En la aldea
19 enero 2025

Reflexiones sobre una autopsia de un concierto

El chavismo le recordó a cada ciudadano su “justo lugar” en un orden por el cual la élite gobernante puede quitarles a las masas algo que desean mucho y que ellas no pueden hacer nada al respecto

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Alejandro Armas | 06 diciembre 2024

“Por causas ajenas a nuestra voluntad”. Esa fue la brevísima explicación que la empresa Cúsica brindó sobre la cancelación súbita de su festival de música. En un país con un sistema político decente, semejante vaguedad de seguro produciría una furia implacable hacia el emisor del mensaje. Pero esto es Venezuela. Nadie necesitó más explicaciones. Todos los interesados entendieron cuáles eran esas causas ajenas a la voluntad de Cúsica y por qué el comunicado se inhibió de detallarlas. Es el miedo al poder y a sus arbitrariedades. De hecho, aquel “por causas ajenas a nuestra voluntad” bien pudiera resumir todo el ejercicio del poder en Venezuela, desde el punto de vista de los ciudadanos. El poder no toma en cuenta la voluntad de la inmensa mayoría de la población. Las causas de su despliegue son ajenas a dicha voluntad. Más bien consisten en los deseos de un grupo muy pequeño de personas.

Volvamos al ejercicio de imaginación por el cual estamos en Dinamarca o Uruguay. Un festival de música, o la suspensión del mismo, no debería ser un acontecimiento que ponga a la gente a pensar en política. Al menos no de forma muy brusca. Si, en palabras de Althusser, el espectáculo fuera un aparato ideológico estatal más, su apelación al ciudadano común en la experiencia cotidiana debería ser sutil, recordándole al individuo el orden en el que vive sin que el poder fáctico detrás de ese orden salga a relucir en el pensamiento. Pero, de nuevo, esto es Venezuela. El poder no se ejerce de manera sutil. Más bien, su brutalidad es tal, que la apelación hace que todos piensen en el poder fáctico, aunque este no haya dado ninguna orden expresa. Nadie mandó públicamente a cancelar el Cúsica Fest… Y sin embargo, insisto, todos saben qué ocurrió.

Ahora bien, ¿cuáles serían las reflexiones que produjo la apelación? Pues, para empezar, que fue lanzada a la trituradora cualquier pretensión de una calidad de vida, no digamos lujosa, sino mínimamente satisfactoria para quienes en Venezuela se desliguen de la política o, cuanto menos, dejen de ver el cambio político como una necesidad apremiante. Cuando hablo de una política de la que pretendidamente hay que desligarse, no me refiero a militar en un partido opositor, organizar manifestaciones o lanzarse a un cargo de elección popular. Me refiero al papel cívico del venezolano común: participar en las referidas manifestaciones (pero no como convocante), informarse sobre la política o simplemente opinar sobre la situación del país de manera habitual y en tono crítico y autónomo.

La sugerencia del desligue es recurrente en la corriente de opinión que se identifica como “opositora” (aunque algunos de sus integrantes ahora parecen preferir que se les identifique como “analistas independientes” y hacen gala de una supuesta neutralidad cuyas costuras se ven de lejos) pero que abogan por formas de lidiar con el gobierno que no representan oposición real alguna. Precisamente porque tal “oposición” no hace nada efectivo, ni intenta hacerlo siquiera, y es garantía continuidad del statu quo, el argumento de que en Venezuela se vive más o menos bien, pase lo que pase con la política, y que por lo tanto no hay ninguna urgencia de cambio, resulta muy conveniente para esos señores. Los eventos recreativos que atraen a las masas son a su vez de ayuda para simular prosperidad y alegría generalizadas (una falacia, en realidad, pues es posible tener momentos de disfrute en medio de un estilo de vida paupérrimo). Los “radicales” de oposición quedarían así como ineptos desconectados de la realidad o, si participan en los eventos, como hipócritas y falsos.

Pues miren no más. El propio gobierno responsable de la vida en Venezuela que tanto les gusta edulcorar les puso la cosa mucho más difícil. Hizo un recordatorio a la sociedad del tipo de orden político en que se encuentra y que la evasión mediante el entretenimiento tiene límites considerables. Le recordó a cada ciudadano su “justo lugar” en un orden por el cual la élite gobernante puede quitarles a las masas algo que desean mucho y que ellas no pueden hacer nada al respecto. Ese es precisamente el propósito de un instrumento ideológico: que todo el mundo sepa el rol que le corresponde. El papel de aparato ideológico pudiera desempeñarse a regañadientes y en contra de la voluntad propia, como vendría siendo el caso de Cúsica. Nadie pierde tanto como ellos, por todo el capital depositado en el festival.

Llegamos así a la segunda reflexión: hacer negocios en Venezuela sigue siendo sumamente difícil. Pese a que el gobierno dejó de culpar a los empresarios por los males de la economía nacional, frenó las estatizaciones y retiró los controles más destructivos, el país a duras penas califica como entorno propicio para la inversión. No puede ser de otra forma sin Estado de Derecho. ¿Quién garantiza un retorno de lo invertido si por cualquier capricho suyo la elite gobernante interviene para impedir la operación? Un golpe lo suficientemente devastador puede, así, poner a una empresa en aprietos. Empleos pueden peligrar. 

