Venezuela vive bajo una tiranía. Empiezo con esta obviedad porque, hasta hace nada, muchos se negaban a admitirlo. Algunos, cegados por ideologías rancias, otros por la abundancia que en su momento brindó la petrochequera y algunos más por razones que aún resultan incomprensibles. Durante años, sobre Venezuela se lanzaron eufemismos para disfrazar la brutalidad de un régimen que se instaló hace 25 años y que no ha hecho más que empeorar. Autocracia competitiva, mal gobierno, democracia débil, democracia antiliberal… todo un vocabulario diseñado para esquivar la realidad: la destrucción de una democracia desde sus entrañas, reemplazada por una tiranía sustentada en la mentira, el terror y el odio. Un odio profundo, dirigido contra nosotros, los venezolanos.
Hoy, tras la arrolladora victoria de Edmundo González Urrutia el pasado 28 de julio —una clara expresión del deseo de cambio y libertad del 90% de los venezolanos—, la respuesta del régimen ha sido profundizar el terrorismo de Estado. Incluso aquellos que alguna vez fueron aliados del chavismo (Petro, Lula, López Obrador, algunos partidos comunistas) no pueden ya ocultar la naturaleza antidemocrática de Venezuela. Ya no hay espacio para abrazar ni defender lo indefendible. Solo queda la condena, aunque sea tímida y tibia.
Y, sin embargo, después de tanto horror, de tanto daño, siguen habiendo silencios que son cómplices. Cómplices con la tortura, la persecución, la desaparición forzada, el secuestro, el control social delirante y la destrucción de una nación a manos de una mafia política. A esos silencios cómplices les quiero hablar.
UNICEF, Madres de Plaza de Mayo, ¿dónde están?
Señoras y señores, miembros del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en Venezuela hay una tiranía que secuestra y tortura niños y adolescentes. Lauriannys Cedeño de apenas 16 años de edad, quien fue detenida el 14 de agosto en su casa en Carúpano, estado Sucre, como parte de la soviética y criminal «operación tuntún». “Lau” había reenviado unos mensajes vía WhatsApp por el descontento ante los resultados de la elección presidencial y por esto, fue denunciada por Nilsa López de Mata, miembro de la UBCh y trabajadora de la alcaldía de Carúpano. Esta niña sufrió un colapso nervioso en el momento de su detención que le ocasionó daños cerebrales. Desde entonces, presenta convulsiones y ataques de pánico. Aunque fue trasladada de emergencia a un centro de salud, fue imputada por el delito de instigación al odio mientras recibía atención médica. Estuvo varios días en desaparición forzada. Todavía quedan decenas de menores de edad secuestrados por este régimen y su terrorismo de Estado. Hay que seguir presionando para que todos ellos sean liberados. ¿Tienen algo para decir? O, tal vez las madres y abuelas de Plaza de Mayo en Argentina, ¿tienen algo para decir?
ONU Mujeres y colectivos feministas, ¿hay “me too” para las venezolanas?
Señoras miembro de ONU Mujeres y demás colectivos feministas; en Venezuela hay una tiranía que ha secuestrado a más de 300 mujeres a quienes están torturando, violando y a sus hijos castigando (esto por hablar de lo ocurrido desde julio, pues tal barbarie pasa desde la llegada de Hugo Chávez al poder). Ahora mismo, mientras escribo esto o usted lo lee, esbirros y esbirras chavistas están sometiendo a las detenidas en el Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF) a las torturas y vejaciones más crueles que se pueden describir. Venezuela es el país de la región donde más se golpea a la mujer en toda forma posible. ¿Tienen algo para decir?
Greenpeace, defensores del medioambiente, ¿saben dónde queda el Arco Minero del Orinoco?
Señoras y señores, miembros de esa prestigiosa organización llamada Greenpeace, o ustedes, Mark Ruffalo, Greta Thunberg y tantos otros defensores del medioambiente; en Venezuela hay una tiranía que está cometiendo el ecocidio más grande, por lejos, de la región: el Arco Minero del Orinoco, donde además se violan flagrantemente los derechos humanos de los nativos de la zona. Esto por no mencionar los derrames petroleros constantes en las costas venezolanas que están destruyendo todo a su paso. ¿Tienen algo para decir?
Bergoglio y Sosa Abascal, ¿están viendo?
Y, aunque podría mencionar a muchos más, quisiera cerrar con casos realmente lamentables: Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco y Arturo Sosa Abascal, Superior general de la Compañía de Jesús, el “Papa negro”. Quiero cerrar con ellos porque su silencio es el más ensordecedor de todos. En el primer caso se trata de la máxima autoridad de la Iglesia católica callando frente a la crueldad en carne viva, y el segundo caso, el de una persona que, ocupando tan importante puesto, decida no ver, no escuchar y no hablar… sobre su propio país.
Documentos eclesiales, como la declaración de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) en Medellín (1968) y Puebla (1979), condenaron la violencia y las dictaduras militares que utilizaban la Doctrina de la Seguridad Nacional para legitimar su represión. La Iglesia defendió el derecho a la vida, la justicia social y la dignidad humana, en contraposición a las políticas represivas asociadas a estas estructuras. Ello fue ratificado en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano a la que el Santo Padre convocó a los Pastores.
Si es así, entonces, ¿por qué el silencio sobre Venezuela? ¿No sabrá Bergoglio, a quien la pobreza le preocupa tanto, que en Venezuela ocho de cada diez personas es pobre y ello ocurre por un diseño político? ¿No habrá vistos las cifras de los migrantes y refugiados expulsados de su país, separando a tantas familias? ¿No habrá visto las imágenes de las tanquetas pasando por encima a los manifestantes? ¿No habrá escuchado hablar de un hombre religioso, como Edmundo González, quien ganó unas elecciones buscando unir a un país roto pero que, sobre él, pesa una orden de captura de esbirros criminales? Y el señor Sosa Abascal, mi compatriota, ¿sabrá que son casi dos mil secuestrados en Venezuela y varios de ellos, niños? ¿Habrá leído sobre la “operación tuntún” y las amenazas contra los más pobres del país por el solo hecho de ser testigos electorales? ¿Tendrá a la mano el doloroso número de 25 asesinatos en apenas unas semanas? Y si saben todo eso, les pregunto, ¿tienen algo para decir?
El silencio no es neutral
Callar ante la injusticia es complicidad. Quienes prefieren no ver, no escuchar y no hablar sobre lo que ocurre en Venezuela, cargan sobre sus hombros el peso de la barbarie. Las torturas, las desapariciones, el hambre, el colapso de un país. Ante tanta crueldad, no basta con las palabras suaves ni con las condenas tímidas. Se requiere acción y compromiso, porque lo que se está destruyendo en Venezuela no es solo un país, sino la dignidad humana misma.
Esta lucha es y debe ser de todos quienes creemos en la democracia. No importa ideologías porque la barbarie es una oscuridad que arropa de derecha a izquierda.
Es hora de hablar, de romper los silencios. ¿Tienen algo que decir?