Durante la reunión del Consejo Nacional de Economía Productiva del 1 de agosto de 2024, Nicolás Maduro anunció que en 15 días tendría lista la remodelación de las cárceles de Tocorón y Tocuyito como prisiones de máxima seguridad para los “guarimberos” que formaron parte de un golpe de Estado. El 3 de agosto de 2024, en el cierre de “La madre de todas las marchas”, Maduro anunció que, tras un proceso legal y pleno de garantías, tenía dos mil presos acusados de quemar centros electorales y sedes regionales del Consejo Nacional Electoral.
Pero el testimonio de Emilio* contradice la versión presidencial. Emilio fue uno de los detenidos y no quemó ningún centro electoral, ni siquiera había salido a protestar tras el resultado del CNE que dio el triunfo a Maduro en la elección presidencial.. Emilio tampoco fue testigo de mesa, ni militante del partido político Vente Venezuela. Hasta la fecha, él desconoce el motivo de su detención durante cuatro meses y 21 días.
A continuación, su relato. Se omitió información que suponga algún riesgo de represalia.
De Coche a El Helicoide
«El 2 de agosto de 2024 la Policía Nacional Bolivariana (PNB) me sacó de mi casa. En el comando de Coche, me dijeron varias veces que fue por orden presidencial. Me presionaron para que grabara un video diciendo que María Corina Machado y Edmundo González me habían dicho que armara alboroto e incendiara las calles por mi casa: “La única forma de que salgas de aquí es si grabas el video”, me dijeron los funcionarios. Y sí consideré hacerlo, claro que sí, pero no lo hice, porque eso que tenía que decir es mentira. Entonces, ordenaron desbloquear mi celular, “por las buenas o por las malas”.
Uno de los funcionarios cerró el puño como cuando alguien va a pelear, pero no me dio. Otro me dijo: “Imagínate tú en estas celdas y con daño físico, ¿cómo crees que vas a estar?” Por temor, desbloqueé el teléfono y se lo dieron a otro funcionario: “Aquí no hay nada con qué acusarlo”, aseguró al rato en el pasillo y yo escuché. Me metieron en la celda y ahí estuve como una hora, hasta que me llevaron a El Helicoide.
Nunca me dijeron que íbamos para allá. Me di cuenta en el camino. En la subida, pensé en lanzarme de la moto, porque conozco todas las torturas de ahí. Me dije: “Hasta aquí estoy vivo. Me mato de una vez”. Pero no teníamos velocidad. Pensé: “Bueno, si no me mata la tortura, me va a dar un infarto”.
Cuando llegamos, me hicieron la reseña fotográfica con el fondo de la División de Investigación Penal (DIP) de la PNB: pusieron mi celular en la mesa. Buscaron mi cédula, pero no la tenían, la extraviaron. Otro funcionario se sacó una bolsa con cédulas del bolsillo. Agarró una y le dije: “esa no es mi cédula”. Me respondió: “eso no importa, porque en la foto no aparece de quién es la cédula, solamente tiene que aparecer que hay una”. Me tomaron la foto y me trasladaron para el calabozo totalmente oscuro. Ahí pasé como media hora y me volvieron a llamar los funcionarios: “¿Quién eres tú? Están preguntando mucho por ti”. Me explicó que llamó alguien que no me acuerdo: “debes ser muy importante. Ya le voy a decir que sí estás aquí”. Y me ofrecieron agua. No había tomado nada desde que me llevaron. Me dieron agua fría.»
En la DIP-PNB de Maripérez
«Esa noche me trasladaron a la DIP de la PNB en Maripérez. Cuando llegué, ya tenían toda la información sobre mí. Le entregaron mi celular a un comisario y lo conectaron a un aparato que llaman “El chupacabras”. Me advirtieron: “ahí sacamos todo lo que tienes y todo lo que hayas borrado. Vamos a saber todo”. Estuve como dos horas y me sacaron al pasillo, porque no había nada en mi celular. Allí estuve como 15 o 20 minutos y me llevaron a la celda.
Al día siguiente fue que me dieron la hoja de los derechos del detenido y no la firmé. Dije: “Yo firmo cuando me dejen llamar a mi familia, cuando vea a mi abogado y me digan cuáles delitos me están poniendo”… ¡Yo ni tenía abogado! ¡Ni había pensado en esa vaina! Mi peo de verdad era quién coño sabía que yo estaba ahí… Y me llevaron a Zona 7.»
En los calabozos Zona 7, Boleíta
«Me metieron en una celda que llaman “El inframundo”. Es el estacionamiento del sótano del edificio residencial remodelado como cárcel. Allí no hay ventilación ni iluminación y las cloacas pasan por ahí. Una vez al día, prenden un ventilador central tipo túnel por 10 minutos nada más. Llegué a contar 36 personas. Para que tengas una idea del hacinamiento: los que dormimos acostados, estábamos unos sobre otros. Yo dormía con las piernas de unas tres o cuatro personas encima. Los sentados dormían recostados de la pared o de otra espalda. El calor era tan grande que el techo y las paredes lloraban. Del techo goteaba el sudor y eso que estaba a casi cuatro metros. Las paredes escurrían el sudor. Pero, pese al calor, el aguaque nos llevaba el familiar había que rendirla para no orinar tanto, porque era una sola letrina dentro de la celda para todos y las reglas de cómo ir al baño eran, bueno, ¿cómo decirlo?, uno tenía que ajustarse: para orinar, se apuntaba al hueco. Para evacuar, se hacía en una bolsa y se dejaba ahí. Había unas cholas en la entrada del espacio donde estaba la letrina. Si se te mojaban o ensuciaban, tenías que botarlas, porque quedaban “bichequiadas” y tenías que poner las tuyas. No estaba permitido orinar en envases.