Y sin embargo, me sorprendería si hubiera algún pronunciamiento público cuestionando la cancelación del Cúsica Fest por parte de los grandes gremios patronales. Esos mismos que aducen ser “políticamente neutros” porque “anteponen la salud del sector privado a cualquier diatriba política”, pero que cada cierto tiempo opinan sobre política, con algún mensaje favorable a la narrativa propagandística oficialista. No es casual que sus líneas argumentales sean muy parecidas a las de los comentaristas políticos referidos en los párrafos anteriores y que a menudo los unos acudan en defensa de los otros ante las críticas en la opinión pública.

La tercera reflexión destaca algo que debió quedar claro para todo el mundo en las elecciones del 28 de julio, pero que vale remarcar de nuevo porque hay personas (cada vez menos, por suerte) empeñadas en pontificar lo contrario. A saber, que a la élite gobernante ya le importa muy poco, por no decir nada, si cuenta o no con el respaldo de las masas. Es obvio que la cancelación del Cúsica Fest es un hecho absolutamente impopular, sobre todo entre la juventud que compone el grueso de la asistencia a ese tipo de eventos y que, al tener la mayor cantidad de años de vida por delante, debería ser un segmento demográfico cuya captación es de especial interés para cualquier parcialidad política. 

«Todo aquel que estuviera activo en el Twitter venezolano la noche del anuncio pudo sentir la mezcla de rabia y tristeza. Y, de nuevo, todos sabían qué pasó»

Póngase en el lugar de uno de esos jóvenes. Como la inmensa mayoría de los jóvenes a lo largo y ancho del mundo, tienen empleos de poca jerarquía y por lo tanto con salarios relativamente bajos. Agregue las condiciones infernales de la economía venezolana y el resultante poder adquisitivo sepultado en el subsuelo, que se traduce, entre otras cosas, en una gran dificultad para los jóvenes a la hora de comprar un carro o alquilar un apartamento para vivir por primera vez fuera del hogar familiar. Luego está la ansiedad producida por las fallas constantes en los servicios públicos, sobre todo si se vive fuera de Caracas. Por último, el estrés y el miedo que genera la situación política del país, agravada considerablemente tras el 28 de julio. El resultado es un cóctel putrefacto de mala calidad de vida. Ah, pero ahí estaba el Cúsica Fest, para olvidar todos esos problemas y alcanzar el éxtasis del gozo, aunque fuera solo por unas horas. Con muchísimo ahorro y sacrificio, comprar entradas era posible. Muchos lo hicieron. Pero cuando solo faltaban unos días para el festival, con las expectativas al máximo, resulta que… 

No. No habrá festival. Otra cucharada más del cóctel, más nauseabundo que nunca. Todo aquel que estuviera activo en el Twitter venezolano la noche del anuncio pudo sentir la mezcla de rabia y tristeza. Y, de nuevo, todos sabían qué pasó. Estoy segurísimo de que en la élite gobernante saben que los dolientes del festival saben qué pasó. No les importa. Dijeron que si eso los hace aun más impopulares, pues que así sea. Al político que no le importa su popularidad, tampoco le importa su desempeño electoral, lo que significa que de los próximos comicios solo cabe esperar repeticiones del 28 de julio, mientras se mantenga el presente sistema político.

Finalmente, la cuarta y última reflexión, que es también la más tétrica. A pocos días de los comicios, viendo las secuelas que empezaban a desarrollarse, advertí que Venezuela estaba entrando a una nueva etapa, con mayores peligros que los que había antes, lo cual es mucho decir. Tanto las acciones como el discurso de la élite gobernante se han vuelto bastante más punitivos. El número de presos políticos se disparó. Las denuncias sobre el trato que estos reciben son espeluznantes. Se terminó de aprobar en la Asamblea Nacional una ley que a todas luces busca eliminar organizaciones no gubernamentales que el poder encuentra molestas. Otras, con claros fines de castigar distintas formas de oposición, están siendo elaboradas. El objetivo es uno solo: crear suficiente miedo en la población para que nadie se atreva a desafiar los designios de la élite gobernante. 


Si lo consiguen, una sociedad paralizada por el temor puede ser objeto de nuevas y más diversas arbitrariedades. No necesariamente en cuanto a personas y eventos dedicados a hacer oposición. Es lo que sea. Todo aquello con lo que el poder se encapriche se ve afectado. Sí, es cierto que Rawayana, la banda cuya obra estuvo en el epicentro del sismo que mató el festival antes de nacer, recientemente tuvo al menos un gesto humilde de apoyo al reclamo opositor sobre las elecciones. Pero nadie suponía que el Cúsica Fest iba a ser un foco de activismo opositor o cualquier otra cosa que comprometa la continuidad del statu quo. Por lo tanto, las motivaciones para su eliminación lucen más frívolas que relacionadas con una necesidad genuina de la élite gobernante. Así estamos todos en este país. Sujetos a caprichos que, incluso cuando menos lo esperamos, nos hacen la vida un poco más dura y amarga. Depende de todos no desistir del esfuerzo por aspirar a algo mejor. Para que nunca más, excepto en circunstancias extraordinarias, tengamos que leer un “por razones ajenas a nuestra voluntad”. Porque será entonces nuestra voluntad ciudadana la que dicte las razones.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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