La élite chavista nos odia. Llegaron al poder sobre los complejos, el resentimiento y el desprecio a la libertad, y así han gobernado durante un cuarto de siglo. Hoy, nos odian más. Nos odian porque ni con todo el dinero del mundo pudieron colonizar nuestras mentes. Nos odian porque resistimos aun cuando ello signifique arriesgar nuestras propias vidas. Nos odian porque trataron de acabar con la disidencia y lo que ocurrió fue el surgimiento de un liderazgo democrático, con rostro de mujer, que hoy es más icónico que la supuesta revolución chavista.
Nos odian porque los jóvenes que no han conocido la libertad quieren ser libres.
Nos odian porque nos organizamos y, a pesar del terror, fuimos a votar, defendimos los votos y hoy el mundo entero sabe que Edmundo González le sacó más de cuatro millones de votos a Nicolás Maduro; número que podría superar los ocho millones si los que estamos fuera del país hubiésemos podido votar. Y como estos bárbaros sin legitimidad, sin legalidad y sin gente pero con balas y saña nos odian, han profundizado lo único que tienen: la fuerza bruta traducida en torturas, secuestros, desapariciones forzadas, asesinatos y persecución. Quieren liquidar nuestras mentes, nuestras almas y si no es suficiente, nuestras vidas.
Este odio no es casual ni momentáneo; es sistemático y estructural. La élite chavista ha construido su poder sobre una base de división, utilizando el odio como herramienta política para mantener el control. Este odio es una confesión de su fracaso, una señal de que, a pesar de todo su poder, no han logrado lo que más temían: silenciar nuestras voces y apagar nuestra voluntad de luchar por la libertad.
Nos odian porque seguimos luchando por una Venezuela libre y democrática. Nos odian porque, a pesar de la censura, seguimos informando al mundo sobre las atrocidades que cometen. Nos odian porque el periodismo independiente sigue exponiendo su corrupción, sus crímenes y su incompetencia. Nos odian porque cada día más venezolanos, dentro y fuera del país, se unen en un clamor por la justicia y la democracia.
Nos odian porque cada marcha, cada protesta, cada grito de libertad es un recordatorio de que no han ganado. Nos odian porque, a pesar del exilio, seguimos conectados con nuestra patria, trabajando desde la diáspora para apoyar a los que están dentro. Nos odian porque nuestra resistencia es un testimonio vivo de que el espíritu de libertad no puede ser aplastado.
Nos odian porque no somos rehenes de su propaganda. Nos odian porque, a pesar de sus esfuerzos, no han podido borrar la verdad de nuestros corazones. Nos odian porque sabemos que, aunque nos persigan y nos intenten callar, la verdad siempre encuentra su camino. Nos odian porque, frente a su represión, respondemos con dignidad y valentía.
Pero precisamente por ello hay que lograr el cambio. No podemos no lograrlo porque la otra opción es que ellos, que nos odian, instalen el totalitarismo soviético donde nosotros, la inmensa mayoría, no somos personas sino rehenes canjeables o desechables.
Es nuestra responsabilidad continuar esta lucha. No podemos permitir que el odio sea la fuerza que determine nuestro futuro. La historia nos ha enseñado que la libertad y la justicia siempre prevalecen, aunque el camino sea largo y difícil. Debemos mantenernos firmes, unidos y valientes. Debemos seguir trabajando, informando, organizando y resistiendo. Porque cada acto de resistencia, cada voz que se levanta, cada voto que se defiende, nos acerca un paso más a la libertad.
La lucha no es fácil, pero es necesaria. Y aunque nos odien, nosotros no responderemos con odio. Responderemos con la firme convicción de que la verdad, la justicia y la libertad son nuestras armas más poderosas. Porque al final, el odio es el refugio de los débiles y la libertad es la fortaleza de los valientes.