El agua la ponían cada dos o tres días y había que aprovechar para llenar los envases vacíos que usábamos para enjuagar la letrina, bañarnos afuera con la manguera —nos desnudábamos entre cuatro y siete detenidos a la vez— y limpiar la celda.
Tres días después, nos dijeron que íbamos a ser trasladados: “Tocorón o Tocuyito. «No hemos recibido la instrucción de a dónde”, nos advertían. Así que salimos de allí sin saber a qué lugar íbamos a ir. En lo que pasamos Aragua, dedujimos que íbamos para Tocuyito. Éramos noventa y siete personas de Caracas, Miranda y La Guaira.»
El “Hombre Nuevo” de Tocuyito
«En lo que llegamos al Centro de Formación para el Hombre Nuevo “El Libertador” de Tocuyito nos quitaron todas nuestras pertenencias menos el cepillo y la crema dental, el desodorante, el jabón, las prendas de vestir que no fuesen azules o amarillas —que eran los colores de los uniformes— y la toalla. Nos metieron en unas celdas pequeñas, como para máximo cinco personas, pero en cada una había 10. Creo que no esperaban que fuésemos tantos. Otra vez, el hacinamiento, pero con ventana, luz desde las 6:00 am hasta las 10:00 pm, lavamanos, poceta de acero inoxidable y ducha. Las celdas estaban limpias, pero habían “garrapatas de prisión”, que son unos bichitos que viven dentro del concreto, pican durísimo y chupan sangre.
Eran dos o tres custodios, porque nosotros estábamos encerrados en las celdas, así que no requeríamos un grupo de resguardo. Como a la tercera semana, un custodio me contó que tenía veintidós años de servicio y que era la primera vez que veía tantos inocentes presos, que él estaba avergonzado y que iba a esperar que nos fuéramos para poner su renuncia, porque no podía soportar la culpa de hacer su trabajo así.
Antes de irme, ese custodio se despidió de mí y hasta soltó unas lágrimas. Yo quedé sorprendido de esa vaina. Como no podíamos llevarnos nada, le regalé mi colchoneta. Me dijo: “gracias, yo no tengo colchoneta” y me abrazó. Ese custodio fue el primer contacto humano que tuve de mis opresores.»
En “La Máxima”, también de Tocuyito
«Nos llevaron a “La Máxima” a los 22 días. Es otro edificio del complejo de Tocuyito con otras autoridades. Está por la calle externa, como a kilómetro y medio de “Hombre Nuevo”. La Máxima son dos torres: la A, con celdas para cuatro y ocho personas, y la B, que tiene celdas para dos personas. La celda tenía un respiradero de concreto, de esos que llaman “colmena”, y por eso sabíamos cuándo era de día y de noche.
Ese traslado llegó a las 5:00 am. Había efectivos de todo tipo: antiterrorismo, antisecuestro, Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), todos los arrechos, arrechísimos estaban ahí. Todas las medidas de extrema seguridad fueron aplicadas: mínimo cinco drones, convoyes, armas de alto calibre, armas cortas, esposas en las muñecas, nos inclinaron. Muy innecesario todo, porque más de la mitad éramos mayores de 48 años y muchos con patologías. El traslado fue tortuoso.
Cuando llegamos, también estaban los funcionarios del Servicio de Máxima y Alta Seguridad (SESMAS). Todos los custodios de La Máxima eran de SESMAS. Nos recibieron muy mal: nos llevaron a paso de trote, nos tiraron en el piso, nos mandaban a parar. Les habían dicho que nosotros éramos terroristas de alta peligrosidad y que cualquier cosa que hiciéramos, podía causar algo letal entre todos. Cuando nos agarraban por detrás, sentíamos cómo les temblaban las manos. Tenían miedo de nosotros.
Los custodios eran jóvenes que, aunque estaban totalmente cubiertos, se les veía la juventud por la estructura física y la manera de expresarse. Después me enteré que tenían entre 18 años y 23 años. Para muchos era la primera vez que estaban haciendo ese trabajo, eran recién graduados del curso de custodia del sistema de prisiones. Otros estaban ahí castigados.
Allá estuve hasta diciembre, cuando salí excarcelado. Recuerdo que teníamos agua directa de la tubería casi las 24 horas, pero turbia, maloliente y con pésimo sabor. El agua potable nos la daban tres veces al día en un pote de plástico. Cuando no había suficiente ,nos daban dos o tres dedos para dos personas. Varias veces pasamos más de 60 horas sin agua y un día conté que pasamos 88 horas. En ese calorón, muchos tomamos agua de la tubería y por eso hubo gastritis, diarreas, alergias. Lo que contaron en las redes sociales no fue mentira, yo lo viví.»
*El nombre real fue sustituido por solicitud del excarcelado.