A tan solo 24 horas para el inicio de las postulaciones presidenciales, Nicolás Maduro hace estallar la idea de que en Venezuela habrá elecciones.
El anuncio de la detención de parte del círculo próximo a María Corina Machado, la líder nacional que recorre el país en olor de multitudes, expresa la debilidad de un régimen que solo se sostiene por la fuerza, la represión, la mentira y los fusiles.
No basta con inhabilitar sin proceso legal alguno a la ganadora de las primarias con una votación abrumadora. El régimen quiere extirpar de raíz todo fermento democrático en la sociedad venezolana. En las últimas horas ha ilegalizado partidos, inhabilitado más líderes políticos y encarcelado a activistas y dirigentes. Esas son las condiciones para organizar el mandato legal de concurrir a las urnas.
Tan solo en las últimas dos semanas, las autoridades han arrestado a 3 miembros de la campaña de Machado: el coordinador de Vente Venezuela en Barinas Emil Brandt, el coordinador nacional de organización de Vente Venezuela Henry Alviárez y la exdiputada Dignora Hernández. Este miércoles, el fiscal Tarek William Saab anunció 7 nuevas órdenes de captura contra cercanos a Machado, que incluyen a su jefa de campaña Magalli Meda, de quien se decía, podría sustituir a una inhabilitada Machado en el tarjetón electoral
La comunidad democrática internacional no puede llamarse a engaño: en Venezuela quien está fuera de la ruta electoral es Nicolás Maduro, entregado a los mandatos de La Habana, que tiene una tabla de salvación en el expolio de los recursos nacionales para mantener una dictadura de seis décadas y media. El pueblo cubano, al igual que el venezolano, reclama lo mismo: comida, electricidad y libertad.
Hace apenas un par de días, Maduro reconoció desde su refugio del Palacio de Miraflores que su hermano mayor era Vladimir Putin y celebró la pantomima de elecciones realizadas en Rusia en la que solo compitieron candidatos afines al régimen y a quien pretendió oponerse se le negó el derecho a postularse. La receta es muy parecida, seguramente perfeccionada por los servicios de inteligencia cubanos, fundados con el nacimiento de la revolución castrista para aplastar todo vestigio de protesta, de rebeldía, de disconformidad. El resultado: miseria, exilio y desencanto profundo.
Esta “revolución bolivariana” no es heredera de nada. Ni de la proclama soberana e independiente del Libertador, ni tampoco del sueño de multitudes juveniles en América Latina que abrazaron en su día la causa de la justicia y la igualdad, la creación de un mundo nuevo donde el respeto del ser humano estuviera en el centro de la acción pública.
La saña del régimen de Maduro recuerda las tristes y dolorosas horas de las dictaduras militares que asolaron la región en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Y que se creían superadas para siempre. Maduro es el cabecilla de una banda especializada en desapariciones forzadas, en amañar juicios, en llenar las cárceles de venezolanos que luchan por la democracia y son sometidos a torturas y a tratos degradantes. Es una vergüenza para el país y para la decencia.
La desesperación es mala consejera. Maduro está acorralado y se sabe perdedor de las elecciones del 28J. Todos los estudios de opinión condenan una gestión que ha destruido el país, con la inflación más alta del mundo y que ha franquiciado la explotación de los recursos naturales de la nación a quien comparta el botín. No importa ni la vida humana, ni la vida de los ríos, las montañas y los bosques. Este desgobierno es un lastre sin fondo, sin razón y sin sustento alguno. Por eso arremete contra las fuerzas democráticas que promueven el cambio político en elecciones libres y limpias.
María Corina Machado en su mensaje al país del 17 de marzo definió con meridiana exactitud lo que estamos viviendo los venezolanos. “Son horas muy delicadas”, dijo, y no por ella, por su candidatura inhabilitada por las malas y las mañas, sino por el derecho de la gente a vivir en paz, mantener en casa a su familia y proveerse de los recursos necesarios para vivir. Porque Venezuela no fallezca ante tanta indolencia y desdén.
Lo que pretende el régimen es muy evidente: sacar a las fuerzas democráticas de la ruta electoral. Provocar un estallido social para justificar, entonces, su brutal represión y acusar de violentos a quienes se defienden y protesta. Esta no es su hora. El país está harto de la violencia, de las carencias de todo tipo y de un gobierno que tiene que salir del poder.
Sí es la hora en cambio, como ha dicho María Corina Machado, de la “serenidad y la firmeza”. Porque ha sido la “serenidad y la firmeza” la que permitió realizar las masivas primarias de la oposición de donde surgió un liderazgo legitimado con los votos y con un mensaje que llegó al corazón de los venezolanos de bien, de trabajo, de familia. Ha sido la “serenidad y la firmeza”, la sintonía con el sentir popular, lo que ha fortalecido y propagado el deseo de cambio por todo el país, de Barinas a Machiques, de Guayana a Caracas, de un lado y otro del país.
Si hay un atisbo de sensatez, el régimen de Maduro debe rectificar y negociar las condiciones para la celebración de elecciones libres y limpias que abran el paso a la transición democrática. Solo en democracia hay garantías para todos, ganadores y perdedores.
La ruta de la brutalidad, de la manipulación y de la mentira ya no mete miedo. Los venezolanos quieren votar y Maduro solo responde con violencia y represión. El mundo democrático debe hacer oír su voz, clara y contundente. La única conspiración se urde en el Palacio de Miraflores. La oposición debe persistir en la ruta ganadora, que es la vía electoral de todos los que aspiran a la transición democrática.