a la que me cambió los dólares esta mañana… In-con-ce-bi-ble. ¿Dónde se ha visto que una Chica Polar sea gordita y que la Sirenita sea negra? Estos progre quieren cambiarlo todo.
En medio de la vorágine de su repentina fama local, entrevisté a Anaís para UB Magazine. Desde sus tiempos de universitaria, Anaís –como buena hija de su época- se ha dedicado a aprender y a trabajar con las redes sociales. Identificó su talento para el mercadeo digital. Ella dice que lleva al menos dos años coqueteándole a Polar Pilsen impulsada, primero, porque le gusta tomárselas bien frías –como a ti- y, segundo, porque quería hacer algo con la marca. Y ese camino lo encontró en proponerse como Chica Polar con una estrategia que fue evolucionando hasta el célebre video de su “casting” que explotó en Instagram y en tuiter, con tanto apoyo de otros usuarios que Polar no pudo sino aprovechar el momento para desarrollar un trabajo con la osada bebedora de cervezas.
Sin la más mínima prueba, por ahí hay quien está convencido de que se trata de una cosa pactada de antemano con la marca. Ella dice que no. Y aunque así fuera, ¿cuál es el problema? Yo sí creo que con las redes sociales se puede lograr ese tipo de cosas. ¿Ingenuo? Elijo serlo en este caso.
¿Por qué alguien debe sentirse amenazado por una Chica Polar como Anaís? ¿Por qué te va a molestar que ella haya conseguido su objetivo a punta de creatividad? ¿Qué diablos tiene eso que ver con feminismo, con progre, con la izquierda? ¿De dónde sacas la conclusión de que la publicidad con cuerpos perfectos se acaba aquí? ¿Por qué el gordo Canache sí, pero ella no?
¿Y si un día se les ocurre hacer los Chicos Polar qué vas a hacer? ¿Cortarte las venas?
Hay espacio para todos. Y si lo manejan bien, la campaña con Anaís puede resultar muy interesante. No es Oppenheimer en Los Álamos: es sólo pu-bli-ci-dad.
Lo malo de la nueva Chica Polar no es Anaís: es lo que hay en ciertas cabezas… Por suerte, da la impresión de que son más quienes la respaldan, apoyan y entienden, que quienes –anclados en prejuicios- decidieron ofenderse por semejante pendejada.