El manejo sesgado, opaco y autoritario del proceso electoral por parte del régimen chavista ha generado violaciones graves de la ley y principios democráticos. Solo considerando lo más grueso, se adelantó al mes de julio la fecha la realización de las elecciones, cercenaron el derecho al voto a unos cinco millones de venezolanos y le impidieron a María Corina Machado participar como candidata, no obstante haber sido elegida por casi tres millones de votantes en unas primarias.
Se imaginan, solo para contrastar, que el gobierno del presidente Luis Herrera, en 1983, hubiera ordenado el cierre del hotel Prado Río de Mérida, porque Jaime Lusinchi, entonces candidato opositor, se había hospedado en él. Semejante decisión habría alcanzado cotas de escándalo nacional y constituido un inconveniente tremendo para la campaña del candidato Rafael Caldera. Para Lusinchi habría sido de gran utilidad referirse a esa bajeza política en cada evento electoral y cobrar en votos el rédito de tal arbitrariedad. Ese mismo atropello, sin embargo, se ha cometido varias veces contra dueños de hoteles, restaurantes y cualquiera que preste sus servicios a MCM en sus giras por el interior de Venezuela.
La conducta antidemocrática del régimen de Maduro ha hecho que la oposición haya tenido que pasar apuros que no debieron presentarse. Las inhabilitaciones de MCM y de la doctora Corina Yoris fueron ejecutadas con el propósito de descarrilar la aspiración de derrotar al régimen. En un lapso muy corto, la oposición tuvo que encontrar un candidato que no solo fuese tolerado por el régimen sino, además, que esa misma tolerancia no lo destruyera puertas adentro, y apareció el nombre de Edmundo González Urrutia. La solución parecía obvia y fácil, pero no lo era. Esto demuestra que la capacidad de los opositores para adaptarse y superar obstáculos ha sido notable. Ahora cuenta con un candidato que no tiene techo electoral y cuyo caudal de apoyos crece a diario.
Esta es una campaña incierta donde cualquier cosa puede ocurrir. Una de ellas es que esa capacidad de abusar que tiene el gobierno pueda verse disminuida. Bien podría ocurrir que la movilización del electorado opositor sea de tal magnitud, tan arrolladora, que genere la energía necesaria para contener los arrebatos autoritarios del chavismo. Parece impensable, pero los cambios políticos suelen ocurrir de esa manera y nadie puede negar que Venezuela, después de un cuarto de siglo de destrucción, reclama un cambio de ciclo.
Los dos eventos de campaña del fin de semana pueden ser un indicio de que algo efectivamente se está moviendo. González y Machado estuvieron juntos en La Victoria, y Nicolás Maduro estuvo en Margarita. En el primer caso, a EGU y MCM los acompañaron dirigentes de todas las organizaciones opositoras, en una apretada piña unitaria. El candidato la sacó de jonrón con un discurso, muy oportuno y pertinente, que había sido esperado por tirios y troyanos. En La Victoria no había calle pa’ tanta gente. Miles de personas llegadas allí por sus propios medios, porque en la oposición parece que no hay plata ni para hacer una tarima, aunque también es verdad que los empresarios del ramo se niegan a prestar ese servicio porque temen ser sancionados.
Por su lado, “el otro candidato” se fue a Margarita y el resultado no pudo ser más frustrante para él y sus seguidores (definitivamente la isla no se le da). Pasó casi inadvertido. La mayoría de los margariteños, incluyendo a dirigentes chavistas, se enteraron de su visita por las redes. Algunos chavistas trataron de justificarlo aduciendo que el problema había sido que Diosdado Cabello, (¿otro “otro candidato”?) había estado en la isla el día anterior y los guerreros de las UBCH estaban cansados y confundidos.
En unos videos se vio a Maduro a bordo de un rústico rojo grande y nuevo, copado de guardaespaldas y seguido por muy pocos. En uno de ellos, pasa por una avenida a exceso de velocidad y se escucha que los pocos neoespartanos presentes no le gritaban vivas sino, además del clásico innombrable, uno muy margariteño: “Agua, agua… Pon el agua”. En otro, tomado al pasar por el El Guamache, población aledaña al aeropuerto, (la gira se hizo solo por el oeste de Margarita) había tan poca gente detrás de la carroza roja que se escucha nítidamente cuando una margariteña exclamó con pesar: “Pobrecito”.